O que é este blog?

Este blog trata basicamente de ideias, se possível inteligentes, para pessoas inteligentes. Ele também se ocupa de ideias aplicadas à política, em especial à política econômica. Ele constitui uma tentativa de manter um pensamento crítico e independente sobre livros, sobre questões culturais em geral, focando numa discussão bem informada sobre temas de relações internacionais e de política externa do Brasil. Para meus livros e ensaios ver o website: www.pralmeida.org. Para a maior parte de meus textos, ver minha página na plataforma Academia.edu, link: https://itamaraty.academia.edu/PauloRobertodeAlmeida;

Meu Twitter: https://twitter.com/PauloAlmeida53

Facebook: https://www.facebook.com/paulobooks

quinta-feira, 26 de novembro de 2015

Argentina: Cambio de Rumbo - Carlos Malamud (InfoLatam)

Mudança de rumo, de itinerário, de políticas é o que a Argentina mais precisa. O Brasil também aliás; virá, no momento certo: o atual governo está ficando sem líderes, pois metade está na cadeia, e a outra metade também vai estar.
Como diz un velho tango argentino "Una sombra pronto serás!"
Paulo Roberto de Almeida 

Cambio de Rumbo en Argentina 

InfoLatam, Madrid, 23 noviembre 2015  
Por CARLOS MALAMUD

(Infolatam).- Una vez que el escrutinio hubo prácticamente acabado la realidad se terminó imponiendo en Argentina. Esto ocurrió tanto en las filas del presidente electo, Mauricio Macri, como en las del candidato derrotado, Daniel Scioli, y de la principal artífice de la derrota, la presidente en funciones Cristina Fernández. Si bien desde mucho antes de ese momento todos los actores sabían que se había producido un giro histórico, se desconocía con exactitud la magnitud del triunfo de la coalición “Cambiemos”.

Después de que los primeros asumieron que las diferencias se reducían a menos de tres puntos, de los siete u ocho que aparecieron al inicio del conteo o de los 10 de los que hablaban las encuestas a pie de urna, la euforia desbordante dio paso a la constatación de la ingente tarea que comienza y de las grandes dificultades que asoman por el horizonte. Pese a ello siguió primando la alegría por todo lo que se había conseguido.

En el peronismo, apagados los focos y con posterioridad a que los principales protagonistas se hubieran retirado de la escena, la imagen de hecatombe se reemplazó por otra de gravedad ante una coyuntura desfavorable, pero sabedores de que algunos platos habían sido salvados. El ejemplo más evidente fue el de la provincia de Buenos Aires, que finalmente otorgó una pequeña satisfacción a Scioli y los suyos, especialmente visible en el Gran Buenos Aires. Sin embargo, entre bambalinas comenzaron los conciliábulos, las conspiraciones y los pedidos de rendición de cuentas en un peronismo golpeado pero no hundido.

Triunfo sí, paliza no. Esto gravitará sin duda en el futuro inmediato de la política argentina, especialmente si tenemos en cuenta que el nuevo gobierno no tendrá mayoría parlamentaria, algo especialmente visible en el Senado. Esto también incidirá en lo que ocurra puertas adentro del peronismo, donde suena irremediable una renovación. En líneas generales se puede decir que asistiremos al declive del Frente para la Victoria, la marca kirchnerista por excelencia, y a un resurgir de los conceptos más tradicionales de peronismo y justicialismo.

“Nueva etapa”, “cambio de rumbo”, “triunfo histórico”: son algunos de los titulares más repetidos de la noche electoral. En relación a ellos se especula con el futuro político de Fernández y de sus ansias de retorno en 2019, en medio de un fracaso estrepitoso del gobierno de Macri. Sus posibilidades dependerán de varias cuestiones, fundamentalmente tres. En primer lugar de la validez de su premisa central, el hundimiento a corto plazo de un Macri duramente golpeado por serias dificultades económicas, algo que sólo el tiempo demostrará.

Segundo, la supervivencia en condiciones mínimas de funcionamiento de las estructuras organizativas que han apoyado su gestión y encuadrado a la militancia, como La Cámpora y otros movimientos similares. Lejos del poder, de los cargos y del acceso fácil a fondos públicos con los cuales pagar sus aventuras, la misión liberadora a la que habían sido convocados será más complicada. Y finalmente, pero sumamente importante, la profundidad de la catarsis que realice el peronismo y los nuevos rostros de una renovación que muchos presienten como necesaria. De ahí la duda de cuál será el lugar que le corresponda a Cristina Fernández en un peronismo renovado.

Más allá de las dificultades que emergen con fuerza, el nuevo gobierno puede exhibir algunas fortalezas, comenzando por las escasas hipotecas que debió firmar en su camino triunfal. La alianza con los radicales y la Coalición Cívica de Lilita Carrió no supone un serio peaje y la distancia con empresarios y sindicatos puede ser un obstáculo, pero también una ventaja. También hay que tener presente el control territorial de cuatro de los cinco distritos territoriales más importantes del país, entre ellos la Ciudad y la Provincia de Buenos Aires.

La agenda del presidente electo es impresionante. Durante los menos de 20 días que dure la transición deberá nombrar a su gabinete, tomar conciencia de la magnitud de la herencia que reciba, especialmente en materia económica, y fijar las prioridades de las medidas a tomar en las primeras semanas de su mandato. La ventana de oportunidad no es demasiado grande, especialmente para la puesta en marcha del necesario ajuste por venir. La temida devaluación será un hecho, pero de la forma en que se negocie con los principales agentes económicos dependerán sus mayores o menores repercusiones sobre el conjunto de la economía.

La política exterior será otro de los frentes que desde el resto del mundo se siga con mayor atención. Aquí ni siquiera habrá tiempo de asumir. Los desafíos de recomponer relaciones con los viejos y tradicionales aliados, algo olvidados en los últimos tiempos, se combinan con la manera en que se tomará distancia de algunas amistades particulares (Venezuela, Irán y Rusia). Las elecciones venezolanas del 6 de diciembre serán un test para valorar hasta dónde está dispuesto a llegar el nuevo gobierno.

