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segunda-feira, 9 de abril de 2012

Relacoes Brasil-EUA: equivocos das duas partes - Moises Naim

Vai no mesmo sentido da matéria da Economist e do artigo de Carlos Malamud.


Adivina quién no viene a comer
LA NACION, 9/04/2012

WASHINGTON.- Se acabaron las superpotencias. Se acabó la época en la que un imperio, o un país con gran poder, imponía a otros sus deseos. Por supuesto que aún existen naciones con la fuerza y los recursos para obligar, o inducir, a otras naciones a comportarse de una manera y no de otra. Pero esto es cada vez menos frecuente o sostenible. Hoy ni siquiera Estados Unidos, con toda su pujanza militar y económica, logra evitar que otros países actúen de manera autónoma.
Hemos pasado de la era de las potencias hegemónicas a una era en la cual construir alianzas internacionales es indispensable. Ningún Estado se puede dar el lujo de vivir sin aliados o sin formar parte de coaliciones de países que se apoyan mutuamente, aunque en ciertas áreas rivalicen o en otras sus intereses estén en conflicto.
Así es, por ejemplo, la relación entre Estados Unidos y China. Y Estados Unidos tiene otras relaciones bilaterales muy importantes, como Rusia, Gran Bretaña y la India. Pero tan interesante como la lista de los países con los que Estados Unidos mantiene fuertes vínculos es la lista de los países con quienes debería tenerlos, pero no los tiene. Brasil es el mejor ejemplo.
Esto es sorprendente. Brasil es un vecino que cada vez tiene más peso en la política internacional y que ya ha superado a Gran Bretaña como la sexta economía del mundo. Sin embargo, las relaciones entre los dos gigantes del hemisferio occidental son débiles y están impregnadas de un paralizador cóctel de desconfianza, desconocimiento y distracción.
La insulsa agenda de la visita de la presidenta Dilma Rousseff a Washington esta semana puso en evidencia lo banal de una relación que debería ser fundamental y profunda. Si Estados Unidos y Brasil se pusieran de acuerdo en una ambiciosa agenda, podrían transformarse en una vigorosa fuerza de cambio positivo para sus sociedades, para América latina y hasta para el resto del mundo.
Hay varias razones detrás de la incapacidad de estos dos grandes países para llevarse mejor. Una es que el ascenso de Brasil en la última década coincidió con un período en el que Washington estaba muy ocupado en otras cosas: dos guerras y el hundimiento de su economía, por ejemplo. Pero esto no es nuevo. La desatención de Estados Unidos a Brasil, y a la región en general, ha sido crónica. Su política hacia América latina ha sido reactiva y ha estado centrada, principalmente, en emergencias, países pequeños y Estados fallidos. En Washington, es más fácil encontrar expertos en Cuba o en Haití que en Brasil; el comercio de drogas, no el comercio brasileño, es lo que entusiasma a congresistas y diplomáticos.
UN SOCIO COMPLICADO
Por otro lado, Brasil no es un socio fácil. Espera y exige el mismo respeto y consideración que Washington dispensa a las viejas potencias. ¿Por qué a David Cameron, el primer ministro británico, Obama le ofreció una pomposa cena de gala en la Casa Blanca y a Dilma Rousseff sólo un "almuerzo de trabajo"? ¿Por qué a Cameron lo llevó en su helicóptero a un partido de básquet y a Dilma la lleva a una "reunión privada con empresarios"?
En la diplomacia, los gestos y los símbolos revelan más que los discursos. Como informó Brian Winter, de la agencia Reuters, estos gestos han irritado al gobierno brasileño, que lee en ellos mensajes muy claros de desdén y desinterés.
A su vez, estas reacciones de los brasileños exasperan a los norteamericanos. Una funcionaria del gobierno norteamericano me dijo: "Brasil se nos ha transformado en la Francia de América latina. Su obstruccionismo en las negociaciones internacionales sobre clima, comercio o lo que sea está a menudo impulsado por su deseo de exhibir su poder. Cuando interfieren en nuestras iniciativas para detener el programa nuclear de Irán o impiden los acuerdos en otras negociaciones, lo hacen para obligarnos a prestarles atención. Y lo logran. Pero no se dan cuenta de que esto ha ido minando nuestra disposición a tratarlos como un aliado confiable. Tenemos que esperar que Brasil madure como potencia".
Todo esto es lamentable. Estas fallas de ambas partes se pueden y deben solventar. Mientras que las alianzas que tiene Estados Unidos con otras potencias emergentes son defensivas, equívocas e inestables, una alianza con Brasil puede estar sustentada en un fuerte y duradero proyecto de prosperidad y democracia. Lo único que lo impide es una historia de desencuentros que puede ser fácilmente superada por líderes que deseen hacerlo.
EL PAIS

domingo, 18 de março de 2012

Assembleia de Companheiros Novos Ricos: nada como chegar lá...

Nos velhos tempos da brilhantina, no Brasil, um cronista social do Globo, Ibrahim Sued, sabia distinguir muito bem entre os ricos ricos e os ricos arrivistas, ou seja, entre os que eram ricos naturalmente, de berço, digamos assim, e os arrivistas, os oportunistas, os corruptos e os ladrões, ou seja, os que não vinham da noblesse d'epée, mas que se tinham alçado à noblesse de robe pelo dinheiro acumulado (por vezes das maneiras mais heterodoxas, para usar uma expressão neutra).
Pois é, os chineses são mais ou menos a mesma coisa: eles chegaram lá: roubando, corrompendo, trabalhando honestamente (para os capitalistas ou para o partido, não importa muito agora como), eles finalmente ficaram ricos, e podem falar com as grã-finas do Ibrahim Sued: "Queridas, cheguei!".
Assim vai o mundo. Imagino que muitos companheiros que hoje andam frequentando restaurantes caros de Brasília, exibindo carros de luxo e casas de requinte também podem dizer que chegaram. Não importa a forma (ou importa, mas eles não gostam que se diga), o importante é que eles são os novos ricos...


Prada, Hermès y el PC chino

El ingreso per cápita de un chino es hoy el doble que en 2000 pero inferior a Sudáfrica o Perú

Moisés Naím
El País, 17/03/2012

En estos días Forbes publicó, como todos los años, su lista de las personas más ricas del mundo. Por casualidad, esto coincidió con otro evento anual que tenía lugar en las antípodas de la sede de Forbes en Nueva York. Se trata de la reunión de la Asamblea Popular Nacional de China, que es formalmente el órgano supremo del Estado chino y representa el poder legislativo. Sorprendentemente, estos dos hechos están conectados. La lista de los delegados a la Asamblea china incluye a casi todas las personas más ricas de ese país. Y algunas de ellas figuran también en la lista de Forbes.
Con sus 2.987 representantes, la Asamblea china constituye el Parlamento más numeroso del mundo, y sus reuniones en el Gran Palacio del Pueblo, en la legendaria plaza de Tiananmen de Pekín, son siempre noticia. No por las decisiones que allí se toman: este organismo no tiene, en la práctica, poder alguno. Es un ente simbólico. Y su reunión coincide con la de otra institución que también tiene mucho nombre y poco poder: la Conferencia Consultiva Política del Pueblo.
La importancia de estos congresos anuales se debe a que los verdaderos líderes del país utilizan sus discursos para dar a conocer a su pueblo y al mundo sus prioridades y preocupaciones. En esta última reunión, por ejemplo, el primer ministro, Wen Jiabao, señaló que China tiene que emprender reformas urgentes. Reconoció que la desigualdad y la corrupción son problemas críticos y que el crecimiento económico de su país será en adelante más lento que hasta ahora.
La reunión de la Asamblea Popular también ha sido noticia por la elegancia de los representantes. La periodista Louisa Lim destacó, por ejemplo, el traje de la delegada Li Xialin —un Emilio Pucci que cuesta 2.000 dólares— o el bolso Louis Vuitton modelo Alma de 2.500 dólares que llevaba la delegada Cheng Ming Ming. Me parece pertinente informarles que la señora Li es la hija del ex primer ministro Li Peng y que la señora Cheng, quien completaba su cartera de Vuitton con un vistoso abrigo de pieles, es la dueña de uno de las mayores empresas de cosméticos de China.

