segunda-feira, 17 de março de 2025

Ocho ideas sobre el trumpismo y la relación con China - Xulio Ríos (Observatorio de la Política China)

Ocho ideas sobre el trumpismo y la relación con ChinaXulio Ríos es asesor emérito del Observatorio de la Política China

In Análisis, Política exterior by Xulio Ríos 

15/03/2025

https://politica-china.org/areas/politica-exterior/ocho-ideas-sobre-el-trumpismo-y-la-relacion-con-china

Las que siguen son algunas claves que van definiendo este segundo mandato de Donald Trump al frente de los Estados Unidos. Sus declaraciones y órdenes ejecutivas han provocado una singular agitación tanto en su país como en el mundo y sigue siendo una incógnita el nivel de impacto a largo plazo.  Un aspecto determinante afecta a las relaciones con China, su principal competidor.

Liderazgo

Situando a “Estados Unidos primero”, lo que Trump viene a sugerir es que ya no es interés de EEUU el liderar el mundo en la forma en que lo ha estado haciendo hasta ahora, no que vaya a renunciar a la hegemonía. Su prioridad es poner orden en casa y capitalizar la economía a través de aranceles, captación de inversiones y reindustrialización. Ello se acompaña de un profundo desprecio por otros países, desbaratando la trascendencia del apoyo a las organizaciones internacionales, la ayuda exterior, etc., todo aquello en lo que no identifica valor de retorno suficiente.

La narrativa sugerida por el trumpismo es que ese modelo es demasiado costoso, insostenible e incluso debilitante pues socava la economía y merma la capacidad para competir con China.  Por tanto, esto se traduce en que, preferentemente, los objetivos de su Administración no se van a lograr a través de la cooperación con terceros sino a través de la imposición pura y dura de la política que más le convenga. Paradójicamente, esto supone que el interés de terceros por cooperar con EEUU también se desinflará y el recurso alternativo a  China emergerá por su propio peso.

¿Dónde encontrará EEUU los fondos para revitalizar la economía o la  infraestructura? No lo tiene fácil. Por ejemplo, en 2023, China produce cerca del 50% de los barcos del mundo. Estados Unidos ya no tiene una industria de construcción naval; sólo produce alrededor del 0,5%. En las tres últimas décadas, China se ha convertido en la potencia mundial dominante en la producción de buques. Revertir esto no es tarea fácil:  necesita una industria siderúrgica fuerte, que en Estados Unidos lleva entre 25 y 30 años languideciendo.

Declive

Pese a los alardes de poder desde el Despacho Oval, lo cierto es que el declive de EEUU es un hecho y sus manifestaciones, como la citada, son elocuentes. Más allá del empeño de Trump, Estados Unidos lo tiene muy difícil para remontar la desindustrialización. No se reactiva la industria solo con dinero. Hacen falta especialistas, con los que ya no cuenta. China produce el 65 por ciento de los graduados en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas del mundo. Y la deuda nacional es de más de 36 billones de dólares, muy superior a su PIB y acumulada gracias a la condición del dólar como moneda de reserva mundial. El problema de la deuda de Estados Unidos es peor que el de China, que sigue creciendo al doble de velocidad que Estados Unidos. Aquí, la deuda federal está devorando la economía. Los intereses  representan aproximadamente dos tercios del presupuesto federal estadounidense.

China representa el 35 por ciento de la industria manufacturera global, pero en 2030 alcanzará el 45 por ciento, la misma proporción que ostentaba Estados Unidos al final de la segunda guerra mundial. Ninguno de los puertos más avanzados del mundo se encuentra en Estados Unidos. El puerto estadounidense más eficiente, el de Charleston, ocupa el puesto 53 en el ranking mundial de eficiencia portuaria.

Como cuenta Raúl Zibechi, en 1980, China solo era el principal socio comercial de Yemen. Hasta 2001, cuando se unió a la Organización Mundial del Comercio, el 80 por ciento de los países del mundo comerciaban más con Estados Unidos que con China. En 2024, dos tercios de los países (128 de 190) comercian más con China que con Estados Unidos. Y 90, casi la mitad de los que integran las Naciones Unidas, comercian con China el doble que con Estados Unidos. Las exportaciones a Estados Unidos ahora representan solo el 15 por ciento de los envíos totales de China, frente al 20 en 2018. La participación de China en las exportaciones mundiales fue del 14 por ciento en 2023, frente al 8,5 de Estados Unidos…..

Este declive manifiesto es la fuente de ese resentimiento con el mundo exterior. La hegemonía en los términos conocidos no es sostenible y eso obligaría a la Casa Blanca a diagramar una estrategia internacional acorde a sus capacidades renegociando los acuerdos, ya sean comerciales o financieros, que sustentan el orden de posguerra. Lejos de eso, el rechazo de las relaciones establecidas con sus propios aliados y  las instituciones internacionales minan la confianza de todos.

Por tanto, esa negativa a renegociar manteniendo el apoyo al sistema establecido se traduce no solo en el desconcierto reinante sino en la falta de voluntad de hacer espacio a China y otros actores relevantes para redefinir este orden. Simplemente se está retirando por completo, no solo de la financiación sino incluso de la participación como se aprecia en la actitud ante la OMS o la OMC y otros. Es más, la Casa Blanca impone a la Unión Europea la dependencia absoluta o la humillación, una actitud que contrasta con la posición china de proponer y negociar acuerdos que aseguren cierta estabilidad global. Quien más socava hoy día el orden internacional es EEUU.

La corte de Trump: entre tiburones y halcones

Como buen patrón, ya en su primer mandato, Donald Trump mostró muy poca consideración del entorno funcionarial como también de la red política y militar que sustenta la Casa Blanca o el  Pentágono. En este segundo mandato, es diáfano que a quien más respeta es a los  empresarios de éxito, ya sea en Wall Street, en el sector inmobiliario de Nueva York o en el sector tecnológico de California… y Elon Musk es una de esas personas. Este cuenta con autoridad ilimitada para despedir a la gente a voluntad sin consultar aparentemente ni al presidente, ni a los miembros del Congreso ni del Senado. Se trata de alguien que no ha sido elegido, ni confirmado por el Senado, sino solo un amigo financieramente generoso con su campaña. Serán estos “tiburones” quienes llevarán la batuta en buena parte de las políticas diseñadas por su administración con preferencia por la negociación dura. En contraste, los “halcones”, más alineados con los posicionamientos más tradicionales, seguirán bregando por la estrategia de “paz a través de la fuerza” sin descartar el desempeño de posturas más abiertamente agresivas.

Tecnología, economía, seguridad

No es que la seguridad vaya a ser descuidada, pero tanto en el caso de EEUU como de China, la prioridad se centra a corto plazo en las cuestiones tecnológicas y económicas. Para las autoridades chinas, lo más importante es que su economía siga creciendo y desarrollándose. Para Xi Jinping, la clave reside en la estabilidad a través de la preservación del liderazgo del PCCh y una economía al alza, de ahí los gestos recientes para implicar más al sector privado y al empresariado.

Cabe pensar que a pesar de sus tensiones, la economía china seguirá creciendo más rápido que la estadounidense. Esa es la tendencia para los próximos diez a veinte años, con altas probabilidades de consumar el sorpasso. Mientras, la brecha de poder entre Estados Unidos y China seguirá reduciéndose.  El ejército chino crecerá más rápido que el estadounidense. Todo ello aumentará el riesgo de conflicto aunque no necesariamente tiene que desembocar en hostilidades abiertas.

En Europa, por el contrario, su dirigencia parece invertir las prioridades y apuesta por fortalecer la seguridad instando un rearme de destino incierto. A la postre, lo más probable es que serán las fuerzas de extrema derecha en auge las que gestionarán esas nuevas capacidades realineando de nuevo las políticas continentales con las del otro lado del Atlántico. Es erróneo pensar Estados Unidos se desentiende de buscar el control de Europa y jugará a convertirse en el principal beneficiario de sus decisiones.

