La errática política exterior y de defensa de Javier Milei
Socio global de la OTAN y miembro del grupo Ramstein: la irresponsabilidad como factor común
Por Roberto López*
Temas de relações internacionais, de política externa e de diplomacia brasileira, com ênfase em políticas econômicas, em viagens, livros e cultura em geral. Um quilombo de resistência intelectual em defesa da racionalidade, da inteligência e das liberdades democráticas.
Este blog trata basicamente de ideias, se possível inteligentes, para pessoas inteligentes. Ele também se ocupa de ideias aplicadas à política, em especial à política econômica. Ele constitui uma tentativa de manter um pensamento crítico e independente sobre livros, sobre questões culturais em geral, focando numa discussão bem informada sobre temas de relações internacionais e de política externa do Brasil. Para meus livros e ensaios ver o website: www.pralmeida.org. Para a maior parte de meus textos, ver minha página na plataforma Academia.edu, link: https://itamaraty.academia.edu/PauloRobertodeAlmeida.
La errática política exterior y de defensa de Javier Milei
Uma tomada de posição politica contra as tomadas de posições politicas da Escola Austríaca, assim como a Economia Política de Adam Smith também é política. A economia entra como a cereja do bolo. PRA
"La escuela austríaca: una rama muerta de la teoría económica | La sobrevalorización de la economía en la esfera política | Página|12" https://www.pagina12.com.ar/703170-8-a-la-escuela-austriaca-una-rama-muerta-de-la-teoria-econom
Las y los argentinos cuentan con primer presidente economista pero, probablemente, no será el último. La profesión es reciente, aunque la función de consejeros del soberano sea muy anterior. La importancia que se otorga hoy a los economistas es inédita: han adquirido, en poco tiempo, un lugar excepcional en el campo de la política por una supuesta expertiz que fascina los cenáculos con exposiciones aparentemente complejas pero en realidad simples. Sin embargo, permito recordar que un título universitario no da autoridad.
Los medios de comunicación han otorgado a los economistas un prestigio que no merecemos, incluso en detrimento de la deontología y la ética. Nuestra autoridad científica ha sido exagerada por la completa ignorancia, salvo excepciones, de los problemas económicos por parte de los presentadores radiales o televisivos.
El resultado de la sobrevalorización de la economía en la esfera política es que Javier Milei haya podido hacer un show, que dio la vuelta al mundo, golpeando hasta destrozar una maqueta del BCRA, supuestamente principal causante de la inflación en perfecta complicidad con el presentador y el propietario del medio de comunicación sin dar la más mínima explicación teórica plausible. Se puede decir que Milton Friedman, el creador del monetarismo, hubiera desaprobado semejante propuesta. Este tipo de secuencias televisivas son una ilustración de la falta de ética de los economistas, pero también de los periodistas.
Milei se ha reivindicado como miembro de la escuela austríaca, lo cual ha sorprendido ya que es una rama muerta de la teoría económica agotada a principios del siglo pasado. Los “neo austriacos” a los que se refiere Milei no son economistas sino polemistas. Su literatura, que devino una doctrina, condena la acción económica y social del Estado pero es un invento de dos inmigrantes austríacos en los Estados Unidos a quienes la extrema derecha del Partido republicano en su cruzada contra Franklin D. Roosevelt durante los años 40, dio “cobijo y comida” a cambio de ideología.
La vieja escuela marginalista fue fundada en la segunda mitad del siglo XIX por Carl Menger que comenzó su carrera como periodista y consejero escriba del primer ministro del emperador y luego fue profesor. Su teoría afirma que los objetos no valen por el trabajo que contienen ni tampoco por su escasez, sino por su utilidad psicológica según las condiciones subjetivas personales a cada utilizador. No se pueden ni medir ni comparar porque las “satisfacciones” son personales. Los fundadores de la teoría marginalista no condenaban el rol del Estado, no eran opositores al emperador ni clamaban por ninguna libertad ya que de otra manera los hubieran encarcelado.