PRO (Propuesta Republicana), el partido de Mauricio Macri, es un producto directo de la debacle de 2001 y del “qué se vayan todos”. Su llegada al poder ha facilitado un profundo cambio generacional y la llegada de una nueva forma de hacer política, donde los adjetivos tradicionales, como izquierda o derecha, progresista, liberal o conservador, sirven de poco. De ahí la insatisfacción con el modo en que buena parte de la prensa internacional, con un claro intento simplificador, describe a Macri: un presidente liberal o conservador.

Un cambio de rumbo se ha impuesto en Argentina. El kirchnerismo como lo hemos conocido está próximo a su desaparición y es de esperar que con él también se acabe el sectarismo dominante en el país en la última década. El voto mayoritario de los argentinos fue por el cambio. Un cambio que Mauricio Macri y su núcleo supieron valorar correctamente y un cambio que ni Daniel Scioli ni Cristina Fernández, padre y madre de la derrota, fueron capaces de interpretar.

A economia mundial em transformacao de 1890 a 1945, entrevista PRAlmeida, em Scielo em Perspectiva

A economia internacional, da Belle Époque a Bretton Woods

Daniel Costa Gomes, mestrando em Relações Internacionais pela Universidade de Brasília, é membro da equipe editorial da Revista Brasileira de Política Internacional – RBPI, Brasília, DF, Brasil
rbpiEntre o final do século XIX e a metade do século XX, a economia mundial foi estruturalmente modificada. O modelo capitalista consolidou-se e, posteriormente, evoluiu, ganhando feições modernas e fundando a sociedade de consumo de massa. As inovações tecnológicas, que chegavam a literalmente assustar, e as inovações organizacionais resultaram em um aumento inédito (e inimaginável) da produtividade. O padrão ouro, pilar da estabilidade da ordem econômica mundial do século XIX, foi definitivamente abandonado, o que produziu grande volatilidade e insegurança. Em 1944, no entanto, surgiu o sistema Bretton Woods, em reação àquela instabilidade estrutural. Assim, foram estabelecidas instituições que, até hoje, ajudam a moldar a ordem financeiro-comercial: o Fundo Monetário Internacional, o Banco Mundial e o Acordo Geral de Tarifa e Comércio (GATT, na sigla em inglês). Por fim, nesse período, os Estado Unidos se consolidaram como a maior economia do planeta, rompendo com séculos de predomínio europeu. Paradoxalmente, no entanto, muitas características da ordem econômica mundial não se alteraram.
Essas e outras mudanças e contradições são analisadas no artigo Transformações da ordem econômica mundial, do final do século 19 à Segunda Guerra Mundial, publicado na mais recente edição da Revista Brasileira de Relações Internacionais. O diplomata Paulo Roberto de Almeira, autor do artigo, concedeu entrevista a Daniel Costa Gomes, membro da equipe editorial da RBPI e mesurando em Relações Internacionais na Universidade de Brasília – UnB.
1. Como apontado no artigo, o liberalismo clássico não existe mais desde a década de 1930. O Estado ganhou papel mais ativo na sociedade, e as relações sociais passaram a ser amplamente regulamentadas. Apesar disso, movimentos políticos, como os libertários nos Estados Unidos, defendem a volta daquele modelo. O que você acha disso?
Sendo breve, eu diria que não existe a menor chance disso acontecer, ou seja, um volta ao “modelo” liberal, que não era modelo, e que de fato não existia. Mas cabe elaborar um pouco mais a esse respeito, recolocando esse suposto “modelo” em seu contexto histórico. Existem aqui duas questões de natureza diferente: o mundo real e o mundo das ideias. O primeiro tem a ver com processos e eventos concretos, fatos objetivos, ocorrendo no mundo das relações sociais efetivamente existentes: a produção, a comercialização, fluxos e estoques de poupança, de investimentos, moedas, etc. O segundo se refere a um conjunto de concepções sobre esse mundo, que podem ser aplicadas ex-ante “por engenheiros sociais”, ou seja, para planejar e mudar a forma como as comunidades humanas gostariam ou poderiam organizar aquelas relações, ou implementadas a posteriori, ou seja, o que e como fazer em face de eventos ou fatos objetivos que fogem ao processo normal de desenvolvimento das mesmas relações, e que exigem respostas da comunidade, tomadas com base em certas ideias, pequenas, modestas, ou grandiosas, verdadeiramente transformadoras. Quanto mais pretensiosas essas ideias, maiores os desastres que podem esperar seus propositores e suas vítimas.
O capitalismo, tal como conhecido historicamente, pertence, obviamente, bem mais ao mundo real do que ao mundo das ideias, mesmo quando ideólogos e filósofos sociais buscaram teorizar ou explicar o “sistema”, desde o Iluminismo até a atualidade. O fato é que nenhum cérebro genial “planejou” o capitalismo: ele foi sendo implantado aos poucos, como resultados de processos “naturais” de desenvolvimento econômico e social, sem qualquer central coordenadora de suas “boas” ou “más” variantes. Diferente é o status do socialismo e das concepções coletivistas e de dirigismo econômico, aplicadas tanto nos casos dos fascismos europeus do entre-guerras – como o fascismo mussoliniano ou o nazismo hitlerista – quanto na experiência mais longeva do socialismo de tipo soviético. O dirigismo também existiu na forma mais amena do planejamento indicativo de diversos países europeus na segunda metade do século 20. Aqui estamos falando de ideias que tentaram guiar o mundo real, sempre com falhas e limitações intrínsecas, ou mesmo produzindo alguns desastres incomensuráveis.
O liberalismo clássico, que na verdade nunca existiu, de fato, correspondeu, no campo do mundo real, ao chamado período do capitalismo laissez-faire, a Belle Époque, grosso modo do último terço do século 19 até a Primeira Guerra, e no campo das ideias, ao pensamento liberal de corte essencialmente britânico (escocês ou inglês), com umas poucas derivações continentais (Benjamin Constant ou Alexis de Tocqueville, na França, por exemplo, ou Wilhelm von Humboldt, na Prússia). Se ele de fato existiu, no terreno do mundo real e no das ideias, ele veio a termo bem antes de 1930, e pode ter sido “enterrado”, pelo menos temporariamente, pelos eventos momentosos da Grande Guerra e, depois, pelas crises do entre-guerras, sobretudo pela Grande Depressão. Termina aí um suposto liberalismo, muito pouco liberal, e muito menos clássico; foram apenas experimentos locais de liberalização política e de relativa liberdade econômica que correspondem ao triunfo temporário das concepções burguesas do mundo.