Aliados

El actuar de Trump indica que su atención se va a centrar en los únicos países que respeta, aquellos que considera importantes porque pueden influir en Estados Unidos. Sobre todo China, aunque también Rusia, a otro nivel. Pero, paradójicamente, quema puentes con países que podrían ser valiosos para competir con China. En esta línea, la OTAN sería importante. La UE también lo es para la cooperación en materia de comercio y tecnología. Pero está tan centrado en pasar factura que la estrategia global se agrieta ostensiblemente.

Asegura Robert Ross, profesor de ciencias políticas en el Boston College y asociado del Centro Fairbank de Estudios Chinos de la Universidad de Harvard, que si Donald Trump continúa con su política hacia Europa, los europeos no tendrán otra opción que cooperar con China para estabilizar el sistema. No se trataría necesariamente de crear un nuevo sistema, un nuevo orden que refleje los valores o intereses chinos, sino de una reforma del sistema actual para abrir espacio a China, reflejando mejor su nuevo status manteniendo el compromiso con la estabilidad global.

Ahora mismo, si las cosas no se tuercen, el mundo dependerá más de China que de Estados Unidos quizá más pronto de lo previsto. En lugar de contenerla, lo que puede lograr es acelerar su auge. Si la política estadounidense hacia Europa y los demás países industriales avanzados continúa, estos países estarán menos inclinados a resistirse a la cooperación comercial con China. Es previsible una mayor cooperación entre China y Europa, con el Sudeste Asiático o Corea del Sur, y eso afianzaría el orden comercial internacional y las instituciones multilaterales en contra de los intereses de Trump.

China está lógicamente preocupada por la posibilidad de que Estados Unidos pueda usar su poder para influir en la actitud de los países europeos y otros. Con la  guerra tecnológica, los Países Bajos están restringiendo la cooperación con China. Lo mismo hace Corea del Sur y Japón. Y China está intentando compensar la diplomacia estadounidense en Europa y otras partes. Pero las posibilidades de crear una coalición comercial y tecnológica compuesta por Europa, Corea del Sur, Japón y otros países, que sería muy perjudicial para la economía china, se debilitan con Trump.

Está dinámica está mermando el poder blando estadounidense a gran velocidad.  EEUU es visto hoy como un país que no quiere contribuir al bienestar del mundo. También es poco lo que puede ofrecerle. Y eso socava seriamente la capacidad para lograr sus objetivos a través de la cooperación.

Multilateralismo

En el plano multilateral, la administración Trump es un regalo para China porque el neoaislacionismo estadounidense le está ayudando. La reducción del papel de Estados Unidos en las organizaciones internacionales proyecta y realza a China. Los conflictos comerciales y de seguridad con los aliados, favorecen a China. De modo que, multilateralmente, Estados Unidos se está disparando en su propio pie. Por el contrario, la posición de China representa una muestra inequívoca de su ascendente poder blando aun entre aquellos que mantienen una distante reserva.

Asia es la clave

El ascenso de China en la distribución del poder en Asia representa una preocupación para Estados Unidos que podría desembocar en un conflicto entre grandes potencias. Washington trata de mantener ese dominio, pero la hipótesis de un inminente liderazgo compartido se antoja inexorable; es más, se diría que la transición de poder es una realidad que evoca conflictos de intereses que podrían manifestarse en un aumento de las hostilidades.

Importa destacar que a diferencia de la Guerra Fría en la que los dos bloques enfrentados apenas cooperaban, en esta Asia no es así. La Unión Soviética no tenía una economía abierta, pero China sí la tiene. En esta región, la preocupación por el estallido de una guerra a instancias de China es más bien remota por más que se aticen las tensiones en el Mar de China Meridional o en el Estrecho de Taiwán. La cooperación económica aporta una gran fluidez y dinamismo a la región con China en el epicentro.

Los países de Asia que viven cerca de China y dependen de su economía, se están volviendo cada vez más cooperativos con China porque Estados Unidos es menos confiable. No se van a alinear con China, no van a convertirse en parte de su hipotética esfera de influencia, pero se están alejando de alinearse con Estados Unidos. Si nos fijamos en los gobiernos del este de Asia, sólo cuatro de ellos no están cooperando con China hoy día: Corea del Sur, Taiwán, Japón y Filipinas. Y sin embargo, de esos cuatro, tres de ellos tienen gobiernos inestables, con cambios constantes en sus políticas. A EEUU solo le queda en Asia oriental un aliado fiable: Japón. Pero para el crecimiento de Asia, es China la más importante.

Y si la competencia entre Estados Unidos y China se dilucida en esta región, la pregunta clave es si habrá acuerdo o enfrentamiento con China. En este sentido, pueden interpretarse los movimientos de Trump como un intento de resolver primero las diferencias con países vecinos y aliados como un ejercicio de preparación del terreno para posteriormente enfrentar o contener a China. No obstante, sería fundamental que la confianza de EEUU y sus aliados no se viera socavada por las actuales tensiones, lo cual aseguraría la implicación en esta estrategia. Pero el riesgo de que Europa y otros consideren el mercado chino más imprescindible afectará a la capacidad estadounidense de enfrentarse a China.

En el mundo, China es bien recibida como contribuyente al desarrollo económico y a la construcción de infraestructuras. Ese reconocido papel la instituye cada vez más como principal potencia económica y la más constructiva.  A diferencia de Estados Unidos, como potencia en declive, China se ve impulsada por el actual sistema por lo que, más allá de ajustes, no está necesariamente interesada en cambiarlo de forma radical. Y esa es, en gran medida, la razón por la que EEUU quiere desprenderse de él pues contribuye al ascenso de China y eso significa el declive de Estados Unidos.

Estados Unidos no admitirá sin más que China se vuelva demasiado poderosa, hasta el punto de representar una amenaza para su hegemonía. El reto es estabilizar su relación como dos grandes potencias y ganar tiempo. Estados Unidos no va a desaparecer y China seguirá creciendo. Trump quiere un nuevo acuerdo comercial con China que evite un agravamiento de la  guerra comercial pues también sería muy perjudicial para la economía estadounidense. China también quiere encontrar formas de estabilizar esta relación. Esperan un acuerdo comercial que en absoluto será fácil de lograr. En junio, si se confirma la cumbre Trump-Xi, sabremos cuál tendencia prima.

Taiwán

La primera administración de Trump adoptó una postura más pro-Taiwán respecto de las relaciones entre ambos lados del Estrecho. Y esto es parte del esfuerzo de Estados Unidos por contener a China. Esa cooperación con Taiwán complica los esfuerzos del continente por disuadir a los líderes taiwaneses de avanzar hacia la independencia de jure. China podría ser ahora menos condescendiente en este aspecto.

A muchos en Taiwán les preocupa que un acuerdo entre Estados Unidos y China pueda “vender” a Taiwán. Pero sin una mayor contención  en la cooperación con Taiwán, China no se lo pondrá fácil a Trump. Y esa tendencia dejaría en claro que la política al uso en este tema no es viable, que tiene los días contados y que la reunificación, bajo la fórmula que sea, es imparable. Taiwán está a 90 millas del continente y no pocas voces claman que debe encontrar una manera de llevarse bien con el continente. Es Musk contra Rubio, los tiburones contra los halcones. Cualquier cesión sería una muestra de debilidad de Trump que complicaría la fortaleza de su activo principal en toda la región, su credibilidad en materia de seguridad.

En el recién publicado Informe sobre la Labor del Gobierno de 2025 en las “dos sesiones” chinas, se hace hincapié en «promover firmemente la causa de la reunificación de China» sin mencionar la «reunificación pacífica». Más que  un cambio en la postura de la parte continental quiere enviar un mensaje de contundencia a EEUU .


Make Depression Great Again? Bolsas e indicadores em baixa nos EUA, indicando possível recessão: Efeito Trump?