Menger se inspiró en la “ley de la utilidad marginal decreciente”, enunciada por un economista alemán Hermann Gossen, una transposición de la ley del rendimiento decreciente de David Ricardo a la demanda, pero en términos subjetivos. Sostenía que cuando una persona tenía hambre y le servían un plato de sopa iba a obtener una gran satisfacción con la primera cucharada pero que dicho placer disminuiría a medida que se vaya saciando con las cucharadas siguientes. Es la economía del plato de sopa. De su “ley” surgen las llamadas curvas de indiferencia en microeconomía que describen el supuesto comportamiento y elección del consumidor que con un presupuesto dado debe elegir una combinación de las cantidades de los dos bienes, mucho pan y poca manteca o la inversa es según!. En la década de los 50 de siglo pasado se utilizaron las matemáticas para describir el fenómeno. Y allí se acaba.
En 1944, Friedrich August von Hayekpublicó en Inglaterra un pequeño panfleto cuya publicación fue facilitada por el servicio de propaganda de guerra inglés ya que había sido escrito por un austriaco que criticaba doctamente el régimen imperante en su no-país, ya que Austria no existía más. Una versión aligerada fue publicada en 1945, en varios capítulos sucesivos, por el Reader's Digest cuya tirada en esa época era superior a 600.000 ejemplares.
El texto de propaganda es pretencioso y falaz, ya que finge confundir la economía del bienestar con el estalinismo o el nazismo, ens un texto polémico estilo siglo XIX donde no hay teoría económica. Von Hayeck criticaba la modificación en la distribución del ingreso que, según él, no corresponde a un ideal de justicia ya que son "los fuertes (entiéndase los ricos) que deben oponerse al Estado” (sic). Esta formulación pone en evidencia que Von Hayeck deseaba ya sea engañar a sus lectores o no había comprendido que en el liberalismo los ricos aprovechan del Estado para aumentar su fortuna.
El punto central de su posición es que nadie debería ser obligado a pagar la seguridad social. Se oponía al principio de la mutualización del riesgo ideado por Beveridge, que es uno de los puntos básicos del sistema de la economía del bienestar, porque este sistema es superior al sistema individual y privado de cobertura. Todos nos enfermaremos y anhelaremos ser atendidos, y todos deberemos dejar de trabajar debido al envejecimiento pero necesitamos de ingresos. Se trata de riesgos colectivos y universales, que son menos costosos si son asumidos por el conjunto de la sociedad.
El cuento de la jubilación privada de las AFJP es de Von Hayeck. Puesto que el seguro es una apuesta entre el asegurador y el cliente la idea de una “apuesta” sobre la enfermedad o el envejecimiento no tiene sentido. En la mayor parte de los países del centro capitalista el sistema de mutualización del riesgo es el que dio los mejores resultados y es el predominante, incluso para von Hayeck que murió atendido gratuitamente durante meses, en un hospital de Freiburg im Breisgau, en Alemania, pagado por los alemanes.
Milei estudió en una de esas universidades privadas pero subvencionadas y asistidas por los impuestos de los contribuyentes que existen en Argentina. En la época en que Milei frecuentó la “casa de estudios” le enseñaron lo que sus profesores habían podido aprender en los periodos dictatoriales cuando frecuentaban la universidad. Recordemos que entre 1966 y 1983 hubo solo 3 años de gobiernos democráticos.
La teoría marginalista fue muy difundida ya que era casi la única que era “enseñable” en esos momentos de oscurantismo extremo para el país. Si Nixon decía que “somos todos keynesianos”, esa no era la opinión de Martínez de Hoz o de Llerena Amadeo que fue ministro de educación de Videla y subsecretario de Onganía. No es extraño que Milei se declare participe de la “escuela austriaca” ya que es lo único que le enseñaron.
