O que é este blog?

Este blog trata basicamente de ideias, se possível inteligentes, para pessoas inteligentes. Ele também se ocupa de ideias aplicadas à política, em especial à política econômica. Ele constitui uma tentativa de manter um pensamento crítico e independente sobre livros, sobre questões culturais em geral, focando numa discussão bem informada sobre temas de relações internacionais e de política externa do Brasil. Meus livros podem ser vistos nas páginas da Amazon. Outras opiniões rápidas podem ser encontradas no Facebook ou no Threads. Grande parte de meus ensaios e artigos, inclusive livros inteiros, estão disponíveis em Academia.edu: https://unb.academia.edu/PauloRobertodeAlmeida

Site pessoal: www.pralmeida.net.
Mostrando postagens com marcador Vargas Llosa. Mostrar todas as postagens
Mostrando postagens com marcador Vargas Llosa. Mostrar todas as postagens

terça-feira, 15 de abril de 2025

Um artigo sobre a alta cultura, de Vargas Llosa, de 1982, salvo por Carlos Pozzobon

 Escrever bem é uma compulsão de quem lê muito, os bons livros. Transmitir essa paixão a quem lê muito é uma graça e um privilégio, que tento reproduzir neste meu pequeno espaço de cultura e de resistência intelectual, como é este blog. Grato a Carlos Pozzobon pela oportunidade. PRA

Transcrevo em primeiro lugar a sua nota, depois o artigo de Vargas Llosa:

“ Se foi o último dos grandes escritores do século XX. Transcrevi um de seus textos de 1982 em meu blog ENSAIOS. Vargas Llosa comenta a deterioração da alta cultura pela asfixia das vulgaridades culturais que abundavam promovidas por subvenções estatais. Não havia internet nem lei Rouanet e, no entanto, os piores autores eram os mais lidos, as trivialidades culturais eram as mais procuradas e prestigiadas. Foi uma premonição do fim da cultura erudita que o século XXI vem soterrando gradativamente.”


0 de novembro de 2012


Vargas Llosa: El Elefante y la Cultura

Cuenta el historiador chileno Claudio Véliz que, a la llegada de los españoles, los indios mapuches tenían un sistema de creencias que ignoraba los conceptos de envejecimiento y de muerte natural. Para ellos, el hombre era joven y eterno. La decadencia física y la muerte sólo podían resultar de la magia, las malas artes o las armas de los adversarios. Esta convicción, sencilla y cómoda, ayudó a los mapuches a ser los feroces guerreros que fueron. No los ayudó, en cambio, a forjar una civilización original. 

La actitud de los viejos mapuches está lejos de ser un caso extravagante. En realidad, se trata de un extendido fenómeno. Atribuir la causa de nuestros infortunios o defectos a los demás ― al 'otro' ― es un recurso que ha permitido a innumerables sociedades e individuos, si no a librarse de sus males, por lo menos a soportarlos y a vivir con la conciencia tranquila. Enmascarada detrás de sutiles razonamientos, oculta bajo frondosas retóricas, esta actitud es la raíz, el fundamento secreto, de una remota aberración a la que el siglo XIX volvió respetable: el nacionalismo. Dos guerras mundiales y la perspectiva de una tercera y última, que acabaría con la humanidad, no nos han librado de él, sino, más bien, parecen haberlo robustecido. 

¿En qué consiste el nacionalismo en el ámbito de la cultura? Básicamente, en considerar lo propio un valor absoluto e incuestionable y lo extranjero un desvalor, algo que amenaza, socava, empobrece o degenera la personalidad espiritual de un país. Aunque semejante tesis difícilmente resiste el más somero análisis y es fácil mostrar lo prejuiciado e ingenuo de sus argumentos, y la irrealidad de su pretensión ― la autarquía cultural ―, la historia nos muestra que arraiga con facilidad y que ni siquiera los países de antigua y sólida civilización están vacunados contra ella. Sin ir muy lejos, la Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini, la Unión Soviética de Stalin, la España de Franco, la China de Mao practicaron el "nacionalismo cultural", intentando crear una cultura incomunicada, y defendida de los odiados agentes corruptores ― el extranjerismo, el cosmopolitismo ― mediante dogmas y censuras. Pero en nuestros días es sobre todo en el Tercer Mundo, en los países subdesarrollados, donde el nacionalismo cultural se predica con más estridencia y tiene más adeptos. Sus defensores parten de un supuesto falaz; que la cultura de un país es, como las riquezas naturales y las materias primas que alberga su suelo, algo que debe ser protegido contra la codicia voraz del imperialismo, y mantenido estable, intacto e impoluto pues su contaminación con lo foráneo lo adulteraría y envilecería. Luchar por la 'independencia cultural', emanciparse de la 'dependencia cultural extranjera' a fin de 'desarrollar nuestra propia cultura' son fórmulas habituales en la boca de los llamados progresistas del Tercer Mundo. Que tales muletillas sean tan huecas como cacofónicas, verdaderos galimatías conceptuales, no es obstáculo para que resulten seductoras a mucha gente, por el airecillo patriótico que parece envolverlas. (Y en el dominio del patriotismo, ha escrito Borges, los pueblos sólo toleran afirmaciones). Se dejan persuadir por ellas, incluso, medios que se sienten invulnerables a las ideologías autoritarias que las promueven. Personas que dicen creer en el pluralismo político y en la libertad económica, ser hostiles a las verdades únicas y a los estados omnipotentes o omniscientes, suscriben, sin embargo, sin examinar lo que ellas significan, las tesis del nacionalismo cultural. La razón es muy simple: el nacionalismo es la cultura de los incultos y éstos son legión.