Parabéns ao Trump, mais uma vez: conseguiu aumentar a queda nas bolsas e nos principais indicadores econômicos.
Make Depression Great Again?

https://www.estadao.com.br/economia/trump-eua-recessao-indice-medo-veja-em-graficos/

O “GDPNow” (PIB agora), indicador que avalia a evolução da economia americana em tempo real, produzido por um modelo elaborado pelo Fed de Atlanta, apontou que o PIB do país no primeiro trimestre de 2025 atingiu -2,5%, em termos anuais e com ajustes sazonais, no dia 6 de março.

Segundo Sergio Vale, economista-chefe da MB Associados, a piora desse indicador reflete as incertezas provocadas pelo governo Trump na economia.

“O GDP Now está indicando que talvez haja uma queda de PIB já no primeiro trimestre. É bastante razoável de se esperar, porque Trump trouxe um cenário de muita incerteza, de muita instabilidade para a economia mundial e para a economia americana especialmente”, afirma Vale. 

domingo, 16 de março de 2025

L’Ukraine, la Russie et nous ? - Cyril Gloaguen (Diploweb)

 L’Ukraine, la Russie et nous ? Quelques réflexions sur les négociations de paix en cours à Djedda ...

Par Cyril GLOAGUEN, le 15 mars 2025  Imprimer l'article  lecture optimisée  Télécharger l'article au format PDF

Cyril Gloaguen, ancien attaché naval et militaire en Russie et au Turkménistan, ancien collaborateur des Nations Unies en Abkhazie/Géorgie, docteur en géopolitique (IFG, Paris VIII).

L’Europe démocratique doit cesser d’être le jouet géopolitique des Etats-Unis et de la Russie, la variable d’ajustement de leur propre politique étrangère et de leurs intérêts nationaux. Lâcher l’Ukraine, c’est reconnaître que la force armée redevient un outil de remodelage des frontières européennes, c’est surtout mettre en branle en Europe une mécanique mortifère qui peut conduire au pire : notre disparition en tant qu’États indépendants et démocratiques…

ALORS QUE « l’effet Trump » souffle sur l’Ukraine, le vieux narratif « Lavrov/Poutine » (« l’OTAN avait promis de ne pas s’étendre à l’Est ») se fait à nouveau entendre, accompagné de ses inévitables corolaires : l’Alliance doit se retirer sur « ses frontières » de 1997 (année de la signature de l’Acte fondateur OTAN-Russie [1]), l’Ukraine doit être désarmée et transformée en zone neutre (tampon).

La promesse faite par les dirigeants occidentaux en 1990 de ne pas accepter de nouveaux membres relève du mythe et de la propagande du Kremlin et de ses idiots utiles (et ceux-là sont nombreux, et de tout poil !). De son côté, l’Acte fondateur n’a jamais interdit ni élargissement ni adhésion de nouveaux membres à l’Alliance !

L’Alliance atlantique a une vocation exclusivement défensive, faut-il le rappeler. Les pays y entrent de leur plein gré, par adhésion à ses valeurs démocratiques et, comme l’a montré la France en 1966 [2], peuvent facilement en sortir sans risquer une intervention musclée du « grand frère », contrairement à la Hongrie (1956) et la Tchécoslovaquie (1968) du Pacte de Varsovie.

Les Etats-Unis, ou je ne sais quel pouvoir supranational, n’imposent nullement aux pays européens d’en devenir membre. La Suisse, l’Autriche, Chypre, l’Irlande, Malte, par exemples, ne le sont pas, pas plus que ne l’étaient la Finlande et la Suède avant, respectivement, 2023 et 2024 [3].

Avant l’annexion illégale de la Crimée et d’une partie du Donbass par les forces armées russes en 2014, aucune unité de l’OTAN n’était d’ailleurs stationnée en permanence dans la partie orientale de l’Alliance (territoire des anciens membres européens du Pacte de Varsovie/COMECON [4]), pas plus que l’OTAN n’y a déployé d’armes nucléaires.

Dénoncer un « encerclement » de son territoire par l’OTAN pour justifier les annexions de ses voisins comme le fait la Russie poutinienne relève de la pantalonnade estudiantine : il suffit de regarder une carte de la Russie et de ses 11 fuseaux horaires sur 17 millions de km2 pour s’en convaincre.

Si entre 1999 et 2024, l’OTAN a accueilli de nouveaux membres c’est uniquement parce que ces pays se sentent menacés par la Russie poutinienne. Il convient d’insister et d’insister encore sur ce point fondamental. La Russie est seule responsable de l’extension de l’OTAN et de son renforcement récent (ante-Trump !). Elle est la seule cause des effets qu’elle dénonce !

La Russie a annexé environ 20% de ses voisins par la force (Géorgie et Ukraine), a étendu ses bases de la Moldavie à l’Arménie en passant par la Syrie, et certaines parties de l’Afrique. Elle l’a fait en violation de la Charte des Nations unies, que V. Poutine encensait pourtant dans son fameux discours de Munich en février 2007, du mémorandum de Budapest (1994), du document OSCE d’Istanbul (1999), en faisant pression sur ses voisins les plus faibles.

L’avenir de l’Ukraine n’appartient qu’à elle. L’Ukraine est membre de plein droit de l’ONU, cela est irrévocable, et la Russie, à de multiples reprises, a reconnu ses frontières internationales … avant de les violer par deux fois (2014 et 2022). Rappelons que l’Ukraine siégeait à l’ONU dès 1945 en tant qu’Etat membre à part entière avec droit de vote (comme la Biélorussie, même si leur indépendance vis-à-vis de l’URSS n’était que fictive, bien entendu).

Si un « divorce de velours » identique à celui qu’a connu la Tchécoslovaquie en 1993 devait avoir lieu en Ukraine (rattachement de jure de l’est du pays et de la Crimée à la Russie), celui-ci relèverait exclusivement des autorités démocratiquement élues de ce pays, de son Parlement et des électeurs ukrainiens, dans le respect du droit international, et sans pressions ni occupation extérieures.

La Russie ne dispose pas d’un droit moral supérieur au droit international, pas plus qu’elle n’est investie d’une quelconque « mission divine » qui l’autoriserait à imposer à ses voisins leur politique étrangère, leurs alliances politiques et économiques.

Si certains en France, et en Europe, estiment que la Russie ne constitue pas un danger, ou, du moins, un danger moindre que le danger islamiste, je les invite à méditer le sort de l’Europe de l’Est et de la Finlande après la Seconde Guerre mondiale. On me rétorquera que la Russie poutinienne n’est plus l’URSS. Certes non, mais la nature de son régime, débarrassé du communisme, est identique : violent, coercitif, policier, manipulateur et surtout revanchard, animé d’une gigantesque soif d’humilier des démocraties occidentales depuis toujours méprisées car si dangereuses pour la pérennité de l’ordre poutinien.

Que ceux-là méditent aussi le sort fait aux populations ukrainiennes tombées depuis février 2022 sous le joug russe : enlèvements d’enfants, assassinats de personnalités politiques, d’artistes, d’intellectuels, déportations de milliers de personnes, réécriture de l’Histoire, effacement par le feu de toute trace de culture locale, transformation des prisonniers de guerre en « terroristes », etc. Les Russes font ici ce qu’ils savent faire le mieux : répéter la politique que leurs ancêtres soviétiques ont mené dès 1944 en Europe de l’Est et sur le territoire même de l’URSS (cas des « peuples punis »).

Missions assignées par le Kremlin à sa propagande : désarmer moralement, annihiler tout esprit de résistance, susciter le dégoût de soi, etc.

Une Europe démocratique faible, désarmée, désunie, incapable de mettre en œuvre une politique d’indépendance stratégique, pourrait aisément dans un futur proche, en cas de sortie des Etats-Unis de l’OTAN ou de refus explicite de leur part à défendre le vieux continent (article 5), être « finlandisée » sans même qu’un char russe ne franchisse jamais la frontière de l’Union. La menace, notamment nucléaire, suffirait et certains − j’en suis convaincu − tranquillement, voueraient aux gémonies leurs institutions démocratiques, abandonneraient leurs accords économiques et militaires, prendraient tranquillement le chemin des BRICS, de l’OCS, de l’OTSC [5] et de la vassalisation.

