O que é este blog?

Este blog trata basicamente de ideias, se possível inteligentes, para pessoas inteligentes. Ele também se ocupa de ideias aplicadas à política, em especial à política econômica. Ele constitui uma tentativa de manter um pensamento crítico e independente sobre livros, sobre questões culturais em geral, focando numa discussão bem informada sobre temas de relações internacionais e de política externa do Brasil. Para meus livros e ensaios ver o website: www.pralmeida.org. Para a maior parte de meus textos, ver minha página na plataforma Academia.edu, link: https://itamaraty.academia.edu/PauloRobertodeAlmeida.

segunda-feira, 31 de janeiro de 2011

La gira de Obama por America Latina - Carlos Malamud

Estados Unidos y América Latina: a propósito de la gira de Obama
CARLOS MALAMUD
INFOLATAM, 31/01/2011

El anuncio de Barack Obama de visitar Brasil, Chile y El Salvador, en marzo próximo, ha levantado demasiada polvareda en América Latina como para no analizar sus repercusiones, al producirse reacciones de distinto tipo. Todo gran amor siempre es conflictivo, o como dice Joaquín Sabina, “yo no quiero contigo ni sin ti”. En América Latina algunos quieren contigo, con EEUU, y otros sin ti, sin ellos, pero todos son enfáticos en sus pronunciamientos. Como ocurre en otras partes del mundo, la visita, o la no visita, según corresponda, fue utilizada internamente para respaldar o atacar al gobierno, según sea la ubicación de cada cual en la escena política de su país.

El primer tipo de reacciones, de satisfacción y alegría, correspondió a aquellos países seleccionados, ya que les permite alardear de su relación privilegiada con EEUU o de su condición de líder regional, caso de Brasil. Esta reacción fue reforzada tras las manifestaciones de destacados portavoces oficiales en Washington que resaltaban las virtudes de los países elegidos, señalados como “aliados previsibles” frente a otros más imprevisibles o díscolos, lo que implicaba una cierta descalificación para quienes habían sido postergados.

La segunda reacción afectó a aquellos países, como Colombia o Perú, con importantes relaciones bilaterales con Estados Unidos, pero que no fueron tocados por su varita mágica. Aquí hubo una doble explicación. Para Perú, y Guatemala, se argumentó que Obama prefiere no inmiscuirse en las elecciones presidenciales de este año. Para Colombia se dijo que el presidente norteamericano viajará a Cartagena de Indias en abril de 2012 a la Cumbre de las Américas, ocasión oportuna para una visita de estado. México podría estar en este grupo, aunque sus relaciones con su vecino del norte son particulares y estrechas, como prueba el reciente encuentro entre el presidente Felipe Calderón y la secretaria de Estado Hillary Clinton.

En el grupo de las terceras reacciones la fingida ignorancia frente al anuncio y un cierto y aparente alivio por la exclusión fueron la nota oficial, especialmente visible en los países del ALBA, que no contemplan un acercamiento significativo a EEUU en las actuales circunstancias y menos como para merecer una visita oficial presidencial. Sin embargo, la más interesante es la cuarta reacción, ejemplificada por el despecho del gobierno argentino, que en declaraciones privadas y algunas oficiales, como las del ministro de Exteriores, Héctor Timerman, mostraron la herida abierta y sangrante.


Lord Palmerston se dirige a la Camara de los Comunes
De una manera categórica el canciller argentino descubrió que EEUU “tiene intereses pero no tienen amigos”: “Con lo de EEUU, algunos se hacen un festín, pero quiero recordar que hubo un presidente radical que fue recibido en la Casa Blanca, le daban préstamos, todo lo que quería. Era Fernando de la Rúa y era muy bien recibido. EEUU tiene intereses, más que amistades”. A mediados del siglo XIX Lord Palmerston ya dijo que “Gran Bretaña no tiene amigos permanentes ni enemigos permanentes, tiene intereses permanentes”, una idea que a comienzos de la segunda década del siglo XXI fue redescubierta en el Río de la Plata.

Pero Timerman fue más allá al rechazar algunas especulaciones que apuntaban como candidato presidencial favorito de la administración Obama al gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, un teórico aliado de Cristina Kirchner pero con vocación de ser el próximo presidente. Timerman concluyó que es imposible que EEUU tenga injerencia electoral en Argentina: “EEUU no tiene ninguna posibilidad de imponer ninguna agenda en la Argentina”. Resulta curioso que un ministro utilice esos argumentos. Sería penoso que ocurriera lo contrario y el hecho de que no ocurra, algo relacionado con la normalidad democrática, no debería enorgullecer a nadie.

En los últimos años hemos oído numerosas voces insistiendo en la idea del abandono de América Latina por EEUU y en una creciente presencia de ciertos actores extrarregionales, comenzando por China y siguiendo por Rusia e Irán, aunque ellos no agoten las opciones en danza. Si bien China tiene un papel importante que cumplir en la región, las reacciones latinoamericanas frente al anuncio de Obama demuestran que la presencia de EEUU en América Latina (política, económica, financiera y también cultural) sigue contando.

China está actuando en América Latina con mucha cautela y procurando no enfrentarse con EEUU por cuanto allí ocurra. Para el gobierno chino y sus empresas las materias primas latinoamericanas son importantes, lo mismo que el mercado regional para sus exportaciones. Pero tanto para su economía como para su presencia en el mundo globalizado EEUU es mucho más importante, y por eso los chinos priorizan claramente sus intereses. Porque, glosando al canciller Timerman, China “tiene intereses pero no tiene amigos”. Y en cuestión de intereses, para los latinoamericanos sigue claro que EEUU sigue contando. Y mucho. Otra cosa es que lo quieran reconocer.

CARLOS MALAMUD
Catedrático de Historia de América de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), de España e Investigador Principal para América Latina y la Comunidad Iberoamericana del Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos. Ha sido investigador visitante en el Saint Antony´s College de la Universidad de Oxford y en la Universidad Torcuato Di Tella de Buenos Aires y ha estado en posesión de la Cátedra Corona de la Universidad de los Andes, de Bogotá. Entre 1986 y 2002 ha dirigido el programa de América Latina del Instituto Universitario Ortega y Gasset, del que ha sido su subdirector. Actualmente compatibiliza su trabajo de historiador con el de analista político y de relaciones internacionales de América Latina. Ha escrito numerosos libros y artículos de historia latinoamericana. Colabora frecuentemente en prensa escrita, radio y TV y es responsable de la sección de América Latina de la Revista de Libros.

Diplomacia brasileira: revisao com consulta as bases...

Nada mais natural essa metodologia, que já foi aliás seguida em administrações passadas. Apenas pessoas auto-suficientes, o que não quer dizer alto-suficientes, são capazes de seguir determinações cegas de um partido, impondo essas diretrizes externas à Casa aos subordinados internos, considerados simples piões de um jogo pré-determinado.
Paulo Roberto de Almeida

Itamaraty consulta diplomatas sobre nova política
Jamil Chade
O Estado de S.Paulo, 31 de janeiro de 2011

Ministro Antônio Patriota encaminhou a embaixadores pedido de reavaliação das relações do Brasil com EUA, Irã e regimes autoritários

Por ordem do ministro das Relações Exteriores, Antônio Patriota, os principais departamentos do Itamaraty, as embaixadas e a missão do Brasil na Organização das Nações Unidas preparam uma reavaliação da política externa brasileira. Esse trabalho, com conclusão prevista para março, tratará de temas como os direitos humanos em países de regimes autoritários, o papel do Brasil nas questões relacionadas ao Irã e o relacionamento com os Estados Unidos.

O Estado obteve informações sobre o despacho confidencial enviado por Patriota aos diplomatas brasileiros com representantes do País na Europa e no Oriente Médio. Essa ordem teria partido depois de uma conversa entre o ministro e a presidente Dilma Rousseff, que já fez declarações na contramão de seu antecessor, Luiz Inácio Lula da Silva, por exemplo, em relação à condenação da iraniana Sakineh Ashtiani. Para Dilma, os direitos humanos não são negociáveis.

Com esse levantamento, avaliam os diplomatas ouvidos pela reportagem, a política externa brasileira daria mais relevância a princípios e valores defendidos domesticamente no Brasil que teriam sido deixados de lado nos últimos anos, além de repensar a relação bilateral com uma série de países.

A gestão do ex-chanceler Celso Amorim no Itamaraty promoveu uma aproximação inédita com o Oriente Médio e a África. Se, por um lado, essa política trouxe benefícios comerciais - como a multiplicação por dez nas trocas do Brasil com o Egito ou o movimento de US$ 2 bilhões anuais com o Irã -, por outro não faltaram críticas à posição do País de não reprovar publicamente violações de direitos humanos cometidos por regimes autoritários.

Uma das críticas mais duras ao Brasil - que cobiça um lugar permanente no Conselho de Segurança da ONU - veio da Anistia Internacional. "O problema é que, nesse caminho, o Brasil parece ter se esquecido de seus próprios valores internos, do fato de ser uma democracia e de ter lutado contra uma ditadura", afirmou a entidade em nota.

No despacho confidencial, Patriota pediu avaliação completa sobre o status da relação do Brasil com o Irã e quais pontos devem passar por alguma modificação. O País deve manter sua posição de que os emergentes têm direito a desenvolver tecnologia nuclear, mas tende a admitir que o processo negociador com os iranianos não tem surtido o resultado esperado. Nesse cenário também estão em discussão questões relacionadas a violações de direitos humanos no regime dos aiatolás.

Estados Unidos. Para completar, a revisão da política externa tocará em outro tema delicado: a imagem de que haveria um sentimento antiamericano permeando a diplomacia brasileira. anos. Telegramas da embaixada dos Estados Unidos em Brasília revelados pela organização WikiLeaks demonstraram preocupação por parte dos diplomatas americanos nesse sentido.

Ex-embaixador do Brasil em Washington, Patriota vê com mais otimismo uma maior cooperação entre a Casa Branca e o Palácio do Planalto. Em março, o presidente dos EUA, Barack Obama viajará para o Brasil e o ministro já gostaria de dar sinais dessa reavaliação da diplomacia do País nessa viagem.

O QUE DEVE MUDAR
Regimes autoritários
Depois de fazer vista grossa para violações de direitos humanos, o País deve adotar tom crítico em relação a governos não democráticos, principalmente na África e no Oriente Médio.

Armas nucleares
O Brasil manterá a posição de que países emergentes têm o direito de desenvolver programas de tecnologia nuclear, mas tende a reavaliar a opção de buscar apenas o caminho da negociação com o Irã para evitar o desenvolvimento de bombas.

Relações com os EUA
Nos últimos anos, Brasil e Estados Unidos divergiram em diversos temas no cenário internacional. A tendência agora é de mais diálogo e alinhamento da política externa dos dois países.

domingo, 30 de janeiro de 2011

Apostasia no Islam: um crime passivel de morte

Como (hipoteticamente) católico, protestante, evangélico, enfim, cristão, tenho plena liberdade para trocar de religião, ou até para abjurar e ofender Deus (ou deus, como quiserem). Posso ser um iconoclasta, um ateu convicto e militante, ou um simples irreligioso, indiferente às religiões, a qualquer religião, oficial ou não. Nada disso me causa perigo de morte na maior parte dos países. Posso proclamar isso abertamente, sem temer pela minha vida.
Não, porém, se eu fosse muçulmano e vivesse num país islâmico que faz da lei corânica a base do sistema judiciário. No Afeganistão, na Arábia Saudita, no Irã, três países completamente diferentes em matéria de seitas religiosas, eu poderia ser condenado à morte por apostasia, impiedade, por simplesmente renunciar à religião muçulmana.
Este não é um direito de alguém que "nasceu" muçulmano (uma óbvia falsidade, mas vale simplesmente a religião dos pais, preferencialmente a do pai, pois mesmo uma não muçulmana deve educar seus filhos como muçulmanos, se o pai o for), pois ele JAMAIS teria o direito ou a faculdade de mudar de religião, mesmo se fosse para uma das grandes religões monoteistas que o Islã reconhece, o judaísmo e o cristianismo. Menos ainda o direito de abandonar simplesmente a religião, já não digo virar ateu, mas simplesmente laico, irreligioso. Isso não existe.
Trata-se de ofensa grave, punível com a morte.
Não é preciso lembrar aqui a fatwa que até hoje, depois de proclamada contra o escritor indiano (ex-muçulmano) Salman Rushdie pelo Aiatollah Ruholla Khomeiny, vigora e está sempre sustentando qualquer muçulmano piedoso que se disponho a matá-lo por seu livro "Versos Satânicos" (no qual se faz uma alegoria com as mulheres do profeta Maomé).
Esta mulher, entrevistada por Thais Oyama nas Páginas Amarelas da Veja desta semana arrisca-se ser simplesmente assassinada por um devoto muçulmano, que seria distinguido e homenageado em seu país de origem por cometer um ato de "respeito a Allah".
Não é alucinante? Mas esta é a realidade...
Paulo Roberto de Almeida

Páginas Amarelas
"Eu renunciei ao Islã"
Entrevista: Mina Ahadi
Revista Veja, edição 2202, ano 44, n. 5, 2 de fevereiro de 2011


A iraniana Mina Ahadi mora há catorze anos na Alemanha, mas pouquíssimos amigos sabem exatamente onde. Desde que ela criou o Conselho de Ex-Muçulmanos, entidade de apoio a pessoas que abdicaram da fé islâmica, passou a receber ameaças de morte que a obrigam a viver quase reclusa. Renunciar ao Islã é considerado entre muçulmanos uma ofensa grave, punível com pena de morte em países como o Irã, que Mina foi obrigada a deixar depois que os aiatolás tomaram o poder, em 1979. Então uma líder estudantil, ela foi perseguida pela Guarda Revolucionária, teve o marido executado e sua cabeça posta a prêmio. Conseguiu asilo político na Áustria e depois se mudou para a Alemanha, onde hoje chefia os Comitês contra a Execução e o Apedrejamento. Mina Ahadi falou a VEJA em um hotel em Colônia.