Hay que combatir resueltamente estas tesis a las que, la ignorancia de un lado y la demagogia de otro, han dado carta de ciudadanía, pues ellas son un tropiezo mayor para el desarrollo cultural de países como el nuestro. Si ellas prosperan jamás tendremos una vida espiritual rica, creativa y moderna, que nos exprese en toda nuestra diversidad y nos revele lo que somos nosotros mismos y ante los otros pueblos de la tierra. Si los propagadores del nacionalismo cultural ganan la partida y sus teorías se convierten en política oficial del 'ogro filantrópico' ― como ha llamado Octavio Paz al Estado de nuestros días ― el resultado es previsible: nuestro estancamiento intelectual y científico y nuestra asfixia artística, eternizarnos en una minoría de edad cultural y representar, dentro del concierto de las culturas de nuestro tiempo, el anacronismo pintoresco, la excepción folklórica, a la que los civilizados se acercan con despectiva benevolencia Sólo por sed de exotismo o nostalgias de la edad bárbara. 

En realidad no existen culturas 'dependientes' y 'emancipadas' ni nada que se les parezca. Existen culturas pobres y ricas, arcaicas y modernas, débiles y poderosas. Dependientes lo son todas inevitablemente. Lo fueron siempre, pero lo son más ahora, en que el extraordinario adelanto de las comunicaciones ha volatizado las barreras entre las naciones y hecho a todos los pueblos copartícipes inmediatos y simultáneos de la actualidad. Ninguna cultura se ha gestado, desenvuelto y llegado a la plenitud sin nutrirse de otras y sin, a su vez, alimentar a las demás, en un continuo proceso de préstamos y donativos, influencias recíprocas y mestizajes, en el que sería dificilísimo averiguar qué corresponde a cada cual. Las nociones de 'lo propio' y 'lo ajeno' son dudosas, por no decir absurdas, en el dominio cultural. En el único campo en el que tienen asidero ― el de la lengua ― ellas se resquebrajan si tratamos de identificarlas con las fronteras geográficas y políticas de un país y convertirlas en sustento del nacionalismo cultural. Por ejemplo ¿es 'propio' o es 'ajeno' para los peruanos el español que hablamos junto con otros trescientos millones de personas en el mundo? Y, entre los quechua hablantes de Perú, Bolivia y Ecuador ¿quiénes son los legítimos propietarios de la lengua y la tradición quechua y quienes los 'colonizados' y 'dependientes' que 'deberían emanciparse de ellas? A idéntica perplejidad llegaríamos si quisiéramos averiguar a qué nación corresponde patentar como aborigen el monólogo interior, ese recurso clave de la narrativa moderna. ¿A Francia, por Edouard Dujardiez, el mediocre novelista que fue el primero en usarlo? ¿A Irlanda, por el célebre monólogo de Molly Bloom en el Ulises de Joyce que lo entronizó en el ámbito literario? ¿O a Estados Unidos donde, gracias a la hechicería de un Faulkner, adquirió flexibilidad y suntuosidad insospechadas? Por este camino ― el del nacionalismo ― se llega en el campo de la cultura, tarde o temprano, a la confusión y al disparate. 

Lo cierto es que en este dominio, aunque parezca extraño, lo propio y lo ajeno se confunden y la originalidad no está reñida con las influencias y aun con la imitación y hasta el plagio y que el único modo en que una cultura puede florecer es en estrecha interdependencia con las otras. Quien trata de impedirlo no salva la 'cultura nacional': la mata. 

Unos ejemplos de lo que digo, tomados del quehacer que me es más afín: el literario. No es difícil mostrar que los escritores latinoamericanos que han dado a nuestras letras un sello más personal fueron, en todos los casos, aquellos que mostraron menos complejos de inferioridad frente a los valores culturales forasteros y se sirvieron de ellos a sus anchas y sin el menor escrúpulo a la hora de crear. Si la poesía hispanoamericana moderna tiene una partida de nacimiento y un padre, ellos son el modernismo y su fundador: Rubén Darío ¿Es posible concebir un poeta más 'dependiente' y más 'colonizado' por modelos extranjeros que este nicaragüense universal? Su amor desmedido y casi patético por los simbolistas y parnasianos franceses, su cosmopolitismo vital, esa beatería enternecedora con que leyó, admiró y se empeñó en aclimatar a las modas literarias del momento su propia poesía, no hicieron de ésta un simple epígono, una 'poesía subdesarrollada y dependiente'. Todo lo contrario. Utilizando con soberbia libertad, dentro del arsenal de la cultura de su tiempo, todo lo que sedujo su imaginación, sus sentimientos y su instinto, combinando con formidable irreverencia esas fuentes disímiles en las que se mezclaban la Grecia de los filósofos y los trágicos con la Francia licenciosa y cortesana del siglo XVIII y con la España del Siglo de Oro y con su experiencia americana, Rubén Darío llevó a cabo la más profunda revolución experimentada por la poesía española desde los tiempos de Góngora y Quevedo, rescatándola del academicismo en que languidecía e instalándola de nuevo, como cuando los poetas españoles del XVI y el XVII, a la vanguardia de la modernidad. 

El caso de Darío es el de casi todos los grandes artistas y escritores; es el de Machado de Assis, en el Brasil, que jamás hubiera escrito su hermosa comedia humana sin haber leído antes la de Balzac; el de Vallejo en el Perú, cuya poesía .aprovechó todos los' ismos' que agitaron la vida literaria en América Latina y en Europa entre las dos guerras mundiales, y es, en nuestros días, el caso de un Octavio Paz en México y el de un Borges en Argentina. Detengámonos un segundo en este último. Sus cuentos, ensayos y poemas son, seguramente, los que mayor impacto han causado en otras lenguas de autor contemporáneo de nuestro idioma y su influencia se advierte en escritores de los países más diversos. Nadie como él ha contribuido tanto a que nuestra literatura sea respetada como creadora de ideas y formas originales. Pues bien: ¿hubiera sido posible la obra de Borges sin 'dependencias' extranjeras? ¿Nos llevaría el estudio de sus influencias por una variopinta y fantástica geografía cultural a través de los continentes, las lenguas y las épocas históricas? Borges es un diáfano ejemplo de cómo la mejor manera de enriquecer con una obra original la cultura de la nación en que uno ha nacido y el idioma en el que escribe es siendo, culturalmente, un ciudadano del mundo. 