Déjà certains pays et régions d’Europe de l’Est, déjà des fanges entières d’électeurs dans ces mêmes pays, se prennent à rêver d’un servage à la russe. Comprenne qui peut ! La psychologie des peuples (par peur de leur ombre ? sous l’effet de la propagande ? par lassitude de la démocratie ?) emprunte parfois des chemins étranges et tortueux qui les poussent à s’offrir à leurs bourreaux sans même chercher à se défendre. C’est d’ailleurs l’une des missions assignées par le Kremlin à sa propagande : désarmer moralement, annihiler tout esprit de résistance, susciter le dégoût de soi, voir dans la victime l’agresseur et dans l’agresseur le sauveur, dans la démocratie un régime politique désuet, inadapté au monde actuel, source de tous les malheurs.

Il suffit, en France, d’allumer une chaîne d’information en continu, d’ouvrir tel ou tel magazine, pour constater combien cette propagande inonde aujourd’hui sans filtre l’espace public, constater combien certaines rédactions n’ont toujours pas compris (mais cherche-t-elle seulement à le comprendre ?) que la Russie est en guerre contre nous, contre nos valeurs, notre civilisation. Des personnalités qui se prétendent « patriotes  » (sic), de gauche comme de droite, et qui pour certaines ont occupé des postes de responsabilité, ont déjà franchi le pas : la Russie est une amie, ne nous menace pas et non seulement ne nous menace pas, mais nous sauvera de nous-mêmes, de nos turpitudes, de notre wokisme, de notre incapacité à juguler l’immigration de masse et notre décadence, nous sauvera de ces institutions bruxelloises « mondialistes  », voire « fascisantes  » qui détruiraient nos valeurs et notre culture. Certains, de toute évidence, sont prêts, au nom de « l’intérêt national », de « la Nation », des « valeurs traditionnelles », au nom de «  vieilles lunes idéologiques » aussi, à quitter l’enfer bruxellois pour venir se lover bien au chaud dans le paradis moscovite, comme si pour eux l’indépendance allait naturellement de pair avec la vassalisation. Et ils le font, notamment, par incapacité à penser la Russie autrement que comme la Russie des Tsars, celle qui au début du XXème siècle faisait alliance avec la France contre la menace allemande, en oubliant les presque 80 ans de communisme et la haine de l’Occident que ce régime a ancré dans les cerveaux et la culture russes. Il faut vivre en Russie pour le comprendre.

Certains sont déjà à Vichy [6] alors que la guerre n’a pas même débuté et qu’elle n’aura peut-être pas lieu !

La Russie restera un danger pour l’Europe démocratique tant qu’elle conservera son régime policier, prédateur, autoritaire et impérialiste. Il n’y a pas, pour l’Europe démocratique, d’autre chemin que celui de la puissance et du réarmement militaire, industriel, scientifique et moral. L’Europe démocratique doit se remettre à faire peur. Toutes les briques sont en place, il suffit d’avoir le courage de les empiler. L’Europe démocratique doit devenir une force économique et militaire indépendante, y compris et peut-être surtout, des Etats-Unis [7], et cesser d’être cet espace politico-économique ouvert à tous les vents mauvais, multiplicateur de normes absurdes qui minent nos indépendances et nos industries, importateur de produits chinois, cet espace peuplé de naïfs, de « ravis de la crèche » de la mondialisation, « d’herbivores » (E. Macron) qui passent leur temps à regarder le train de l’Histoire passer sous leurs yeux au risque, un jour, de se le prendre en pleine figure.

Imposer à l’Ukraine une paix illégitime dont elle ne voudrait pas fragiliserait les institutions démocratiques de ce pays et la position de M. Zelensky, déboucherait sur des élections dans lesquelles Moscou ne manquerait pas d’interférer directement ou par proxys interposés. Ces derniers piétinent déjà d’impatience !

Perdre l’Ukraine c’est revenir à la Guerre froide, à une déstabilisation de nos frontières et des pays les plus fragiles d’Europe de l’Est, alors même que nous n’y sommes pas prêts, ni militairement, ni moralement. L’Europe démocratique doit pouvoir peser dans les négociations en cours (c’est peut-être déjà un peu tard  !), cesser d’être le jouet géopolitique des Etats-Unis et de la Russie, la variable d’ajustement de leur propre politique étrangère et de leurs intérêts nationaux.

Perdre l’Ukraine, c’est reconnaître que la force armée redevient un outil de remodelage des frontières européennes, c’est surtout mettre en branle en Europe une mécanique mortifère qui peut conduire au pire : notre disparition en tant qu’États indépendants et démocratiques…

Ce serait nous fabriquer un avenir d’esclaves.

Manuscrit clos le 12 mars 2025

Copyright Mars 2025-Gloaguen/Diploweb.com


Cyril Gloaguen
Ancien attaché naval et militaire en Russie et au Turkménistan, Cyril Gloaguen est ancien collaborateur des Nations Unies en Abkhazie/Géorgie, docteur en géopolitique (IFG, Paris VIII). Crédits photos : droits réservés
Gloaguen/Diploweb.com

A raiz do realismo político - Augusto de Franco (revista ID)

A raiz do realismo político

Capítulo 33 do livro “Como as democracias nascem” (Franco, Augusto. São Paulo: Casas da Democracia, 2023)

“A teoria de Darwin sobre a sobrevivência do mais forte… [é] um melhor guia para a compreensão da história do que a moralidade pessoal”.

O realista Kissinger (1994), em Diplomacy, interpretando o pensamento de Theodore Roosevelt, o seu admirado “estadista-guerreiro”.

O realismo político acabou virando uma vertente de política externa ou internacional. Não nasceu assim, porém. Nasceu como um pensamento antipolítico, para efeitos, na verdade, internos.

Há uma tradição autocrática no pensamento político. É essa tradição que constitui o chamado realismo político. Começa com Platão, passa por Maquiavel, Hobbes, pelo Cardeal Richelieu, por Clausewitz, pelos chamados “políticos do poder”, como Metternich e Bismarck e vários outros até chegar aos realistas modernos como Schmitt, Morgenthau e Carr e aos contemporâneos, como, para citar apenas alguns exemplos, Brzezinski, Genscher, Ross, Kissinger e o novo crush dos autocratas de direita e de esquerda chamado John Mearsheimer. Este artigo é sobre isso. Mas não vai comentar exaustivamente as ideologias desses autocratas e sim apenas chamar a atenção para alguns padrões antidemocráticos que estão presentes nos seus pensamentos.

PLATÃO

Podemos dizer – sem medo de errar – que o realismo político nasceu com Platão, quer dizer, tem a ver com os fundamentos dos regimes de Esparta, Creta e Siracusa – não com os fundamentos do regime que vigorou em Atenas nos séculos 5 e 4 a.C. Sua raiz é dória, não jônia. E as tentativas de atribuí-lo originalmente a Tucídides são inconsistências inventadas por acadêmicos americanos.

Platão, nas Leis (626a), escreveu que “na realidade, por questões de natureza (φύσις), todas as póleis vivem envolvidas em um estado de guerra velada”. Bem… aí com certeza começou, no plano teórico, o chamado realismo político. O primeiro problema dessa afirmação platônica não é constatar que as póleis (entendidas erroneamente como cidades-Estado) vivem em estado de guerra e sim achar que isso ocorre por algum tipo de deteminação natural, da phýsis, como qualidade ou propriedade constitutiva de todas as coisas ou sua maneira de ser. O segundo problema é não ver que a pólis, numa democracia (onde Platão vivia, embora a ela se contrapusesse), não é a cidade-Estado e sim a koinonia (comunidade) política. Como percebeu Hannah Arendt (1958), em A condição humana, “a pólis não era Atenas e sim os atenienses”.

