¿Los deseos hegemónicos brasileños romperán la armonía con sus vecinos latinoamericanos? He aquí el ligero cambio de rumbo de la diplomacia de Dilma Rousseff y las reacciones que ha suscitado en el continente.
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AFP/Getty Images |
Todo sigue igual pero algo ha cambiado en Brasilia. La llegada al poder de Dilma Rousseff ha significado un ligero viraje en las relaciones con los vecinos suramericanos, que ven con recelo las aspiraciones hegemónicas de Brasil y echan de menos los agrados y el trato personal que partía de su antecesor, Luiz Inácio Lula da Silva.
En su primer año en el poder, Rousseff ha seguido las grandes líneas de la diplomacia de Lula, su padrino político, basadas en la búsqueda de una mayor cooperación en el eje sur-sur con fuerte acento suramericano, pero ha imprimido su estilo propio, más pragmático y más reservado, que ha disgustado a algunos socios. Poco amiga de los discursos, de la parafernalia de las visitas oficiales y de los abrazos con los colegas latinoamericanos, Rousseff disminuyó la agenda de viajes al exterior, que con Lula adquirió un ritmo frenético y llevó al carismático líder sindical a pasar en el extranjero casi un año entero de los ocho que duró su mandato. Rousseff se ausentó del último Foro de Davos y de la Cumbre Iberoamericana del pasado noviembre, lo que se recibió como un agravio en Paraguay, país anfitrión de la cita.
La Presidenta brasileña también ha acabado con los encuentros trimestrales que mantenía su antecesor con Hugo Chávez y ha visitado Venezuela tan solo una vez, coincidiendo con la cumbre fundacional de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), proyecto impulsado por Caracas, al que se ha sumado Brasil sin reparos, pero también sin alharacas. En un mensaje enviado al Congreso el pasado enero, Rousseff dijo que la creación de la Celac “reafirma el deseo [de los países de América Latina] de actuar juntos sin tutela externa, con base en una agenda trazada por la propia región”.
No obstante, es notorio que el pragmatismo y la racionalidad han sucedido al trato amistoso y personal que cultivaba Lula con el eje bolivariano, en el que Bolivia y Ecuador no han encontrado hueco en la agenda de Rousseff. Estos países han perdido también un canal directo de comunicación con el palacio de Planalto como era Marco Aurelio García, asesor de la presidencia brasileña que bajo Lula asumía en la práctica las funciones de ministro de Exteriores con los vecinos latinoamericanos y ahora encuentra cerrada la puerta del despacho de Rousseff, que ha decidido a acabar con la bicefalia de la diplomacia y ha desdibujado la figura de Marco Aurelio.
El Gobierno brasileño también ha tenido ya sus primeros roces con Argentina por disputas comerciales y ha anunciado que va a renegociar con México el acuerdo del sector del automóvil firmado en 2002. Todos son indicios de que Brasilia ha acabado con la generosidad y el paternalismo que mostró Lula hacia sus vecinos y ahora, aunque continúe abogando por la integración, parece que va a hacer hincapié en posicionar a Brasil en un lugar predominante, acorde con el tamaño de su economía y con sus aspiraciones de convertirse en un actor geopolítico. En ese sentido, se espera que el Gobierno brasileño retome este año la política de rearme y modernización de las Fuerzas Armadas, suspendida en 2011 por las necesidades de la crisis, con la que pretende destacarse como la potencia militar de la región.
Continúan intactas las aspiraciones de que se incluya al país en la lista de miembros del Consejo de Seguridad de la ONU y Rousseff, al igual que su predecesor, no pierde la oportunidad de expresar esta demanda a todo mandatario que visita Brasilia. En esta línea se podrían inscribir los nuevos esfuerzos de acercamiento a China y Estados Unidos, dos de las dos potencias más reticentes a las reformas en la ONU que son, a su vez, los mayores socios comerciales de Brasil, lo que ha llevado a Rousseff a conjugar los esfuerzos para mejorar las relaciones diplomáticas y económicas con ambos países.
El acercamiento a Pekín es palpable y se siente en el creciente peso de la corriente comercial y de las inversiones chinas en Brasil, cuestiones que fueron el tema central de la visita de Rousseff al Imperio del Centro el pasado abril. Las exportaciones brasileñas a China se han cuadruplicado desde 2007 y el gigante asiático se ha convertido de largo en el mayor cliente de Brasil y en uno de los principales inversores en el país, sobre todo en el sector del suministro de materias primas.
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| | | La posición oficial es que se acabaron los guiños a países que no respeten los derechos humanos, pero la defensa de los valores democráticos ha sido mucho más tibia en la reciente visita de Rousseff a Cuba | | | |
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Las relaciones entre Brasilia y Washington no pasaron su mejor momento en el tiempo que convivieron Lula y Obama. Para dar una señal clara sobre su intención de cambio, Rousseff nombró ministro de Exteriores a Antonio Patriota, que fue embajador en EE UU durante dos años, y ya ha dado los primeros pasos para volver a aproximarse a este aliado tradicional. El presidente estadounidense esperó la salida de Lula del Planalto para realizar su primer viaje oficial Brasil y Rousseff se dispone a devolverle la visita el próximo abril. De forma paralela surgen señales de mejoría de las relaciones, como el reciente anuncio de la flexibilización en la concesión de visados de turismo a los brasileños o el fin de las barreras a la importación de etanol a EE UU, dos antiguas reivindicaciones de Brasilia. Del otro lado, Rousseff hizo un guiño a Washington al distanciarse de Irán, en un giro diplomático de 360 grados con respecto a la política de Lula, que abrazó a Ahmadineyad y le echó un capote en plena crisis diplomática con los países occidentales por su controvertido programa nuclear. La posición oficial de la cancillería brasileña es que con Rousseff se acabaron los guiños a países que no respeten los derechos humanos, pero la defensa de los valores democráticos ha sido mucho más tibia en la reciente visita de Rousseff a Cuba, donde la mandataria brasileña rechazó entrevistarse con la disidencia para centrarse en cuestiones comerciales, otro síntoma de que el sentido práctico va a guiar las relaciones de Brasil con América Latina.
El tono comercial guía exclusivamente el trato de Brasilia con la Unión Europea y se han enfriado rápidamente las relaciones amistosas que Lula mantenía con Nicolas Sarkozy, por el enfado de París en los atrasos de Brasil en concluir una licitación para la compra de aviones de combate en la que Francia era favorita.
Este año será decisivo para la nueva diplomacia de Brasil, ya que el país va a ser anfitrión de la cumbre de la ONU sobre desarrollo sostenible Río+20, que va a reunir a un centenar de jefes de Estado y de Gobierno en Río de Janeiro el próximo junio. En esa cita cabe esperar que Rousseff presente a un Brasil en posición de liderazgo en el campo ambiental y con serias aspiraciones de afianzarse como uno de los principales actores internacionales, con derecho a un pedazo de poder en el seno de la ONU por su posición de líder suramericano y pujante economía emergente. Queda la duda de si los deseos hegemónicos de Brasil van a contribuir a resquebrajar la armonía con sus vecinos latinoamericanos en cuya construcción se había empeñado Lula.
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