O neoliberalismo, que se ensaiou no terreno das ideias a partir das primeiras reuniões da Sociedade do Mont Pelérin (com Friedrich Hayek), no final dos anos 1940, só conseguiu ter um tênue ressurgimento muitos anos depois, quando da ascensão de líderes políticos conservadores, como Margaret Thatcher, no Reino Unido, em 1979, e Ronald Reagan, nos EUA, em 1980. Na periferia do sistema, nunca chegou a existir qualquer neoliberalismo consistente, embora tenham ocorrido, no México, no Chile, e alguns outros (poucos) países, tímidos processos de reformas econômicas tendentes a limitar os excessos do nacionalismo doentio e do estatismo esquizofrênico em uso e abuso nos anos da grande euforia keynesiana, do final dos anos 1940 ao final dos 70.
Mais recentemente, tomaram pequeno impulso grupos liberais ou libertários, e alguns “anarco-capitalistas”, que representam uma tentativa de “revival” de antigas ideias liberais, ou libertárias, mas que provavelmente não vão prevalecer, no momento presente, ou, provavelmente, em qualquer tempo do futuro previsível. Os fenômenos são quase inteiramente políticos, ou seja, de círculos intelectuais, e dispõem de pouco apoio dos verdadeiros capitalistas, estes sempre ocupados em obter algum tipo de entendimento com as burocracias governamentais, com a máquina estatal. Ou seja, os ideais liberais, ou libertários, se desenvolvem um pouco à margem dos processos reais de organização econômica e social.
Depois desta contextualização histórica sobre o itinerário das ideias e processos econômicos no último século, cabe responder à pergunta especificamente formulada sobre as chances que teria, historicamente ou praticamente, uma volta a um modelo liberal de capitalismo que teria existindo mais de um século atrás. Meu argumento, como já referido, é que esse liberalismo, na verdade, nunca existiu, de fato, ou seja, como expressão de tendências “naturais” do sistema capitalista nessa etapa de seu desenvolvimento histórico. Respondendo rapidamente à primeira pergunta, portanto, pode-se confirmar que o liberalismo “clássico”, se já não existia antes, não tem a mais mínima chance de retornar agora, e não tem qualquer perspectiva futura em termos de governança econômica ou de organização do Estado. Ele permanece uma ideia.
Não é que ele não tenha nenhuma chance teórica de voltar a conquistar corações e mentes de acadêmicos, ou mesmo de algumas (pequenas) frações da opinião pública, pois sempre existirão ideólogos liberais que conseguirão fazer passar a sua mensagem de liberdades econômicas a espectros mais amplos de algumas sociedades. É que a complexidade do mundo moderno, o agigantamento da burocracia, a dimensão já alcançada por um sem número de programas estatais, ou públicos, nos mais variados setores da vida social (e individual) tornam irrisórias essas chances de revival liberal no futuro previsível. Será muito difícil, senão impossível fazer o Estado recuar para as dimensões e a importância econômica que ele tinha um século atrás. Seria como se tivéssemos de colocar o gênio para dentro da garrafa outra vez, ou, como já afirmou uma mente privilegiada, de “enfiar a pasta para dentro do dentifrício novamente”.
O fato de que grupos liberais, libertários, façam campanha ou agitem bandeiras proclamando a necessidade de se reduzir o papel e o peso do Estado na vida não só econômica, mas simplesmente cotidiana, não significa que essa reversão seja factível ou sequer imaginável. Já nem se está falando dos anarco-capitalistas, dos libertários, que desejam uma ausência completa do Estado, pois eles são como os anarquistas do século 19: um punhado de sonhadores, um número muito reduzido de militantes utópicos. Os liberais verdadeiros, aqueles que desejam apenas medidas racionais para uma maior amplitude das liberdades econômicas na organização social contemporânea, não devem esperar qualquer avanço notável em favor ou no sentido de sua pregação bastante sensata e altamente razoável. O liberalismo não desapareceu, e não desaparecerá, mas suas chances de se tornar hegemônico – o que ele nunca foi – continuam e continuarão bastante reduzidas.
As razões podem ser resumidas assim: as sociedades contemporâneas dispondo de economias avançadas, com um grau razoável de prosperidade e de bem-estar para a maioria da população, ainda não enfrentaram crises fiscais verdadeiras para reverter a natureza ainda essencialmente keynesiana de suas políticas econômicas; tampouco elas conheceram rupturas severas de seus modelos previdenciários e assistencialistas, que as obrigassem a desenhar e implementar sistemas alternativos de seguridade social, que represente uma diminuição do tamanho e do custo do Estado benefactor. Os países e economias socialistas desapareceram praticamente por completo – e o que restou são apenas aberrações aguardando os taxidermistas – mas eles nunca foram modelo de nada, a não ser para mentes alucinadas das academias. Quanto aos países emergentes e nações em desenvolvimento, eles ainda estão construindo seus sistemas de assistência social e de seguridade inclusiva para desistir no meio do caminho. Nos dois casos, países desenvolvidos e em desenvolvimento, políticos demagogos, mandarins privilegiados, burocracias poderosas, excessivamente poderosas, impediriam qualquer reversão no processo de construção de um Estado babá, que, aliás, está em expansão contínua.
Voltando a ser breve, eu apenas apelo ao realismo ou ao bom senso: não se pode esperar a volta do liberalismo, nos Estados Unidos ou em qualquer outro lugar. Não há nenhum risco dessa coisa acontecer novamente, inclusive porque já não acontecia antes. O Estado sempre foi poderoso, desde os tempos do absolutismo; ele só tinha um papel econômico relativamente reduzido por razões próprias ao processo de construção das modernas sociedades urbanas e à organização do modo de produção capitalista. O gênio já tinha saído da garrafa, talvez antes mesmo da Primeira Guerra Mundial; depois, então, ele nunca mais deixou de se espalhar por cada poro da sociedade. Esse é o mundo real, mas também está nos corações e mentes, ou seja, o culto desmedido do Estado. Se olharmos o povo brasileiro, por exemplo, existe uma evidente comprovação dessa tese: por mais que ele sofra nas mãos do Estado – de um Estado semifascista como o que aqui existe – o povo brasileiro ama o Estado, quer mais Estado, suplica por políticas estatais, tanto quanto os capitalistas estão sempre pedindo “políticas setoriais” aos ministros e burocratas de Brasília. Portanto, não esperem nenhum recuo por enquanto.