II

La manera como un país fortalece y desarrolla su cultura es abriendo sus puertas y ventanas, de par en par, a todas las corrientes intelectuales, científicas y artísticas, estimulando la libre circulación de las ideas, vengan de donde vengan, de manera que la tradición y la experiencia propias se vean constantemente puestas a prueba, y sean corregidas, completadas y enriquecidas por las de quienes, en otros territorios y con otras lenguas, y diferentes circunstancias, comparten con nosotros las miserias y las grandezas de la aventura humana. Sólo así, sometida a ese reto continuo, será nuestra cultura auténtica, contemporánea y creativa, la mejor herramienta de nuestro progreso económico y social. 

Condenar el 'nacionalismo cultural' como una atrofia para la vida espiritual de un país no significa, por supuesto, desdeñar en lo más mínimo las tradiciones y modos de comportamiento nacionales o regionales ni objetar que ellos sirvan, incluso de manera primordial, a pensadores, artistas, técnicos e investigadores del país para su propio trabajo. Significa, únicamente, reclamar, en el ámbito de la cultura, la misma libertad y el mismo pluralismo que deben reinar en lo político y en lo económico en una sociedad democrática. La vida cultural es más rica mientras es más diversa y mientras más libre e intenso es el intercambio y la rivalidad de ideas en su seno. 

Los peruanos estamos en una situación de privilegio para saberlo, pues nuestro país es un mosaico cultural en el que coexisten o se mezclan 'todas las sangres', como escribió Arguedas: las culturas prehispánicas y España y todo el occidente que vino a nosotros con la lengua y la historia española; la presencia africana, tan viva en nuestra música; las inmigraciones asiáticas y ese haz de comunidades amazónicas con sus idiomas, leyendas y tradiciones. Esas voces múltiples expresan por igual al Perú, 'país plural, y ninguna tiene más derecho que otra a atribuirse mayor representatividad. En nuestra literatura advertimos parecida abundancia. Tan peruano es Martín Adán, cuya poesía no parece tener otro asiento ni ambición que el lenguaje, como José María Eguren, que creía en las hadas y resucitaba en su casita de Barranco a personajes de los mitos nórdicos, o como José María Arguedas que transfiguró el mundo de los Andes en sus novelas, o como César Moro que escribió sus más bellos poemas en francés. Extranjerizante a veces y a veces folklórica, tradicional con algunos y vanguardista con otros, costeña, serrana o selvática, realista y norteamericanizada, en su contradictoria factura ella expresa esa compleja y múltiple verdad que somos. Y la expresa porque nuestra literatura ha tenido la fortuna de desenvolverse con una libertad de la que no hemos disfrutado siempre los peruanos de carne y hueso. Nuestros dictadores eran incultos que privaban de la libertad a los hombres, rara vez a los libros. Pero eso pertenece al pasado. Las dictaduras de ahora son ideológicas y quieren dominar también los espíritus. Para eso se valen de pretextos, como el de que la cultura nacional debe ser protegida contra la infiltración foránea. No lo admitamos. No admitamos que, con el argumento de defender la' cultura contra el peligro de 'desnacionalización', los gobiernos establezcan sistemas de control del pensamiento y la palabra que, en verdad, no persiguen otro objetivo que impedir las críticas. No admitamos que, con el cuento de preservar la pureza o la salud ideológica de la cultura, el Estado se atribuya una función rectora y carcelera del trabajo intelectual y artístico de un país. Cuando esto ocurre, la vida cultural queda atrapada en la camisa de fuerza de una burocracia y se anquilosa [paralisa] sumiendo a la sociedad en el letargo espiritual.

Para asegurar la libertad y el pluralismo cultural es preciso fijar claramente la función del Estado en este campo. Esta función sólo puede ser la de crear las condiciones más propicias para la vida cultural y la de inmiscuirse lo menos posible en ella. El Estado debe garantizar la libertad de expresión y libre tránsito de las ideas, fomentar la investigación y las artes, garantizar el acceso a la educación y a la información de todos, pero no imponer ni privilegiar doctrinas, teorías o ideologías, sino permitir que éstas florezcan y compitan libremente. Ya sé que es difícil y casi utópico conseguir esa neutralidad frente a la vida cultural del Estado de nuestros días, ese elefante tan grande y tan torpe que con sólo moverse causa estragos. Pero si no conseguimos controlar sus movimientos y reducirlos al mínimo indispensable acabará pisoteándonos y devorándonos. 