La lectura detallada del programa económico de Milei muestra que solo tiene de “neo austriaco” el cierre del BCRA, idea pregonada por Murray Rothbard, otro oscuro polemista en economía fallecido en 1995. Ha abandonado dicho punto porque hubiera conducido al hundimiento del sistema bancario y ese tipo de broma puede funcionar en un programa televisivo pero hace palidecer a los capitalistas banqueros, industriales o financistas y también a los ciudadanos. Quedan en su programa las futilidades del tipo desarrollar el turismo privado, la economías regionales, enre otros, lo cual es puro relleno. El resto del programa son los ortodoxos 10 puntos del Consenso de Washington enunciados por el inglés John Williamson en 1989, economista despedido del Banco Mundial.
La única sorpresa en toda esta confusión es el llamativo silencio de la academia, y con algunas excepciones de las corporaciones y multinacionales que ven que se desmoronará la demanda global y comienzan a preocuparse por sus futuras ganancias ya que saben que la injusticia social que reclaman es una situación que lleva a una crisis del consumo y disminuirá sus beneficios. La ultra ortodoxia del programa económico del nuevo presidente producirá a una estanflación que hundirá la economía del país en la crisis.
* Doctor en Ciencias Económicas de l’ Université de París. Autor de “La economía oligárquica de Macri”, Ediciones CICCUS Buenos Aires 2019.
Um episódio pouco conhecido a respeito da famosa carta de despedida de Stefan Zweig, aparentemente subtraída por um dos investigadores e entregue, contra pagamento, posteriormente, a um de seus mais chegados amigos de Petrópolis.
Stefan Zweig escribió miles de páginas a lo largo de su vida. Su obra es un inmenso edificio levantado con novelas, ensayos, poemas y algunas biografías de personajes célebres, como María Antonieta o Balzac, que le proporcionaron reconocimiento y dinero cuando le hacían falta. Sus palabras más famosas, sin embargo, fueron las últimas. La mañana del 22 de febrero de 1942, la asistenta que cuidaba de su casa en Petrópolis, Brasil, donde habían llegado tras un largo exilio escapando del nazismo, los encontró a él y a su esposa, Lotte Altmann, muertos en la cama. Estaban abrazados. Habían dicho basta ingiriendo una dosis letal de barbitúricos.
En el cuarto aparecieron algunos manuscritos inéditos del autor, junto a una veintena de cartas para amigos y familiares. Y en la mesilla de noche, además de unas monedas, una caja de cerillas y un vaso vacío, uno de los documentos más comentados de la historia de la literatura: su texto de despedida. Las increíbles vueltas que tuvo que dar esa nota antes de ser conocida, así como los interrogantes que dejó el suicidio, son una muestra más de que a veces escribir mucho no basta para explicarlo todo.
Zweig nació en Viena en 1881, en el seno de una familia de judíos austríacos con recursos. Estudió en Berlín y en París, y pronto desarrolló una profunda vocación literaria. También coleccionaba partituras de sus compositores de música preferidos. Instalado en Salzburgo, abandonó la ciudad cuando la aviación nazi comenzó a lanzar sobre ella panfletos premonitorios. En aquella época también se hizo trizas su primer matrimonio, cuando su esposa descubrió que la engañaba con su secretaria, Lotte Altmann. Al estallar la Segunda Guerra Mundial, los dos amantes huyeron por la frontera. Zweig, que escribía en alemán, donó sus libros a la Biblioteca Nacional Austríaca antes de abandonar su casa.
En el extranjero caería en un irremediable aislamiento, que se extendería mucho más tiempo de lo que en un primer momento había imaginado. Hasta el final de sus días, de hecho. Su gran miedo era que las tropas de Hitler llegaran hasta su nuevo escondite, Bath, a 150 kilómetros de Londres. El siguiente escalón de la huida fue Nueva York. El escritor, duramente criticado por no pronunciarse públicamente en contra del Führer -que, sin embargo, había prohibido muchas de sus obras, en un intento de anularlo del imaginario popular-, echaba de menos a los suyos y la posibilidad de comunicarse en su idioma.