2. Você menciona, no artigo, que pós-Primeira Guerra foi caracterizado pelo forte intervencionismo estatal na economia. Após a Segunda Guerra Mundial, no entanto, o resultado foi completamente diverso, com a adoção do multilateralismo econômico. Como explicar resultados tão distintos, em tão curto espaço de tempo, em face de praticamente os mesmos países?
O forte intervencionismo estatal na economia começou no próprio bojo e em razão da Primeira Guerra, e não apenas na organização da produção industrial voltada para a guerra, mas também em função de todos os mecanismos financeiros e monetários que conduziram à uma quase completa subordinação da economia às razões da política até então conhecida na história da humanidade, processos que foram exacerbados nos casos dos fascismos europeus, e levados a um delírio extremo no caso do bolchevismo. Vozes liberais como as de Ludwig von Mises ou de Friedrich Hayek caíram num vazio “ensurdecedor”, ao mesmo tempo em que ascendiam as doutrinas econômicas de corte intervencionista, mesmo na versão mais moderada do keynesianismo aplicado.
O fato de que no segundo pós-guerra se tenha caminhado, no plano das relações econômicas internacionais, para a ordem multilateral simbolizada pelas instituições de Bretton Woods e pelo Gatt não quer dizer que se tenha abandonado o intervencionismo estatal na economia, que aliás não se opõe ao primeiro fenômeno, e que pode até ter sido o contrário do pretendido. Quase todos os países avançados aderiram, por certo, ao multilateralismo econômico e continuaram, ou aprofundaram, formas diversas de intervencionismo estatal, seja na forma mais light do contratualismo de inspiração rooseveltiana, seja na versão bem mais dirigista do socialismo europeu (com diversos países conduzindo processos extensivos de nacionalizações e de estatização, com experimentos de planejamento indicativo que traduziam a mesma intenção).
Os resultados, portanto, não são distintos, e não são contraditórios, pois o fato de se trabalhar num ambiente internacional mais aberto aos intercâmbios os mais diversos – comércio, investimentos, abertura econômica, de modo geral – não impediu governos de estenderem a regulação estatal a setores cada vez mais “privados” da vida social, em saúde, educação, planejamento familiar, sempre num sentido “redistributivo” – ou seja, para corrigir “desigualdades sociais” – e geralmente intrusivo na vida pessoal. Mesmo nos países que souberam proteger as liberdades individuais – afastando o temor do Big Brother orwelliano, que no entanto existia plenamente na União Soviética e na China comunista, por exemplo –, a atuação do Estado se fez mais visível e praticamente avassaladora, ainda que estando presente de uma forma não opressiva, como ocorria nos casos “clássicos” de ditaduras comunistas. Mas até mesmo esses regimes opressivos terminaram por aderir ao multilateralismo, embora nunca extirpassem os aspectos mais intrusivos do controle estatal sobre seus cidadãos. No caso ainda mais exemplar dos países em desenvolvimento, em princípio capitalistas e aderentes formais à ordem econômica de Bretton Woods, o papel do Estado foi igualmente determinante, quando não dominante, em quase todas as áreas relevantes de organização econômica. Continua a ser, de certo modo, inclusive porque vários deles, depois de breves e/ou tempestuosos ensaios com experimentos “neoliberais”, voltaram, pela via eleitoral, ao populismo estatizante e demagógico dos velhos tempos de keynesianismo improvisado.
3. Antes da Grande Recessão, de 2008, muitos analistas apontavam que o fim da Guerra Fria levou à emergência de uma nova era liberal. Nesse sentido, a virada entre os séculos XX/XXI era comparada à virada entre os séculos XIX/XX. Você acredita que o paralelo é válido?
Analistas superficiais – como jornalistas econômicos, historiadores apressados e sociólogos mal preparados – adoram ver paralelos históricos ou analogias formais entre processos separados por décadas, ou por séculos inteiros. Daí imagens frequentemente invocadas de um “novo equilíbrio de poderes” – ao final da Guerra Fria, como se estivéssemos na belle Époque – ou as demandas por um “novo Bretton Woods”, em face da enorme desordem financeira trazida pelas crises da economia internacional, nos anos 1990 e a partir de 2008. A ideia de que houve uma “nova era liberal” no final da Guerra Fria não corresponde absolutamente aos processos históricos efetivamente havidos. A Guerra Fria não tem tanto a ver com a terceira onda de globalização – iniciada, por sinal, antes de seu término “oficial”, ainda nos anos 1980, quando a China se abre aos capitalistas estrangeiros – quanto a abertura econômica ocorrida no último quinto do século 20 tem a ver, fundamentalmente, com o esgotamento e a subsequente implosão prática do modo socialista de produção enquanto alternativa credível ao modo capitalista de organização econômica e social.
Esse “modo capitalista” – que certamente não é uno, unificado ou uniforme, e que sequer é capitalista em toda a sua extensão, sendo mais exatamente um sistema de mercado baseado em certas regras comuns – não é necessariamente liberal (como prova o caso da China), ou tampouco menos intervencionista do que os modelos keynesianos exacerbados em vigora na maior parte da Europa continental, na América Latina e em vários outros cantos do planeta. O capitalismo é um processo “irracional”, incontrolado e incontrolável, assumindo formas diversas ao longo dos séculos, e que não depende da democracia liberal para frutificar e se consolidar; ele pode ocorrer sob os regimes políticos os mais diversos, inclusive ditaduras abertas. É certo, porém, como dizia Milton Friedman em Capitalism and Freedom (1962), que a liberdade de mercados é uma condição necessária – embora não suficiente – das democracias. O capitalismo facilita a vida das democracias, e certamente a aproxima do polo liberal de organização social e política, mas ele não pode, por suas próprias forças moldar todo um sistema, o que ultrapassa em muito a sua “missão histórica”: ele veio ao mundo para produzir mercadorias, não para distribuir bondades políticas, e menos ainda para corresponder a construções teóricas generosas e libertárias como podem ser os regimes liberais.