A senhora foi uma das pessoas que mais lutaram para que Sakineh Ashtiani - acusada de adultério e, mais tarde, de participação na morte do marido - não fosse executada por apedrejamento. Como se sentiu ao ouvi-la dizer em entrevista à televisão estatal: “Mina Ahadi, afaste-se de mim, não é da sua conta se eu sou uma pecadora”?
Sei que Sakineh está sob pressão e foi forçada a dizer isso para se salvar. Isso não me incomoda. Também seu filho foi obrigado a declarar diante das câmeras que acredita na culpa da mãe. Mas eu penso que Ahmadinejad (o ditador iraniano Mahmoud Ahmadinejad) vai precisar de outra vítima para demonstrar a sua força. Sakineh já está salva. Por quê? Graças à repercussão que o caso alcançou, o regime não pode mais executá-la - nem pública nem clandestinamente. O governo já está convencido disso. Apenas busca achar um meio de não sair desmoralizado do episódio. Todo esse processo, no fim, foi bom para o Irã. Chamou a atenção do mundo para a barbárie do regime. Antes do caso Sakineh, a preocupação dos países em relação ao Irã se limitava à questão nuclear.

(…)
Execuções públicas são freqüentes em Teerã?
Não. Fazia muito tempo que isso não ocorria. Trata-se, claramente, de uma nova tática do regime para infundir o terror na população. As prisões estão lotadas. Há, inclusive, crianças e adolescentes aguardando fazer 18 anos para ser executados. Praticamente todos os dias eu recebo chamadas de condenados me pedindo ajuda.
(…)
A senhora pode descrever uma execução por apedrejamento?
Ela acontece em geral ao amanhecer. A pessoa condenada tem as mãos amarradas nas costas e é envolta em uma mortalha branca. Fica totalmente embrulhada nesse pano, o rosto também. Então, é colocada de pé num buraco fundo e coberta de terra até o peito, no caso das mulheres, e até a cintura, no caso dos homens. Dependendo da condenação, é o juiz quem atira a primeira pedra. Mas pode ser também uma das testemunhas. Se a vítima é uma mulher sentenciada por adultério, por exemplo, tanto o seu marido quanto a família dele podem lançar as primeiras pedras. A lei diz que elas têm de ser grandes o suficiente para machucar a vítima, mas não para matá-la no primeiro ou segundo golpe.
(…)
A presidente do Brasil, Dilma Rousseff, posicionou-se publicamente contra a prática do apedrejamento, que classificou de barbárie. Qual a expectativa que a senhora tem desse novo governo?
O que eu espero da presidente Dilma é que ela faca o que seu antecessor não fez: que condene a situação dos direitos humanos no Irã e se recuse a manter relações diplomáticas com um regime assassino como o de Ahmadinejad, a quem Lula chamava de “amigo”.
(…)
Aqui, na Alemanha, a senhora criou um comitê para muçulmanos que renunciaram à fé islâmica, o que lhe rende ameaças de morte até hoje. O que a motivou a fazer isso?
Acredito que, como eu, muitos imigrantes de países muçulmanos vieram para cá em busca de uma vida melhor, o que inclui mais liberdade. E essas pessoas não precisam estar fadadas a viver em uma sociedade paralela, em que as crianças não podem ter amigos de outro sexo ou freqüentar aulas de natação por causa de uma religião na qual, eventualmente, elas não acreditam mais. O que nós queremos é romper esse tabu, é apoiar as pessoas na decisão de libertar-se desse Islã que se voltou contra os muçulmanos.

A senhora se considera uma ex-muçulmana?
Sim, desde os 15 anos, quando deixei de fazer minhas preces. Nas últimas décadas, em muitos lugares, o islamismo tornou-se uma ferramenta de manipulação política, e não uma religião restrita à esfera privada. Há muito tempo esse Islã deixou de fazer sentido. Hoje, para mim, ele significa apenas barbárie e crueldade.

Socialismo da fome (uma redundancia): retrato da Cuba atual

Este jornalistra americano tentou sobreviver durante um mês com a "renda" de um cubano, na verdade menos do que um cubano, pois os cubanos roubam do Estado, ou exercem expedientes diversos para tentar chegar ao fim do mês vivos. O jornalista americano, sem recurso a esses expedientes, quase morre na experiência.
Este texto deveria ser lido por todos os amigos sinceros de Cuba, e todos aqueles que acreditam que a origem dos males cubanos está no embargo americano, como proclamam mentirosamente os dirigentes comunistas.
Alguns trechos de seu relato:

"A caderneta --conhecida como "libreta"-- é o documento fundamental da vida cubana. (...) Em 1999, o ministro do Desenvolvimento de Cuba me disse que a ração mensal oferecia comida suficiente para apenas 19 dias, mas previu que esse total logo subiria.
Na verdade, caiu. (...) A opinião geral é de que a ração mensal hoje só dá para 12 dias de comida."

"Os vizinhos do meu amigo --marido, mulher e neto-- receberam a ração padronizada de produtos básicos, que consiste, por pessoa, em:
Dois quilos de açúcar refinado
Meio quilo de açúcar bruto
Meio quilo de grãos
Um pedaço de peixe
Três pãezinhos
Riram muito quando perguntei se recebiam carne de vaca."

"Depois de 50 anos de Progresso, o país está falido, na prática. Em 2009, ervilhas e batatas foram retiradas da ração e os almoços baratos nos locais de trabalho foram reduzidos às dimensões de lanches rápidos."

"Eu costumava dizer que, em Cuba, 10% de tudo era roubado, para revenda ou reaproveitamento. Agora creio que a proporção real seja de 50%. O crime é o sistema."

"Uma "cesta mensal" de comida racionada (que dura apenas 12 dias) custa 12 pesos por pessoa, de acordo com as contas do governo. Nos 10 dias seguintes de cada mês, as pessoas precisam comprar o mesmo volume de comida por 220 pesos, nos diversos mercados livres, paralelos e negros. E ainda assim isso só conduz o cidadão ao 22º dia do mês. As despesas mensais envolvidas em manter o mesmo padrão de alimentação seriam de 450 pesos --o que supera a renda de milhões de cubanos, e isso sem incluir roupas, transportes ou produtos para a casa.
"

"Ela é enfermeira, tem 24 anos, vive em Holguín. Para conseguir mais tempo de férias, trabalha turnos de 12 horas, e depois, a cada quatro ou seis meses, vai a Havana para um longo intervalo "no qual me dedico a isso", disse. Em um raro momento de eufemismo, se definiu como dama de acompañamiento."

Creio que basta isso. Os cubanos não merecem esse regime de emagrecimento forçado. Os amigos do regime, ou seja, os socialistas políticos, guevaristas de carteirinha deveriam sentir vergonha.
Paulo Roberto de Almeida

Cubano por 30 dias
PATRICK SYMMES
Folha de S.Paulo, 30/01/2011

Com o desafio de passar um mês em Havana com apenas 15 dólares, o repórter norte-americano Patrick Symmes narra seu mergulho na sociedade cubana e os diversos "jeitinhos" a que precisou recorrer para obter comida, se locomover e até mesmo para destilar rum caseiro.

NAS DUAS PRIMEIRAS DÉCADAS da minha vida, acho que nunca passei mais de nove horas sem comer. Mais tarde, fiquei sujeito a períodos mais longos de fome, mas sempre voltei para casa, fui recebido com festa, comi tudo o que quis, no momento que quis, e recuperei o peso que tivesse perdido. Além disso, segui a trajetória habitual de uma vida americana, ganhando meio quilo de peso por ano, década após década.

Quando decidi ir a Cuba e viver por um mês consumindo apenas aquilo que um cubano comum pode consumir, meu peso havia atingido 99 quilos; nunca tinha sido tão alto.

Em Cuba, o salário médio é de US$ 20. Médicos chegam a ganhar US$ 30, e muitas outras pessoas ganham só US$ 10. Decidi que me concederia o salário de um jornalista cubano: US$ 15, a renda de um intelectual oficial. Sempre quis ser um intelectual, e US$ 15 representava uma vantagem significativa sobre os proletários que constroem paredes de alvenaria ou cortam cana por US$ 12, e quase o dobro dos US$ 8 da pensão de muitos aposentados. Com esse dinheiro, eu teria de comprar minha ração básica de arroz, feijão, batata, óleo, ovos, açúcar, café e tudo o mais de que precisasse.

A primeira meia hora em solo cubano foi passada nos detectores de metais. Depois, como parte de um novo regime de vigilância que eu não havia encontrado em meus 15 anos anteriores de visita ao país, passei por um interrogatório intenso, porém amadorístico. Não era nada pessoal: todos os estrangeiros que chegaram no pequeno turboélice vindo das Bahamas foram separados do grupo e extensamente interrogados.

Como em Israel, um agente à paisana me fez perguntas detalhadas, mas que não versavam sobre assuntos importantes. ("Para que cidade você vai? Onde ela fica?"). O objetivo era me provocar, revelar incoerências ou causar nervosismo. Ele não olhou minha carteira ou perguntou por que, se eu planejava passar um mês em Cuba, tinha menos de US$ 20 comigo.

O olhar do agente se voltou aos demais passageiros. Eu tinha passado. "Trinta dias", eu disse à senhora que carimbou meu visto de turista. O prazo máximo.

Havia uma placa pendente do teto do aeroporto, com o desenho de um ônibus. Mas nada de ônibus. Só mais tarde, explicou a mulher da cabine de informações. Haveria um ônibus -só um- naquela noite, por volta das 20h, para levar os funcionários do aeroporto de volta a suas casas.

Eu teria de esperar seis horas. O centro de Havana fica a 16 quilômetros do aeroporto. Porque um táxi custaria US$ 25 --ou seja, mais que o meu orçamento para todo o mês--, eu teria de ir a pé. A mesma mulher tirou do bolso do uniforme duas moedas de alumínio, e me deu: 40 centavos de peso, o equivalente a dois centavos de dólar.

Na rodovia, a alguns quilômetros do aeroporto, eu talvez encontrasse um ônibus para a cidade. E em Havana eu poderia encontrar, ou teria de encontrar, uma maneira de sobreviver por um mês. Ergui a mochila aos ombros e comecei a caminhar, com as moedas de alumínio tilintando no bolso. Saí do terminal e atravessei o estacionamento, chegando à via de acesso.

Comecei a caminhar pela estrada, deixando o mundo externo para trás a cada sólido passo. A intervalos de alguns minutos, táxis se aproximavam, buzinando, ou carros particulares paravam ao meu lado e me ofereciam uma jornada até a cidade por apenas metade do preço oficial. Eu continuei caminhando, devagar, deixando para trás os velhos terminais e contemplando os campos de vegetação esparsa.

Os outdoors trombeteavam mensagens do passado: Bush terrorista. Depois de caminhar 40 minutos, cruzei por sobre os trilhos da ferrovia em uma passarela e, ao chegar à rodovia, tive sorte. O ônibus para Havana estava no ponto. Passada uma hora, eu havia chegado ao centro de Havana e estava de novo caminhando, em busca de um velho amigo.

RACIONAMENTO As primeiras pessoas com quem conversei na cidade --desconhecidos que vivem perto da casa do meu amigo-- mencionaram o sistema de racionamento. Sem que eu perguntasse, eles me mostraram suas cadernetas de racionamento e se queixaram bastante.