No repitamos, en nuestros días, el error de los indios mapuches, combatiendo supuestos enemigos extranjeros sin advertir que los principales obstáculos que tenemos que vencer están entre o dentro de nosotros mismos. Los desafíos que debemos enfrentar, en el campo de la cultura, son demasiado reales y grandes para, además, inventarnos dificultades imaginarias como las de potencias forasteras empeñadas en agredimos culturalmente y en envilecer nuestra cultura. No sucumbamos ante esos delirios de persecución ni ante la demagogia de los politicastros incultos, convencidos de que todo vale en su lucha por el poder y que, si llegaran a ocuparlo, no vacilarían, en lo que concierne a la cultura, en rodearla de censuras y asfixiarla con dogmas para, como el Calígula de Albert Camus, acabar con los contradictores y las contradicciones. Quienes proponen esas tesis se llaman a sí mismos, por una de esas vertiginosas sustituciones mágicas de la semántica de nuestro tiempo, 'progresistas'. En realidad, son los retrógrados y oscurantistas contemporáneos, los continuadores de esa sombría dinastía de carceleros del espíritu, como los llamó Nietzsche, cuyo origen se pierde en la noche de la intolerancia humana, y en la que destacan, idénticos y funestos a través de los tiempos, los inquisidores medievales, los celadores de la ortodoxia religiosa, los censores políticos y los comisarios culturales fascistas y estalinistas. 

Además del dogmatismo y la falta de libertad, de las intrusiones burocráticas y los prejuicios ideológicos, otro peligro ronda el desarrollo de la cultura en cualquier sociedad contemporánea: la sustitución del producto cultural genuino por el producto seudo-cultural que es impuesto masivamente en el mercado a través de los grandes medios de comunicación. Esta es una amenaza cierta y gravísima y sería insensato restarle importancia. La verdad es que estos productos seudo-culturales son ávidamente consumidos y ofrecen a una enorme masa de hombres y mujeres un simulacro de vida intelectual, embotándoles la sensibilidad, extraviándoles el sentido de los valores artísticos y anulándoles para la verdadera cultura. Es imposible que un lector cuyo gusto literario se ha establecido leyendo a Corín Tellado aprecie a Cervantes o a Cortázar, o que otro que ha aprendido todo lo que cabe en el Reader's Digest, haga el esfuerzo necesario para profundizar en un área cualquiera del conocimiento, y que mentes condicionadas por la publicidad se atrevan a pensar por cuenta propia. La chabacanería [grosseria] y el conformismo, la chatura intelectual y la indigencia artística, la miseria formal y moral de estos productos seudo-culturales afectan profundamente la vida espiritual de un país. Pero es falso que este sea un problema infligido a los países subdesarrollados por los desarrollados. Es un problema que unos y otros compartimos, que resulta del adelanto tecnológico de las comunicaciones y del desarrollo de la industria cultural, y al que ningún país del mundo, rico o pobre, adelantado o atrasado, ha dado aún solución. En la culta Inglaterra el escritor más leído no es Antony Burgess ni Graham Green sino Bárbara Cartland y las telenovelas que hacen las delicias del público francés son tan ruines como las mexicanas o norteamericanas. La solución de este problema no consiste, por supuesto en establecer censuras que prohíban los productos seudo-culturales y den luz verde a los culturales. La censura no es nunca una solución, o, mejor dicho, es la peor solución, la que siempre acarrea males peores que los que quiere resolver. Las culturas "protegidas ", se tiñen [tingem] de oficialismo y terminan adoptando formas más caricaturales y degradadas que las que surgen, junto con los auténticos productos culturales, en las sociedades libres. 

Ocurre que la libertad, que en este campo es también, siempre, la mejor opción, tiene un precio que hay que resignarse a pagar. El extraordinario desarrollo de los medios de comunicación ha hecho posible, en nuestra época, que la cultura, que en el pasado fue, por lo menos en sus formas más ricas y elevadas, patrimonio de una minoría, se democratice y esté en condiciones de llegar, por primera vez en la historia, a la inmensa mayoría. Esta es una posibilidad que debe entusiasmamos. Por primera vez existen las condiciones técnicas para que la cultura sea de verdad popular. Es, paradójicamente, esta maravillosa posibilidad la que ha favorecido la aparición y el éxito de la industria masiva de productos semi-culturales. Pero no confundamos el efecto con la causa. Los medios de comunicación masivos no son culpables del uso mediocre o equivocado que se haga de ellos. Nuestra obligación es conquistarlos para la verdadera cultura, elevando mediante la educación y la información el nivel del público, volviendo a éste cada vez más riguroso, más inquieto y más crítico, y exigiendo sin tregua a quienes controlan estos medios ― el Estado y las empresas particulares ― una mayor responsabilidad y un criterio más ético en el empleo que les dan. Pero es, sobre todo, a los intelectuales, técnicos, artistas y científicos, a los productores culturales de todo orden, a quienes les incumbe una tarea audaz y formidable: asumir nuestro tiempo, comprender que la vida cultural no puede ser hoy, como ayer, una actividad de catacumbas, de clérigos encerrados en conventos o academias, sino algo a lo que puede y debe tener acceso el mayor número. Esto exige una reconversión de todo el sistema cultural, que abarque desde un cambio de psicología en el productor individual, y de sus métodos de trabajo, hasta la reforma radical de los canales de difusión y medios de promoción de los productos culturales, una revolución, en suma de consecuencias difíciles de prever. La batalla será larga y difícil, sin duda, pero la perspectiva de lo que significaría el triunfo debería damos fuerza moral y coraje para librarla; es decir, la posibilidad de un mundo en el que, como quería Lautreamont para la poesía, la cultura sea por fin de todos, hecha por todos y para todos. 

Publicado em Vuelta nr. 70 de setembro de 1982.

segunda-feira, 14 de abril de 2025

Vargas Llosa, prêmio Nobel e último gigante da geração dourada da literatura latino-americana - Juan Carlos Pérez Salazar (BBC)

 Morre Vargas Llosa, prêmio Nobel e último gigante da geração dourada da literatura latino-americana

Mario Vargas Llosa

CRÉDITO, GETTY

Mario Vargas Llosa, escritor peruano vencedor do Prêmio Nobel de Literatura em 2010, morreu neste domingo em Lima, aos 89 anos, segundo informaram seus filhos em um comunicado.