El patrimonio personal de los 70 delegados más ricos de la Asamblea Popular Nacional de China alcanzó en 2011, según Bloomberg, los 90.000 millones de dólares

No faltaron incluso representantes de ciertas minorías étnicas que combinaban sus atuendos tradicionales con carteras de Burberry de 800 dólares. Inevitablemente, la vibrante y cada vez más audaz comunidad de blogueros chinos ha comenzado a referirse a las reuniones de la Asamblea como “la Semana de la Moda de Pekín”.
La probabilidad de que estos bolsos, trajes o cinturones sean falsificaciones no es muy alta: los delegados a la Asamblea se pueden dar el lujo de comprar los originales. Su opulenta elegancia es la manifestación de su inmensa riqueza. El patrimonio personal de los 70 delegados más ricos de la Asamblea Popular Nacional de China alcanzó en 2011, según Bloomberg, los 90.000 millones de dólares, 11.500 millones de dólares más que en 2010.
Los delegados a la Conferencia Consultiva Política del Pueblo son aún más ricos: el patrimonio personal de cada uno de ellos supera los 1.500 millones de dólares (un 14% más que el año pasado). Para tener idea de las proporciones, basta saber que el ingreso promedio por habitante en China es de tan solo 4.200 dólares al año. A pesar de que el ingreso per cápita es hoy el doble de lo que era en 2000, sigue siendo inferior al de países muy pobres como Sudáfrica o Perú.
La presencia de los súperricos chinos en estos órganos del Estado comenzó con una decisión deliciosamente irónica: hace una década, el secretario del Partido Comunista, Jiang Zemin, abrió a “los capitalistas” de su país la afiliación al partido. Si bien muchos de los ricos se afiliaron, también es cierto que muchos de los miembros del partido se han hecho ricos. “Esta es una situación como la del huevo y la gallina ¿Son políticamente poderosos porque son ricos o son ricos debido a su influencia política?", se pregunta Rupert Hoogewerf, que publica Hurun, una lista anual de los 1.000 chinos más acaudalados.
La revista Forbes y su lista de ricos puede auxiliar al señor Hoogewerf en la búsqueda de la respuesta: al examinar los orígenes de las fortunas más grandes del mundo, se hace evidente que muchas de ellas crecieron al amparo (o más que eso) de los gobiernos. El Estado, y no el mercado, es en muchos países la ruta para obtener riquezas inimaginables. Y, en eso, China no es diferente.

domingo, 14 de agosto de 2011

A revolta das classes medias, everywhere - Tom Friedman, Moises Naim

Dois artigos sobre as manifestações recentes em diversos países:

A Theory of Everything (Sort of)
By THOMAS L. FRIEDMAN
The New York Times, August 13, 2011

LONDON burns. The Arab Spring triggers popular rebellions against autocrats across the Arab world. The Israeli Summer brings 250,000 Israelis into the streets, protesting the lack of affordable housing and the way their country is now dominated by an oligopoly of crony capitalists. From Athens to Barcelona, European town squares are being taken over by young people railing against unemployment and the injustice of yawning income gaps, while the angry Tea Party emerges from nowhere and sets American politics on its head.

There are multiple and different reasons for these explosions, but to the extent they might have a common denominator I think it can be found in one of the slogans of Israel’s middle-class uprising: “We are fighting for an accessible future.” Across the world, a lot of middle- and lower-middle-class people now feel that the “future” is out of their grasp, and they are letting their leaders know it.

Why now? It starts with the fact that globalization and the information technology revolution have gone to a whole new level. Thanks to cloud computing, robotics, 3G wireless connectivity, Skype, Facebook, Google, LinkedIn, Twitter, the iPad, and cheap Internet-enabled smartphones, the world has gone from connected to hyper-connected.

This is the single most important trend in the world today. And it is a critical reason why, to get into the middle class now, you have to study harder, work smarter and adapt quicker than ever before. All this technology and globalization are eliminating more and more “routine” work — the sort of work that once sustained a lot of middle-class lifestyles.

The merger of globalization and I.T. is driving huge productivity gains, especially in recessionary times, where employers are finding it easier, cheaper and more necessary than ever to replace labor with machines, computers, robots and talented foreign workers. It used to be that only cheap foreign manual labor was easily available; now cheap foreign genius is easily available. This explains why corporations are getting richer and middle-skilled workers poorer. Good jobs do exist, but they require more education or technical skills. Unemployment today still remains relatively low for people with college degrees. But to get one of those degrees and to leverage it for a good job requires everyone to raise their game. It’s hard.

Think of what The Times reported last February: At little Grinnell College in rural Iowa, with 1,600 students, “nearly one of every 10 applicants being considered for the class of 2015 is from China.” The article noted that dozens of other American colleges and universities are seeing a similar surge as well. And the article added this fact: Half the “applicants from China this year have perfect scores of 800 on the math portion of the SAT.”

Not only does it take more skill to get a good job, but for those who are unable to raise their games, governments no longer can afford generous welfare support or cheap credit to be used to buy a home for nothing down — which created a lot of manual labor in construction and retail. Alas, for the 50 years after World War II, to be a president, mayor, governor or university president meant, more often than not, giving things away to people. Today, it means taking things away from people.

All of this is happening at a time when this same globalization/I.T. revolution enables the globalization of anger, with all of these demonstrations now inspiring each other. Some Israeli protestors carried a sign: “Walk Like an Egyptian.” While these social protests — and their flash-mob, criminal mutations like those in London — are not caused by new technologies per se, they are fueled by them.

This globalization/I.T. revolution is also “super-empowering” individuals, enabling them to challenge hierarchies and traditional authority figures — from business to science to government. It is also enabling the creation of powerful minorities and making governing harder and minority rule easier than ever. See dictionary for: “Tea Party.”

Surely one of the iconic images of this time is the picture of Egypt’s President Hosni Mubarak — for three decades a modern pharaoh — being hauled into court, held in a cage with his two sons and tried for attempting to crush his people’s peaceful demonstrations. Every leader and C.E.O. should reflect on that photo. “The power pyramid is being turned upside down," said Yaron Ezrahi, an Israeli political theorist.

So let’s review: We are increasingly taking easy credit, routine work and government jobs and entitlements away from the middle class — at a time when it takes more skill to get and hold a decent job, at a time when citizens have more access to media to organize, protest and challenge authority and at a time when this same merger of globalization and I.T. is creating huge wages for people with global skills (or for those who learn to game the system and get access to money, monopolies or government contracts by being close to those in power) — thus widening income gaps and fueling resentments even more.

Put it all together and you have today’s front-page news.

A version of this op-ed appeared in print on August 14, 2011, on page SR11 of the New York edition with the headline: A Theory of Everything (Sort of).