Avancemos agora pouco mais de dois milênios para constatar como os padrões autocráticos se replicam em outras regiões do tempo. Hans Morgenthau (1948), um dos principais teóricos do realismo político, acreditava que “a política, como aliás a sociedade em geral, é governada por leis objetivas que deitam suas raízes na natureza humana”. Eis aí, desnudado, o pressuposto ideológico platônico antipolítico. Natureza humana é uma natureza (não, com perdão do neologismo, uma “socialeza”). Natureza, Deus ou História (tudo assim com maiúsculas) dá no mesmo. É uma instância extra-política determinando a política a despeito da interação propriamente política entre as pessoas. Se há algo infenso à política, determinando a política, não pode haver democracia.

Bastaria dizer isso. Mas partamos de uma definição, quase escolar, de realismo político antes de examinar os pensamentos de alguns realistas políticos.

REALISMO POLÍTICO É GUERRA

Em poucas palavras e simplificando ao máximo (o que não é tão inadequado, pois suas construções intelectuais são simplórias), o realismo político parte da constatação de que, não havendo uma instância normativa no plano internacional (uma autoridade máxima à qual os Estados devam se submeter), cada Estado – sim, todo realismo é um estatismo: o sujeito é sempre o Estado, a sociedade é um dominium do Estado – deve garantir a sua própria segurança, agindo em nome de um interesse nacional.

Em nome desse interesse nacional, definido pelo próprio Estado, cada ator deve lutar para aumentar o seu poder (em geral traduzido como capacidade militar, mas não só), para impor sua vontade a Estados mais fracos. Cada Estado deve então decidir por si mesmo se e quando vai usar sua força para alcançar seus objetivos (ou realizar seus interesses).

A colaboração entre Estados, no limite, leva a abrir flancos perigosos, pois o aliado de hoje pode se tornar o inimigo de amanhã (o que é bem resumido na máxima autocrática: “os aliados lhe enfraquecem, os inimigos lhe fortalecem”).

Como não há democracia no plano internacional, não há lei (quer dizer, império da lei) ou critério ético-político a que um Estado deva se submeter. Logo, a única maneira de garantir a sobrevivência do Estado como entidade é organizar-se para se defender de um possível ataque de outros Estados.

Para garantir a paz (entendida como manutenção da integridade do Estado) é necessário se preparar para a guerra por meio da defesa (e por isso toda defesa é guerra preemptiva). E como o sistema é competitivo, a única maneira de evitar a guerra é alcançar um equilíbrio de forças que desestimule, por medo da retaliação, que um Estado faça guerra contra outro e o destrua.

Bem, trata-se de uma definição quase escolar, mas nem por isso incorreta. Pelo menos deixa claro que falar do realismo é falar de guerra. Não, não é falar de outra coisa. É o óbvio. Mas agora vem uma inferência não tão óbvia: toda guerra é interna. Este é o primeiro ponto a ser entendido. Para entendê-lo, porém, é preciso balançar algumas certezas.

Para começar, guerra não é o conflito. É um modo de regular o conflito. E guerra não é o conflito violento. Pode ser praticada sem violência (física), como guerra fria e como política adversarial (a política como continuação da guerra por outros meios).

Depois é preciso ver que guerra não é destruição de inimigos e sim, pelo contrário, construção e manutenção de inimigos (tanto faz se for a Eurásia ou a Lestásia, para lembrar o 1984 de Orwell).

Em seguida é necessário entender que a guerra não tem como objetivo principal derrotar um país estrangeiro a não ser na medida em que isso puder ser usado para instalar internamente um ‘estado de guerra’ (não adianta derrotar um inimigo externo se não se derrotar os inimigos internos, quer dizer, se a força política que está no poder de Estado não continuar estabelecendo sua supremacia). O objetivo da guerra – para quem a faz (e como dizia Maturana, “a guerra não acontece, nós a fazemos”) – é instalar um estado de guerra que enseje, permita e justifique a ereção de estruturas hierárquicas regidas por modos autocráticos. Ou seja, a guerra é um engendramento para possibilitar uma reorganização do cosmo social. Em outras palavras, para impor uma ordem preconcebida em vez de deixar que diversas ordens emerjam da interação, o que acontece toda vez que tomamos a liberdade como sentido da política (e não a ordem). Este ponto é fundamental, porque a democracia é apenas a política que não tem uma ordem pronta (preconcebida) para colocar no lugar de outra, mesmo que essa ordem seja avaliada como a mais perfeita e justa do universo.

Aqui é preciso entender, para resumir, que não é apenas que autocracias façam guerras: a guerra já é a autocracia. E toda autocracia é sempre uma guerra contra um inimigo interno (ainda que um inimigo externo possa existir objetivamente).

Voltemos agora aos pensadores realistas para corroborar essas primeiras impressões.

SCHMITT

O jurista e estudioso político alemão Carl Schmitt, publicou, em 1932, um famoso livro intitulado “O conceito do político”, que provocou grande controvérsia sobre um suposto militarismo ou belicismo presente nas suas concepções. Sua posição foi encarada como realista, pelo fato de ele admitir (mesmo sem desejar, ou propor) que a guerra é o pressuposto sempre presente como possibilidade real em qualquer relação política. De qualquer modo, não há como negar que, para conceituar o político, Schmitt insiste demais nas noções de guerra e de inimigo, deixando de tratar, com a mesma atenção – e isso não pode ser por acaso –, dos conceitos de paz e de amigo.

Não cabe aqui entrar na controvérsia nos termos em que ela foi colocada. Talvez seja necessário dizer apenas que, para Carl Schmitt, “a diferença especificamente política… é a diferença entre amigo e inimigo”. Ainda que ele tente fazer uma distinção entre inimicus em seu sentido lato (o concorrente comercial, “o adversário particular que odiamos por sentimentos de antipatia”) e hostis (o inimigo público, o combatente que usa armas para destruir meu contexto vital, enfim, o inimigo político), parece claro que Schmitt não via diferença de natureza entre guerra e política. Tanto é assim que ele afirma que “a guerra, enquanto o meio político mais extremo, revela a possibilidade subjacente a toda concepção política, desta distinção entre amigo e inimigo” (1). Quer dizer que, para ele, conquanto seja um “meio extremo”, a guerra é um meio político. Do contrário ele deveria ter afirmado que a política pode levar à guerra, deixando de ser o que é (mudando, portanto, sua natureza) e não que a guerra é um meio político, pois que, assim, ao fazer guerra, ainda estamos fazendo política.

Pode-se perceber em Carl Schmitt um viés realista da chamada realpolitik. Contrapondo-se ao idealismo, o realismo político é uma política baseada no “equilíbrio do poder”, na linha do pensamento e da prática do Cardeal Richelieu – com sua “razão de Estado” (“raison d’état”) colocada acima de qualquer princípio moral – e dos chamados “políticos do poder”, como os já citados Metternich, Bismarck e, mais recentemente, Kissinger (1994), segundo a qual – e ele escreveu isso interpretando o pensamento do presidente Theodore Roosevelt, o seu admirado “estadista-guerreiro” – “a teoria de Darwin sobre a sobrevivência do mais forte… [é] um melhor guia para a compreensão da história do que a moralidade pessoal” (2).

O ponto da discussão é o seguinte: se pode haver guerra como meio político, então devemos ser realistas o suficiente para praticar a política como quem conta com tal possibilidade (e se prepara para isso, o que acaba, quase sempre, sendo a mesma coisa que praticar a política como “arte da guerra”). Ao proceder desse modo, separando os amigos políticos dos inimigos políticos (os que podem nos combater), cristalizamos aquela relação de inimizade que pode levar à guerra (e que, de qualquer modo, leva à prática da política como uma “arte da guerra”).

O problema é que isso não vale apenas para a relação entre Estados soberanos, mas acaba deslizando – inevitavelmente – para todas as relações políticas (Richelieu usava a “lógica” da tal “razão de Estado” para manter o seu poder internamente e não apenas nas relações internacionais da França). Amigo, então, passa a ser todo aquele que está de acordo com nosso projeto e inimigo todo aquele que discorda do nosso projeto. Ora, se quero afirmar o meu projeto, então devo derrotar ou destruir (na verdade, incapacitar) aqueles que podem inviabilizar a sua realização e isso deve ser feito, inclusive, preventivamente, antes que eles (os outros, os inimigos) consigam inviabilizar meu projeto ou substituí-lo pelos projetos deles. Preempção.