Vargas Llosa foi autor de obras marcantes da literatura latino-americana, como "A Festa do Bode", "Conversa no Catedral" e "A Guerra do Fim do Mundo".

"Sua partida entristecerá seus parentes, amigos e leitores, mas esperamos que encontrem consolo, como nós, no fato de que ele teve uma vida longa, múltipla e frutífera, e deixa para trás uma obra que o sobreviverá", disseram no comunicado os filhos do escritor, Álvaro, Gonzalo e Morgana.

"Agiremos nas próximas horas e dias de acordo com suas instruções. Não haverá nenhuma cerimônia pública. Nossa mãe, nossos filhos e nós mesmos esperamos ter o espaço e a privacidade para nos despedirmos em família e na companhia de amigos próximos. Seus restos mortais, como era sua vontade, serão cremados", acrescentaram.

Obra prolífica

Vargas Llosa soube desde muito jovem que queria ser escritor.


Fim do Matérias recomendadas


E a isso dedicou sua vida com a disciplina de um operário, até alcançar o reconhecimento universal como autor — e também uma divisão de opiniões em torno de sua figura pública que não se via no Ocidente desde a época do filósofo Jean-Paul Sartre.

Talvez não seja totalmente coincidência: Sartre foi um de seus primeiros modelos (os colegas de juventude o chamavam de "o pequeno Sartre corajoso") e, embora depois tenha criticado as ideias políticas do francês, até o fim foi um escritor engajado, comprometido com sua realidade, como pregava o famoso existencialista - Vargas Llosa chegou a ser candidato à presidência do Peru em 1990, mas perdeu para Alberto Fujimori.

Essa disciplina e compromisso o levaram a produzir uma obra de surpreendente abundância: 20 romances, um livro de contos, 10 peças de teatro, 14 livros de ensaio, dois de crônicas e um de memórias, além de múltiplas coletâneas de suas colunas e textos avulsos.

Jorge Mario Pedro Vargas Llosa nasceu em 28 de março de 1936, em Arequipa, no sul do Peru.

E embora sempre a tenha apontado como seu lugar de origem (e é lá que, na casa colonial onde nasceu, repousa sua biblioteca), viveu nela apenas um ano.

Em 1937, seu avô Pedro J. Llosa decidiu mudar-se para Cochabamba, na Bolívia, para administrar uma fazenda de algodão. Lá, cercado por mulheres e pela autoridade benigna do avô, Vargas Llosa viveu aquilo que ele próprio descreveu como uma espécie de paraíso.

A queda na realidade viria nove anos depois, quando a família materna retornou para viver no Peru, desta vez na cidade de Piura, onde seu avô foi nomeado prefeito.

A figura paterna


Fim do Novo podcast investigativo: A Raposa

O que aconteceu em Piura foi um dos eventos fundamentais de sua vida — tanto que é com ele que começa "Peixe na Água", o mais próximo de uma autobiografia que Vargas Llosa chegou a escrever.

"Minha mãe me pegou pelo braço e me levou para a rua pela porta de serviço da prefeitura. Caminhamos em direção ao Malecón Eguiguren. Eram os últimos dias de 1946 ou os primeiros de 1947, pois já havíamos feito as provas no Salesiano, eu havia terminado a quinta série primária e já era verão em Piura, com sua luz branca e um calor sufocante.

— Você já sabe, é claro — disse minha mãe, sem que sua voz tremesse. — Não é verdade?

— O quê?

— Que seu pai não está morto. Não é verdade?

— Claro. Claro que sim.

Mas eu não sabia. Nem remotamente suspeitava."

Ernesto Vargas, o homem que havia abandonado a mãe do futuro escritor poucos meses antes de seu nascimento, estava de volta para ocupar seu lugar patriarcal no centro da família.

E como ocupou: naquele mesmo dia, sem sequer avisar à família de sua esposa, Dora, levou todos para viver em Lima, capital peruana.

É possível que a pulsão de Mario, o escritor, tenha nascido ali — na luta descomunal e desigual de vontades que se iniciou entre aquele menino e seu pai tirânico.

Lima, detestável

Também em "Peixe na Água", Vargas Llosa conta que detestou Lima desde o primeiro momento e se refugiou nas revistas em quadrinhos e nos romances de aventura de Júlio Verne, Emilio Salgari e Karl May.

Quando Mario tinha 14 anos, seu pai cumpriu a ameaça de colocá-lo num colégio militar, o Leoncio Prado. Lá, passaria quatro anos e, ao contrário do que seu pai desejava, enfrentaria um microcosmo do que era o Peru — com jovens de todas as classes sociais e raças do país — além da tremenda violência que emergia desses encontros. E foi isso que o convenceu de seu desejo mais íntimo: ser escritor.

Sobre sua experiência no colégio militar, escreveria, aos 26 anos, seu primeiro romance: "A Cidade e os Cachorros", que não apenas o lançaria à fama como também inauguraria o movimento literário com o qual seria identificado por toda a vida: boom da literatura latino-americana.

Mas isso viria um pouco mais tarde. Antes haveria a experiência completa de Lima (com um breve intervalo em Piura para concluir o ensino médio, escrever sua primeira peça de teatro, A Fuga do Inca, e trabalhar na editoria policial de um jornal), cidade que já não lhe pareceria tão detestável.

Na capital, trabalhou em jornais e como assistente de um historiador, estudou Direito e Literatura na Universidade de San Marcos, foi brevemente membro do Partido Comunista (então proibido) no Peru e ganhou uma viagem de 15 dias a Paris pelo conto O Desafio, que integra seu único livro de contos, "Os Chefes".