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Explosión social en Reino Unido
Test: ¡Adivine el país!
MOISÉS NAÍM
El País, 14/08/2011

Hoy comenzamos con un test. Seleccione el país de donde proviene la siguiente noticia: "En las últimas semanas, calles y plazas han sido tomadas por miles de personas que protestan contra el Gobierno y por la situación del país. En algunos lugares, las manifestaciones se han tornado violentas". Las opciones son: Azerbaiyán, Chile, China, España, Filipinas, Grecia, Indonesia, Israel, Portugal, Reino Unido, Rusia, Tailandia. La respuesta es fácil: en todos. Y la lista podría, por supuesto, incluir Bahréin, Egipto, Jordania, Marruecos, Libia, Siria, Túnez o Yemen.

Este año comenzó con la primavera árabe y siguió con el verano furioso. La furia callejera se ha vuelto contagiosa y la indignación popular se ha globalizado. Es imposible diferenciar una foto de jóvenes enfrentados a la policía en Santiago de Chile de otra con la misma imagen en Londres. O una que muestra a los indignados acampados en la Puerta del Sol en Madrid de otra con las tiendas de campaña de los miles de manifestantes en las calles de Tel Aviv.

Es tentador buscar una explicación única para todas estas protestas. Si bien es cierto que la mala situación económica, la desigualdad y la falta de oportunidades para los jóvenes están presentes en muchas de ellas, más cierto aún es que cada una de estas movilizaciones está impulsada por fuerzas muy propias. Los estudiantes chilenos salen a la calle porque quieren mejor educación, los ingleses porque quieren robar un televisor. Los israelíes protestan por el alto costo de la vida y la falta de vivienda y los indignados españoles porque... No sé bien por qué. Por todo.

En Reino Unido el debate público sobre las causas de los saqueos es particularmente revelador. Cada quien tiene una explicación distinta: familias débiles y rotas, ineptitud policial, inmigración, multiculturalismo, discriminación racial, las políticas sociales, los recortes presupuestarios, la desigualdad económica, la tolerancia frente a conductas antisociales, los defectos del sistema educativo, la sobredosis de blackberrys y redes sociales y muchas más. Lo que esta variedad de explicaciones significa es que, en realidad, nadie entiende el origen de esta súbita explosión de violencia callejera. Decir que revela un profundo malestar social o, como señaló el primer ministro inglés, David Cameron, que hay segmentos de su sociedad que están muy enfermos, es equivalente a diagnosticar a un paciente diciendo que tiene un virus indeterminado. Este diagnóstico puede ser cierto, pero ayuda muy poco a encontrar la cura.

Por otro lado, aunque no sabemos qué pasó esta semana en Reino Unido, sí contamos con un análisis riguroso y reciente de la inestabilidad social que hubo en Europa entre 1919 y 2009. Jacopo Ponticelli y Hans-Joachim Voth, de la Universidad Pompeu Fabra, en Barcelona, acaban de publicar un fascinante ensayo en el cual, tras analizar rigurosamente una enorme base de datos para 26 países europeos, determinan que en estos 90 años "los recortes en el gasto público aumentaron significativamente la frecuencia de disturbios, marchas anti-Gobierno, huelgas generales, asesinatos políticos e intentos de derrocar el orden establecido". Esto no es una sorpresa, pero está bien que alguien lo haya comprobado científicamente.

La gran pregunta, sobre la que tampoco tenemos respuestas concluyentes, es si las acciones en la calle logran cambiar las cosas. Por ahora, la única afirmación, tan segura como inútil, es que en algunos casos sí y en otros no. La toma de la plaza de Tahrir produjo cambios cataclísmicos en Egipto. En Tiananmen, no. ¿En la Puerta del Sol? Tampoco, por ahora. No se sabe qué hace que las protestas callejeras se transformen en fuente de cambio político o solo sirvan de ejercicio catártico sin más consecuencias en la práctica.

Este es un terreno intelectualmente resbaladizo. Por ejemplo, los profesores Ponticelli y Voth, basándose en los mejores análisis disponibles, afirman que, en contraste con lo que cabría suponer, "los Gobiernos que imponen recortes presupuestarios no son significativamente penalizados en las elecciones por los votantes, pero tampoco hay evidencia de que la expansión del gasto resulte en ganancias electorales". Si esto es así, se preguntan los profesores, ¿por qué entonces los Gobiernos posponen tanto como pueden las medidas de austeridad y cuando las ponen en práctica lo hacen a medias?

Según ellos, es porque los políticos ya saben lo que las investigaciones académicas confirman: hay pocas decisiones gubernamentales que saquen a la gente a protestar a la calle más rápidamente que los tijeretazos fiscales.

Así, en vista de que en muchos países los recortes al gasto público se han hecho inevitables, ya sabemos qué debemos esperar. La furia callejera de este verano se va a prolongar. Son afortunados -y pocos- los países que la podrán evitar.

domingo, 10 de julho de 2011

Epidemia de ideias malucas - Moises Naim

O adjetivo "maluca" é meu, achei mais apropriado.
Ele trata das más ideias em geral, mas se fossemos fazer um inventário daquelas exclusivamente brasileiras, ou seja, das jabuticabas, um artigo só não bastaria; precisaríamos de meio livro, pelo menos.
Paulo Roberto de Almeida

Epidemia de malas ideas
Moisés Naím
El País (España), 10/07/2011

¿Caerá Grecia? ¿Se llevará consigo al euro? ¿Qué sucede si Pakistán entra en un caos político, o si las revueltas árabes producen incontenibles oleadas de refugiados hacia Europa? ¿Qué es más amenazante para la estabilidad de la economía mundial: un eventual estancamiento de China o la explosión de la deuda pública en Estados Unidos? El mundo está lleno de fragilidades y las noticias nos lo recuerdan a diario. Pero también hay otro tipo de fragilidad que, aunque menos visible, puede ser igual de peligrosa: la fragilidad intelectual.

Me refiero a la creciente frecuencia con la que las malas ideas se transforman en decisiones que nos afectan a todos.

Los gobernantes siempre se han mostrado vulnerables a la seducción de las malas ideas, muchas veces potenciadas por intelectuales, periodistas y otros actores influyentes. Pero ahora, las nuevas tecnologías, la globalización y la creciente presión para responder con rapidez y audacia a los problemas -muchos de ellos sin precedentes- han acentuado esta fragilidad. Las malas ideas se popularizan y se esparcen rápidamente por el mundo, antes de que aparezcan sus defectos. Y lo que es peor: enfrentados a las crisis (políticas, económicas, militares), los líderes se ven cada vez más tentados a apostar en grande -vidas, dinero, capital político- basados en ideas espurias. La invasión de Irak es un buen ejemplo, como lo son también la reacción inicial a la crisis económica mundial o, más recientemente, a la de Grecia.

Esto no es nuevo. La historia está salpicada de teorías que se ponen de moda e inspiran políticas, para terminar siendo refutadas o reemplazadas por otras. Algunas, como el comunismo o el fascismo, son construcciones ambiciosas, que proponen una visión total del mundo. Otras son más modestas en su alcance. La teoría de la dependencia, la curva de Laffer popularizada por Ronald Reagan, la presunta superioridad de la cultura gerencial japonesa o la idea de que es inteligente invertir grandes sumas en compañías de Internet sin ingresos fueron conceptos populares, luego demolidos por la realidad.

Igualmente hay buenas ideas que, después de ganar cierta notoriedad, son ignoradas porque resultan políticamente onerosas. La crisis económica puso sobre la mesa la necesidad de dotar al mundo de una "nueva arquitectura financiera". Hoy la necesidad sigue en pie, pero la propuesta ha pasado de moda y ya no cuenta con el apoyo que tenía durante el clímax del pánico financiero.