El pesimismo ya se había apoderado de él. Europa, el proyecto en el que siempre había creído, saltaba por los aires. Incapaz de adaptarse a Manhattan, el estado de ánimo de Zweig, que ya se encontraba inmerso en la escritura de El mundo de ayer, seguía agrietándose. Había perdido toda esperanza. "No somos sino fantasmas y recuerdos", comentó entonces a un amigo, el periodista Joseph Brainin. En 1941, en el enésimo desvío de un exilio laberíntico, se mudó a Brasil, donde tenía miles de admiradores. Todavía con Altmann, con la que ya se había casado, se alojaron en una casa de Petrópolis, a las afueras de Río de Janeiro. Hasta que unos meses después, una trabajadora del hogar miró la hora, se extrañó de que la pareja todavía no se hubiera levantado y abrió la dichosa puerta del dormitorio.
Zweig se encargó de dejar preparada su carta de despedida. La escribió en alemán, aunque su título era Declaraçao. En ella trató de explicar las razones del suicidio, y mostró su gratitud al pueblo brasileño. Decía lo siguiente:
“Antes de que yo, por libre voluntad y en plena posesión de mis sentidos, abandone la vida, me siento obligado a cumplir un último deber: agradecer desde lo más íntimo a este maravilloso país, Brasil, que nos haya ofrecido a mí y a mi obra un lugar tan magnífico y acogedor. Cada día pasado aquí ha contribuido a querer más a este país, en ningún otro lugar hubiera deseado reconstruir mi vida de nuevo, después de que el mundo de mi propio idioma se derrumbó y mi hogar espiritual, Europa, se autodestruyó. Pero tras cumplir los sesenta hacen falta muchas fuerzas para comenzar totalmente de nuevo. Y las mías están agotadas por tantos años de errar sin patria. Por eso considero mejor cerrar a su debido tiempo y con actitud erguida una vida en la que el trabajo intelectual y la libertad personal me han dado las mayores alegrías y me parecen el más alto bien de esta tierra. ¡Saludo a todos mis amigos! ¡Ojalá lleguen a ver la aurora tras esta larga noche! Yo, excesivamente impaciente, me adelanto a todos ellos".
El texto tenía que recibirlo Claudio de Souza, el presidente del Club de Escritores de Brasil. Cómo llegó al mundo, sin embargo, es un relato que todavía dibuja algunos giros más. Conseguiría recorrerlos con éxito Robert Schild en un artículo que se publicó en el periódico alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung en mayo de 2020. Un trabajo periodístico que arrojó luz sobre la oscuridad. Y que arrancó con un nombre: Friedrich Weil. Weil, alemán de nacimiento, también se marchó con la familia de su país cuando vio que las cosas empezaban a torcerse con el Tercer Reich, comprando vuelos a Brasil. Fabricante textil, su siguiente paso fue abrir una empresa de telas en Petrópolis. Además, era un fiel lector de Zweig, al que recomendaba encarecidamente siempre que tenía ocasión.
El día después de aparecer sin vida los cuerpos del autor y su mujer, por lo que pudo saber Schild, alguien se presentó en su casa. Era el comisario Jose de Morais, vecino del edificio, que le dio la noticia y le pidió ayuda para traducir el folio que habían encontrado en la mesilla de noche de los fallecidos. Weil colaboró, pero a continuación le pidió como favor que le mandaran la carta una vez se acabara la investigación, pues para él tenía un valor enorme, a lo que el policía respondió que eso iba a ser bastante complicado, teniendo en cuenta que, por ley, el documento debía permanecer como mínimo tres décadas en el archivo del Estado.