A caderneta --conhecida como "libreta"-- é o documento fundamental da vida cubana. Quase nada mudou no sistema de racionamento: ainda que agora seja impressa em formato vertical, a caderneta é idêntica às emitidas anualmente durante décadas.

O que mudou foi a tinta: havia menos texto na caderneta. O número de itens era menor, e as quantidades também eram menores, menos do que em 1995, a época de fome do "Período Especial". Desde então, a economia cubana se recuperou, mas o sistema cubano de racionamento ainda não. Em 1999, o ministro do Desenvolvimento de Cuba me disse que a ração mensal oferecia comida suficiente para apenas 19 dias, mas previu que esse total logo subiria.

Na verdade, caiu. Ainda que hoje o volume total de alimentos disponíveis em Cuba seja mais alto e o consumo de calorias per capita também tenha crescido, isso não se deve ao racionamento. O crescimento ocorreu em mercados privatizados e hortas cooperativas, e por meio de importações maciças; a produção de alimentos pelo Estado caiu 13% no ano passado e a ração encolheu junto. A opinião geral é de que a ração mensal hoje só dá para 12 dias de comida.

A minha viagem serviria para que eu fizesse o meu próprio cálculo: como alguém pode sobreviver durante um mês com comida para apenas 12 dias?

CADERNETA Cada família recebe uma caderneta de racionamento. As mercadorias são distribuídas numa série de mercearias (uma para laticínios e ovos, outra para "proteínas", outra para pão; a maior delas cuida dos enlatados e outros produtos embalados, de café e óleo a cigarros). Cada loja conta com um administrador que anota na caderneta a quantidade de produtos retirada pela família. Os vizinhos do meu amigo --marido, mulher e neto-- receberam a ração padronizada de produtos básicos, que consiste, por pessoa, em:

Dois quilos de açúcar refinado
Meio quilo de açúcar bruto
Meio quilo de grãos
Um pedaço de peixe
Três pãezinhos

Riram muito quando perguntei se recebiam carne de vaca.

"Frango", disse a mulher, mas isso provocou uivos de protesto: "Qual foi a última vez que recebemos frango?", o marido questionou. "Pois então, é verdade", ela disse. "Já faz alguns meses." A ração de "proteína" é distribuída a cada 15 dias e consiste numa carne moída de misteriosa composição, que inclui uma bela proporção de pasta de soja (se a carne for suína, a mistura recebe o falso nome de "picadillo"; se for frango, é conhecida como "puello con suerte", ou frango com sorte).

A ração basta para o equivalente a quatro hambúrgueres por mês, mas até aquele momento, em janeiro de 2010, cada um só havia recebido um peixe --em geral, uma cavala seca e oleosa.

E há os ovos. A mais confiável das fontes de proteínas, eles são conhecidos como "salva-vidas". Antigamente, a ração era de um ovo por dia; depois, um ovo a cada dois dias; agora, é de um ovo a cada três dias. Eu teria dez deles como ração para o mês seguinte.

Meu amigo me conduziu a uma residência particular no bairro de Plaza, onde eu alugaria um apartamento por um mês --a única despesa que deixo fora de minhas contas aqui. O apartamento era espartano, em estilo cubano: dois cômodos, cadeiras sem almofadas, um fogareiro de duas bocas numa bancada e um frigobar.

No meu segundo dia, comecei comendo um bagel de gergelim, e distraidamente o devorei inteiro, como se fosse possível comprar outro. De acordo com um aplicativo de contagem de calorias instalado em meu celular, o bagel tinha 440 calorias. Tudo que comi pelos 30 dias seguintes foi anotado com ajuda do pequeno teclado, registrado, tabulado em termos diários e semanais, dividido em proteínas, carboidratos e gordura, avaliado por meio de gráficos de barras. Um homem ativo do meu tamanho (1,88 metro, 95 quilos) precisa de cerca de 2,8 mil calorias diárias para manter o peso. Eu ainda não tinha conseguido quaisquer outros suprimentos de comida, e concluí meu café da manhã quando a faxineira de meu senhorio me deu dois pequenos copinhos de café muito açucarado (75 calorias).

Da mesma forma que os cubanos aproveitam lacunas nos regulamentos para sobreviver, decidi explorar minha evidente condição de estrangeiro em meu benefício, e passei o dia entrando e saindo de hotéis nos quais poucos cubanos estão autorizados a entrar. Isso me dava acesso a ar condicionado, papel higiênico e música. Passei pela segurança no Habana Libre, o antigo Hilton, e subi de elevador até o topo, que oferecia lindas vistas de Havana ao crepúsculo.

A boate ainda não estava aberta, mas entrei mesmo assim; apanhei um ensaio em curso. Um roqueiro russo, com uma banda de apoio de mais de 30 músicos, estava passando o som do show que faria mais tarde. O hotel serviu chá e água mineral em garrafas aos músicos, e aproveitei a oportunidade para beber bastante. O sabor adstringente do chá --mediado por muito açúcar- finalmente começou a fazer sentido para mim. Era a bebida dos noviços em um mosteiro, das pessoas famintas e enregeladas. Seu objetivo é matar o apetite.

Havia restos de um lanche. Encontrei apenas um sanduíche e meio de queijo, abandonado em um guardanapo perto da seção de cordas; coloquei o guardanapo no bolso. Caminhei por uma hora, atravessando Havana para voltar ao meu quarto, passando por dezenas de lojas novas --açougues, bares, cafés, pizzarias e outros prolíficos fornecedores de alimentos vendidos apenas em moeda forte. Detive-me por longo tempo, contemplando os imensos peitos de peru expostos na vitrine de uma das lojas.

Quando enfim cheguei ao meu quarto, os sanduíches se haviam desintegrado no meu bolso, em uma massa de migalhas, manteiga e queijo sintético, mas os comi mesmo assim, devagar, prolongando a experiência. Eu sempre havia desdenhado os cubanos que se dispõem a aplaudir o regime em troca de um sanduíche, mas, já no meu segundo dia na ilha, eu me sentia disposto a denunciar Obama em troca de um biscoito.

Na manhã do terceiro dia, caminhei mais de duas horas por Havana em busca de comida, queimando 600 calorias, o equivalente aos sanduíches consumidos um dia antes. Eu havia presumido, erroneamente, que poderia simplesmente comprar a comida de que precisaria para o mês. No entanto, por ser norte-americano, eu era inelegível para o racionamento, nos termos do qual o arroz custa dois centavos de dólar o quilo. Como "cubano" vivendo com salário de US$ 15 ao mês, eu não teria como comprar comida fora do sistema, nas dispendiosas lojas que vendem alimentos em dólares. Os cubanos chamam essas pequenas lojas, que vendem de tudo, de pilhas e carne bovina a óleo de cozinha e fraldas, de "el shopping". Depois de horas de frustração, e incapaz de comprar qualquer comida, voltei de ônibus ao apartamento.

Eu não tinha almoçado. Tentei ler, mas só havia trazido livros sobre dificuldades e sofrimento, como "Les Misérables". Comecei com um panorama mais fácil e bem humorado sobre uma vida solitária e repleta de privações, "Sailing Alone Around the World", de Joshua Slocum, e li 146 páginas do livro em meu primeiro dia. Slocum atravessou o Atlântico em um veleiro comendo pouco mais que biscoitos e postas de carne de peixe voador, acompanhados por café, e fiquei especialmente satisfeito quando, ao chegar ao Pacífico, ele descobriu que havia uma infestação de mariposas em sua reserva de batatas, e teve de lançar as valiosas provisões ao mar. Mas depois disso ele costumava fazer absurdos como preparar um cozido irlandês ou apelar a uma reserva de vitela defumada comprada na Tierra del Fuego. Um navio de passagem chegou a lhe lançar uma garrafa de vinho espanhol, certa vez. Bastardo sortudo.

Se eu continuasse a ler no ritmo daquele primeiro dia, livros seriam mais uma das provisões que eu esgotaria antes do prazo.

Por fim, já que não conseguia mais ficar parado, corri para fora da casa e, seguindo uma dica, encontrei uma casa a alguns quarteirões de distância em cujo portão havia um cartaz com a palavra "café". Na parte traseira da casa havia uma janela gradeada, e eu passei o equivalente a 40 centavos de dólar pela janela. Uma mulher me serviu um pãozinho com apresuntado. Um copo de suco de papaia me custou mais 12 centavos de dólar. Embora eu tentasse comer devagar, o almoço desapareceu em questão de minutos. A esse ritmo --50 centavos de dólar por refeição-, minha reserva de dinheiro seria consumida rapidamente, e saí daquele quintal prometendo a mim mesmo que jantaria quase nada.

De manhã, notícias piores me aguardavam quando tentei me vestir. Descobri que o zíper de minha calça estava enguiçado. Como parte do meu esforço para parecer e me sentir cubano, só havia levado duas calças na bagagem. Calças são um dos muitos itens não alimentícios também distribuídos como parte da ração, e isso em geral quer dizer apenas uma calça por ano. A maioria dos cubanos se vira com apenas um ou dois exemplares de cada peça de roupa. Por isso, o zíper quebrado teria de ser reparado --em janeiro, não havia distribuição de calças. Depois do fracasso de alguns esforços nada competentes para consertar o zíper sozinho, compreendi que teria de gastar dinheiro, ou trocar alguma coisa, pelo trabalho de um alfaiate. Café da manhã: duas xícaras de café açucarado. Total de 75 calorias.

MERCADO No quarto dia, saí para comprar comida, experiência ridícula. Por sorte, o apartamento que aluguei ficava perto do maior e melhor mercado de Havana, que não é nem tão grande e nem tão bom assim. O mercado era um "agro", ou seja, um sacolão.

Há quem compare esses mercados às feirinhas de produtos orgânicos norte-americanas, mas não havia conversa amistosa entre comprador e vendedor, e sim um ruidoso, lotado e barulhento corredor repleto de bancas vendendo todas o mesmo estreito elenco de produtos, a preços aprovados pelo Estado: abacaxis, berinjelas, cenouras, pimenta verde, tomate, cenoura, iúca, alho, bananas-da-terra e não muito mais.

Numa sala separada, havia carne de porco à venda, pilhas trêmulas de carne rosada e pálida, manipulada por homens de mãos nuas. Carne era um produto além de meu alcance, embora houvesse "gordura" à venda por US$ 1 (27 pesos) o quilo.

Esperei na fila para converter todo o meu dinheiro --18 pesos conversíveis, a moeda forte cubana-- em pesos comuns. A pilha de cédulas desgastadas e sujas que resultou da transação equivalia a 400 pesos, ou cerca de US$ 16, pela cotação do mercado negro de Havana.

Enfrentei as multidões e comprei uma berinjela (10 pesos), quatro tomates (15), uma cabeça de alho (2) e algumas cenouras (13). No balcão da padaria, a mulher que atendia me disse que pães só podiam ser vendidos a portadores de cadernetas de racionamento --mas mesmo assim me vendeu cinco pãezinhos, avidamente apanhando cinco pesos de minha mão. Só fui bem tratado pelo vendedor de tomates, que me ofereceu um tomate de brinde.

DOIS PESOS Cuba tem duas moedas, o peso valioso, oficialmente conhecido como CUC, e chamado de cuc, fula, chavita e convertible; ele foi introduzido para eliminar a presença de moeda estrangeira no país e seu valor deveria equivaler ao do dólar norte-americano, em termos gerais, ao menos antes da comissão de 20% cobrada pela conversão.

A outra moeda é o humilde peso comum (conhecido como peso). Os salários dos cubanos são pagos em pesos comuns, e para comprar qualquer coisa importante eles precisam convertê-los em CUC, à taxa de 24 por um. Uma caixinha de macarrão frito no bairro chinês de Havana custava "72/2,5",em pesos comuns e CUC, respectivamente, e o preço nos dois casos representava cerca de 15% da renda mensal média.

Comprei 1,5 quilo de arroz por pouco mais de 10 centavos de dólar, e um saco de feijão vermelho. Com isso, a conta final subiu a catastróficos US$ 2, por uma quantidade de comida que produziria apenas algumas refeições.

Alguns moleques me seguiram até a saída, murmurando "camarão, camarão, camarão", em um esforço para me vender alguma coisa. Do lado de fora, um homem viu que eu me aproximava e subiu numa árvore, descendo com cinco limões que me ofereceu. (Não era um limoeiro, e sim o lugar em que guardava seus produtos de mercado negro.) Cheguei em casa cambaleando com o peso do arroz e dos legumes, com cara, segundo a mulher de meu senhorio, de homem divorciado a ponto de começar vida nova.

