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quarta-feira, 7 de outubro de 2015

Sefarditas: a historia fascinante (e lancinante) dos judeus expulsos da peninsula iberica - Miguel Rodríguez Andreu (esglobal)

Interessantíssima essa história: eu sabia que havia judeus sefarditas espalhados por toda a orla do Mediterrâneo, no grande império otomano que só se desfez, definitivamente, na Primeira Guerra Mundial. Mas não conhecia a história deste sefardi judeu-bosníaco professor de espanhol.
Um artigo fascinante, que nos faz voltar à história lancinante de toda uma comunidade potencialmente rica de tradições, de saberes e de capacidade produtiva que foi expulsa da península ibérica por dirigentes absolutamente estúpidos como podem ter sido Fernando de Aragão e Isabel "a Católica". Conseguiram atrasar a Espanha, absoluta e relativamente.
Portugal também entrou nessa onda, para nossa desgraça, sim, para a desgraça do Brasil, aliás até hoje. Estaríamos muito melhores, não só a península ibérica, como toda a América Latina, se os judeus tivessem continuado a se integrar no mainstream social e político dessas nações, mesmo conservando integralmente suas raízes e tradições religiosas.
Foi uma enorme perda econômica, mas acima de tudo um crime civilizatório...
Paulo Roberto de Almeida