Si bien el ciclo nacimiento, apogeo y descarte (algunas veces incluso resurrección) ha sido una constante histórica de las ideas que influyen sobre grandes decisiones, su duración se ha abreviado. Esta aceleración se traduce en la volatilidad de las políticas, en detrimento de la adopción de alternativas más sólidas y duraderas.

La creciente necesidad de respuestas para problemas tan nuevos como amenazantes aumenta la probabilidad de que malas ideas se transformen en decisiones. A los jefes de empresa se les exige más resultados y más rápido; los dirigentes políticos se enfrentan a electorados cada vez más impacientes, los funcionarios están obligados a improvisar respuestas a emergencias sin precedentes... Así, las "soluciones milagrosas" e instantáneas se imponen a buenas propuestas que tardan en dar frutos. Aunque tarde o temprano las malas ideas quedan en evidencia y son descartadas, algunas duran lo suficiente como para causar grandes daños. Y cabe el riesgo de que sean sustituidas por una nueva "buena" idea igualmente engañosa y efímera. Un círculo vicioso.

Esta volatilidad intelectual es amplificada por las nuevas tecnologías de la información. Si bien la rapidez y la comodidad con las que nos comunicamos facilitan el escrutinio y la crítica de ideas y propuestas, no es menos cierto que el volumen y la velocidad de la información que circula por estos canales superan nuestra capacidad de discernimiento, aprendizaje, ponderación y reacción. En medio de un flujo continuo de datos, es imposible discriminar el ruido de todo lo demás. Qué idea es válida y qué crítica es ilegítima, tendenciosa o errónea. En este caso, a menudo, más es menos: cuanto más debate, menos claridad. Tanta información aumenta los costes de averiguar a qué y a quién creer.

Como pasa con muchos problemas, la fragilidad intelectual de estos tiempos no tiene remedios simples. Es inevitable que nuestros dirigentes sigan siendo seducidos por imposturas intelectuales, con los consabidos resultados indeseables. Pero, como lo han demostrado tanto los ataques terroristas como la crisis financiera, el primer paso para ser menos vulnerables a los encantos de las malas ideas es reconocer nuestra preocupante propensión a adoptarlas. Es tan prioritario estar alerta a la creciente influencia de las malas ideas como a los terroristas suicidas o a las letales innovaciones financieras.

domingo, 3 de julho de 2011

Malthus, Marx o mercado - Moises Naim e a China

Malthus, Marx o mercado
MOISÉS NAÍM
El País, 03/07/2011

¿Llevará el crecimiento de la clase media en los países pobres a una catástrofe para el planeta?

Acabo de regresar de China. La velocidad de los cambios que allí ocurren no deja de sorprenderme. A pesar de que mi última visita no fue hace mucho, he percibido enormes transformaciones. Eso sucede cuando un país gigante crece al 10% al año. Visité China por primera vez en 1978, cuando apenas comenzaban sus reformas económicas. Recuerdo de ese viaje las grandes avenidas casi sin coches y llenas de una multitud en bicicleta, todos vestidos más o menos igual, verde olivo o azul. Hoy esas mismas avenidas están bordeadas de rascacielos con la arquitectura más audaz del mundo, están llenas de automóviles y de gente vestida de todos los colores y estilos. En mi primer viaje, la economía china era solo el 40% del tamaño de la Unión Soviética. Hoy es cuatro veces más grande.

El cambio fundamental es que millones de chinos han salido de la pobreza, formando una clase media que, si bien es mucho más pobre que la de Europa o EE UU, dispone por primera vez de medios para consumir más comida, medicinas o electricidad. Y esto no solo pasa en China: Turquía, Vietnam, Indonesia, Brasil, Colombia y en muchos otros países pobres la clase media viene creciendo.

¿Se transformará este gran éxito de la humanidad en una catástrofe para el planeta?

Hay tres maneras de responder a esta pregunta. La primera es la de Thomas Malthus, quien en 1798 explicó que, visto que la población crece a mayor velocidad que la producción de alimentos, inevitablemente las hambrunas, las enfermedades y las guerras "reequilibrarían" la situación. El Club de Roma patrocinó en 1972 la publicación del libro Los Límites al Crecimiento. Vaticinaba una catástrofe malthusiana alrededor de 2000 y pronosticaba que el petróleo se agotaría en 1992. Obviamente, Malthus y sus seguidores subestiman el impacto de las nuevas tecnologías. La revolución verde en la agricultura, por ejemplo, llevó a que en 20 años se duplicara la producción de cereales en los países pobres. En general, el mundo hoy produce más alimentos per cápita que nunca, y cada vez hay más tecnologías que permiten la explotación de recursos naturales antes inaccesibles.

Y esta es la segunda respuesta: el problema no es de producción, sino de distribución. Muy pocos consumen demasiado y demasiados consumen muy poco. Estados Unidos, por ejemplo, consume el 25% de la energía que se produce en el mundo anualmente, a pesar de que su población es solo el 4,6% del total mundial. Cada alemán gasta casi nueve veces más energía que cada indio, y 30 veces más que un bangladeshí. Desde esta perspectiva, Carlos Marx tiene razón: hay que obligar a que haya una distribución más igualitaria del consumo. Y eso lo tiene que hacer el Estado, casi seguramente por la fuerza.

La tercera manera de ver esto es a través de la óptica del mercado: los precios y los incentivos resolverán el problema. Si hay escasez subirán los precios, disminuirá el consumo y aumentarán los incentivos para ser más eficientes e inventar tecnologías para producir más a menor costo. Si el precio del petróleo sigue subiendo, el viento, el sol y el mar pueden competir con los hidrocarburos. Si el algodón sigue caro, más productores sembrarán algodón. Esto ha venido pasando, y los aumentos en producción y las maravillosas nuevas tecnologías lo confirman. El problema, sin embargo, es que los ajustes del mercado son brutales y no resuelven el problema de los consumidores, para quienes cualquier disminución en el consumo (obligada por el alza de precios) significa pasar hambre. Tampoco resuelve el problema de las fallas de mercado a nivel global: los océanos se deterioran a gran velocidad por su explotación indiscriminada. Y ya sabemos lo que está sucediendo con las emisiones de CO2 que calientan el planeta.

Ni Malthus, ni Marx ni los mercados nos dan respuestas adecuadas para las difíciles preguntas que plantea el explosivo crecimiento de China o la expansión de la clase media y el consumo a nivel mundial. Las respuestas tecnológicas estimuladas por el mercado pueden llegar tarde para evitar graves daños sociales y medioambientales. La exagerada intervención del Estado para corregir desigualdades asfixia la aparición de soluciones que solo los mercados pueden generar. Y si son desatendidas, las fallas de los mercados pueden hacer el planeta invivible.