Pasó mucho tiempo. Hasta que, en 1972, cuando Weil ya casi se había olvidado del asunto, alguien se puso en contacto con él para venderle el escrito por 10.000 dólares. No le reveló su identidad. Weil supuso que era un agente del cuerpo que en su momento había trabajado en el caso. Pero la proposición no podía ser más extraña. El misterioso sujeto lo citaba en el bar del hotel Serrador de Río de Janeiro, le pedía que llevara el dinero en un sobre y le decía que, si quería hacerse con la Declaraçao, tomara asiento en una de las mesas postreras del local. Weil hizo caso. A los pocos minutos, entró en el bar un tipo con unas gafas oscuras, que caminó hacia él. Mientras uno contaba los billetes, el otro comprobó que el texto era el original. Satisfechos ambos, se produjo el intercambio. Y Weil, al volver a casa, guardó su nuevo tesoro en la caja fuerte. Durante años, contaría la anécdota miles de veces a sus amigos, orgulloso de haber conseguido aquel preciado papel. Después de todo, Zweig había sido siempre su escritor favorito. Cuando Weil murió, en el 2000, se suponía que la carta había pasado a manos de sus familiares directos.
Pero entonces Schild, el autor del artículo, recibió un mensaje de Israel. Era Stefan Litt, responsable de Ciencias Humanas de la Biblioteca Nacional de Jerusalén, que le comunicaba que habían recibido la carta de despedida de Zweig en 1992, gracias a una donación del propio Friedrich Weil, que dijo hacer el envío en recuerdo de sus padres, que fueron los que lo convencieron para cruzar el Atlántico, y de Adolf y Flora Emrich. Desde entonces, las últimas palabras del escritor descansan entre las paredes de un edificio de la ciudad sagrada.
Son muchas las leyendas que rodean la figura de Zweig, un emblema literario que ya gozó de una enorme fama en vida, pero que jamás logró despistar en su cabeza a los fantasmas que lo perseguían desde que abandonó su Austria natal. Aunque no todas reman a su favor. Algunos no entendieron, por ejemplo, que decidiera afincarse en Brasil, un país entonces comandado por el régimen autoritario de Getúlio Vargas, y que ya lo había recibido con todos los honores en una gira en 1936. Zweig y Altmann hacían cada tarde largos paseos por la selva, y luego él se abandonaba a la lectura de Montaigne, Tolstói o Goethe. Cuando llegó a las librerías su ensayo Brasil, país de futuro, aunque volvió a ser un éxito de ventas, la izquierda brasileña se le echó encima, al considerar que estaba blanqueando la dictadura. No comprendían cómo alguien como él no empatizaba con su lucha.
Siete días antes de morir, visitó el carnaval de Río. Y cuando regresó a Petrópolis, se deshizo otra vez de sus libros, quemó varios papeles en el jardín y le escribió a su casera para anunciarle que le regalaba su perro, puesto que con su mujer habían tomado "otra decisión que seguir alquilando su bonita casa durante más tiempo". El último que los vio con vida fue Ernst Feder, amigo del matrimonio con el que cenaron la noche del 21 de febrero, que comentó que los había visto tan gentiles como siempre y que simplemente le habían contado que estaban teniendo algunos problemas para dormir.
Otro de los enigmas que nublan los últimos pasos de Zweig es el papel de su mujer, y de qué manera se vio arrastrada también a ese desenlace fatal. El informe del forense reveló que Altmann se suicidó unas horas más tarde, cuestión que incitó numerosas preguntas, aunque ninguna pueda ser ya resuelta. Ella era 25 años menor que él, se encargaba de mecanografiar las obras de su marido, e incluso en algunas ocasiones proponía mejorarlas con una sugerencia. La Historia ha insistido en limitar su recuerdo al de una esposa fiel que, por amor y lealtad, decidió acompañar a una de las grandes plumas del siglo XX al fondo del abismo. En cambio, ha pasado de puntillas por su vida, por sus traumas o por el extraño hecho de que Zweig ni siquiera la mencionara en ninguno de los textos que esa fatídica mañana se hallaron en el cuarto. Apenas hay bibliografía que ayude a entender el calvario por el que también tuvo que pasar Altmann.
Luces, sombras y algunas peripecias increíbles conforman la crónica del adiós de Stefan Zweig y Lotte Altmann. Una tragedia que ha sido tantas veces glosada que sus contornos se entreveran inevitablemente con los del mito. Quizá no podía ser de otro modo. La literatura cubriendo con otra capa a la propia literatura. Hay novelas que se siguen escribiendo fuera de la hoja.