DINHEIRO As calorias acumuladas inevitavelmente me levaram a refletir sobre o outro lado da equação: dinheiro. Como eu conseguiria sobreviver dali a duas semanas, se a cada vez que fizesse compras gastasse US$ 2? Eu continuava a fazer tudo a pé, o que me custava 60 minutos apenas para chegar aos hotéis de turistas em Vedado (nos quais não encontrei mais nenhum sanduíche extraviado), ou para encostar o rosto contra as grades de ferro de algum restaurante, assistindo, em companhia de quatro ou cinco cubanos, à banda que tocava mambo para os estrangeiros.

A cada dia eu era abordado por cubanos que, de uma ou outra maneira, me pediam dinheiro. E sabia que minhas escolhas pessoais seriam igualmente desagradáveis, algumas semanas adiante. Será que eu deveria me posicionar em uma esquina e pedir dólares a desconhecidos? Até que ponto uma pessoa precisa estar faminta para se tornar parecida com a adolescente pela qual passei em uma calçada de Vedado naquela tarde; ela trazia um bebê no colo, mas se voltou para mim e disse: "Deseas una chica sucky sucky?"

CAFÉ Se era questão de chupar alguma coisa, eu já sabia exatamente o quê. Apanhei-me contemplando os Ladas que passavam, para ver se as tampas de seus tanques de gasolina tinham trancas. Com uma mangueira e um recipiente plástico, eu poderia obter cinco litros de gasolina e vendê-la por intermédio de um amigo no bairro chinês. Mas todos os carros de Cuba têm trancas nas tampas do tanque de combustível, ou ficam protegidos atrás de portões trancados, à noite. Já havia homens demais, e bem mais durões que eu, envolvidos nesse tipo de trabalho. Cuba não é terra para ladrões amadores.

Eu precisava de café, mas nenhuma loja tinha estoque desse produto essencial. Nem mesmo a loja do meu bairro que opera com moeda forte tinha café, e visitas repetidas aos supermercados que vendem em dólares, em Vedado, e às lojas de diversos hotéis resultaram em zero café, por todo o mês. Certa vez vi um pacote de meio quilo de Cubacafe, a marca de exportação, à venda em um cinema da Velha Havana. Mas custava 64 pesos, e mesmo que a abstinência de café estivesse me matando, eu não tinha como pagar tão caro, ou andar toda aquela distância de novo. Da janela do meu banheiro, percebi que a loja de produtos racionados estava aberta, e fui até lá.

Em uma prateleira, havia cinco sacos de café. Eram da marca doméstica, Hola, um café claro, em contraposição ao pó escuro do Cubacafe, e o preço era de pouco mais de um peso pelo primeiro pacote de 100 gramas, e de cinco pesos por pacote adicional. Havia cerca de uma dúzia de pessoas disputando o pão e o arroz, e por isso pude estudar as duas lousas nas quais a loja anunciava os produtos disponíveis. A maior delas mencionava os produtos básicos --os primeiros dois quilos de arroz custam 25 centavos de peso; cada comprador pode comprar um quilo adicional por 90 centavos de peso. O limite de compras era de três quilos de arroz ao mês, para prevenir que as pessoas comprassem arroz e o revendessem em busca de lucros. A lousa menor informava sobre os "produtos liberados", e continha uma lista menor de coisas como cigarros e outros bens que podem ser adquiridos sem restrições.

Eu disse "el último", e tomei lugar na fila por trás do comprador que antes era o último. Logo chegou uma mulher com uma sacola plástica nas mãos e disse "el último", e se tornou a última da fila.

O homem que me atendeu sorria mas parecia agitado. Era alto, negro, e usava uma barba rala, mal cuidada. Quando pedi café, fez um gesto negativo com as mãos. Não era preciso explicar: um estrangeiro não tem direito a ração, e de qualquer jeito não havia café. Tentei ganhar tempo, esticando uma conversa à qual ele só respondia com gestos. Perguntei se não havia café em parte alguma, e disse que havia procurado por toda a cidade, sem encontrar. Acrescentei que realmente gostava de café. Sabe?

"Os cubanos bebem muito café", ele por fim respondeu. Tendo estabelecido uma conexão, eu acenei com a cabeça e perguntei se não seria possível conseguir café em algum lugar. "Não", ele respondeu.

Sério? Talvez alguém, em algum lugar? Nem precisa ser muito. Ele meneou a cabeça; o gesto do talvez.

Quem?

"A Sra. __", respondeu.

E onde posso encontrá-la?

Como se estivesse guiando um cego, ele saiu de trás do balcão, me apanhou pelo braço e me conduziu até a rua. Caminhamos apenas 10 passos, sem mudar de calçada. Ele entrou na primeira porta, e distraidamente apertou o traseiro de uma mulher que estava passando. ("Ei!", ela exclamou, furiosa. "Quem você acha que é?") Paramos na porta de um apartamento localizado imediatamente atrás da loja de produtos racionados. Ele bateu. A porta foi aberta por uma mulher com um bebê no colo.

"Café", ele disse.

Paguei com uma nota de 20 pesos. Ela me deu um pacote de Hola e cinco pesos de troco.

"Só isso?" Era três vezes mais que o preço cobrado na loja, a alguns passos de distância, mas descobri mais tarde que os cubanos também têm de pagar o mesmo ágio.

O homem fez que sim com a cabeça. Seu nome era Jesús.

Voltamos à loja. "Pão?", perguntei. Ele perguntou ao seu chefe, que respondeu com um "não" em volume alto o bastante para que a loja toda ouvisse.

Perguntei de novo. Ele repetiu a pergunta ao chefe. Não ouvi um novo não. Passei-lhe a nota de cinco pesos e recebi cinco pãezinhos.

Depois disso, pude comprar tudo que queria. Em companhia de Jesús, ninguém perguntava coisa alguma. Ninguém me pediu para ver minha caderneta de racionamento, nas compras dos itens básicos, e pelo resto do mês paguei o mesmo preço que os cubanos, pela mesma merda de comida.

PEDESTRE No sexto dia, fui a pé aos subúrbios, saindo de meu bairro, Plaza, e passando por Vedado rumo ao oeste, e pelo imenso cemitério de Colón, que abriga os mausoléus e os anjos alados das famílias ricas do passado cubano, bem como os sepulcros de concreto da classe média. Um jovem chamado Andy caminhou comigo por algum tempo, entusiasmado por aprender mais sobre os Estados Unidos. ("todos queremos viver lá"); ele me convidou para conhecer a barbearia de um amigo. Mais tarde, de novo sozinho, passei por alguns cafés, e estudei com atenção todas as pequenas barracas. Uma delas oferecia "pão com hambúrguer" por 10 pesos, o menor preço que havia visto até então. Mas ainda assim seria um gasto alto demais para aquele dia.

Entrei para o mundo dos pedestres de longo percurso, e percorri uma dúzia de avenidas e mais de 20 ruas ao longo de uma hora; encontrei a pequena ponte sobre o rio Almendares que separa Havana propriamente dita da Grande Havana. Os exilados costumam falar com nostalgia sobre o Almendares, cujo percurso tortuoso é marcado por vinhas e imensas árvores, mas sempre o vi como deprimente ou até mesmo um tanto assustador: uma fronteira úmida e lodosa entre a cidade decadente e as grandes (e dispendiosas) casas dos subúrbios a oeste. De uma ponte baixa perto do oceano, consegui ver o que restava da paisagem marinha: uma dúzia de cascos de navios naufragados, alguns barcos dilapidados usados como moradia, e galpões abandonados que no passado serviam como abrigos de embarcações. Só havia dois barcos em movimento: uma lancha da polícia e um pequeno iate sem mastros de cerca de seis metros de comprimento, aparentemente incapaz de chegar à Flórida.

Virei à direita na Miramar, passando por algumas das maiores mansões de Cuba e diversas embaixadas. É a região "dos endinheirados, das empresas estrangeiras e das pessoas com linhagem", diz uma prostituta no romance "Havana Babylon". "Viver em Miramar, mesmo que em um vaso sanitário, é sinal de distinção".

COMIDA ROUBADA Fui perseguido por duas mulheres que acenavam com uma lata imensa de molho de tomate e gritavam "15 pesos! É para os nossos filhos!" Não parei, mas depois percebi que havia cometido um erro. Ao preço de 15 pesos por uma lata em tamanho restaurante, o molho de tomate seria uma pechincha. Comida roubada é a mais barata. E nada poderia ser mais normal em Cuba do que caminhar carregando uma lata gigante de alguma coisa.

Poucos quarteirões adiante, cheguei por acaso ao Museu do Ministério do Interior. A equipe era formada por mulheres com o uniforme do Minint, com ombreiras verdes e saias na altura do joelho. Informaram-me que o ingresso custava dois CUC. Eu não tinha como pagar, é claro. E quanto custa o ingresso para os cubanos? Pergunta errada. Ninguém pechincha com o Minint.

Eu disse que voltaria outro dia, mas fiz hora no saguão de entrada, que serve como local para exposição: uma bancada de metralhadoras, fotos da grande sede do Minint, perto do meu apartamento, e citações em letras grandes de frases de Raúl Castro e outras autoridades, com elogios aos patriotas do Minint por protegerem o país.

Uma das mulheres, que usava o cabelo preso em um coque severo, estava me observando. Embora eu não tivesse fotografado nada e nem tomado notas, ela parecia astuta.

"Quem é você?", ela perguntou.

Eu sorri e comecei a caminhar para a saída.

"Você é jornalista?", ela quis saber.

"Turista", disse, olhando por sobre os ombros e caminhando apressado para a saída.

"Você tem credencial para vir aqui?", ela me perguntou, de longe.

Continuei a caminhar rumo oeste, por mais meia hora. Estava coberto em suor quando cheguei à casa de Elizardo Sánchez, um dos alvos do Minint.

PROGRESSO Quando contei a Sánchez que havia caminhado até sua casa, como parte de um plano para passar 30 dias vivendo e comendo como um cubano, ele me mostrou sua caderneta.

"O nome disso é caderneta de suprimentos", disse ele, "mas é um sistema de racionamento, o mais duradouro do mundo. Os soviéticos não tiveram racionamento por tanto tempo quanto os cubanos. Nem mesmo o racionamento chinês durou tanto." A escassez surgiu logo depois da revolução; o sistema para a distribuição controlada de bens básicos já estava em funcionamento em 1962.

Depois de 50 anos de Progresso, o país está falido, na prática. Em 2009, ervilhas e batatas foram retiradas da ração e os almoços baratos nos locais de trabalho foram reduzidos às dimensões de lanches rápidos.

"Havia rumores sobre retirar coisas da ração, ou eliminar o sistema de vez", disse Sánchez, sobre boatos que cativam os cubanos. Mas esses rumores desapareceram em 1º de janeiro de 2010, quando novas libretas foram distribuídas, a exemplo de todos os outros anos.

ARTES DOMÉSTICAS Sánchez mantém alegre ignorância quanto às artes domésticas. "Dois quilos de arroz a 25 centavos", ele disse, tentando recordar sua ração mensal. "Acho. E mais meio quilo a 90 centavos. Acho. Vamos perguntar às mulheres. Quanto a isso, elas dominam".

Ele chamou a mulher com quem vive, Barbara. Além de trabalhar como advogada em defesa de prisioneiros políticos, ela cozinha e ajuda sua mãe e uma sócia a manter uma padaria na cozinha de sua casa. Elas compraram uma saca de trigo "à esquerda", o que significa que se trata de farinha roubada, comprada de um contato. O custo foi de 30 pesos. Com isso e uma porção de carne moída comprada clandestinamente no açougue, elas fazem pequenas empanadas vendidas a três pesos a unidade, ou cerca de oito por US$ 1. É assim que Cuba se ajeita: as lojas de produtos racionados têm moradores dos bairros como funcionários; eles roubam ingredientes e os vendem aos vizinhos, que produzem alguma coisa com eles e revendem a esses e outros vizinhos. Oito empanadas seriam um bom almoço, mas US$ 1 era preço fora do meu orçamento. Barbara me deu duas delas, e eu as demoli com uma mordida.

Ela ouviu com expressão neutra, quando expliquei minha tentativa de viver dentro dos limites do racionamento. "É um bom plano de dieta", comentou. Outro dissidente que estava visitando a casa, Richard Rosello, entrou na conversa. Ele tem um caderno no qual anota os preços dos produtos nos mercados paralelos, também conhecidos como mercados clandestinos ou mercados mala preta. "Um problema é a comida", disse Rosello. "Mas também temos o problema de como pagar a conta de luz, o gás, o aluguel. O preço da eletricidade está de quatro a sete vezes mais alto que no passado". Elizardo paga cerca de 150 pesos por mês de eletricidade --um quarto do salário médio cubano.