Las ideologías rígidas no ayudarán a encontrar salidas. Hay que echar mano de todas las ideas, inventar otras nuevas y darle rienda suelta al pragmatismo y la experimentación. En el pasado, la humanidad halló soluciones para problemas sin precedentes. No hay por qué suponer que no las volverá a encontrar.

domingo, 1 de maio de 2011

O Brasil seria uma bolha? - Moises Naim

Atenção: ele não chamou o Brasil de bolha. Ele apenas se pergunta se, com toda essa euforia em torno do crescimento e da pujança (um pouco real, outro tanto propaganda) da economia e da incorporação de novas camadas sociais à famosa classe média -- que estaria desaparecendo, segundo alguns catastrofistas --, o Brasil não seria, na verdade, mais uma dessas tantas bolhas que encantam enquanto estão crescendo, coloridas e reluzentes, e que de repente, tilt, explodem e desaparecem de surpresa...
Paulo Roberto de Almeida

¿Es Brasil una burbuja?
MOISÉS NAÍM
El País, 01/05/2011

Este es el segundo tema que domina las conversaciones en Brasil. El primero, y mucho más popular, es la celebración de sus enormes éxitos: los millones de pobres que han dejado de serlo, la impresionante pujanza de sus empresas, las enormes oportunidades y la mayor prosperidad. Si bien los problemas aún son grandes (miseria, crimen, corrupción, desigualdad), el optimismo también lo es. Los brasileños, siempre alegres, están ahora más contentos que nunca. Y con mucha razón. Las cosas van muy bien. Y eso lleva a la segunda conversación obligada: ¿cuánto durará la fiesta? ¿Cómo -quién- nos puede descarrilar este raudo tren hacia la prosperidad?, se preguntan. Paradójicamente, los motivos del éxito también son la fuente de las ansiedades. En los últimos cinco años, el crédito ha crecido hasta alcanzar el 45% del tamaño de la economía. Así, los brasileños han encontrado quien les preste para comprar casas, motocicletas, refrigeradores y todo lo demás -muchos por primera vez-. Y no les ha importado que las tasas de interés de esos préstamos sean las segundas más altas del mundo o que las familias brasileñas deban hoy dedicar un 20% de sus ingresos a pagar sus deudas.

Este auge del crédito y el consumo obedece, en parte, a los millones de nuevos empleos y los mejores salarios generados por la expansión económica. Mientras las economías más ricas cayeron un 2,7% durante la crisis de 2008-2009, Brasil creció al 5%, y el año pasado lo hizo al 7,5%. El paro se ha reducido a los niveles más bajos en décadas y en muchos sectores las empresas no consiguen los trabajadores que necesitan. Los altos precios internacionales de los minerales y productos agrícolas, que Brasil exporta en grandes cantidades, contribuyen a esta expansión.

Los inversionistas internacionales también están eufóricos con Brasil. La inversión extranjera directa creció un 90% el año pasado. La avalancha de fondos foráneos que está cayendo sobre Brasil, atraídos por sus altas tasas de interés, está obligando al Gobierno a considerar la posibilidad de imponer límites más estrictos al capital especulativo. Los flujos de capital extranjero y los ingresos por exportaciones han llenado las arcas brasileñas con divisas de otros países, lo cual ha encarecido el valor de su moneda. El tipo de cambio ajustado a la inflación es hoy un 47% más caro de lo que fue su promedio en la última década. El real es la moneda más sobrevalorada del mundo.

Inevitablemente, la combinación de una moneda cara, la euforia de los inversionistas extranjeros, el aumento del consumo y los cuellos de botella que existen para satisfacer una demanda que crece aceleradamente hace que todo sea más caro. Brasil, que sigue siendo una nación muy pobre, es actualmente uno de los países más caros del planeta. El precio de la vivienda en Río de Janeiro y São Paulo casi se ha duplicado desde 2008. Alquilar oficinas en Río es hoy más costoso que hacerlo en Nueva York, y los salarios de los ejecutivos en São Paulo son mayores que en Londres o Manhattan. Y la inflación para todos está subiendo hasta el punto de que la presidenta, Dilma Rousseff, ha declarado que es su principal preocupación. No hay duda de que la economía esta sobrecalentada.

Pero ¿es Brasil una burbuja financiera? No. El progreso de Brasil y su potencial no son una ilusión. Se basan en logros concretos y fortalezas reales. Pero la economía brasileña sí tiene aspectos insostenibles. La expansión del crédito y el crecimiento del gasto público no pueden seguir al ritmo actual. Hay muchas reformas estructurales importantes que el expresidente Lula da Silva pospuso -Brasil tiene algunos de los jubilados más jóvenes del mundo, por ejemplo-. El Gobierno chino invierte anualmente en infraestructura (vías, aeropuertos, hospitales, etcétera) un monto equivalente al 12% de su economía. Brasil, tan solo el 1,5%. Esto explica, en parte, por qué la economía brasileña se "recalienta" a pesar de que este año solo crece al 4,5%. ¿Qué pasaría si creciera al 10% varios años seguidos? Su decrépita infraestructura no lo permitiría.

En estos momentos la prioridad es estabilizar la economía. Esto implica tomar medidas políticamente impopulares: desacelerar el consumo, por ejemplo. Y otras. O la presidenta Dilma Rousseff le baja el volumen a la fiesta y lo hace ahora de una manera controlada, o los mercados "se lo harán" de una manera descontrolada y socialmente más dolorosa. La euforia y la complacencia son las enemigas más amenazantes para el exitoso Brasil de hoy.

quinta-feira, 27 de janeiro de 2011

Five Myths About Davos - Moises Naim

Five Myths About Davos
Moisés Naím
THE WASHINGTON POST, JANUARY 25, 2011

Every year, thousands of the world's most influential people descend upon Switzerland in late January for five days of debating, networking, fine eating and a little skiing, too. The gathering, called the World Economic Forum, has grown enormously popular over the decades - and has gained a steady chorus of detractors as well. In truth, the meeting is neither as exclusive or conspiratorial as its critics claim, nor as world-transforming as its boosters imagine. The following myths are just a few of the misconceptions that have sprung up around the singular institution known the world over simply as "Davos."

1. Davos is a convention for the world's plutocrats.

Not really. While chief executives of the world's top companies are the largest single group attending the World Economic Forum, over the years they've been joined by religious leaders, scientists, politicians, artists, academics, social activists, journalists and heads of nongovernmental organizations from across the globe. These newer participants account for about half of those who go to Davos. You're just as likely to run into Umberto Eco, Bono or Nadine Gordimer as Bill Gates, George Soros or PepsiCo chief executive Indra Nooyi.

Such diversity was not always a Davos trait. Founded in 1971 by German business professor Klaus Schwab, the gathering was initially dubbed the European Management Forum and catered to European executives worried about U.S. competitors. But over time, Schwab broadened the scope and participation, and since the 1990s, panels on poverty, climate change and military conflict have been as common as ones on business and management.

Of course, the dirty little secret of Davos is that the sessions in the formal program - with grand names such as "Engineering a Cooler Planet" and "Constructing the Ephemeral: Light in the Public Realm" - are not the main draw. It's all about networking. Casual hallway conversations and informal coffees with international bigwigs account for much of the forum's continuing ability to attract extremely busy people to a cold, inconvenient spot in the Swiss Alps.

2. Big, world-changing decisions are made at Davos.

When billionaires and politicians huddle in a remote location surrounded by armed guards, it's hardly surprising that conspiracy theorists imagine that this small clique is running the world, protecting its privileges and concocting decisions that will transform all our lives. And the forum itself is keen to show that its meetings matter; its oft-stated mission, emblazoned on tote bags and brochures, is "committed to improving the state of the world."

So, what happens at Davos? Forum boosters point to significant moments, such as when Turkey and Greece signed a declaration in 1988 dispelling the risk of war; or the unprecedented meeting a year later of representatives from North and South Korea; or the encounter, also in 1989, between East German Prime Minister Hans Modrow and West German Chancellor Helmut Kohl to discuss reunification. It was also in Davos in 1992 that Nelson Mandela and South African President F.W. de Klerk first appeared together at an international gathering.