Los sefardíes y la crisis de refugiados: el legado de Kalmi Baruh

Ceremonia judía. (Jaime Reina/AFP/Getty Images)
Ceremonia judía. (Jaime Reina/AFP/Getty Images)
Ver a los refugiados como oportunidad antes que amenaza… como la Historia demuestra.
Kalmi Baruh era sefardí. Sus orígenes se remontaban a las familias judías expulsadas de la Corona de Castilla y de Aragón en 1492. Una de las miles que llegaron al Imperio Otomano, y que fueron acogidas favorablemente. Fue un estudiante aplicado y entusiasta. Tras estudiar en Višegrad, Sarajevo y Zagreb, terminó su tesis en Viena: una investigación sobre la lengua judeoespañola en Bosnia. Eran tiempos en los que los estudiantes voluntariosos, con poder adquisitivo, y también sin él, se esforzaban por llegar a Graz, Múnich, Ginebra o París para terminar sus estudios superiores. Tal vez Baruh podría haber buscado un empleo como profesor en alguna capital centroeuropea, pero decidió volverse a Sarajevo y compaginar las clases que impartía en el Liceo francés con sus conferencias y publicaciones. Tenía alma de investigador, pero también de divulgador, y esa dedicación no tardó en serle reconocida siendo el primer yugoslavo que recibió una beca postdoctoral por parte del Gobierno español, de la que disfrutó en Madrid entre 1928 y 1929.
Su buena reputación se extendió por toda la región. No solo en la esfera local. Ernesto Giménez Caballero, agitador cultural de la época, hombre controvertido y conocido como el introductor del fascismo en España, dijo de él que era el candidato adecuado “para ocupar una Cátedra de Español en Belgrado, cargo que profesaría con infinita mayor superioridad que la profesada por nuestros profesores indígenas”. Hoy Baruh es una referencia indiscutible entre los estudiosos de la comunidad sefardí en los Balcanes, del cual se destaca no solo su faceta pionera, y la calidad de sus trabajos sobre cultura sefardí y española en general, sino también su escrupulosidad moral, como recogen los trabajos de la académica y diplomática serbia Krinka Vidaković-Petrov. Finalmente, llegó a rechazar el puesto de trabajo en Belgrado: no se sentía capacitado. Algo insólito hoy, lo fue también entonces.
La ley que facilita las condiciones para la obtención de la nacionalidad a todos los sefardíes originarios de España entra en vigor. No se pueden ignorar el Edicto de expulsión ni los siglos de ausencia judía en España, pero al menos otorga normalidad a unas relaciones que no empezaron a valorarse hasta finales del siglo XIX. Hubo acercamientos similares durante el XX, incluso un Decreto de 1924 sirvió para salvar la vida a varios miles de judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, una gran parte de la comunidad sefardí en la región fue asesinada entre 1941-1945 —se calcula que más de dos tercios de los judíos yugoslavos fueron exterminados durante el Holocausto nazi—. Ciudades como Salónica, Sarajevo o la actual Bitola, donde escuchar judezmo o djudio era algo habitual y extendido, dijeron adiós prácticamente a la totalidad de su población sefardí.
El mérito de Baruh es aún mayor si se tiene en cuenta que el Imperio Otomano no implementó ninguna cultura universitaria. No obstante, sí dejó cinco siglos de conservación del legado sefardí. Organizados en millet, —comunidades confesionales con las que los grupos etnonacionales pudieron gobernarse a sí mismos bajo la predominancia musulmana—, (griega, albanesa, arumana, romaní, judía, serbia, búlgara…), las minorías mantuvieron tantos intercambios de interés individual y colectivo en torno a la zona comercial (çarşı), como también se segregaron de forma celosa en torno al idioma, la religión o las costumbres, demostrando que la convivencia puede no suponer integración pero tampoco tiene que ser necesariamente una amenaza (juntos y raramente revueltos). Ciudades como Berat, Novi Pazar, Bijelo Polje, Senta, Ulcinj, Livno, Bujanovac, Kruševo, Shumen, Kovačica, marcadas por un pasado otomano o austro-húngaro, a día de hoy demuestran un gran nivel de aceptación de la diferencia en torno a la religión, y de sentido común en torno a la sociedad —pese a aquellos políticos que puntualmente instrumentalizan la cuestión étnica en épocas de crisis y de cambio—. Su realidad de iglesias, templos o mezquitas, en apenas unos metros cuadrados, sería impensable en las ciudades occidentales actuales sin que no hubiera pasiones más encendidas que las que tradicionalmente se asocian a los Balcanes.
Los avances sociales logrados durante el siglo XX no incluyen haber aprendido a vivir en la diferencia, cuando, como parece ser, una cantidad reducida de refugiados en comparación con la población total, genera tantas fracturas entre los Estados miembros de la Unión Europea (por cada 100.000 habitantes, los 160.000 refugiados que la UE pretende ahora reubicar suponen entre otros casos: 8 en Hungría, 147 en Luxemburgo, 50 en Alemania y 41 en España). Divisiones no solo generadas por el elemento económico, sino también social, cultural y religioso. Una parte de la opinión pública teme los riesgos que suponen los refugiados para la convivencia o para la lucha antiterrorista. La propia embajadora de Hungría en España, Enikő Győri, afirmó no hace mucho: “Hay que ayudar en momentos difíciles a quien lo necesita pero hay que pensar en el futuro de este continente también. Qué composición étnica va a tener Europa mañana, pasado mañana, en cinco años, en 20 años… hay que hablar de eso”.
Hablemos. En Europa ya sabemos adónde nos conduce la pureza étnica como objetivo, ni creo que este sea un propósito provechoso ni alcanzable. De momento, no lo ha llegado a ser en los Balcanes, ni tampoco en Budapest, Bruselas o Madrid. Si esta es una preocupación, los datos no ofrecen lugar a dudas: la llegada de todos los refugiados sirios, en el caso de que todos fueran musulmanes, solo aumentaría el número de musulmanes en la UE de un 4% a un 5%. Y es que son más los beneficios del intercambio que los perjuicios, más allá de la solidaridad en sí, si la llegada se mide por baremos de capacidades, recursos y posibilidades que cada uno de los visitantes involuntarios genera. Más allá de la conmoción saludable que hay en torno al contacto con la diferencia, existe una oportunidad para Europa, como lo fueron los judíos para el Imperio Otomano según todos los testigos de la época. De Ángel Pulido, reconocido senador filosefardí, es la famosa anécdota según la cual el sultán Bayaceto II, máxima autoridad otomana, dictaminó la prohibición de perseguir judíos en los territorios que administraba, dijo: “Aquéllos que les mandan pierden, yo gano.” No se entiende parte del poder militar, comercial y científico de la potencia oriental durante los siglos XVI y XVII sin la contribución de esos recién llegados.
Experiencias más recientes muestran los beneficios generados por los inmigrantes (en este caso refugiados) o, si se quiere, desmitifican los perjuicios: 700.000 judíos procedentes de la antigua Unión Soviética se asentaron en Israel durante los años del colapso. 900.000 personas fueron repatriadas desde Argelia a Francia durante la descolonización. 125.000 balseros cubanos llegaron a las costas de Florida en los 80. Ningún estudio ha demostrado que dicha experiencia fuera negativa para el país de acogida, ni que el nivel de vida de los locales descendiera a causa del desplazamiento de población. Solo aquellos que muestran un perfil xenófobo pueden encontrar razones (no fundamentadas) para movilizarse contra la inmigración. Si los costes pueden ser elevados a corto plazo (no es este el caso), los beneficios se multiplican si el sector público y privado quieren beneficiarse de este fenómeno.
Ningún exiliado, como así ocurrió con los republicanos españoles en Latinoamérica, querría que esta condición prevaleciera sobre sus méritos. Kalmi Baruh no fue un exiliado, ni es un mérito haber sido un sefardí, sino haber tendido puentes entre el sudeste europeo y España, y haber abierto, además, un camino por el que transitaron luego otros estudiosos. Sus motivaciones fueron insignes, sintiéndose agradecido por la oportunidad que se les brindaba, como también por las posibilidades que el intercambio suponía para la propia comunidad sefardí en los Balcanes y para España en una zona que, incluso hoy, parece estar más interesada en España que España en ella. Es triste saber que Baruh pasó los últimos años de su vida en el campo de concentración de Bergen-Belsen (Alemania), donde moriría poco después de que el campo fuera liberado. Cuentan los que le trataron que siguió recopilando información sobre los judíos sefardíes allí recluidos incluso en los días más difíciles de su existencia. Si Baruh lo hizo en favor de la patria de la que fueron expulsados sus antepasados, imagínense qué pueden hacer algunos por los que un día les recibieron solidariamente como refugiados.