Mini currículo do autor:

almeidaPaulo Roberto de Almeida é Doutor em Ciências Sociais pela Universidade de Bruxelas (1984), mestre em Planejamento Econômico e Economia Internacional pelo Colégio dos Países em Desenvolvimento da Universidade de Estado de Antuérpia (1976), formou-se em Ciências Sociais pela Universidade de Bruxelas (1974). Defendeu tese de história diplomática no Curso de Altos Estudos do Instituto Rio Branco do Ministério das Relações Exteriores (1997). Diplomata de carreira desde 1977, exerceu diversos cargos na Secretaria de Estado das Relações Exteriores e em embaixadas e delegações do Brasil no exterior. Desde 2004 é professor no Programa de Mestrado e Doutorado em Direito do Centro Universitário de Brasília (Uniceub). É autor de mais de uma dezena de livros individuais, organizou diversas outras obras, participou de dezenas de livros coletivos e assinou centenas de artigos em revistas especializadas. E-mail: pralmeida@me.com

Para ler o artigo, acesse:

ALMEIDA, P. R. Transformações da ordem econômica mundial, do final do século 19 à Segunda Guerra Mundial. Rev. bras. polít. int. [online]. 2015, vol.58, n.1, pp. 127-141. [viewed 18th November 2015]. ISSN 1983-3121. DOI: 10.1590/0034-7329201500107. Available from: http://ref.scielo.org/cp8tx2

Como citar este post [ISO 690/2010]:

GOMES, D. C. A economia internacional, da Belle Époque a Bretton Woods. SciELO em Perspectiva: Humanas. [viewed 26 November 2015]. Available from: http://humanas.blog.scielo.org/blog/2015/11/25/a-economia-internacional-da-belle-epoque-a-bretton-woods/

Uma lagrima para... Douglass North, o grande historiador economico institucionalista

[Forwarded from EH.net]

Douglass C. North passed away at the age of 95 at his home in Benzonia, Michigan.  He was among the most important and influential economic historians and economists of the late 20th century.  He will be deeply missed by his family, friends, colleagues, and students.

            Douglass Cecil North was born on Nov. 5, 1920, in Cambridge, Massachusetts, the youngest of three children. He attended the University of California-Berkeley, graduating in 1942.  He received his PhD from Berkeley in 1952.  He began teaching at the University of Washington Seattle in 1950, and in 1983 moved to Washington University in St. Louis, where he remained a professor for the rest of his career.  He was co-recipient of the 1993 Nobel Memorial Prize in Economic Sciences with Robert Fogel.

            He is survived by his wife Elisabeth Case and his three sons Douglass, Christopher, and Malcom.

            The following description of his intellectual accomplishments are taken from John Wallis “Persistence and Change: The Evolution of Douglass C. North,” in Institutions, Property Rights, and Economic Growth: The Legacy of Douglass North.” Edited by Sebastian Galiani and Itai Sened. Cambridge University Press, 2014.

            North long emphasized the importance of history and of neo-classical economics.  He criticizes both disciplines for their complacency about the adequacy of the current conceptual and methodological consensus on how history or economics should be done.  He always operated within a framework of individuals who act intentionally (neo-classical economics matters) and who perceive the world through cognitive lenses that are part inherited from their culture and part derived from their own experience (history matters).  Individual actions are governed by interests shaped by relative prices, endowments, and constraints (institutions) as well as by perceptions of how the world around us works (cognition and beliefs).   Social outcomes are the sum of individual actions, but the summation process is not a simple adding up, since interactions between individual decisions and beliefs critically influence the behavior of everyone.

            The evolution of North’s thinking continuously shaped his willingness to pursue the interesting questions he was unable to address in his last book or paper, not by the what was currently hot in the profession.  Testimony to the power of his insight is that the profession has followed him, for he certainly didn’t followed the profession. Nowhere is it easier to see this process than in his first book, The Economic Growth of the United States, 1790-1860.  The introduction, page vii, states his conceptual approach:

This study is based on the proposition that U. S. growth was the evolution of a market economy where the behavior or prices of goods, services, and productive factors was the major element in any explanation of economic change. Institutions and political policies have certainly been influential.  They have acted to accelerate or retard growth on many occasions in our past, primarily by affecting the behavior of the prices of goods, services, or productive factors either directly or indirectly.  But they have modified rather than replaced the underlying forces of a market economy.

It is hard to imagine a conceptual statement that more inaccurately predicts the path that North’s research eventually followed.

            Economic Growth was one of the first examples of quantitative economic history, or cliometrics, North’s first major contribution to economics and economic history.  The book presented a very neo-classical theory of economic development that emphasized the importance of geographic specialization and division of labor, which led him to investigate the sources of falling transportation costs over the nineteenth century.  His 1958 paper in the Journal of Economic History laid out a technology based neo-classical framework for thinking about declining freight rates, but ten years later, in his 1968 Journal of Political Economy paper, North concluded that: “The conclusion one draws is that the decline of piracy and privateering and the development of markets and international trade shared honors as primary factors in the growth of shipping efficiency over this two-and-a- half-century period.” (p. 967).  Essentially, the costs of shipping were falling because costs other than the costs of operating ships were falling.  Those cost reductions were the result of institutional change.  The paper marks North’s turn toward both transaction costs and institutions as important elements of economic change over time.