But, however fun it is to speculate, it is hard to assess which critical political decisions or business deals emerge from Davos - or how often they would have happened elsewhere regardless. My impression, based on two decades worth of Davos meetings, is that heads of state don't attend to negotiate deals. Rather, they use Davos as a platform to burnish their internationalist credentials, to impress audiences back home - or simply to hang out with their friends.

3. Davos is the high temple of stateless, free-market capitalism.

The late Harvard professor Samuel Huntington coined the term "Davos Man" in 2004 to criticize members of a global elite who "have little need for national loyalty, view national boundaries as obstacles that thankfully are vanishing, and see national governments as residues from the past whose only useful function is to facilitate the elite's global operations."

Huntington (who often attended Davos) was correctly describing a strand of thought common among many business leaders, at Davos and elsewhere. But the "Davos Man" characterization feels dated today. Executives from India and China - countries where the state plays a more dominant role in economic affairs - have been going to Davos in increasing numbers in recent years and might frown on the idea that national loyalties and governments are losing importance. Similarly, non-business attendees take the stage at the forum to offer critiques of free markets that are as damning as they are eloquent. Economic nationalism is alive and well - even in Davos.

4. Davos tells us where the global economy is headed.

The experts convened at Davos did not see the coming collapse of the Soviet Union. They failed to predict the Latin American, Russian and Asian financial crises of the 1990s, or the bursting of the tech bubble at the end of that decade. They didn't forecast the Great Recession. In other words, as far as experts go, they are fairly normal.

Why would we assume that if credit-rating agencies, banks, governments, think tanks, academics, intelligence agencies, pundits and the entire economic forecasting profession failed to anticipate these crashes, the people meeting at Davos would do a better job of warning the world? After all, the Davos crowd includes most of these experts. The mood in Davos does not drive the elite consensus, but merely reflects it.

5. Davos is losing its appeal.

Davos has gotten too large. Too packed with celebrities. Too lacking in substance.

These frequent criticisms are one reason that other gatherings for world leaders have proliferated. For example, the Clinton Global Initiative, launched in 2005 by former president Bill Clinton, was reportedly born out of his frustration at conferences that were more talk than action. CGI participants are expected not just to discuss problems such as pandemics or Haiti's earthquake tragedy but to make concrete commitments to address them. The TED talks - a small conference started in 1984 to discuss technology, entertainment and design - have developed large international audiences that follow them live online. The Wall Street Journal, Atlantic Monthly and other publications have launched similar events. And a coalition of left-leaning activist organizations, political groups and NGOs from around the world have formed an annual World Social Forum, also scheduled early in the year and billing itself as the anti-Davos.

Yet, despite the critics and competitors, there is no evidence that Davos has lost its allure. Like every other year, in 2010 more than 30 heads of state showed up, as did more than 50 top officials of multilateral agencies, chiefs of the world's most significant nongovernmental organizations, editors and columnists for leading publications, hundreds of experts from academia and think tanks, many Nobel Prize winners, and leaders in other fields. Plus, of course, the chief executives of 1,400 of the planet's largest companies.

I imagine that this year, for better or worse, the numbers will be similar - as will the criticisms.

domingo, 14 de novembro de 2010

Uma alianca entre o Brasil e os EUA?: proposta de Moises Naim...

Um otimista incurável, claro. Ele tem razão quanto ao fundo, embora quanto à forma muita coisa poderia ser dita.
Na verdade, os establishmentos políticos e diplomáticos, nos dois países, são muito conservadores, de certo modo até reacionários, para considerar as propostas revolucionárias de Naim, sem mencionar o potencial protecionista em ambos os países.
Não creio que os conservadores-reacionários que estão no poder nos dois países empreendam a política que ele propõe. Mas que seria interessante, isso seria.
Só não sei se seria factível, inclusive por razões objetivas, que tem pouco a ver com o conservadorismo de lado a lado...
Paulo Roberto de Almeida
 

Dilma y Barack: una pareja irresistible

MOISÉS NAÍM
El País, 14/11/2010

Una sólida alianza de Brasil y EE UU puede transformar toda la región
 
En junio de 2003, el nuevo presidente de Brasil viajó a Washington para conocer a George W. Bush. La víspera de esa reunión, publiqué una columna en el Financial Times donde exhortaba a Bush a ser tan audaz con Brasil como lo estaba siendo con Irak. Solo que, en el caso de Brasil, le pedía que en vez de buscar un cambio de régimen, hiciese todo lo posible por apuntalar al Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva. Le proponía a Bush que hiciera a Lula una oferta que este no pudiese rehusar: un amplio y generoso acuerdo comercial, un sólido respaldo a los programas sociales que el brasileño había prometido en su campaña, y que dejara claro a los mercados financieros internacionales (que en esos momentos aún veían a Lula con suspicacia) que la Casa Blanca sí creía en el ex líder sindical y que le daría su irrestricto apoyo. Ese pacto entre los dos gigantes del continente, escribía yo entonces, podía transformar de manera muy profunda no solo Brasil, sino toda la región. Si ambos países se comprometían a reducir sus restricciones al comercio internacional y a defender juntos la democracia en el continente, e invitaban a los vecinos a unirse a esa alianza, desencadenarían una positiva revolución económica y política en el hemisferio. Para el resto de los países, quedar excluido de un acuerdo de esta magnitud impondría costes prohibitivos.

En aquella columna también reconocía que era muy fácil burlarse de mi propuesta... y de mi ingenuidad.
Esa primera reunión entre Lula y Bush fue muy exitosa y el conservador estadounidense y el laborista brasileño sorprendieron al mundo con su muy cordial relación inicial. Pero no pasó nada más. No hubo ningún interés de la Casa Blanca en hacerle propuestas concretas a Brasil. Y afortunadamente, Lula no necesitó de Washington para impulsar el enorme progreso que registró su país durante su presidencia. Pero siete años más tarde, mi idea sigue siendo válida.
Una alianza sólida de Brasil y Estados Unidos puede ser una de las innovaciones geopolíticas más importantes de estos tiempos. Y quizá la más viable. No se trata de que los soldados brasileños vayan a morir en las arbitrarias guerras de los estadounidenses, o de que Brasilia se supedite a los dictados de Washington. Esos tiempos ya pasaron y Estados Unidos ni siquiera cuenta ahora con el apoyo incondicional de aliados tradicionales, como los ingleses o los canadienses. Se trata de llegar a una serie de acuerdos -muy posibles- sobre temas esenciales para ambos países y para el resto del mundo: de las relaciones comerciales al cambio climático, de las reformas de las finanzas y el comercio internacional a la proliferación nuclear o la manera en la que el mundo manejará las inevitables dislocaciones producidas por el creciente poder económico y político de China, India y, por supuesto, Brasil. Es obvio que ambos países deberán hacer concesiones y que a la superpotencia del norte y al gigante del sur no les será fácil aceptar algunas de las condiciones del otro. Pero de eso se trata. De entender que estos compromisos son un precio que vale la pena pagar por forjar una alianza que puede tener un enorme impacto positivo.
Mi propuesta, entonces, es que Dilma Rousseff, la próxima presidenta de Brasil, haga a Barack Obama una oferta tan atractiva que este no se pueda darse el lujo de rechazarla. Por muchas razones, Obama va a ser mucho más receptivo a esta oportunidad de hacer historia que su predecesor. Para los brasileños esto supone un cambio difícil: dejar de creer que lo que le conviene a los Estados Unidos es malo para Brasil. A veces es así, y los intereses de uno chocan con los del otro. Pero en muchos otros casos no. De hecho, los temas donde hay intereses comunes son más numerosos e importantes que aquellos en los que hay, y seguirá habiendo, diferencias irreconciliables.
Conozco bien la lista de las objeciones y obstáculos a esta propuesta. Y sé que sigue siendo una ingenuidad. Pero no es mal ejercicio que la próxima presidenta de Brasil piense con audacia en cómo revolucionar la relación de su país con EE UU. El potencial de bienestar y progreso que se desencadenaría si esta ingenuidad se transforma en una realidad es demasiado grande como para que Rousseff ni siquiera la imagine y la explore. El escepticismo a veces puede ser mucho más oneroso y cegador que la ingenuidad.
mnaim@elpais.es

domingo, 4 de julho de 2010

Moises Naim virou keynesiano?