Há uma linha divisória muito fina entre derrotar e destruir o projeto do outro e derrotar e destruir o outro como ator político, quer dizer, como alguém que pode apresentar um projeto diferente (que não é o meu). Assim, basta alguém não estar de acordo com meu projeto (político), para poder ser classificado como inimigo (político), pelo menos em potencial.

Esse ponto de vista, portanto, não cogita muito da possibilidade de transformar o inimigo político em amigo político, convencendo-o, ganhando-o para o nosso projeto ou adotando outro projeto, um terceiro projeto, que contemple ambos os projetos (o nosso e o dele). O realismo indica que isso não ocorrerá, pelo simples fato de ele (o outro), para usar o pensamento de Carl Schmitt, não ser um eu-mesmo – o que significa, paradoxalmente, convenhamos, uma construção ideal do inimigo, aquele que deve ser desconstituído como ser político enquanto ameaçar a realização do meu projeto. Não podendo ser destruído de pronto, tal inimigo, pelo menos, deverá ficar em seu canto, respeitando meu espaço, caso contrário será destruído mais tarde ou a qualquer momento: a isso se chama “equilíbrio de poder”. Configura-se assim uma situação de luta permanente, levando a uma política adversarial ou geradora de inimizade. Porque o outro, em vez de ser considerado como um possível parceiro, um aliado ou colaborador, é visto, antes de qualquer coisa, como um potencial inimigo.

Na verdade, o inimigo como construção ideal passa a ser uma peça funcional do nosso esquema de poder, quer dizer, da nossa política (ou antipolítica). Sem o inimigo, desconstitui-se a realpolitik e o tipo de poder que ela visa sustentar, em geral baseado na necessidade de preservação de uma determinada ordem que precisa ser mantida contra o perigo representado pelo inimigo. É para manter essa ordem que se instaura então, internamente, o “estado de guerra” que consiste em uma preparação para a guerra externa (que pode vir ou não, pouco importa) mas sempre em nome da paz (pois que só alguém preparado para a guerra pode manter a paz). E o mais grave é que esse “estado de guerra” interna pode se referir tanto ao âmbito de um país diante de outros países, como ao de uma organização em conflito real ou potencial com outras organizações, como, por exemplo, ao de um governo confrontado por partidos de oposição. O raciocínio, como se vê, é uma perversão, mas o fato de ele ser aceito tão amplamente indica que as tendências de autocratização da democracia ainda estão na ofensiva em relação às tendências de democratização da democracia.

Toda política que admite a guerra como um de seus meios acaba sendo uma política adversarial, baseada na luta constante para destruir o inimigo ou para manter o “equilíbrio de forças” (e deve-se notar que, aqui, a política já começa a se constituir sob o signo da força e não do poder – uma distinção tão cara à Johanna Arendt). Para a realpolitik, a única realidade política – inexorável – é a da interação de forças e, assim, o único critério político deve ser o da correlação de forças. Devo, sempre, fazer tudo o que for possível para alterar a correlação de forças a favor do meu projeto (ou a meu favor, quando se trata de um projeto pessoal, de uma agenda própria – como, aliás, sempre acontece). A política passa a ser uma luta constante para atingir tal objetivo, quando não deveria ser; ou seja, como escreveu Michelangelo Bovero (1988) em “Ética e política: entre maquiavelismo e kantismo”, a política não deveria ser luta e sim impedir a luta: não combater por si próprio, mas resolver e superar o conflito antagônico e impedir que volte a surgir (3).

Não são apenas as teorias políticas que estão, em sua maioria, contaminadas pela visão perversa do clausewitzianismo invertido (a fórmule-inverse de Clausewitz-Lenin). A chamada sabedoria política tradicional também se baseia, totalmente, nas regras da luta política como “arte da guerra” ou na prática da ‘política como uma continuação da guerra por outros meios’, pois parece claro que, na maioria dos casos, essa sabedoria não se refere à guerra propriamente dita, aquela em que ocorre a violência física: aqui estamos tratando do ânimo adversarial, que tanto está por trás da guerra quanto da política adversarial ou competitiva.

DE HOBBES A CLAUSEWITZ

Thomas Hobbes (1651) – que era autocrático, mas não desprovido de inteligência – já havia percebido que “a guerra não consiste apenas na batalha ou no ato de lutar, mas naquele lapso de tempo durante o qual a vontade de travar batalha é suficientemente conhecida… [já que] a natureza da guerra não consiste na luta real, mas na conhecida disposição para tal…” (4).

Conquanto acumule uma grande dose de sabedoria a tradição política é autocrática, não democrática. Essa sabedoria dos grandes chefes e articuladores políticos, tão admirada pelos políticos tradicionais e pelas almas impressionáveis, tem pouco a ver com a democracia.

Sabedoria não significa democracia nem constitui um requisito para a boa prática democrática. A democracia não é uma tradição: é um acaso; é um erro no script da Matrix, uma falha no software dos sistemas autocráticos.

O conjunto dos ensinamentos oriundos da sabedoria política tradicional induz a um comportamento que gera inimizade e que, consequentemente, exige a prática da política como “arte da guerra”. Tudo está baseado, no fundo, em vencer o adversário, desarmar seu projeto político, ou seja: desorganizar suas forças e, sobretudo, impedir que se reúnam os meios necessários à sua existência como ator político.

Do ponto de vista da democracia – não há como negar – isso tudo é uma perversão. Se existe uma ética da política e essa ética é – ou só pode ser – a democratização, então o recurso da guerra (no sentido da prática da política como “arte da guerra”) deve ser visto como violador dessa ética e, assim, como o comportamento a ser evitado.

Em política, a guerra (quer dizer, a política pervertida como “arte da guerra”) não acontece em função da existência objetiva do inimigo, mas em função de nossas opções de encarar o outro como inimigo e de tentar destruí-lo (mas, na verdade, mantê-lo como impotente para nos destruir). Tais opções só são feitas se estivermos montando ou mantendo um sistema autocrático de poder, que exige o inimigo para a sua ereção ou para o seu funcionamento como tal (quer dizer, como um sistema não-democrático de organização e resolução de conflitos).

Clausewitz (1832) tinha razão, segundo certo ponto de vista, quando dizia que a guerra é uma continuação da política por outros meios: se ficar claro que essa continuação não é mais política e que a política capaz de ter tal continuação é uma política praticada como “arte da guerra”. A chamada “fórmula inversa” (a ‘política como continuação da guerra por outros meios’) é que é perversa, pois a guerra não pode levar à política a menos que queiramos estabelecer a impossibilidade da democracia. Políticas que conduzem à guerra são autocráticas. Coletividades que praticam a democracia não guerreiam entre si (na exata medida em que a praticam).

Há um fundamento hobbesiano na visão da política como continuação da guerra por outros meios. No famoso capítulo XIII do “Leviatã”, Hobbes (1651) decreta que “os homens não tiram prazer algum da companhia uns dos outros (e sim, pelo contrário, um enorme desprazer), quando não existe um poder capaz de intimidar a todos”. É claro que ele não está falando apenas de política, mas também revelando os pressupostos antropológico-sociais que condicionam sua maneira de ver a política. Segundo ele, “na natureza do homem encontramos três causas principais de discórdia. Primeiro, a competição; segundo, a desconfiança; e terceiro, a glória” – ou seja, essas manifestações de egoísmo não seriam culturais, não emanariam da forma como a sociedade se organiza, mas intrínsecas. Essa inclinação “genética” para o mal explicaria por que, “durante o tempo em que os homens vivem sem um poder comum capaz de mantê-los todos em temor respeitoso, eles se encontram naquela condição a que se chama guerra; e uma guerra que é de todos os homens contra todos os homens. Pois a guerra não consiste apenas na batalha ou no ato de lutar, mas naquele lapso de tempo durante o qual a vontade de travar batalha é suficientemente conhecida… [já que] a natureza da guerra não consiste na luta real, mas na conhecida disposição para tal, durante todo o tempo em que não há garantia do contrário. Todo tempo restante é de paz” (5).