            The turn towards transaction costs and institutions did not mean a turn away from neo-classical economics, however.  The assumption of zero transaction costs and unchanging institutions could be relaxed within the context of neo-classical theory, as North argued in 1971: “What we need is a body of theory which encompasses the traditional models of the economist and both widens its scope and allows us to include an explanation of the formation, mutation and decay of organizational forms within which man cooperates or competes.”  North was moving toward a neo-classical theory of institutions in which the form of institutions, or organizations, was itself determined by traditional neo-classical rationality and constraints:

Let us begin on a positive note. Briefly stated, the model specifies the process by which an action group (an individual or group) perceive that some new form of organization (institutional arrangement) will yield a stream of benefits which makes it profitable to undergo the costs of innovating this new organizational form. These new arrangements have typically been profitable to realize potential economies of scale, reduce information costs, spread risk, and internalize externalities. These institutional arrangements account for a vast array of the "economic institutions" with which economic historians have traditionally been concerned. However, the formation (and mutation and decay) of these organizational forms can now be an integral part of the economic analysis rather than a descriptive addition to the analysis. Moreover, since a great many were realizable without substantial redistribution of income, their formation is at least in principle predictable from the model. Perhaps even more significant than the ability to integrate economic analyses and institutional formation is the implication of this theoretical model for the study of productivity increase. Economic historians have focused on technological change as the source of growth but the development of institutional arrangements from the above mentioned sources are a major historical source of the improvement in the efficiency of product and factor markets. The development of more efficient economic organization is surely as important a part of the growth of the Western World as is the development of technology, and it is time it received equal attention. The few cases of which I am aware that have attempted to measure productivity change attributable to improving economic organization certainly support this contention. (1971, pp. 119-120)

            The idea that neo-classical theory could be used to explain why institutions functioned as they did was a fundamental breakthrough and North’s second major conceptual contribution.  The idea was implemented in a series of papers with Lance Davis and with Robert Paul Thomas, that led to two more books: Institutional Change and American Economic Growth, published in 1971 with Davis and The Rise of the Western Worldpublished in 1973 with Thomas.  The heart of the argument in both books is that we can explain changes in the organization of human interaction (institutions) on the basis of the rational interests of individuals attempting to structure the world around them in ways that maximize net benefits.  The classic application of the technique is North and Thomas’s explanation of how the rising price of labor in 14th century Europe as a result of the Black Death, led to the institution of wage labor in western Europe and a return to the institution of serfdom and slavery in eastern Europe.  The same relative price shock led to two different, but both rational, institutional changes.

            Two lines of thinking emerged from the idea of neo-classical institutions, and they were not entirely consistent with one another.  In one line, institutional change occurs because of short-run variations in relative prices that create, at some point in time, the incentives to restructure human organizations.  For some reason these changes persist.  This led North to investigate both path dependence and transaction costs.  Transaction costs play a key role, because they are both a reason to change institutions to reduce (or increase) transaction costs and because transaction costs subsequently can make it difficult to change institutions and so contribute to institutional persistence.

            The other line of thinking was a growing dissatisfaction with neo-classical economics altogether as a way to understand the process of economic growth specifically, and more broadly to understand the process of economic change over time.   His third significant breakthrough was the realization that neo-classical theory was not just inadequate, but unable to explain long term economic and institutional change in any society, growing or not.

            He directed his first clear criticism at economic historians. While acknowledging the important contribution that economic theory and quantitative techniques made to advancing our understanding of historical processes, nonetheless:

From my quite subjective perspective, the new economic history has made a significant contribution to revitalizing the field and advancing the frontiers of knowledge. Yet I think it stops short -- far short – of what we should be accomplishing in the field. Our objective surely remains that of shedding light on man's economic past, conceived in the broadest sense of those words; and I submit to you that the new economic history as it has developed has imposed strictures on enquiry that narrowly limit its horizons-and that some of my former revolutionary compatriots show distressing signs of complacency with the new orthodoxy.  (1974, p. 1)

            His criticism of neo-classical theory in economic history, development, and growth would culminate inStructure and Change in Economic History, 1981, what many (including myself) believe is North’s best book. The introduction and a second chapter extend the argument that we must have more than a history of markets to understand economic change.  The third chapter titled “A Neoclassical Theory of the State,” lays out a logical neo-classical argument for why, in the presence of transactions costs, political systems do not inevitably evolve institutions that promote economic growth.  Indeed, as long-term economic history suggests, the tendency is for political systems to evolve that do not support growth. Chapters four and five argue that we need a theory of organizations as well as a theory of beliefs and ideology if we are to understand long run change, particularly long run change that does not inevitably produce growth and development.

            The contradiction is clear in Structure and Change.  On the one hand, there is a strong argument that neo-classical economics is incapable of delivering the full range of explanations necessary to understand economic change, particularly ideologies and beliefs.  On the other hand, there is a strong argument that rational individual behavior is consistent with institutional choices that retard, rather than promote, economic growth.  Is the question to be neo-classical or not be neo-classical?

            The real question the book is trying to grapple with is: persistence or change?  Going back to Rise of the Western World, institutions change when there are gains from doing so, but then  persist because of the high transaction cost of changing them.  In Structure and Change, beliefs and ideologies persist.  Because beliefs (and norms and culture) are based on the cumulative experience of society passed down through culture and formed through repeated interaction of many people through norms of behavior, beliefs do not change quickly and it is extremely difficult to for social actors to manipulate beliefs in current time.  As a result, beliefs are always a function of what happened in the past and can impede change in the present for good or ill.  It is the persistence of beliefs and institutions from the past (culture) that explain why changes in the present often produce results that impede rather than promoting growth and development.  The importance of beliefs in North’s framework plays a major role in Institutions, Institutional Change, and Economic Performance (1990) and is the central focus of Understanding the Process of Economic Change (2005).

            The Structure and Change framework includes two different time patterns of institutional change.  One is episodic and discontinuous, like the move toward wage payments after the Black Death in western Europe.  The other is continuous and marginal. Changes in beliefs and ideologies, in norms, and in informal and formal rules occur constantly and, while changes sometimes persist, they need not.  Neither continuous or episodic institutional change is necessarily persistent.