Foi nesse período que conheceu a obra de José Carlos Mariátegui, Karl Marx e Sartre — fundamentais para sua formação política inicial — e também a do norte-americano William Faulkner, que o marcou profundamente por sua técnica narrativa prodigiosa. Leu também com avidez Alexandre Dumas, Victor Hugo e Gustave Flaubert, outro de seus grandes mestres.

Foi também nessa época que, num ato de rebeldia tribal, casou-se, aos 19 anos, com sua tia materna, Julia Urquidi, 11 anos mais velha e divorciada.

Da relação com ela e de seu trabalho na Rádio Panamericana surgiria um de seus romances mais bem-sucedidos e divertidos: "A Tia Júlia e o Escrevinhador". Da experiência em Lima durante a ditadura do general Manuel Odría viria a monumental Conversa no Catedral, e de Piura e duas estadias na Amazônia peruana, A Casa Verde.

Mario Vargas Llosa

CRÉDITO, GETTY

Legenda da foto, Vargas Llosa durante festival literário na Alemanha

Paris, Cuba

Em 1958, graças a uma bolsa de estudos, Vargas Llosa muda-se com Julia para Madri, onde pretende fazer um doutorado em literatura.

No entanto, permanece apenas um ano na Espanha e, ao término da bolsa, decide perseguir seu sonho de viver em Paris — um lugar mítico para escritores latino-americanos de sua geração (e das anteriores), como Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Octavio Paz, Alejo Carpentier e Severo Sarduy.

As condições em que vivia com a esposa no Hotel Wetter no bairro latino eram extremamente modestas. Trabalhou como professor de espanhol e, inclusive — segundo relata Julia Urquidi em seu livro "Lo que Varguitas No Dijo" (O que Varguitas não disse, em tradução livre) — atuou como escritor fantasma para uma senhora peruana que queria publicar suas experiências no Oriente Médio.

Tudo mudaria com a publicação, em 1963, de "A Cidade e os Cachorros" (vencedor do Prêmio Biblioteca Breve da editora Seix Barral em 1962), que lhe traria fama internacional e repúdio local: centenas de exemplares do livro foram queimados pelos militares no colégio Leoncio Prado, por considerarem que a obra havia manchado a reputação da instituição.

Já mais bem estabelecido na França — embora com o casamento em crise — e trabalhando na rádio e televisão francesa, Vargas Llosa começou a escrever seu segundo romance, "A Casa Verde", onde aparece pela segunda vez (a primeira havia sido em um conto) o sargento Lituma.

Foi nessa época que passou a apoiar plenamente a Revolução Cubana, para onde havia viajado algumas vezes como jornalista.

"Para a minha geração, e não só na América Latina, o que aconteceu em Cuba foi decisivo — um antes e um depois ideológico. Muitos, como eu, viram na gesta fidelista não apenas uma aventura heróica e generosa, de combatentes idealistas que queriam não só acabar com uma ditadura corrupta como a de Batista, mas também construir um socialismo não sectário, que permitisse a crítica, a diversidade e até a dissidência", escreveria no prólogo de seu livro de ensaios O Chamado da Tribo.

Também foi o período em que estreitou laços com outros escritores latino-americanos que começavam a despontar, como Carlos Fuentes (Julio Cortázar ele já conhecia de antes — o argentino inclusive leu "A Cidade e os Cachorros" antes mesmo de sua publicação).

"A Casa Verde" — ambientado na selva amazônica e em um prostíbulo em Piura, e onde Vargas Llosa demonstra seu extraordinário domínio da técnica romanesca moderna — foi sua consagração definitiva. Publicado em 1966, venceu o Prêmio Rómulo Gallegos em 1967.

Em seu discurso de aceitação do prêmio, delineou o que seria seu credo literário:

"A vocação literária nasce do desacordo de um homem com o mundo, da intuição de deficiências, vazios e impurezas ao seu redor. A literatura é uma forma de insurreição permanente e ela não admite camisas de força."

O mesmo poderiam ter dito vários colegas obcecados pela literatura que, paralelamente a Vargas Llosa, buscavam escrever romances totais — que não apenas complementassem a realidade, mas rivalizassem com ela.

E em 1967 foi publicado um desses romances:"Cem Anos de Solidão", do colombiano Gabriel García Márquez — a locomotiva que pôs em marcha o trem imparável do boom da literatura latino-americana, como batizou o movimento o crítico chileno-americano Luis Harss.

Foi precisamente em agosto daquele ano, durante a entrega do Prêmio Rómulo Gallegos em Caracas, que Vargas Llosa e García Márquez se conheceram e iniciaram uma profunda amizade — que terminaria de forma explosiva em fevereiro de 1976, na Cidade do México.

Ascenção e queda do boom latino-americano

Foram os anos dourados do "Boom", ao qual pertenceram formalmente apenas Cortázar, Carlos Fuentes, Vargas Llosa e García Márquez.

Se a grande literatura da primeira metade do século XX pertenceu aos Estados Unidos, a latino-americana foi o grande fenômeno da segunda metade do século — e não apenas serviu de impulso para consolidar escritores como o chileno Jorge Donoso ou o cubano Guillermo Cabrera Infante.

O apetite que se despertou pela literatura da América Latina foi tão grande que também ajudou a redescobrir, para um público mais amplo, mestres mais antigos como o argentino Jorge Luis Borges, o uruguaio Juan Carlos Onetti, o mexicano Juan Rulfo, o paraguaio Augusto Roa Bastos e o cubano Alejo Carpentier.

Nesse mesmo ano milagroso de 1967, Vargas Llosa (já casado com sua prima Patricia Llosa) mudou-se para Londres, onde exerceu várias atividades (ainda não podia viver apenas dos direitos autorais), sendo a principal delas lecionar literatura no Queen Mary's College. Também atuou ocasionalmente como colaborador do Serviço Latino-Americano da BBC — o que hoje é a BBC Mundo.