Como sobreviver, portanto? "Os cubanos inventam alguma coisa", disse Barbara. Um dos truques é vender os bens racionados, comprados a baixo preço, pelo valor de mercado. Foi assim que enfim consegui comprar minha porção de 10 ovos. Sem a caderneta de racionamento, não tinha como comprá-los legalmente. Mas ao anoitecer do dia anterior, eu havia esperado perto da loja de ovos local, onde troquei um olhar com uma mulher idosa que estava saindo com 30 ovos --um mês de suprimento para três pessoas. Ela os comprou a 1,5 peso por unidade, e me vendeu 10 deles por dois pesos cada. Voltou à loja e imediatamente comprou mais ovos, lucrando três ovos e alguma sobra de dinheiro com a transação. Os dois caminhamos de volta para nossas casas cuidadosamente, com medo de desperdiçar toda a ração mensal de proteína por conta de um único tropeço.

Barbara aproveitou para apontar um erro terrível em meu plano. Nos últimos anos, a maioria das fontes fora de Cuba reporta que a ração inclui 2,5 quilos de feijão preto. Mas há anos isso não é verdade. A porção do mês era de apenas 200 gramas.

Dez mil calorias haviam desaparecido do meu mês em um piscar de olhos.

Para atenuar o golpe, Barbara decidiu me convidar para um "típico" almoço cubano. O primeiro prato é arroz --a dois ou 2,5 quilos por mês, esse grão é o alimento básico da dieta cubana. A porção diária de arroz reservada a cada cidadão poderia ser guardada em uma lata de leite condensado. Trata-se de arroz vietnamita de baixa qualidade, conhecido como "creole", "feio" ou "microjet", este último termo uma referência zombeteira a um dos planos de Fidel para irrigar safras agrícolas por meio de um sistema de aspersão por gotas. O almoço típico inclui meia lata de arroz (a outra metade fica para o jantar); era uma massa grudenta, mas minha fome ajudou a considerá-lo saboroso.

Depois, uma terrina de sopa de feijão. Cada terrina continha apenas alguns feijões, mas o caldo era rico, reforçado com ossos de boi. ("20 pesos o quilo, para os ossos", disse Barbara. "Muita gente não tem como comprá-los".)

Eu não comia carne bovina havia seis dias.

Depois, ela me deu meia batata doce. "Muito melhor que a batata comum, em termos de nutrição!", disse Elizardo, de algum lugar do corredor.
Também me serviram um ovo frito, ainda que Elizardo tenha apontado, em novo grito, que "se você comer um ovo hoje, não poderá comer amanhã". Ou depois de amanhã.

O ovo caiu muito bem. Dadas as dimensões reduzidas do meu estômago, a refeição toda, incluindo as duas pequenas empanadas, pareceu perfeitamente adequada. Mastiguei os ossos, extraindo pequenos pedaços de carne. Era minha melhor refeição em alguns dias. Barbara guardou cuidadosamente o óleo da frigideira. Richard, com seu caderninho de preços, expôs a matemática dessa forma de alimentação.

Uma "cesta mensal" de comida racionada (que dura apenas 12 dias) custa 12 pesos por pessoa, de acordo com as contas do governo. Nos 10 dias seguintes de cada mês, as pessoas precisam comprar o mesmo volume de comida por 220 pesos, nos diversos mercados livres, paralelos e negros. E ainda assim isso só conduz o cidadão ao 22º dia do mês. As despesas mensais envolvidas em manter o mesmo padrão de alimentação seriam de 450 pesos --o que supera a renda de milhões de cubanos, e isso sem incluir roupas, transportes ou produtos para a casa.

Ninguém mais consegue comprar pratos e xícaras. Eles são roubados de empresas estatais, quando possível, e vendidos no mercado negro. Quanto a roupas, é preciso comprá-las usadas, em mercados de troca conhecidos como troppings, um trocadilho com o apelido das lojas que vendem em moeda forte. Pessoas cuja comida acaba vasculham latas de lixo ou se tornam alcoólatras para atenuar a dor, disse Richard.

Elizardo voltou à sala. "Não estamos falando do Haiti, ou do Sudão", disse. "As pessoas não caem nas ruas, mortas devido à fome. Por quê? Porque o governo garante dois ou 2,5 quilos de açúcar, que tem alto teor calórico, e uma porção diária de pão, e arroz suficiente. O problema em Cuba não é a comida ou as roupas. É a completa falta de liberdade cívica, e portanto de liberdade econômica, o que é exatamente o motivo para que exista a libreta, para começar".

Como no resto do mundo, o problema da comida na verdade é um problema de acesso, de dinheiro. E o problema de dinheiro é um problema político.

No sétimo dia, eu repousei. Deitado na cama com Victor Hugo, perdido na contemplação daquele teste da bondade humana, era fácil esquecer por uma hora que minhas gengivas doíam, que minha garganta estava repleta de saliva.

Havana está mudando, como as cidades costumam. A região central foi colocada sob o controle de Eusebio Leal Spengler, o historiador da cidade. Leal recebeu prioridade especial para materiais de construção, mão de obra, caminhões, ferramentas, combustível, encanamentos e até mesmo torneiras e vasos sanitários. Mas não é por isso que as pessoas o amam. Em lugar disso, explicou meu amigo, o acesso "privilegiado" a suprimentos significa simplesmente que há mais para roubar.

Uma amiga estava reformando a casa na esperança de alugar aposentos para estrangeiros, e passados alguns minutos ouvimos um caminhão freando na rua, e o estrondo de uma grande buzina. O marido dela me fez um sinal apressado, e abrimos juntos a porta da frente. Havia um caminhão parado à porta. Em 60 segundos, três pessoas, entre as quais eu, descarregaram 250 quilos de sacos de cimento Portland. O marido passou algum dinheiro ao motorista, notas amarfanhadas, e o caminhão partiu imediatamente.

O caminhoneiro havia faturado com material de construção destinado a alguma obra. Passamos meia hora transferindo o cimento a um canto escuro de um quarto dos fundos, recobrindo os sacos com uma lona, porque as letras da embalagem eram impressas em azul, o que configura propriedade do Estado. Os sacos com letras verdes são destinados à construção de escolas. Os sacos reservados ao uso dos cidadãos comuns vêm impressos em vermelho, e custam US$ 6 a unidade, nas lojas do Estado.

Ao contrário da maioria dos funcionários cubanos, Leal de fato fez diferença na vida dos cidadãos. Reconstruiu os velhos hotéis; meus amigos roubaram 250 quilos de cimento para construir seu novo bangalô para turistas. Restaurou um museu, e meus amigos roubaram telhas de zinco para os telhados. Enviou caminhões carregados de madeira ao bairro, e metade da carga desapareceu.

Tudo é propriedade do Estado. As pessoas se apoderam de tudo. Um sistema de racionamento operando em modo reverso.

Ajudar no roubo do cimento foi meu primeiro grande sucesso. Por meia hora de trabalho, recebi um prato imenso de arroz com feijão vermelho, acompanhado por uma banana e uma porção de picadillo --pelo menos 800 calorias.

SEGUNDA SEMANA A segunda semana foi mais fácil. As duas pequenas prateleiras do apartamento estavam bem abastecidas de arroz e feijão, algumas batatas doces compradas por 1,70 peso o quilo, e minha garrafa de uísque contrabandeado, ainda pela metade. Eu tinha nove ovos, depois oito, e depois sete, ainda que a geladeira fora isso estivesse vazia.

Deixei de lado luxos como os sanduíches (ou sanduíche --comprei só um, e a despesa ainda me causava pesadelos). No décimo dia, constatei que me restavam 100 pesos. Como no caso dos ovos, eu era capaz de imaginar uma lenta e cuidadosa redução ao longo dos próximos 20 dias, mas tanto meu orçamento quanto minha dieta podiam ser arruinados caso eu tropeçasse e deixasse uma gema cair no chão.

Tudo dependia de quanto o arroz duraria. Já que só me restavam cinco pesos por dia para gastar, eu não poderia mais fazer compras grandes durante a minha estadia. Aprendi a controlar o apetite e a passar sem me deter pelas filas de cubanos que adquirem pequenas bolas de farinha frita a um peso. Meu único luxo foi uma barra de manteiga de amendoim endurecida, produzida artesanalmente por agricultores, que comprei por cinco pesos em um agro.

Com cuidado, essa barra de tamanho equivalente a seis colherinhas de amendoim moído rusticamente e pesadamente açucarado podia durar até dois dias. É normal ver os campesinos mais pobres mascando essas barras, que eles embrulham cuidadosamente e guardam depois de cada mordida.

TRABALHO Outra coisa que eu tinha em comum com a maioria dos cubanos é que absolutamente não trabalhei durante meus 30 dias. O que significa que trabalhei muito e com grande frequência em meus projetos pessoais.

Carreguei cimento e removi cascalho por dinheiro, e escrevi bastante, mas não se tratava de trabalho para o Estado, o tipo de trabalho computado nas contas da Cuba oficial, onde mais de 90% das pessoas são funcionários do Estado.

Por que procurar emprego? Ninguém leva seu trabalho a sério, e a piada mais velha de Havana continua a ser a melhor: "Eles fingem que nos pagam, nós fingimos que trabalhamos".

Os cubanos que ignoram convocações oficiais ao trabalho podem ser acusados de serem "elementos perigosos", um delito vago e passível de pena de até quatro anos de prisão. Ser um elemento perigoso é um "pré-crime", disse Elizardo Sánchez --como se a polícia tentasse cortar pela raiz as atitudes negativas antes que a pessoa tenha a oportunidade de cometer um crime real.

Há campanhas regulares para deter os jovens que tentem evitar o trabalho estatal e o serviço militar, e este ano elas se provaram especialmente vigorosas, um sinal de nervosismo. "Não é fácil se esconder do governo", disse Sánchez. "Os meninos precisam se registrar para futuro serviço militar aos 15 anos de idade. Às vezes tentam mudar de endereço, mas não funciona. Para um jovem, é difícil permanecer escondido. Cuba é uma sociedade de arquivos. Da primeira série em diante, a polícia para crianças nas ruas e lhes solicita documentos de identidade. Podem fazer contato pelo rádio e pegar a ficha completa".

CARAMELO Com isso, eu tinha tempo de sobra. Naquela noite, ouvi música ao longe e encontrei uma série de palcos montados ao longo da rua 23, e assisti a um bom show de rock sob a luz da lua. Sentei-me no pedestal de alguma obscuridade heróica --uma mãe estendo os braços para entregar o filho à batalha. Depois de algum tempo, uma menininha de sete ou oito anos se aproximou e sentou perto de mim.

"Caramelo?", disse. (Doce?)

"Não tenho".

"Nenhum?"

"Nada".

"Mas nenhum, mesmo?"

"Não".

Então vieram as perguntas usuais: de onde você vem, onde mora, por que está por aqui. E de novo: "Não tem dinheiro nenhum?"

"Não tenho".

"Mas os estrangeiros sempre têm muito dinheiro".

"Sim, tenho dinheiro no meu pais. Aqui, vivo como se fosse cubano".
"Me dá um peso?"

Não posso. A verdade, pequena, é que estou no meio de um jogo. Estou fingindo ser pobre. Estou vivendo como seus pais, por algum tempo. Não como há nove horas. Nos 11 últimos dias, comi 12 mil calorias a menos do que minha dieta normal disporia. Meu dentes doem muito.

Ou, traduzido para o espanhol: "Não".

MIL CALORIAS Por fim, voltei para casa, onde uma celebração muito desejada me aguardava. Era sexta-feira, a noite da semana em que eu comeria carne. Ainda que o dia até aquele momento tivesse sido um de meus piores --apenas mil calorias até as 21h, e longas caminhadas-, estava determinado a compensar tudo aquilo com um banquete. Preparei arroz, e cozinhei uma batata doce na panela de pressão --que os cubanos apelidam de "aquela que Fidel nos deu", porque foram as panelas distribuídas como parte de um esquema de economia de energia. Também tomei uma preciosa dose de uísque com gelo (250 calorias), tudo isso acompanhado por arroz e feijão que sobraram do dia anterior. Por necessidade, servi apenas porções pequenas.