Mas, segundo Hobbes, “tudo aquilo que se infere de um tempo de guerra, em que todo homem é inimigo de todo homem, infere-se também do tempo durante o qual os homens vivem sem outra segurança senão a que lhes pode ser oferecida pela sua própria força e pela sua própria invenção. Em uma tal condição [de falta de um poder que domestique ou apazigue os homens]… não há sociedade; e o que é pior do que tudo, um medo contínuo e perigo de morte violenta. E a vida do homem é solitária, miserável, sórdida, brutal e curta” (6).

O mesmo fundamento hobbesiano para a visão da política como continuação da guerra por outros meios – ao assumir que não pode haver sociedade (civil) sem Estado – conspira contra os pressupostos da democracia.

Enfim, a luta política como “arte da guerra”, cria a guerra e obstrui a democracia. Lembrando novamente do que disse certa vez Maturana, a guerra não acontece: nós a fazemos (7). E como a fazemos? Ora, praticando a “arte” de operar as relações sociais com base no critério amigo x inimigo. Toda vez que fazemos isso estamos, caso se possa falar assim, armando ou fazendo guerra. Não necessariamente a guerra tradicional, “quente” e declarada, entre países ou grupos dentro de um país, a guerra com derramamento de sangue, mas também aquelas formas de guerra “fria” e não instalada: a “guerra sem derramamento de sangue” (como Mao definia a política), a “guerra sem mortes” (como George Orwell definia o esporte competitivo), a paz dos impérios (lato sensu, quer dizer, a paz estabelecida pelo domínio) e a paz como preparação para a guerra, o “estado de guerra” (interno) instalado em função da guerra (externa) ou de sua ameaça (ou, ainda, da avaliação, subjetiva, da sua possibilidade); enfim, a prática da política como “arte da guerra” que compreende: os modos de regulação de conflitos em que a produção permanente de vencedores e vencidos gera inimizade política, os padrões de organização compatíveis com esses modos de regulação de conflitos e o clima adversarial que se instala consequentemente nos coletivos humanos que os praticam.

Para captar os conceitos (na verdade os preconceitos) fundantes é ocioso passear pelos demais realistas. Aí acima estão os principais fundamentos do realismo político e por que eles são incompatíveis com os fundamentos da democracia (um modo pazeante – não-guerreante – de regulação de conflitos). Mas é preciso dizer algo a mais para chegar à conclusões aplicáveis aos tempos que correm.

O QUE APRENDEMOS SOBRE O REALISMO POLÍTICO

São três os principais aprendizados decorrentes da análise democrática do realismo político:

1 – O realismo político é uma ideologia.

2 – O realismo político é um culto ao Estado.

3 – O contrário do realismo político é a democracia.

Examinemos cada um desses aprendizados.

O credo realista

O realismo é uma ideologia que se escuda em uma suposta ciência (às vezes chamada de geopolítica) para não se reconhecer como tal (como uma ideologia). Da constatação de que o mundo está assim, ele passa de contrabando a ideia que o mundo é assim. Como disse John Mearsheimer, respondendo a um jornalista do New Yorker que lhe perguntava se não devemos pensar em tentar criar um mundo onde nem os EUA nem a Rússia se comportem de maneira intervencionista: “Não é assim que o mundo funciona” (8).

As crenças em que se baseia a ideologia realista são, basicamente, as seguintes: a) o ser humano é inerentemente (ou por natureza) competitivo; b) as pessoas sempre fazem escolhas tentando maximizar a satisfação de seus próprios interesses ou preferências (ao fim e ao cabo egotistas); c) sem líderes destacados não é possível mobilizar e organizar a ação coletiva; e d) nada pode funcionar sem hierarquia. Infelizmente extravasa o escopo deste artigo mostrar que essas crenças estão presentes no subsolo das concepções realistas da política. Mas talvez nem seja tão necessário fazer isso (para os propósitos do presente escrito): estes são fundamentos hobbesianos ou decorrentes do hobbesianismo, como o darwinismo social.

O culto ao Estado

O protótipo de qualquer hierarquia (stricto sensu, como poder sacerdotal) é o Estado (e sua forma histórica inaugural, que é o Estado-Templo mesopotâmico).

O realismo é um culto ao Estado. Poder é poder de Estado (degenerado como força). Os Estados são os únicos atores que contam. Para quem adota o realismo político (como uma espécie de religião laica, pois é isso que ele é) não faz nenhum sentido continuar defendendo a democracia. A democracia não se baseia nos interesses dos Estados e sim nos desejos das pessoas. Desejos? Pessoas? Tudo isso é irrelevante para a realpolitik, para a política do poder (como exercício ou ameaça do exercício da força – o que é, a rigor, uma antipolítica).

Não existe a sociedade como forma de agenciamento autônoma. Como já foi dito anteriormente, a sociedade é um dominium do Estado (na acepção feudal mesmo do termo).

Na prática, portanto, só há uma lei. A lei do mais forte. E o que é surpreendente aqui não é que o mais forte diga que a única lei que vale é a do mais forte. O que é supreendente é que os mais fracos repitam isso (por obra de ideologia). No mundo ideológico de Mearsheimer, que funciona de uma determinada maneira e não de outra, “só a força faz o que é certo” (9).

Ora, se a única “realidade” é a lei do mais forte, foram inúteis as vidas e as obras de Clístenes, Efialtes, Péricles, Aspásia, Protágoras e outros sofistas, Spinoza, Locke, Montesquieu, Rousseau, Jefferson e os Federalistas, Paine, Constant, Tocqueville, Mill, Dewey, Popper, Arendt, Berlin, Havel, Lefort, Bobbio, Castoriadis, Maturana, Rawls, Dahrendorf, Sen, Dahl… Isso nos leva ao próximo aprendizado.

O contrário do realismo político é a democracia

O contrário do realismo político não é qualquer idealismo irrealista e sim a democracia. Democracia pressupõe sempre direitos (sobretudo direitos políticos). Mas para a mentalidade realista, o poder é sempre de fato, não precisa ser de direito. Retira sua legitimidade de sua própria existência, não importa para nada se for uma tirania. Os que desafiam o poder, mesmo quando despótico, podem ser terroristas, mas o poder nunca, por mais atos terroristas que pratique.

O problema do realismo político é que ele acha irrelevantes as diferenças entre democracia e autocracia. Esquece que democracias não invadem militarmente democracias. E que só há guerra (quente) quando pelo menos uma autocracia está envolvida.

A democracia não é irrealista. Países democráticos devem reconhecer países autocráticos como regimes de fato, não de direito. Porque não pode ser ‘de direito’ um regime que não se baseia em um Estado de direito, onde não vige o império de leis legitimamente aprovadas por um parlamento autônomo, escolhido pela população em eleições livres e limpas, onde há violação de direitos políticos e onde as liberdades civis são restringidas; por exemplo, onde a oposição seja proibida ou perseguida e os direitos humanos desrespeitados.

Isso não significa que países democraticos devam atacar países autocráticos usando a força, nem que com eles não possam manter relações, inclusive comerciais ou, ainda, que com eles não possam se associar para resolver problemas que afetam toda a humanidade, como o aquecimento global, por exemplo. Só não podem legitimá-los, sob o pretexto de que o mundo é assim ou funciona assim. Ou sob a alegação de que a autodeterminação dos povos dá direito a tiranos de oprimir suas populações e usar o Estado para mover guerras contra os de seu próprio povo, encarando partes desse povo, que não os obedecem, como inimigos internos.

Autodeterminação dos povos. Tudo bem. Mas quem fala pelos tais “povos”? O realismo político entende, por “povos”, os Estados (mesmo se seus regimes e seus governos forem autocráticos). Se é assim, então, autodeterminação dos povos só pode valer, a rigor, em democracias. Pois ditadores não podem decidir em nome das pessoas (o “povo”) porque não são governantes legítimos.