Paralelamente, trabalhava em seu romance mais ambicioso até então: "Conversa no Catedral".

Foi então que surgiu uma proposta irrecusável: a superagente literária Carmen Balcells lhe ofereceu a chance de se mudar para Barcelona, comprometendo-se a fazer com que ele pudesse viver exclusivamente de sua escrita.

Assim, a família Vargas Llosa acabou morando na rua Caponata, na capital catalã, praticamente parede com parede com os García Márquez.

Era tamanha a fascinação de Vargas Llosa por García Márquez que ele dedicou dois anos à escrita de um livro sobre "Cem Anos de Solidão" (que também serviu como tese para o doutorado que não havia concluído), intitulado "García Márquez: História de um Deicídio" — o primeiro grande texto crítico dedicado à obra do colombiano.

O começo do fim do "Boom", da amizade utópica entre esse grupo de escritores e do compromisso de alguns deles com a Revolução Cubana, começou a se delinear em Paris, em 1971.

E justamente dentro de um projeto que prometia se concretizar.

Impulsionados pelo espanhol Juan Goytisolo e financiados por uma rica herdeira boliviano-francesa, alguns dos escritores latino-americanos mais renomados se reuniram para editar, a partir de Paris, a revista de esquerda Libre.

Lá estariam os quatro principais nomes do "Boom", além de Octavio Paz, José Donoso, Severo Sarduy e Jorge Edwards.

Llosa em 1975

CRÉDITO, GETTY

Legenda da foto, O escritor em 1975

A história completa está narrada em detalhes no quarto capítulo do livro "En los Reinos de Taifa", de Juan Goytisolo: o primeiro número da revista "Libre" já estava pronto para ser impresso quando foi divulgado, em Cuba, o chamado "Caso Padilla".

Heberto Padilla era um poeta cubano que havia participado ativamente da Revoluçã Cubana e inclusive chegado a ocupar o cargo de vice-ministro do Comércio Exterior. No entanto, no final dos anos 1960, passou a criticar abertamente a política cultural do governo.

Em março de 1971, foi preso e, pouco depois, veio a público uma "confissão" caricatural, que lembrava os julgamentos stalinistas, provocando a fúria de muitos escritores estrangeiros amigos da Revolução.

Liderados por Goytisolo e Vargas Llosa, vários intelectuais e escritores (incluindo Sartre, Susan Sontag, Italo Calvino, Simone de Beauvoir, Octavio Paz, Alberto Moravia e Marguerite Duras) enviaram duas cartas a Fidel Castro em apoio a Padilla — o que enfureceu o comandante-em-chefe, que pronunciou um duro discurso contra os signatários e os proibiu de entrar em Cuba "por um tempo indefinido e infinito".

O primeiro número da "Libre" foi adiado até o outono para incluir um dossiê completo sobre o caso Padilla, com diferentes pontos de vista — inclusive um poema de Julio Cortázar, no qual ele se distanciava completamente das críticas ao governo cubano.

Esgotada pela falta de recursos e pelas divisões internas, a revista só conseguiu publicar quatro edições. Mas isso não significou o fim imediato do "Boom". Vargas Llosa continuou amigo de Julio Cortázar até a morte do argentino, em 1983, e manteve sua amizade com García Márquez enquanto ambos viveram na Espanha.

A amizade entre os dois escritores terminou em 1976, no Palácio de Belas Artes da Cidade do México, no dia da estreia do filme "Os Sobreviventes dos Andes", quando Vargas Llosa deu um soco em García Márquez — aparentemente por um desentendimento amoroso, sobre o qual nenhum dos dois quis falar enquanto viveram.

Etapa cômica, erótica e histórica

Talvez seja coincidência, mas depois de sua ruptura pública com a Revolução Cubana, a escrita de Vargas Llosa passou por uma mudança: ele começou a experimentar com o humor.

Desse período surgiram as comédias "Pantaleão e as Visitadoras" (1973) e "Tia Julia e o Escrevinhador" (1977), ambas com grande sucesso de público.

Em 1981, o escritor voltou a surpreender com sua primeira — e ambiciosa — novela histórica: "A Guerra do Fim do Mundo", um retorno à chamada "novela total", na qual relata a sangrenta rebelião religiosa ocorrida em 1897, em Canudos, no Brasil, liderada pelo messiânico Antônio Conselheiro.

Mais adiante voltaria ao romance histórico com "O Paraíso na Outra Esquina" (2003) e "O Sonho do Celta" (2010).

A etapa seguinte de sua literatura seria a erótica, iniciada com a novela curta "Elogio da Madrasta" (1988) e continuada em obras como "Os Cadernos de Dom Rigoberto" (1997) e "Travessuras da Menina Má" (2006).

No entanto, a mudança mais profunda que ele experimentou não foi no plano literário, mas no político.

No final dos anos 1970, Mario Vargas Llosa voltou a residir em Londres, em circunstâncias muito diferentes: já era um autor consagrado, que podia viver daquilo que escrevia.

Foi uma fase fundamental: presenciou a ascensão de Margaret Thatcher ao poder e, ao mesmo tempo, leu — e chegou a conhecer — grandes pensadores liberais contemporâneos, como Isaiah Berlin e Karl Popper.

Em uma mudança ideológica profunda, ele adotou as ideias liberais e, desde então — assim como havia feito anteriormente com as ideias de esquerda — passou a defendê-las com unhas e dentes, tanto por escrito quanto em público.