Brasil: a tempestade perfeita (incompetencia economica + corrupcao) - Santiago Perez (esglobal)

Brasil: la tormenta perfecta

El fin de la prosperidad económica y la crisis política que atraviesa Brasil no auguran buenas perspectivas para el país. Un repaso para entender qué está pasando y qué podría pasar en el gigante suramericano.
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Fuerte tormenta en las calles de Sao Paulo, Brasil. Mauricio Lima /AFP/Getty Images

El escenario político y económico del Brasil de hoy es delicado. Lejos han quedado los recuerdos de aquella potencia emergente que entusiasmó al mundo durante la primera década del siglo XXI. La expansión del PBI, la reducción de la pobreza y el creciente protagonismo económico de este miembro fundador del grupo BRICS parecen haberse extinguido.
El fin del super ciclo de las materias primas y la desaceleración china configuraron el golpe de gracia que terminó de hundir la prosperidad de un país cuya economía ya encendía múltiples luces de alerta. El gobierno de Dilma Rousseff postergó todas las decisiones impopulares para después de las elecciones presidenciales de finales de 2014. Como era de esperar, su objetivo de ser reelegida primó  sobre la responsabilidad macroeconómica. Tras asumir el cargo en enero de este año, su gestión no ha sido más que una seguidilla de ajustes fiscales y monetarios. Aumento y creación de impuestos, incremento de tarifas de servicios públicos, recortes de gastos, eliminación de múltiples subsidios y, posiblemente, lo que más lastima a la actividad económica: aumento de la tasa de interés. El ambicioso programa busca contener la inflación y recuperar equilibrio fiscal. Se trata de dos variables que se muestran efectivamente muy deterioradas. La inflación para 2015 se proyecta al 9,5%, el mayor índice desde 2002. En lo que respecta a las cuentas públicas, los números son incluso más desalentadores. El déficit en el período enero-agosto asciende a 14.000 millones de reales (3.500 millones de dólares), lo que representa el peor resultado desde 1997.
Pero lo que realmente preocupa a todos los sectores económicos es el desplome de la actividad. Según las últimas estadísticas, 2015 cerraría con una caída del PBI del 2,8%, número catastrófico para una nación en vías de desarrollo. 2016, año de los Juegos Olímpicos de Rio de Janeiro (los primeros en la historia en celebrarse en América del Sur) tampoco traerá buenas noticias. Las perspectivas son de una contracción de la economía del 1%, confirmándose así el primer bienio de recesión sufrido por el país desde la gran depresión mundial de la década de 1930. Estamos frente al peor resultado económico de los últimos 85 años.
El denominado “mercado financiero”, omnipresente, toma nota de la debacle financiera. La consultora estadounidense Standard and Poor’s ha rebajado la calificación a la deuda soberana brasileña, pasando de “BBB-” a “BB+”. Brasil queda así excluido del selecto grupo de países que gozan del “Investment Grade” (Grado de inversión). En otras palabras, los bonos brasileños son ahora, a los ojos de diversos inversores internacionales, bonos basura. Las consecuencias de este descenso de categoría son básicamente dos. En primer lugar, el país verá encarecido su acceso a los mercados de capitales, lo cual se contagia automáticamente al costo de endeudamiento de toda la economía (incluidas las empresas privadas y las familias). Y, en segundo término, en una fuga de capitales, que deprecia la moneda local y genera mayores presiones inflacionarias. Más y más malas noticias.
El peso del naufragio del mayor país de la región impulsa a toda la economía latinoamericana que según la CEPAL mostrará una caída del PBI en 2015 del 0,3%, peor resultado en 9 años. Por supuesto que la repercusión de la crisis brasileña se siente mucho más fuerte dentro del Mercosur que fuera de el. Las economías de la Alianza del Pacífico, aun desaceleradas, muestran todavía tímidos crecimientos, mientras que la Argentina, muy dependiente de la suerte de su principal socio, sufre el impacto.