Ou é apenas pragmático?
Creio que ele sempre tenta épater, ou seja, surprender os leitores, pois não acredito que pretenda que a Alemanha se comporte de maneira irresponsável com os seus próprios cidadãos e contra o equilíbrio das suas contas públicas.
Por vezes, um pouco de realismo orçamentário, quaisquer que sejam os sofrimentos impostos aos cidadãos no momento, é a melhor maneira de não deixar uma herança pesada para as gerações futuras.
Mas, entendo que Naím esteja querendo apenas assegurar uma transição tranquila para o crescimento da Europa.
Não podemos esquecer que a China apenas seguiu o seu interesse próprio, sem deixar de atentar para sua posição atual na economia mundial, mas entre os dois, não se pode duvidar do que seria mais importante para os líderes chineses...
Paulo Roberto de Almeida

Alemania, 0; China, 1
MOISÉS NAÍM
El País, 04/07/2010

¿Quién se ha comportado mejor durante esta crisis económica: Angela Merkel, la canciller de Alemania, o Hu Jintao, el presidente de China? El chino.

Sé que esta afirmación resultará sorprendente. Nos hemos acostumbrado a oír que, debido a sus bajos sueldos, China presiona a la baja los salarios de sus competidores e incluso contribuye al desempleo en el resto del mundo. China también es acusada de mantener artificialmente bajo el valor de su moneda, lo que abarata aún más sus exportaciones y encarece el costo de los productos que importa. También sabemos de su autoritarismo, sus violaciones a los derechos humanos, sus constantes robos a la propiedad intelectual, su amistad con cualquier tirano dispuesto a darle acceso a materias primas, y que regímenes espantosos como los de Corea del Norte y Myanmar o los genocidas de Darfur cuentan con su apoyo.

¿En qué cabeza cabe, entonces, la defensa del Gobierno chino? He sido un duro y permanente crítico de las prácticas represivas de Pekín. Y lo sigo siendo. Pero debo reconocer que, en esta crisis, la República Popular China ha sido un actor global serio, responsable y competente. Y que Alemania lo ha sido mucho menos. Por eso hoy Hu Jintao merece loas y Angela Merkel reproches.

Millones de personas en el mundo conservan su trabajo gracias a las políticas económicas de China. Y otros varios millones en Europa y otras partes no consiguen trabajo debido a las políticas económicas de Alemania. Mientras China contribuye a generar actividad económica en otras regiones, la inacción alemana irradia presiones que la contraen.

China se ha transformado en el gran motor de la economía mundial. Cuando la segunda economía más grande del mundo crece al 10% anual levanta a muchos otros países. Gracias a China, por ejemplo, la crisis no tuvo peores consecuencias para América Latina y el resto de Asia. La economía mundial crece al 4% y China por sí sola genera el 1% de este crecimiento. En otras palabras, le debemos a China el 25% de la tasa de expansión económica del mundo.

Hu Jintao y su Gobierno reaccionaron ante la crisis con rapidez y efectividad. En 2009 aprobaron un gigantesco estímulo fiscal de 568.000 millones de dólares. Cuando vieron que en 2010 la economía mundial seguía anémica, pisaron el acelerador y aumentaron el crédito. La expansión monetaria creció un extraordinario 30% en solo dos años. Pero Pekín no solo tomó decisiones acertadas; también evitó caer en peligrosas tentaciones. En el peor momento de la crisis, en 2008, Rusia propuso a los chinos que ambos vendieran de manera coordinada y masiva su cartera de bonos de Fannie Mae y Freddie Mac, los dos gigantescos entes financieros estadounidenses. Los chinos se negaron. De haber caído en esa tentación, la crisis para el mundo hubiese sido mucho más grave.

Entretanto, en Berlín... Negación, austeridad, prudencia, confusión, lentitud y obsesión por las encuestas y la política doméstica. Alemania tiene las reservas y la fortaleza económica para ayudar a que sus vecinos salgan de su estancamiento. Pero Angela Merkel no las quiere usar. La audacia y seguridad de Hu contrastan con la cautela de Merkel. Él decide, ella duda. Y mientras, una gran parte de Europa sigue parada.

Sabemos que la conducta de las naciones no está motivada por el altruismo, sino por sus intereses. Las decisiones de Hu Jintao son tan nacionalistas como las de Angela Merkel. Pero mientras que el líder chino entendió que el bienestar de su país depende de lo que le pasa al resto del mundo, la canciller alemana parece creer que es posible aislar a su país de la catástrofe económica de sus vecinos. Es una gran ironía que la salud de la economía capitalista globalizada esté dependiendo tan críticamente de Hu Jintao, quien en 2004 aún exhortaba al Partido Comunista chino a "defender las grandes banderas del marxismo".

domingo, 20 de junho de 2010

Colombia, un milagro - Moises Naim

Envidiando a Colombia
MOISÉS NAÍM
El País, 20/06/2010

No es solo la economía. El país también ha tenido milagrosos cambios en cuanto a la seguridad

Hoy, mientras los colombianos eligen democráticamente a su próximo presidente, millones de sus vecinos los estarán envidiando. Y con razón.
Envidiarán, por ejemplo, a un país donde un presidente con enorme apoyo popular y obvias ganas de seguir gobernando acepta abandonar el poder e irse a su casa al final del periodo porque así lo decidió un tribunal. Esto es inimaginable en varios países de América Latina, donde los jueces son propiedad del presidente. También envidiarán una contienda electoral en la cual todos los candidatos tienen credenciales serias, larga experiencia, propuestas válidas y la voluntad de no imitar el populismo tan de moda en la región.

Colombia no solo suscita envidia por su democracia. Los milagros también dan envidia. Y en estos últimos años Colombia ha vivido varios milagros.

Quizás el menos reconocido internacionalmente es su progreso económico. En 2002, cuando Álvaro Uribe comenzó su presidencia, Colombia solo exportaba 5.330 millones de euros en productos que no son tradicionales como el petróleo o el café. El año pasado, las exportaciones de estos otros productos alcanzaron 12.100 millones de euros, a pesar de la recesión mundial y del bloqueo comercial que le impuso Venezuela. Durante la presidencia de Uribe, la economía colombiana se expandió todos los años, creando así casi tres millones de nuevos puestos de trabajo. La inversión privada, tanto nacional como extranjera, aumentó sustancialmente y la inflación cayó del 7% en 2002 a un insignificante 2% en 2009.