Do refrigerador, tirei minha proteína: um dos quatro filés de frango empanados a que tinha direito para o mês. Acendi o fogão com cuidado, e fritei o filé até que sua crosta ficasse escura, ainda que ao servi-lo o interior estivesse frio e úmido. Não era carne de frango. Não era nem mesmo a "mistura de frango" que a embalagem dizia ser. Os principais ingredientes mencionados eram pasta de soja e trigo. Uma inspeção mais cuidadosa revelou que o teor de carne de frango era zero. Eu estava comendo uma esponja empanada, com apenas 180 calorias. Ah, meu reino por um McNugget.

Por fim, cruzei a barreira das duas mil calorias pela primeira vez em 10 dias --por pouco. Descontando os muitos quilômetros de caminhadas e alguns minutos de dança, retornei à familiar referência das 1,7 mil calorias. Mas pelo menos estava de barriga cheia quando fui dormir.

Ou era o que eu imaginava. Depois de duas horas de sono, acordei com insônia, a companheira da fome. Fiquei na cama da uma da manhã até o alvorecer, cinco horas de briga contra mosquitos e de leitura de Victor Hugo e Alexandre Dumas père.

Ainda assim, não é possível comparar minha situação a uma fome real. Como aponta Hugo: "Por trás da arte de viver com muito pouco, está a arte de viver com nada". Mergulhei nos milhares de páginas da França do século 19, em dois escritores que descrevem revoluções, marchas forçadas e fome real. "Quando a pessoa não comeu", escreve Hugo, "a sensação é muito estranha... Ela rumina aquela coisa inexprimível, a amargura. Uma coisa horrível, que envolve dias sem pão e noites sem sono". E assim chegou a aurora, minha 12ª.

TELEFONEMA Repentinamente, sorte e felicidade. Na noite seguinte, eu estava sentado à porta do meu edifício, observando a rua, quando meu vizinho se aproximou vindo do beco, trazendo um telefone. Um telefonema. Para mim.

Era a amiga de um amigo, em visita a Cuba com seu namorado. Os dois eram claramente norte-americanos, do tipo "que bom que nós existimos", e eu imediatamente farejei a possibilidade de uma refeição grátis. O casal havia chegado a Havana e, porque não conheciam a cidade e nem falavam espanhol, me convidaram para jantar.

Saímos a passeio pelas ruas de Vedado, e eu evitei cuidadosamente pedir comida, tentando parecer estóico. Jantamos em um restaurante para turistas, e pela primeira vez desde minha chegada comi carne de porco.

Na tarde seguinte, voltamos a nos encontrar. Eu os levei a uma cerimônia de iniciação na Santería, uma hora de tambores e calor sufocante em um pequeno apartamento, durante a qual pelo menos três pessoas foram possuídas por espíritos. Depois, recebi novo convite para jantar em um restaurante elegante.

Mais carne de porco!

Os cubanos preparam lechón, um inocente leitãozinho, marinado em um molho de alho e laranjas azedas, e cozinham o prato por muitas horas; a carne fica macia a ponto de poder ser comida com a colher. Para acompanhar a reluzente proteína e gordura, serviram-nos arroz com feijão, exatamente aquilo que eu comia duas vezes por dia em meu apartamento. A porção servida equivalia a quatro refeições para mim, expliquei.
"Desculpe", disse o namorado enquanto se servia, "mas vou comer sua quinta-feira".

Como as centenas de cubanos a quem servi de anfitrião ao longo dos anos, tive de trabalhar pela minha comida. Falei sobre a história dos cultos afrocubanos. Sobre a história de edifícios que nunca visto. Sobre a ilha vista pelos olhos de Capone, Lansky, Churchill e Hemingway. Fiz piadas sobre o socialismo. Discorri sobre a arte do racionamento. O segredo do daiquiri. Nas duas noites, comi carne de porco, acompanhada por arroz e feijão e um par de coquetéis.

A despeito da carne, não registrei grande avanço nas calorias consumidas --apenas 2,1 mil ao dia, ante minhas 1,7 mil usuais. Mas as refeições ajudaram meu bem estar psicológico. Eu havia conseguido uma folga, como que um feriado, depois da ansiedade causada pela redução de meu estoque de alimentos básicos.

LIXO Na manhã seguinte, encontrei uma mulher vasculhando meu lixo. Ela estava em busca de garrafas de vidro ou qualquer outra coisa de valor. Dei-lhe minhas calças de zíper enguiçado. Ela tinha 84 anos, a idade de minha mãe, e vivia com uma aposentadoria de 212 pesos ao mês, ou pouco mais de US$ 8. Vasculhava latas de lixo em busca de produtos aproveitáveis --para fúria de minha faxineira, que considerava ter direito ao conteúdo das latas- e trabalhava como colera, ou profissional de espera em filas, para cinco famílias moradoras do quarteirão.

Ela levava suas cadernetas de racionamento à bodega, retirava e entregava os mantimentos a elas, e por esse trabalho recebia cerca de 133 pesos. Estava usando uma bombinha de asma que custava 20 pesos, ou cerca de 75 centavos de dólar, mas apenas a primeira dose era comprada a esse preço; se a pessoa precisasse de mais de uma ao mês, teria de recorrer ao mercado negro, pagando alguns dólares por unidade.

Para agradecer pelas minhas calças, ela informou que a padaria "livre" tinha estoque. Estava falando da padaria não racionada, onde qualquer pessoa está autorizada a comprar pão. O preço é quatro vezes mais alto que o das padarias racionadas, mas há muito mais pão. Apanhei uma sacola plástica e caminhei oito quarteirões (passando por três padarias racionadas que estavam fechadas) para comprar um pão inteiro por 10 pesos.

No meu caminho de volta, uma mulher que ia na direção oposta perguntou: "A padaria tem pão?", e acelerou o passo, diante da resposta.

Depois, quando passei por dois homens que jogavam xadrez sob uma figueira, um deles fez a mesma pergunta.

"Sim, há pão", respondi.

Os dois guardaram as peças, enrolaram o tabuleiro e se foram na direção da padaria.
Meu café da manhã havia sido uma pequena e dura banana da terra, comprada de um homem em um beco. Com café e açúcar, ela representava menos de 200 calorias. O almoço consistiu de um ovo acompanhado por duas fatias do pão que eu tinha comprado, ou seja, mais 380 calorias.

Eu tinha US$ 3 na carteira, e mais 17 dias para sobreviver.

Um erro catastrófico. Andei a tarde toda, e o teor de açúcar no meu sangue estava baixo. Quando passei por um beco curto no qual havia um cartaz com a palavra "pizza", parei e pedi uma. A pizza básica --um disco de 15 centímetros de massa tenuamente recoberto de ketchup e um pouquinho de queijo- custa 10 pesos, mas cedi a um impulso e pedi uma especial, com chorizo. Assim, meu lanche custaria 15 pesos.

No meu apartamento, coloquei a pizza na mesa e a contemplei, horrorizado. Os 15 pesos equivaliam a horríveis US$ 0,60, e estourariam meu orçamento. Pelo mesmo montante, eu poderia ter comprado quilos de arroz.

Contemplando a minúscula pizza, menor que uma fatia de pizza norte-americana, comecei a tremer e tive de me sentar. De repente, comecei a chorar. Por bons 10 minutos, solucei e me amaldiçoei. Imbecil! Tolo! Idiota!

TENSÃO Eu havia gasto um quinto do dinheiro que me restava por impulso, e agora só tinha 64 pesos para viver pelos próximos 17 dias. O que me aconteceria? O que eu comeria quando meus feijões, cujo estoque já estava baixo, acabassem? E se eu cometesse outro erro? E se fosse roubado? Como chegaria ao aeroporto no último dia se não tivesse nem mesmo alguns centavos para pagar o ônibus?

Chorar libera não só tensão e medo como endorfinas. A pizza e eu esfriamos juntos. Comi com cuidado, usando garfo e faca, e bebendo água gelada. A "refeição" durou menos de dois minutos. Foi o ponto mais baixo do meu mês.

Algum tempo depois, bateram à minha porta. A filha de um dos vizinhos estava do lado de fora. "Patri!", ela gritou. "Patri!"

Abri a porta e ela me entregou uma caixa de sapatos. Era pesada, e estava envolta em fita adesiva. Um visitante havia passado por lá --outro norte-americano que estava em visita a Cuba-, e quando a abri encontrei um bilhete da minha mulher e do meu filho pequeno, e três dúzias de biscoitos de chá feitos em casa.

Comi 10 deles. Da emboscada à fuga. Das lágrimas à paz. Da danação à alegria. Racionei o restante dos biscoitos: cinco ao dia até que o estoque se reduzisse, e depois dois ao dia; por fim, desmontei a caixa com uma faca e comi as migalhas que encontrei nos cantos.

ESPELHO Uma vez por dia, eu cedia à vaidade e me olhava no espelho sem camisa, vendo um homem que não contemplava há 15 anos. Eu havia perdido primeiro dois, depois três, por fim quatro quilos. Mas estômago e mente se ajustaram com facilidade assustadora.

Minha primeira semana havia sido dolorosa e acompanhada por uma fome mortal. A segunda, dolorosa e apenas moderadamente faminta. Agora, na terceira, ainda que estivesse comendo menos que nunca, me sentia tranquilo, tanto física quanto mentalmente.
O dia havia sido o pior da viagem até aquele momento, com apenas 1,2 mil calorias consumidas, o equivalente ao que os prisioneiros norte-americanos recebiam dos japoneses durante a Segunda Guerra Mundial.
Voltei à casa dos meus amigos ladrões de cimento e, depois de uma longa espera, a mulher me cozinhou um jantar generoso, rolando de rir da minha "experiência". Ela fritou (em óleo roubado de uma escola) uma porção de carne de frango moída (comprada de um amigo que a roubara), e serviu com arroz "feio" da ração e uma pequena beterraba. Depois da refeição, ela até me fez gemada, mas em porção cubana --um golinho, em uma xícara pequena de café. Também comi algumas colheradas de papaia (um peso a porção, em um mercado barato que ela recomendou), cozido com xarope de açúcar.

"É impossível", ela disse, sobre minha tentativa de ser oficialmente cubano. Para sobreviver, todo mundo precisa de "algo extra", alguma renda excluída do sistema. O marido dela alugava um quarto para um turista sexual norueguês. A vizinha vendia almoços a trabalhadores de uma empresa cujo refeitório fora fechado recentemente. A mãe dela caminhava pelas ruas com uma garrafa térmica e xícara, vendendo cafezinhos. Uma vizinha na rua ao lado roubava óleo de cozinha e revendia por 20 pesos a garrafa de meio litro. Outra vizinha roubava carne de frango e a vendia por 33 pesos o quilo. ("Boa qualidade, preço muito bom, você devia comprar", ela aconselhou.)

A refeição que ela serviu foi a única que comi naquela dia, e as calorias consumidas foram compensadas por uma espantosa caminhada não através de Havana mas em torno da cidade, um circuito extenso pelas ruas carcomidas, passando por grandes hotéis, casas encardidas, pessoas dormindo sem teto e sentadas em caixotes, sem descanso, as horas da manhã, tarde e noitinha girando, pelas largas avenidas e becos estreitos, passando por Plaza, Vedado, Centro, Velha Havana e chegando a Cerro antes de voltar a Plaza de novo, três, seis, 10, 13 quilômetros, passando pela estação rodoviária, estádio de futebol, os sapatos furados de tanto andar, até que voltei para dormir.

Meus pés estavam doloridos. Mas meu estômago não tinha queixas.

Eu costumava dizer que, em Cuba, 10% de tudo era roubado, para revenda ou reaproveitamento. Agora creio que a proporção real seja de 50%. O crime é o sistema.
Na calçada diante da minha loja de produtos racionados, um dia, vi um adolescente com cabelo cortado em estilo punk, sentado em seu reluzente Mitsubishi Lancer, de motor ligado, e brincando com o que achei ser um iPhone. "Não é um iPhone", ele me corrigiu. "É um iPod Touch".

O aparelho é vendido por US$ 200, ou 5,3 mil pesos. Algumas pessoas têm dinheiro, mesmo aqui. A única certeza é a de que não ganham esse dinheiro de nenhuma maneira legítima.

Caminhei até o amplo hotel Riviera, cujo salão de jogos de azar foi fechado devido à nacionalização apenas um ano depois de inaugurado. (O proprietário, Meyer Lanski, disse, famosamente, que "tive azar nos dados".) Pesei-me na balança da academia de ginástica: 90 quilos. Em 18 dias, eu havia perdido quase cinco quilos, um ritmo de redução de peso que teria resultado em hospitalização nos Estados Unidos.

A caminho de casa, uma mulher perguntou onde passava o ônibus P2. Atrapalhei-me para responder. "Ah, achei que você fosse cubano", ela disse. Mude de peso, mude de nacionalidade. Ri de seu engano e continuei andando, mas não demorou um minuto para que ela me seguisse.