E aqui entra toda a problemática da diplomacia que, em geral, mesmo nos regimes democráticos, não é democrática.

Sim, diplomacia não é democracia porque no plano internacional não vige a democracia e sim o regime de equilíbrio competitivo. Ou seja, a política externa é sempre uma continuação da guerra por outros meios. A diplomacia das democracias cuida então para que esses meios não sejam violentos. Evitar a guerra quente (com derramamento de sangue) é bom, mas não basta. Uma diplomacia democrática deveria defender a democracia, que não é o contrário da guerra violenta e sim o contrário de qualquer guerra (quente, fria ou como política adversarial). Uma diplomacia democrática teria de fazer a distinção entre democracias e autocracias. Porque sabe que autocracias não são regimes legítimos. São regimes de fato, não de direito. Não pode lidar apenas com jogos de poder na base da realpolitik. Tem que defender a democracia contra as tiranias.

O que é próprio da democracia, o que está, por assim dizer, no seu “genoma”, é ser um processo de desconstituição de autocracia. Assim, o papel dos democratas é defender a democracia contra as tiranias. Não importa se a tirania é dita de direita ou de esquerda. Não importa se a tirania é contra o imperialismo (dos outros). Não importa se a tirania diz ser contra o capitalismo ou o socialismo. Isto não é irrealismo, mas realismo democrático (se é que essa expressão faz algum sentido).

DISTINGUINDO REALISTICAMENTE DEMOCRACIAS DE AUTOCRACIAS

E é perfeitamente possível distinguir democracias de autocracias. Numa democracia, sejam quais forem os critérios propostos por diferentes teóricos e os diversos indicadores adotados por institutos de pesquisa que monitoram os regimes políticos no mundo (como a Freedom House, a The Economist Intelligence Unit e o V-Dem Institute), os seguintes pontos devem ser observados:

1) A liberdade (de ir e vir, de imprensa, no ciberespaço, de reunião e de manifestação, de organização social e política e, inclusive, de empreender e ter propriedades) não pode ser violada, nem restringida (sob qualquer pretexto).

2) A eletividade (o direito de eleger seus representantes para governar ou elaborar as leis – executivo e legislativo – e de ser eleito para essas funções) não pode ser violada, restringida ou fraudada. Aqui cabe um comentário: esse critério é necessário, porém não suficiente para caracterizar um regime como democrático (democracia não é eleição: a maioria das ditaduras realmente existentes hoje em dia no mundo – 60 em 90, segundo o V-Dem Report 2022 – promove eleições).

3) A publicidade ou transparência (capaz de ensejar uma efetiva accountability), ou seja, a inexistência de opacidade e de segredo nos negócios de Estado, deve estar garantida por mecanismos eficazes.

4) A rotatividade ou alternância também deve ser observada: os mandatos constituídos por representação ou nomeação devem ser limitados no tempo, não podendo um governante se prorrogar no posto (ou alternar com alguém do mesmo partido ou corrente política indefinidamente).

5) A legalidade deve ser mantida, o que exige um judiciário independente e um conjunto de leis democraticamente aprovadas (inclusive uma Constituição elaborada por um parlamento constituinte legitimamente eleito). É o chamado Império da Lei, expressão utilizada para dizer que não há império de uma pessoa e que os habitantes do país são cidadãos e não súditos de ninguém.

6) A institucionalidade, garantida por um conjunto de instituições que funcionem com a sua dinâmica própria e tenham proteções suficientes para não serem invadidas por interesses empresariais, corporativos ou partidários e político-eleitorais. Isso significa, por exemplo, não transformar as instituições em palcos de disputa de hegemonia, onde um partido ou coligação de partidos tentem conquistar maioria para converter essas instituições em correias de transmissão de suas vontades ou diretivas políticas.

Há muito realismo aqui. A democracia pode até acabar se estiolando por excesso de realismo. Foi tentado e funcionou. Continua sendo tentado em 32 democracias liberais e, com menos intensidade, em 58 democracias eleitorais. A maioria dos que vivem nesses regimes tem preferência por eles em relação às quase 60 autocracias eleitorais e às 33 democracias fechadas (não-eleitorais). Irrealismo é dizer que tudo isso é irrealismo porque não corresponde a uma ideologia segundo a qual o mundo não funciona assim. O subtexto realista é sempre o mesmo: o mundo não pode ser mudado. Por que? É aqui que surgem, como pulsões, aquelas crenças mencionadas acima. Ora, porque a natureza humana… Ora, porque o egoismo… Ora, porque os grandes estadistas-guerreiros… Ora, porque o tronco hieráquico gerador de programas verticalizadores… ou seja, o Estado, o Estado, o Estado tem sempre razão!

“GUERRA É PAZ, LIBERDADE É ESCRAVIDÃO, IGNORÂNCIA É FORÇA”

Eis que chegamos ao tempo presente: 2022. 2022 é 1984. Guerra é Paz, Liberdade é Escravidão, Ignorância é Força. Ou, na síntese de Putin, Autocracia é Democracia.

Mas o papel dos democratas é resistir às tiranias e não ficar buscando razões para explicar porque as tiranias se comportam como tiranias. Basta isso para nos posicionarmos diante da invasão da Rússia à Ucrânia. Ficar buscando as razões pelas quais as tiranias se comportam como tiranias – em geral, para os realistas, por culpa de alguma democracia, que as provocou querendo ou não – é apoiar, objetivamente, as tiranias.

A guerra que o ditador Putin decretou às democracias liberais revelou um novo tipo de cretinismo. O cretinismo geopolítico. É aquele cara que fica olhando os mapas e quase tendo orgasmos ao contabilizar o poderio bélico das grandes potências. É assim – pensa ele – que o mundo funciona. É a sua φύσις, como dizia Platão, Morgenthau e todos os realistas que vieram antes ou depois – e continuam vindo agora.

“Vou usar armas nucleares”. Ah! Então melhor não reagir. Pode invadir à vontade, “seu” Putin. Aproveite para destruir tudo, anexar os territórios e matar o maior número de pessoas. Não gostou? O mundo é assim, fazer o quê? Realpolitik. A força é o (único) critério da correção – e da verdade – em política externa.

Curioso que todos os autocratas falam que querem democracia e paz. Goebbels falava. Stalin falava. Putin fala. Ping fala. Mas, para alcançar esses supernos princípios, sabem como é, na vida real, é preciso fazer autocracia e guerra. Assim, quando um autocrata-realista pronuncia a palavra ‘democracia’ é bom se esconder da polícia. E quando fala a palavra ‘paz’, melhor correr logo para um abrigo antiaéreo.

Notas e referências

(1) Cf. Schmitt, Carl (1932). O conceito do político. Petrópolis: Vozes, 1992.

(2) Cf. Kissinger, Henry (1994). Diplomacia. Rio de Janeiro: Francisco Alves, 2001.

(3) Cf. Bovero, Michelangelo (1988). “Ética e política entre maquiavelismo e kantismo” in Revista Lua Nova número 25: “Ética, política e gestão econômica”. São Paulo: CEDEC, 1992.

(4) Cf. Hobbes, Thomas (1651). Leviatã. São Paulo: Martins Fontes, 2003.

(5) Idem.

(6) Idem-idem.

(7) Cf. Maturana, Humberto (1991). El sentido de lo humano. Santiago: Dolmen Ediciones, 1997.

(8) Cf. Isaac Chotiner, The New Yorker (01/03/2022). Why John Mearsheimer Blames the U.S. for the Crisis in Ukraine https://newyorker.com/news/q-and-a/why-john-mearsheimer-blames-the-us-for-the-crisis-in-ukraine

(9) Cf. Mearsheimer em vídeo: 

Revista ID é uma publicação apoiada pelos leitores.

Postagem em destaque

Livro Marxismo e Socialismo finalmente disponível - Paulo Roberto de Almeida

Meu mais recente livro – que não tem nada a ver com o governo atual ou com sua diplomacia esquizofrênica, já vou logo avisando – ficou final...