Para poner estas cifras en contexto, la comparación con lo que le sucedió a Venezuela en ese mismo lapso es tan odiosa como reveladora: el desabastecimiento y la carestía son habituales, la destrucción de empleos en el sector privado ha sido masiva, su inflación es la más alta del mundo, la economía se contrajo en un 3,3% en 2009 y un 5,8% en lo que va de año, y es la de peor desempeño de toda América. Todo esto a pesar de que, durante la década en que ha gobernado Hugo Chávez, Venezuela ha disfrutado de los mayores ingresos petroleros de su historia; ingresos que además se vieron acrecentados con préstamos internacionales que ahora le imponen al país una deuda externa cuatro veces más grande de lo que era en 1999.

Aunque fuese solo por esto, la envidia de los venezolanos por Colombia estaría más que justificada. Pero no es solo la economía. Colombia también ha experimentado milagrosas transformaciones en cuanto a la seguridad de sus ciudadanos. Bogotá, Medellín o Cali solían ser sinónimo de asesinatos, secuestros y crimen generalizado. Hoy día ese trágico reconocimiento le toca a Caracas y a algunas ciudades de México y Centroamérica.

Y luego están las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), esos sanguinarios mercenarios que, disfrazados de luchadores sociales, han sobrevivido gracias al narcotráfico y el secuestro. Esta cruel guerrilla ha aterrorizado durante décadas a los colombianos, sobre todo a los más pobres y vulnerables. Durante mucho tiempo, profesores, políticos y periodistas nos explicaron que el dinero de la droga, la inhóspita selva colombiana, la debilidad del Ejército y de la policía, la venalidad de los políticos y la pobreza del país hacían de las FARC una maldición con la cual los colombianos tendrían que vivir para siempre. Se equivocaron.

En la prensa internacional hoy leemos titulares como este: "La guerrilla ya no es el gran problema de Colombia". Más aún, los medios informan de que las FARC están disminuidas, desmoralizadas, aisladas y sin la influencia que solían tener. Las FARC ya no aterrorizan a los colombianos, y si esto no es un milagro, se le parece mucho.

Obviamente, Colombia no es un paraíso. Casi la mitad de los colombianos siguen siendo inmensamente pobres, y la desigualdad económica, las injusticias sociales, la violencia, la corrupción y el narcotráfico siguen siendo realidades cotidianas. Pero menos que antes. Este no es un dato menor en un continente donde el progreso es tan infrecuente que, cuando ocurre, parece un milagro.

Los avances experimentados por Colombia durante la presidencia de Álvaro Uribe son innegables. Y sus éxitos no solo provocan envidia, sino que también sirven de ejemplo y de esperanza para otros países que siguen empantanados en el autoritarismo y el mal gobierno. Los colombianos le han demostrado al mundo que los pueblos pueden revertir tendencias y evitar destinos inaceptables. Por eso, un día como hoy se pueden sentir orgullosos y admirados. Y envidiados.

domingo, 9 de maio de 2010

Lula é criticado por Moises Naim - El Pais (Madrid)

Lula: lo bueno, lo malo y lo feo
MOISÉS NAÍM
El País, 09/05/2010

La revista Time acaba de incluir a Luiz Inácio Lula da Silva entre las personas más influyentes del planeta. Ciertamente las actuaciones del presidente de Brasil han afectado la vida de millones de personas y, en el caso de sus compatriotas, muy positivamente. Pero Lula no sólo merece aplausos y admiración. También hay aspectos de su conducta que son vergonzosos. Veamos.

- Lo bueno. Diez millones de brasileños se incorporaron a la clase media entre 2004 y 2008. La pobreza cayó del 46% de la población en 1990 al 26% en 2008. La desigualdad en la distribución del ingreso ha disminuido. La hiperinflación es una pesadilla que ya nadie recuerda. La deuda externa está en un envidiable 4% del PIB. Las exportaciones se multiplicaron por cinco en sólo veinte años. Y por si fuera poco, en la próxima década Brasil podría llegar a ser una importante potencia petrolera.

Gracias a su éxito y a su tamaño, Brasil es ahora una presencia indispensable en las negociaciones internacionales sobre clima, energía, comercio, finanzas, desarrollo, proliferación nuclear y demás retos que confrontan al mundo. Así, Lula ha hecho obsoleto el mal chiste según el cual Brasil era el país del futuro y seguiría siéndolo para siempre. Brasil ya ha alcanzado mucho de su potencial y no hay duda de que Lula merece un enorme reconocimiento por estos éxitos.

- Lo malo. Lula es poco generoso. Debería compartir el crédito por los logros de su país con Fernando Henrique Cardoso, su predecesor en la presidencia. Lula heredó una economía reformada, políticas sociales de vanguardia y una base muy sólida para continuar profundizando la liberalización y desregulación económica que explican el actual éxito de Brasil. El gran mérito de Lula es haber mantenido, ampliado y defendido estas políticas, que contrastan con las posiciones ideológicas que mantuvo durante años. Lula lideró la oposición a las reformas que hoy le ganan el aplauso del mundo. Mientras en las cumbres revolucionarias con los Chávez, Castros y Ortegas del mundo Lula comparte con entusiasmo las loas al socialismo, en sus decisiones en Brasil éste brilla por su ausencia. Lula ha sido de los presidentes más pro-mercado y pro-sector privado e inversión extranjera que ha tenido Brasil. Él suele decir que sus políticas económicas de mercado sirven para construir las bases para el socialismo. Pocos le creen. Y es fácil suponer que uno de los que no se lo cree es el propio Lula.

Lamentablemente, el presidente brasileño tampoco ha podido impedir que en sus círculos más cercanos florezca la corrupción que invade los gobiernos de América Latina. Decir que esto es lo usual es tan correcto como reconocer que la lucha contra la corrupción nunca ha sido una prioridad para Lula.

- Lo feo. Lula da Silva ha sido muy bueno para los brasileños y muy malo para millones de sus vecinos. Los déspotas que tienen la suerte de ser amigos del presidente brasileño y que están arruinando sus países, mientras Brasil progresa, saben que cuentan tanto con el estridente apoyo como con el silencio cómplice de Lula. Su incondicional respaldo público les aporta una valiosísima legitimidad internacional que les sirve para actuar con aún mayor impunidad dentro de sus países. Sería ingenuo esperar que Lula sea el gendarme de la democracia y los derechos humanos en la región. Pero no debería ser ingenuo esperar que quienes violan reiteradamente los derechos básicos de sus pueblos sepan que no cuentan con el tolerante silencio de Lula y su fraternal abrazo en las cumbres presidenciales. ¿No sería maravilloso que quienes son encarcelados por luchar por la democracia en otros países sepan que Lula es su aliado, y no el de sus carceleros?

La lista de las contradicciones, inconsistencias y ejemplos de la doble moral de Lula es triste y larga. Y no pasa semana sin que crezca. La última adición ha sido la de obligar a que fuese excluido de la cumbre presidencial de la Unión Europea y América Latina el nuevo presidente de Honduras, Porfirio Lobo. Según Brasil, Lobo -quien ganó las elecciones sin las trampas, comunes en la región, de Hugo Chávez y Daniel Ortega- no tiene las suficientes credenciales democráticas para estar en esa reunión. Esto viene del mismo presidente que explicó al mundo que Mahmud Ahmadineyad ganó las elecciones en su país limpiamente y que los miles de iraníes que protestaron en las calles se estaban portando como los díscolos hinchas de un equipo de fútbol después de que su equipo pierde. Al mismo tiempo que Lula decía esto, Ahmadineyad ordenaba la pena de muerte para algunos de los manifestantes. Feo, ¿no?

Por todo esto Lula pasará a la historia como un muy buen presidente para su pueblo y un muy mal vecino para los amantes de la libertad.