"Ei, me leve para almoçar", ela disse. "Onde você quiser". Fiz que não com a cabeça. "Almoço", ela disse, enquanto eu me afastava. "Jantar. Como preferir".

Em casa, abri a geladeira e contei os cinco ovos que me restavam.

Como a mulher em busca do P2, eu havia me tornado direto. Caminhei três quilômetros até Cerro, um bairro perigoso. Passei por um beco no qual restos enferrujados de caminhões repousavam, por um estádio esportivo derruído, por um parque de vegetação descuidada, por um bosque, e cheguei à porta de entrada do Ministério do Interior. É o famoso edifício com uma estátua gigante de Che Guevara. Dois soldados de boinas vermelhas estavam de guarda.

O edifício do Minint costuma ser fotografado o tempo todo, devido à escultura de Che que o tornou famoso, mas ninguém quer entrar. Ignorei os guardas e continuei caminhando pelo asfalto rachado da imensa Plaza da Revolución. Do lado oposto, caminhando com cuidado, passei pela entrada de um edifício baixo mas colossal, posicionado ao final de uma larga esplanada. Era o Conselho de Estado, o núcleo do sistema revolucionário; nele, Raúl Castro comanda o trabalho dos principais funcionários cubanos. Soldados das forças especiais armados de pistolas e cassetetes protegem a entrada; o governo se sente seguro a ponto de ter apenas um par de pistolas me separando de Raúl.

Caminhando a esmo, e ocasionalmente em círculos, passei por Cerro e outros bairros até encontrar a casa de Oswaldo Payá, um dos mais importantes dissidentes de Cuba. Falamos de política, cultura, neoliberalismo e direitos humanos, mas o que me chamou a atenção foi sua situação econômica pessoal. "Meu salário é de 495 pesos por mês", disse. "Isso equivale a cerca de 10 refeições para quatro ou cinco pessoas. Os salários não cobrem um quinto de nossas necessidades alimentícias.

Um sanduíche de 10 pesos e um refrigerante de um peso consomem metade do meu salário diário. Se somarmos a despesa de ir ao trabalho e voltar para casa, e os meus três filhos que estão na escola, precisamos de 10 a 12 pesos por dia para transporte --ou seja, 50% a 60% da renda familiar total". Ele sobrevive graças a um irmão que vive na Espanha e envia dinheiro.

"O paradoxo é que os trabalhadores são as pessoas mais pobres de Cuba. Vivemos todos pior que o sujeito que vende cachorro quente no posto de gasolina da esquina" (uma empresa autorizada a vender em moeda forte). A maioria das pessoas não tem CUC, e voltam para casa famintas a cada noite.

"Não digo que tudo em Cuba seja ruim, ou terrível. Temos esquemas de distribuição para alimentar os pobres, para conceder benefícios. Mas essa é outra forma de dominação, mantendo as pessoas pobres para sempre. Se minhas mãos estivessem livres, eu abriria um negócio e me sustentaria sozinho".

Perguntei-lhe onde alguém poderia conseguir dinheiro para um iPod Touch ou qualquer das outras engenhocas, produtos de luxo, carros moderno, aparelhos de som e roupas elegantes que são cada vez mais comuns em Cuba. "Viver de salário equivale a ser pobre", disse. "Todos precisam roubar o sistema para sobreviver. É a corrupção tolerada da sobrevivência". Uma minúscula classe média emergiu: "Empresários, quase todos antigos funcionários do governo, pessoas que operam restaurantes. São todos ligados ao regime.

A maioria ex-militares ou funcionários do Ministério do Exterior, e assim por diante. Pessoas bem conectadas. Estão dentro do sistema. São intocáveis". E existe um terceiro grupo, incrivelmente pequeno e "indescritivelmente" próspero, dentro da liderança, "com casas grandes, viagens ao exterior, tudo. O povo cubano sabe que esse grupo existe, mas ninguém jamais os vê, não há como".

Ao longo de uma hora de conversa, sua mulher, Ofelia, empregada doméstica e também ativista dos direitos humanos, me serviu um copo de suco de abacaxi. Quando o assunto estava se esgotando, Oswaldo insistiu que eu voltasse para uma refeição e um mojito, "quando quiser".

Não saí da cadeira. A conversa sobre futuras refeições me deixou com água na boca. Ofelia percebeu, e logo ouvi o ruído de fritura na cozinha. Comemos sopa de tomate, arroz e lentilhas amarelas. Ela serviu uma porção de proteína, uma mistura cinzenta que pensei ser picadillo do governo porque tinha gosto de soja e restos de alguma coisa que um dia tivesse sido um animal.

Mas Ofelia tirou a embalagem da cesta de lixo. Era carne de peru "separada mecanicamente" produzida pela Cargill, dos Estados Unidos, parte das centenas de milhões de dólares em produtos agrícolas vendidos a Cuba a cada ano sob uma cláusula de isenção do embargo. Era quase intragável, mesmo com a fome que eu sentia, mas Ofelia tinha um sorriso largo nos lábios. "Muito melhor que o peru que comprávamos antes", disse.

Quando eu estava saindo, Oswaldo tentou me dar 10 pesos. "Qualquer cubano faria isso por você", disse. Ele me aconselhou a gastar o dinheiro em comida, mas recusei, devolvendo as notas. Não podia aceitar dinheiro de uma fonte, ainda que meus escrúpulos não se estendessem a recusar uma refeição. Ele insistiu. No final, para evitar a caminhada de volta à minha casa, aceitei uma moeda de um peso para o ônibus.

Oswaldo caminhou comigo pelas ruas de seu bairro perigoso, repletas de adolescentes que nos encaravam, e me levou ao ponto de ônibus.

"Use calças compridas", foi seu conselho final. Só turistas circulam de shorts.

BEBIDA Fazia tempo que meu uísque havia acabado, e era difícil apreciar Cuba sem beber. Oswaldo Payá reforçou essa sensação ao dizer que "uma boa bebida é um dos direitos que todos temos". Era hora de fazer algo para beber.

O único alimento que eu tinha de sobra era açúcar --eu nem me dera ao trabalho de comprar minha cota de açúcar bruto, porque em três semanas havia consumido menos da metade de meus 2,5 quilos de açúcar refinado.

Fazer rum é um processo simples, ao menos em teoria. Açúcar mais fermento resultam em álcool. Destilar o produto resulta em álcool ainda mais forte. Eu jamais havia destilado álcool, mas tinha visitado a destilaria Bushmills, na Irlanda do Norte, pouco antes da viagem a Cuba e, reforçado com anotações baseadas no livro "Chasing the White Dog", de Max Watman, decidi que procuraria a felicidade alcoólica, mesmo que aos tropeços.

O primeiro passo é produzir um mosto, ou solução de baixo teor alcoólico. Eu já tinha o açúcar. Fui a uma padaria livre, onde uma multidão de consumidores desapontados esperava que as máquinas produzissem uma nova fornada de pães. Na porta dos fundos, chamei uma padeira com um gesto e perguntei se podia comprar fermento.

"Não", ela disse. "Não temos o suficiente nem para nós". Seguindo o ritual ao qual já me acostumara, continuei a conversa, tentando conquistar sua atenção, e não demorou para que ela esticasse o braço pela cerca e me desse meio saco de fermento --fabricado na Inglaterra. Tentei pagar, mas ela recusou.

Depois de submeter a prosa de Watman a engenharia reversa com a ajuda de uma calculadora, só me restava esperar que minhas contas estivessem mais ou menos certas. Um quilo de açúcar requereria cerca de quatro litros de água. Bem ao estilo de Havana, a água provou ser o maior obstáculo: a água encanada da cidade vem repleta de magnésio. Meu senhorio tinha um filtro de água coreana, mas estava quebrado.

DESTILAÇÃO Demorei 36 horas para conseguir um galão de água purificada. Em seguida, poli minha panela de pressão, testei e remendei suas vedações de borracha; submeti a panela a uma esterilização e coloquei água e açúcar lá dentro. Misturei, fechei e esperei. Passadas quatro horas, a panela de pressão estava borbulhando com uma espuma turva de tom marrom e cheiro mortífero.

Destilar requer uma mangueira. Tentei uma loja de artigos para a casa em um shopping center que vende em moeda forte, em Malecón, e depois uma loja de ferramentas. Por fim, perguntei a um frentista em um posto de gasolina. Ele me aconselhou a procurar um homem que fica posicionado na 3ª Avenida, ao lado de uma mesinha dobrável.

Depois de muita discussão sobre álcool, esse homem de mãos e feições encobertas pela graxa, um encanador clandestino vindo do Brasil, me deu uma mangueira de cerca de um metro, bem suja. Tentei por duas horas remover a graxa endurecida do interior do tubo. Usei calor, sabão, um trapo e um cabide de roupas retorcido, mas sem resultado.

Por fim, pedi a um jardineiro que trabalhava em um jardim do bairro se ele podia me conseguir uma mangueira apropriada à destilação de aguardente. O pedido lhe pareceu a coisa mais natural do mundo e, meia hora depois, ele me entregou um metro de mangueira cortado do jardim de alguém.

Pelos dois dias seguintes, verifiquei o líquido na panela de pressão. A mistura estava atraindo drosófilas e borbulhava baixinho.

Os deuses estavam sorrindo, e também as prostitutas. Eu vinha há mais de uma semana me esquivando às atenções de uma jovem que caminhava pelas ruas próximas de meu apartamento. Era um exemplo clássico da economia cubana em ação: calças justíssimas, correntes douradas, sombra azul nos olhos, sandálias com salto plataforma e unhas postiças de acrílico pintadas nas cores da bandeira cubana.

"Psst", ela dizia ao passar, chamando minha atenção para esses atributos. Eu muitas vezes costumava me sentar na escadaria do meu prédio, a fim de aliviar a sensação de estar aprisionado no pequeno apartamento. Ela me olhava pelo portão de ferro, ao passar, e me chamava. Psst.

Eu resistia ao apelo. Mas a jovem, como muitas prostitutas cubanas com quem conversei, era uma mulher charmosa e inteligente lutando para sobreviver, por sob as propostas do tipo "jewwannafuckeefuckee". Conversamos uma vez, e voltamos a fazê-lo dias mais tarde. Nossa terceira conversa foi longa. Ela tentava o tempo todo ser convidada a entrar no meu apartamento --eu tinha fogo para seu cigarro? Um cafezinho? Uma cerveja ou refrigerante?- e eu nem cedia e nem recusava, porque as histórias dela me divertiam.

Em dado momento, o som de um celular surgiu de seu decote. Ela atendeu, e travou uma conversação tendenciosa, em inglês. Quando desligou, ela disse: "Ele quer comer meu rabo". Cogerme em el culo. Os cubanos, especialmente as prostitutas, não fazem rodeios quanto a sexo. Ou raça. "Os negros sempre querem sexo anal", ela continuou. "Não gosto de negros, mesmo que me considere negra, e minha irmã é negra, mas acho que os negros cheiram mal. O sujeito tem muito dinheiro. É um homem importante nas ilhas Cayman, e rico de verdade. Ele me ofereceu US$ 150, e eu recusei. Agora disse que quer me pagar US$ 300 só por um jantar".

"Duvido muito", eu disse.

"Pois é. Sempre digo a ele para ligar para minha prima. Ela adora negros".

Todas as nossas conversas tanto começavam quanto se encerravam com uma proposta. Porque, ao longo de uma semana, eu havia recusado repetidamente os seus convites, ela disse: "Eu achei que você fosse pato". O quê? "Você sabe, maricón. Um gay. Homossexual".

Ela é enfermeira, tem 24 anos, vive em Holguín. Para conseguir mais tempo de férias, trabalha turnos de 12 horas, e depois, a cada quatro ou seis meses, vai a Havana para um longo intervalo "no qual me dedico a isso", disse. Em um raro momento de eufemismo, se definiu como dama de acompañamiento.

"A maioria das meninas tem cafetões, mas eu não; preciso me defender sozinha". Além do celular, seu decote oculta uma pequena faca serrilhada, cuja lâmina ela estendeu e exibiu.

"Você sabe por que fazemos isso", disse, "não é? É a única maneira de sobreviver. Tenho uma filha e a amo muito. É uma menina preciosa. Sinto muito sua falta. É por ela que faço isso. Que tal me dar US$ 100 e a gente sobe agora?" (Ela mais tarde me ofereceria o "preço cubano" de US$ 50.)

Eu disse a ela que não tinha dinheiro. Expliquei o que estava fazendo. A ração. O salário. Os cinco quilos que eu tinha perdido. "Não tenho nem um peso", disse. Ela pediu uma caneta, anotou seu telefone e me entregou o papel. Depois, tirou de um dos bolsos minúsculos de sua calça justa uma moeda de um peso, e me entregou.