            Fleshing out these ideas in the 1990s produced a classic example of change during a crisis that persists: “Constitutions and Commitment” with Barry Weingast (1989).  The paper’s emphasis on institutional mechanisms explains why particular institutions are self-enforcing and persist over time.  At the same time North was writing Institutions, Institutional Change, and Economic Performance.  Persistence plays a large role in Institutions, which regularly emphasizes that the function of an institution is to provide stability and predictability to human behavior.  The big contribution of the book, however, is the definition of institutions that North calls the sports analogy.  Institutions are the rules of the game and the means of enforcement, and organizations are the teams that play the game.  The definition motivates three behavioral choices that organizations can make.  1) maximize under the rules; 2) devote resources to changing the rules; and/or 3) cheat.  The alternatives are not mutually exclusive, and they comprise a framework for understanding the dynamics of institutional change.

            North’s fourth major contribution was to separate institutions and organizations.  Since his earliest books, North always included a discussion of organizations as important, but organizations were treated as manifestations of institutions.  Organizations usually disappeared from the conceptual framework, which was always neo-classical in its focus on individuals.  By defining institutions as the rules of the game and means of enforcement and then separating the rules from the organizations that actually play the game, the possibility of a dynamic relationship between the interests and incentives facing the organizations and the structure of the rules became possible.  The descriptive concept that comes out of the dynamics is ‘adaptive efficiency.’  In some societies, the interaction of institutions and organizations produces a series of institutional changes that get incrementally better, rather than a sequence that is sometimes good and sometimes bad for economic performance.  This is North’s fourth fundamental contribution.

            Rather than resolving (or integrating) the tension between the long and short term forces  leading to institutional change, Institutions exacerbated it.  The rules of the game included formal rules, informal rules, and norms of behavior.  By stressing the function of institutions as providing stability and predictability, and emphasizing the importance of beliefs and norms, the book effectively claimed that the persistence of institutions was not a matter of real-time economic and political forces, but an outcome of the natural limits to human capacities for cognition and culture.  North pressed farther down this road with his 2005 book,Understanding the Process of Economic Change.  The interaction between organizations and institutions was a central point in his last book with John Wallis and Barry Weingast, Violence and Social Orders in 2009.





Partial Bibliography



North, Douglass C. 1958. “Ocean Freight Rates and Economic Development 1750–1913.” Journal of Economic History, 18(4): 537–555.

North, Douglass C. 1961. The Economic Growth of the United States 1790–1860. Englewood Cliffs, N.J.: Prentice-Hall, Inc.

North, Douglass C. 1966. Growth and Welfare in the American Past. A New Economic History. Englewood Cliffs, N.J.: Prentice-Hall, Inc.

North, Douglass C. 1968. “Sources of Productivity Change in Ocean Shipping, 1600–1850.” The Journal of Political Economy. 76(5): 953–970.

North, Douglass C. 1971. “Institutional Change and Economic Growth.” Journal of Economic History, 31(1): 118–125.

Davis, Lance E., and Douglass C. North. 1971. Institutional Change and American Economic Growth. Cambridge, UK: Cambridge University Press.

North, Douglass C. 1974. “Beyond the New Economic History.” Journal of Economic History, 34(1): 1–7.

North, Douglass C. 1978. “Structure and Performance: The Task of Economic History.” Journal of Economic Literature, 16: 963–978.

North, Douglass C., and Barry R. Weingast. 1989. “Constitutions and Commitment: The Evolution of Institutions Governing Public Choice in Seventeenth-Century England.” The Journal of Economic History, 49:4.

North, Douglass C. 1981. Structure and Change in Economic History. Cambridge: Cambridge University Press.

North, Douglass C. 1986. “The New Institutional Economics.” Journal of Institutional and Theoretical Economics, 142(1): 230–237.

North, Douglass. C. 1990a. Institutions, Institutional Change, and Economic Performance. New York: Cambridge University Press.

North, Douglass C. 1990b. “A Transaction Cost Theory of Politics.” Journal of Theoretical Politics, 2(4): 355–367.

North, Douglass C. 1991. “Institutions.” In The Journal of Economic Perspectives, 5(1): 97–112.

North, Douglass C. 1993. “Douglass C. North, the Sveriges Riksbank Prize in Economic Sciences in Memory of Alfred Nobel 1993: Autobiography.” Vol. 2010. The Nobel Foundation.

North, Douglass C. 1994. “Economic Performance through Time.” American Economic Review, 84: 359–368.

North, Douglass C. 1995. “The New Institutional Economics and Third World Development,” in John Harriss, Janet Hunter, and Colin M. Lewis, eds., The New Institutional Economics and Third World Development, New York: Routledge.

North, Douglass C. 2005. Understanding the Process of Economic Change. Princeton: Princeton University Press.

North, Douglass C., and Robert Thomas. 1973. The Rise of the Western World: A New Economic History. New York: Cambridge University Press.

North, Douglass C., John Joseph Wallis, and Barry Weingast. 2009. Violence and Social Orders: A Conceptual Framework for Interpreting Human History. New York: Cambridge University Press.

North, Douglass C., John Joseph Wallis, Steven B. Webb, and Barry R. Weingast, ed.  2013. In the Shadow of Violence: Politics, Economics, and the Problem of Development.  Cambridge University Press.
==========

Douglass C. North, 1920-2015 
By Barry Weingast, one of Doug’s coauthors, and a noted Political Scientist, Economist, and Economic Historian in his own right.

With the passing of Doug North Monday night, the world lost one of the great economists of the last century. Doug was known for his intense curiosity and his relentless – and even mischievous – pursuit of new ideas. He was a great friend, colleague, and coauthor, and I’ll miss him terribly.

Doug was never satisfied with his ideas, always pushing to expand his understanding and knowledge.

Most academics are lucky if they participate in one revolution in their field. Doug was at the forefront of several.

His first book, The Economic Growth of the United States, 1790-1860 (1960), helped foster the revolution that came to be known as the “new economic history,” the application of frontier economics to the study problems of the past. He and Bob Fogel were awarded the Nobel Prize in Economics (1993) largely for their leadership in this new research program.

But Doug understood that the neoclassical economics on which he was raised was inadequate to address the problems he sought to answer, namely, why are a few countries rich while most remain poor, some in dire poverty? Much of his best work addressed this question, including his next four books.