Política: corrupción, alianzas e ‘impeachment’
La corrupción, mal endémico del sistema político brasileño, termina de configurar la tormenta perfecta. El avance en las investigaciones del escándalo conocido como “Operação Lava-Jato” compromete a altos mandos del Partido de los Trabajadores (PT) y a funcionarios cercanos a la presidente Dilma Rousseff. “Lava-Jato”, que en español significa algo así como “lavadero de automóviles”, es un complejo y aceitado sistema de corrupción catalogado por la Policía Federal como el mayor de la historia del país. Consistía en pagos de sobreprecios por parte de la empresa petrolera semiestatal Petrobras, los cuales en última instancia acababan en manos de empresarios y políticos. El partido en el Gobierno (PT) como sus fuerzas aliadas,  PP (Partido Progresista) y PMDB (Partido del Movimiento Democrático Brasileño), fueron los principales beneficiados. Según la investigación, los desvíos de dinero ascienden a 10.000 millones de reales (2.600 millones de dólares) y podrían haber sido una de las principales fuentes de financiación de la campaña electoral que llevó a Rousseff a su segundo mandato.
La envergadura de este mega esquema de corrupción es importante por diversos motivos. En primer lugar, porque afecta directamente a la mayor empresa del país. El valor de bursátil de la petrolera, que supo ser la mayor compañía de toda América Latina, se ha desplomado. El escándalo con sus consecuentes implicaciones legales, inclusive fuera de las fronteras nacionales, sumando a la caída de los precios internacionales del crudo, han llevado al valor de la acción de la estatal a mínimos en una década. El segundo aspecto a tener en cuenta es la posibilidad de que la investigación alcance a la propia mandataria. En caso se probara su participación podría abrirse la posibilidad de un eventual juicio político o impeachment. No se trataría de algo nuevo para la política brasileña. En 1992 el entonces presidente Fernando Affonso Collor de Mello debió abandonar el Palácio do Planalto justamente por la activación de este mecanismo.
Pero para avanzar en un impeachment es necesario también que se cuente con las condiciones políticas necesarias. Para su ejecución, el juicio político requiere del voto positivo de dos tercios de los parlamentarios. Es aquí donde las alianzas políticas cumplen un rol fundamental. Dentro de su programa de ajuste fiscal, Dilma Rousseff eliminó ocho ministerios y dentro de la misma reforma le entregó al  Partido de Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) el manejo de cinco carteras. En una clara maniobra política, la mandataria fortaleció la alianza partidaria del Gobierno para poder así bloquear cualquier iniciativa de juicio político. Con el apoyo del PMDB en el Parlamento será fácil para el Partido de los Trabajadores reunir un tercio más uno de los votos e impedir un posible impeachment.
También existe una segunda lectura de la razón del relanzamiento de la alianza parlamentaria y la constitución de una suerte de gobierno de coalición PT-PMDB. El Ejecutivo corre contrarreloj en su programa de ajuste fiscal. Para concertarlo de forma definitiva y recuperar al menos parcialmente la credibilidad de los mercados necesita que el mismo sea aprobado en el Parlamento. La relanzada alianza es la única alternativa para lograr esta empresa.

¿Qué dice la calle?
La recesión por la que atraviesa la economía brasileña no solo se ve en los números macroeconómicos. Se siente en las calles, se percibe en el cierre de empresas y comercios, en el aumento de los despidos y en la dificultad para encontrar un nuevo empleo. Desde la implementación del Plan Real en 1994, la economía brasileña de una forma u otra había vivido un ciclo virtuoso. Hoy, por primera vez en dos décadas, la sociedad siente en carne propia un deterioro de las condiciones materiales. Una generación entera, los que hoy tienen entre 25 y 35 años, experimentan por primera vez en su vida adulta dificultades económicas. Se trata de una compleja realidad que repercute directamente en los niveles de aceptación de la gestión presidencial. A un año de haber sido reelecta, Dilma Rousseff cuenta con un 10% de aprobación y su administración es rechazada por el 70% de los brasileños.
En definitiva, sin el final de la crisis a la vista, con un mega esquema de corrupción en pleno proceso de investigación y una imagen por los suelos, la actual Presidenta deberá mostrar su máxima elasticidad política para navegar a través de una tormenta perfecta. Resistir en el poder hasta 2018 y que allí la situación económica haya mejorado puede ser la única alternativa para el PT. De ello dependerá su capacidad de acceder a un quinto período presidencial y que su ciclo no se vea interrumpido. Pero la verdad es que hablar de escenarios de aquí a cuatro años dentro la actual coyuntura es prácticamente imposible.