"Para você me telefonar", disse.

Foi mais um dia terrível no que tange à comida, meu pior até aquele momento. Do alvorecer à meia-noite, comi arroz, feijão e açúcar em valor nutritivo de pouco mais de mil calorias. Acordei às três da manhã seguinte e terminei o arroz. Só me restava um pouco de feijão, duas batatas doces, algumas bananas da terra mirradas, três ovos e um quarto de repolho. Faltavam nove dias.

Fui à loja de produtos racionados, procurei Jesús e comprei café, meio quilo de arroz e um pouco de pão --tudo a preços cubanos, um total de 14 pesos, ou cerca de US$ 0,60. Com isso meu dinheiro acabou. Mas essas sobras de comida, a generosidade de diversos cubanos e meu estômago contraído para o tamanho de uma noz garantiram que fosse o bastante. Eu sabia que cumpriria meu plano até o fim.

No dia seguinte, fui a pé até a casa de Elizardo Sánchez, o ativista dos direitos humanos. Setenta minutos de caminhada para ir e 70 para voltar. "Tudo está bem, agora", eu lhe disse, delirando com a falta de açúcar no sangue. "Até prostitutas estão me dando dinheiro".

Passei uma hora em sua casa. Ele me ofereceu um copo de água.

Por fim chegou o grande dia da fuga. Não minha partida, que só aconteceria oito dias mais tarde, mas sim o álcool. O líquido marrom parara de borbulhar depois de quatro dias --quando o teor alcoólico atinge os 13%, o fermento remanescente morre.

Esterilizei a mangueira e, dobrando um cabide, afixei-a à válvula no topo da panela de pressão. Acendi um fósforo e, em 10 minutos, tinha vapor de álcool, transferido pela mangueira para se condensar em forma líquida na garrafa vazia de uísque, posicionada em uma vasilha cheia de gelo.

ÁLCOOL TÓXICO Demonstrando minha ignorância, e desonrando minhas origens na Virgínia, eu havia cozinhado a mistura a uma temperatura alta demais, e não removi a camada inicial de álcool de baixa qualidade, ou até mesmo tóxico. Mas quatro horas de cozimento produziram um litro de uma bebida leitosa, e em minha ingenuidade decidi suspender o processo antes que os restos caíssem na garrafa e estragassem o sabor.

Eu deveria ter feito uma segunda destilação, para produzir um rum mais fino, mas nem tentei. Às quatro da tarde, por fim pude me sentar, tendo em mãos um copo de rum esbranquiçado e quente.

Comecei a beber e em 30 segundos já estava com dor de estômago. O teor alcoólico da bebida era baixo, mas minha tolerância também, e não demorou muito para que eu começasse a rir à toa. O jardineiro veio para provar uma dose, com um ar tristonho no rosto. Acordei à meia-noite, de ressaca, e o padrão se manteve durante minha semana final de estadia. Dor de estômago instantânea, embriaguez amena, dor de cabeça. Mas as duas ou três horas que separavam esses estados valiam muito a pena. Quando saí de Havana, não restava nem uma gota de aguardente.
Tampouco restava muito de mim. Na metade de fevereiro, caminhei pela última vez até o Riviera e me pesei na academia. Estava mais de cinco quilos abaixo do peso que tinha ao chegar.

Mais de cinco quilos perdidos em 30 dias. Eu tinha consumido 40 mil calorias a menos do que estava acostumado. A esse ritmo, eu estaria magro como um cubano por volta do segundo trimestre; e morto antes do final do ano.

Concluí a estadia com algumas refeições minúsculas --acabei com o arroz feio, comi a última batata doce e um quarto de repolho. No dia anterior à partida, recorri à reserva para emergências e comi os palitos de gergelim do avião (60 calorias), acompanhados pela lata de suco de frutas contrabandeada das Bahamas (180). O sabor do líquido vermelho foi um choque: amargo por conta do ácido ascórbico e repleto de açúcar, a fim de imitar o sabor de um suco real. Foi como beber plástico.

FIM Meus gastos totais com comida foram de US$ 15,08 ao longo do mês. Ao final, eu tinha lido nove livros, dois dos quais com mais de mil páginas, e escrito boa parte deste artigo. Vivi com o salário de um intelectual cubano e, de fato, sempre escrevo melhor, ou ao menos mais rápido, se estou sem grana.

Minha última manhã: sem desjejum, para complementar o jantar que não tive na noite anterior. Usei a moeda que ganhei de uma prostituta para apanhar um ônibus até perto do aeroporto. Tive de caminhar os 45 minutos finais até o terminal; quase desmaiei no caminho.

Houve um momento tragicômico, no qual homens uniformizados me tiraram da fila do detector de metais porque um agente da imigração achou que eu tinha excedido os 30 dias de permanência do meu visto. Foi preciso três pessoas, contando repetidamente nos dedos, para provar que aquele era o 30º dia.

Jantei e almocei nas Bahamas e engordei quase dois quilos. De volta aos EUA, ganhei mais três quilos antes que o mês acabasse. Estava de volta à minha nacionalidade --e ao meu peso.

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Recomendação final (PRA):
Sugiro que os amigos do regime comunista cubano repitam a experiência deste jornalista americano. Ele, ao que parece, foi pelo menos honesto em cumprir o prometido, e contar como fez.

O Big Brother em acao: George Orwell is alive and kicking...

O Estado mais orwelliano do mundo, o que recomendaria uma segunda edição, revista e atualizada de 1984, mostra que é possível, pelo menos temporariamente, controlar o fluxo das informações nesta era de internet amplamente acessível.
Mesmo sendo disseminado o uso da internet na China, seus mandarins -- e hackers contratados especialmente para estes objetivos, espécies de thugs sob o comando do Grande Irmão -- demonstram que é possível, sim, isolar mais de um bilhão de pessoas do fluxo político da contemporaneidade. Talvez seja por pouco tempo, mas um George Orwell revisitado certamente teria muito a dizer sobre isso.
Um desafio para os cientistas políticos, para os simples observadores de relações internacionais.
Paulo Roberto de Almeida

El Gobierno chino teme el contagio y censura la palabra Egipto en los ”microblogs’
El País, 30/01/2011

Pequim – Las autoridades chinas no quieren correr riesgos ante la posibilidad de un efecto decontagio de las protestas en favor de la democracia ocurridas en Egipto, Túnez y otros países musulmanes. Pekín ha bloqueado la palabra “Egipto” en los microblogs de portales como Sina.com y Sohu.com, que, cuando se efectúa una búsqueda, devuelven el mensaje “De acuerdo con las leyes, regulaciones y políticas relevantes, los resultados no pueden ser mostrados” o dicen que no han sido encontrados.

Los microblogs chinos son similares a Twitter -que, al igual que Facebook y Youtube, está bloqueado en el país asiático-, y se han convertido en una potente herramienta de difusión de información, aunque también de rumores, debido a la falta de confianza de los jóvenes en los medios oficiales. El servicio de Sina.com cuenta con más de 50 millones de usuarios, un campo de cultivo demasiado sensible para que los censores lo descuiden.

Pekín posee uno de los sistemas de censura de Internet más sofisticados del mundo, gracias, en parte, a tecnología suministrada por empresas extranjeras, con el que logra con bastante éxito controlar lo que pueden ver, leer y publicar sus 450 millones de internautas.

Las revueltas en Egipto y las imágenes de los tanques en las calles de El Cairo han traído a la memoria de muchos chinos los recuerdos de las protestas de Tiananmen, en la primavera de 1989, y la consiguiente represión a manos del Ejército, en la que murieron entre cientos y miles de personas, según las fuentes. Las manifestaciones, a favor de reformas políticas y democracia, fueron catalizadas por la corrupción y la inflación.

China es hoy muy distinta de la de aquellos años. La economía ha progresado a un ritmo vertiginoso y la conciencia política de la inmensa mayoría de los jóvenes -más interesados en ganar dinero que en pedir libertades- está anestesiada, en gran parte por la ausencia de información en los medios de comunicación y los libros de historia sobre lo ocurrido en 1989, y por la falta de cualquier debate político en una prensa totalmente controlada por el Gobierno.

Sin embargo, la corrupción sigue siendo rampante, las desigualdades sociales están entre las mayores del mundo, la inflación ha alcanzado niveles peligrosos (4,6% en diciembre pasado) y entre los intelectuales hay demandas crecientes de libertad y reformas.

La prensa oficial ha informado en los últimos días de las revueltas en Egipto, e incluso de los cortes de Internet y el servicio de telefonía móvil en El Cairo. Pero lo ha hecho de forma limitada, y ha aprovechado lo sucedido para lanzar un mensaje que más parece destinado al consumo de su propia población. El diario Tiempos Globales, publicado por el Partido Comunista, asegura hoy en un editorial que la democracia no es compatible con las condiciones existentes en Egipto y Túnez, y que “las revoluciones de color” -en referencia al término aplicado por primera vez para describir las protestas en favor de reformas políticas en las antiguas repúblicas soviéticas- no pueden lograr democracia real.

“La democracia está todavía muy lejos en Túnez y Egipto. Para que la democracia tenga éxito son necesarios cimientos sólidos en economía, educación y temas sociales. Cuando se trata de sistemas políticos, el modelo occidental es solo una de las opciones”, señala la publicación. Los dirigentes chinos han declarado en repetidas ocasiones que China nunca copiará el sistema de democracia occidental.

Drogados em acucar: sim, existe, nos EUA

Um editorial do Washington Post, deste domingo, preconizando o fim dos subsídios absurdos pagos aos produtores americanos de açúcar, e o fim do protecionismo também, duas coisas que eu tenho absoluta certeza de que NÃO ocorrerão...
Paulo Roberto de Almeida

Break the sugar addiction
Editorial - The Washington Post
Sunday, January 30, 2011

CONGRESS AND the Obama administration are in the market for fresh ideas to create jobs. Or so we are told. So far, however, we haven't seen too many specifics - but that may be about to change. Two senators, one from each party, have introduced legislation that would phase out the costly, job-destroying federal sugar program. Democrat Jeanne Shaheen of New Hampshire and Republican Mark Kirk of Illinois call their bill the Stop Unfair Giveaways and Restrictions (SUGAR) Act. Despite the cutesy title, it's a seriously necessary proposal.

Current law is a pastiche of protectionist measures that drives up prices for consumers in two ways. First, 4,700 U.S. sugar cane and sugar beet farmers share a government-guaranteed 85 percent of the U.S. market; the remaining 15 percent gets divided among some 40 lucky sugar-exporting countries, plus Mexico, which recently started exporting here under the North American Free Trade Agreement. Second, the government guarantees minimum prices for both raw cane sugar and refined beet sugar. The combined effect of these measures has been to keep the U.S. price well above the world price. According to Ms. Shaheen, consumers pay an extra $4 billion for their food because of these policies.

When food costs more, consumers buy less of it, and processors must cut production. Therefore, U.S. sugar policy costs jobs among bakers, candy makers and other food processors. Estimates vary; Promar International, an agriculture consulting firm, produced a figure of 112,000 jobs lost between 1997 and 2009. In 2006, the Commerce Department estimated that the sugar program cost three manufacturing jobs for each job it saved in sugar growing and harvesting. And, by the way, job preservation in U.S. sugar growing and harvesting came at the expense of agricultural employment in poorer sugar-producing countries.

Ms. Shaheen and Mr. Kirk have offered President Obama and the Republican leadership in the House a common-sense way to keep their promises to get rid of unnecessary government regulation and liberate the job-creating energy of the market. As such, it's also a good early test of the sincerity of those promises.

sábado, 29 de janeiro de 2011

A imbecilidade da semana (talvez do ano)

Sempre existe um imbecil completo, propenso a atribuir ao sistema capitalista aquilo que é da responsabilidade de políticos vagabundos e um pouco da natureza...

Claro, também existem idiotas capazes de concordar com um imbecil do gênero:

"Darwin ensinou que, na natureza, sobrevivem os mais aptos. E o sistema capitalista criou estruturas para promover a seleção social, de modo que os miseráveis encontrem a morte o quanto antes. É esse darwinismo social, que tanto favorece a acumulação de riqueza, que faz dos pobres vítimas do descaso do governo."

Frei Betto, sobre os desastres na região serrana do Rio de Janeiro

(Se existisse algo como a "central patronal do capitalismo", algo que os adeptos de uma teoria conspiratória do mundo são propensos a acreditar, o imbecil em questão, que só é frei no título autoatribuído, poderia ser processado por difamação.)