Doug launched his findings in a book with Lance Davis, Institutional Change and American Economic History (1971). With Robert Thomas, he wrote The Rise of the Western World (1973), which began his exploration of the role of rights and institutions in political-economics of development. Arguably his best book, Structure and Change in Economic History (1981), dug deeper into the problem of development, providing the beginning of the Northian approach to understanding institutions. Institutions, Institutional Change, and Economic Performance (1990) represents the culmination of this research path and remains the premier statement of the profound role played by institutions in economic, political, and social realms of action. This work has been cited more than 41,000 times in academic research. Twenty-five years later, economists, political scientists, and sociologists continue to mine this rich line of research.

The next research turn went to the heart of human action, focusing on the limits of the economists’ assumption of rational choice. In Understanding the Process of Economic Change (2005), Doug drew on recent developments in cognitive science to expand our understanding of human choice and action.

His last book, coauthored with John Wallis and myself, developed a new approach to thinking about the problem of development. Violence and Social Orders: A Conceptual Framework for Interpreting Recorded Human History (2009), highlights the role of violence. Needless to say, I will leave it to others to evaluate the merits of this work.

I have a large range of personal memories of Doug as friend and scholar. He always wanted to learn more, and had a rare knack for listening to the ideas of others. He spent the academic year, 1987-88 at the Center for Advanced Study in the Behavioral Sciences. During this period, we completed our first paper, “Constitutions and Commitment: The Evolution of the Institutions of Governing Public Choice in 17th Century England.” This paper proposed a new approach to thinking about the role of Constitutions in securing the role of government in promoting long-term economic growth.

Never a fan of the growing mathematization of economics, Doug told me when he arrived at Stanford in 1987 that he didn’t like all the game theory being used at Stanford to study economics, but since Stanford was known for it, he wanted to learn more. He asked me to set up some lunches where he and I met with some of the prominent game theorists. The two of us really hit it off with one, Paul Milgrom. Paul impressed Doug, not only for his brilliance, but for his attitude about economics and research more generally. In discussing the role of mathematics in economics, Paul said, “first we get the economics right, then we build the models.” This suited Doug’s philosophy, and he (and I) were seduced into a collaboration that produced our joint paper on the medieval “Law Merchant” (1990), a paper seeking to understand the role of law and judges prior to the rise of the nation state with an ability to enforce laws across a larger territory.

Beginning in the early 1990s, Doug and his wife, Elisabeth, began spending the winters at Stanford’s Hoover Institution. This gave us a period of close contact every year, allowing us to enjoy one another’s company and to pursue our collaboration.

Doug was at Stanford Hospital, for a problem in 2013. I sat with him talking and joking when one of the Hospital’s chaplains walked in. He introduced himself and said to Doug that he was here to see that Doug was “on the mend,” on the “up and up,” and so on. Doug said nothing for a while, just staring at the Chaplain who continued to spout platitudes, and, I thought, wondering whether Doug was sentient. At some point Doug said in an authoritative voice, “Listen, Bub, there’s only one way out of this life.” The chaplain was clearly taken aback, saying, “oh, I see, oh, I see -- well yes – oh, I see,” and then left.

quarta-feira, 25 de novembro de 2015

A nova "chancelera" argentina (ministra de las relaciones exteriores y culto): Susana Malcorra

Já parece ser algo sensato alguém que trabalhou durante anos na iniciativa privada. Resta saber se compreenderá as idiossincrasias argentinas e latino-americanas...
Terá de correr um pouco para se atualizar sobre os problemas da região, se me permitem o chiste...
Paulo Roberto de Almeida

Argentina Gobierno
Jefa de Gabinete del secretario general de ONU será canciller de Argentina

La próxima canciller argentina, Susana Malcorra. Foto: eleco.com.ar
Infolatam/Efe
Buenos Aires, 24 de noviembre de 2015
Las claves
El futuro presidente dijo que quien a partir del 10 de diciembre conducirá el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de Argentina es "una persona de amplísimo conocimiento, que comprende en detalle la agenda internacional que hoy mueve al mundo".
El presidente electo argentino, Mauricio Macri, anunció que Susana Malcorra, actual jefa de Gabinete del secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, será la canciller de su Gobierno.
Macri, a través de su perfil oficial en la red social Facebook, se declaró “muy contento y orgulloso” de anunciar como futura canciller a Malcorra, “una mujer inteligente, vigorosa y sabia”, que “viene a sumar su visión de la política internacional en esta nueva etapa de cambio que pronto empezaremos”.
“La Argentina necesita vincularse con los demás países del mundo para desarrollar oportunidades de crecimiento y prosperidad para todos los argentinos”, sostuvo el alcalde saliente de Buenos Aires.
El conservador Macri ganó las elecciones presidenciales en una segunda vuelta celebrada el pasado domingo y asumirá el 10 de diciembre la Presidencia de Argentina, tras doce años de gobiernos kirchneristas.
El futuro presidente dijo que quien a partir del 10 de diciembre conducirá el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de Argentina es “una persona de amplísimo conocimiento, que comprende en detalle la agenda internacional que hoy mueve al mundo”.
“En las Naciones Unidas, antes de su actual posición, se desempeñó como secretaria general adjunta del Departamento de Apoyo a las Actividades sobre el Terreno, donde brindaba ayuda logística a las misiones de paz desplegadas en los distintos puntos del planeta”, destacó Macri.
Nacida en 1954 la ciudad argentina de Rosario, Malcorra se incorporó a Naciones Unidas en 2004 como oficial principal de Operaciones y Directora Ejecutiva Adjunta del Programa Mundial de Alimentos (PMA), supervisando diariamente las operaciones humanitarias y de emergencia.
En marzo de 2008 pasó a ejercer el cargo de secretaria general adjunta del Departamento de Apoyo a las Actividades sobre el Terreno y en marzo de 2012 fue promovida a jefa de Gabinete del secretario general.
Ingeniera eléctrica graduada en la Universidad de Rosario, antes de unirse a Naciones Unidas se desarrolló profesionalmente durante 25 años en el sector privado.
Trabajó durante catorce años en IBM, en el área comercial, liderando proyectos de informatización, y luego en Telecom Argentina, empresa de telecomunicaciones de la que llegó a ser titular.