Em 2019, quando o entrevistei pela última vez, ele continuava firme em suas convicções:

"O liberalismo está associado à ideia de liberdade e acredito que a defesa das liberdades é algo absolutamente essencial... Para o liberalismo, o essencial são as ideias, os valores, e dentro deles a ideia de liberdade é absolutamente central. Uma ideia que não pode ser dissociada, dividida ou fragmentada."

"A liberdade, segundo os liberais, é uma só e deve ser garantida simultaneamente no campo econômico, político, social e individual. E tudo o que signifique mais liberdade é bom para o conjunto da sociedade."

Não muito depois de sua conversão, ele teria a oportunidade de defender essas ideias na arena política.

Em agosto de 1987, quando o então presidente peruano Alan García anunciou que nacionalizaria os bancos e as companhias de seguros, Vargas Llosa — que estava de férias em seu país — decidiu se opor publicamente.

O sucesso de sua mobilização foi tal que o presidente acabou desistindo do plano de nacionalização, e o escritor decidiu lançar-se à presidência pelo movimento Frente Democrático.

No entanto, depois de um início de campanha promissor, o escritor transformado em político enfrentou em 1990 um fenômeno que primeiro o surpreendeu e depois o derrotou: Alberto Fujimori, que durante a campanha passou a caracterizar Vargas Llosa como um neoliberal rico de ultradireita.

Vargas Llosa retornou imediatamente à Europa para lamber as feridas e escrever "Peixe na Água", jurando nunca mais se envolver diretamente com a política.

Sua caracterização como neoliberal e ultradireitista se manteve ao longo dos anos, apesar de muitas de suas posições em temas sociais e políticos serem progressistas: defendia o aborto, a eutanásia, o casamento entre pessoas do mesmo sexo, a legalização das drogas e era crítico do tratamento dado por Israel aos palestinos.

Era, sim, um defensor ferrenho da democracia como sistema político e considerava o capitalismo, o livre mercado e a globalização como os melhores caminhos para tirar um país da pobreza.

E embora na entrevista à BBC Mundo já citada ele tenha ponderado dizendo: "Há quem acredite que o mercado resolve tudo, eu não acredito nisso, nem de longe, e tampouco acho que essa seja a essência do liberalismo", manteve até o fim sua admiração por Margaret Thatcher e Ronald Reagan, além de uma relação próxima com políticos conservadores da Espanha e da América Latina, como Álvaro Uribe, Sebastián Piñera e José María Aznar.

Vargas Llosa durante uma visita em 2010 à zona árabe de Jerusalém para documentar a situação dos palestinos vivendo sob a ocupação israelense.

CRÉDITO, GETTY

Legenda da foto, Vargas Llosa durante uma visita em 2010 à zona árabe de Jerusalém para documentar a situação dos palestinos vivendo sob a ocupação israelense.

A festa do bode

Em 2000, quando ninguém esperava, Vargas Llosa voltou a publicar uma "grande novela" com "A Festa do Bode", que rivalizaria com seus maiores feitos na literatura, como "Conversa no Catedral" ou "A Guerra do Fim do Mundo".

Era o retorno do Vargas Llosa que mergulhava no calor dos grandes acontecimentos políticos e da violência. E também o retorno a um tema caro aos escritores latino-americanos: o caudilho transformado em ditador.

"Trujillo pertence àquela classe de ditadores que não apenas brutalizam e aterrorizam uma sociedade, mas chegam a seduzi-la. Conseguem se endeusar, e a maioria da população lhes presta culto", disse certa vez sobre o homem que controlou a República Dominicana por três décadas.

Foi, talvez, o último grande romance escrito por um integrante do "Boom", e é o mais admirado de Vargas Llosa no mundo anglófono.

Então, no dia 9 de outubro de 2010, quando Mario Vargas Llosa estava em Nova York dando um curso de literatura na Universidade de Princeton, chegou ao seu apartamento alugado o inevitável telefonema vindo da Suécia: ele havia vencido o Prêmio Nobel de Literatura daquele ano.

Era o que faltava, talvez, para imortalizá-lo. E, de quebra, para comprovar a relevância do "boom da literatura latino-americana" como algo mais do que um fenômeno comercial: é o único grupo literário da história que produziu dois prêmios Nobel.

Após um período em que publicou diversos ensaios e alguns romances menores, Vargas Llosa voltou às manchetes... mas das revistas de celebridades, pelas quais ele havia expressado desprezo em várias ocasiões: aos 79 anos, pôs fim a um relacionamento de meio século com Patricia para ir morar com a socialite espanhola Isabel Preysler, ex-esposa do cantor Julio Iglesias.

Desde então, não era incomum vê-lo nas capas de revistas como Hola. Nas poucas vezes em que falou sobre o assunto, explicou a decisão como resultado de um amor intenso, que pelo menos publicamente durou até dezembro de 2022, quando a separação do casal foi anunciada — dominando, mais uma vez, as capas da imprensa de celebridades.

Em 2022, aos 86 anos, ocupou a cadeira número 18 da Academia Francesa de Letras. Tornou-se, assim, o primeiro escritor que não havia publicado sua obra em francês a ocupar um posto nos quase 400 anos da ilustre academia.

Em 2023, publicou o que anunciou ser seu último romance: "Dedico a você meu silêncio". Também deixou de escrever sua coluna semanal, Piedra de Toque (Pedra de Toque), que manteve por décadas no jornal espanhol El País.

No momento de sua morte, Mario Vargas Llosa era o último representante de uma geração de gigantes que dominaram o cenário literário, intelectual e político da América Latina durante o século 20.

Nos últimos anos de sua vida, afirmou ser feliz.

Cinco obras imprescindíveis

- A Cidade e os Cachorros (1963)

- Conversa no Catedral (1969)

- Tia Julia e o Escrevinhador (1977)

- A Guerra do Fim do Mundo (1981)

- A Festa do Bode (2000)