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quarta-feira, 9 de abril de 2014

O dominio de Cuba sobre a Venezuela (nao apenas ali) - Ibsen Martínez

Esglobal, 08 de abril de 2014


¿Cómo responde la sociedad venezolana a la injerencia del régimen castrista?

AFP/Getty Images
Activistas de la oposición marcha hacia la Embajada cubana en Caracas para protestar por la injerencia de Cuba en los asuntos internos de Venezuela, marzo de 2014

Hace poco menos de diez años, la creciente injerencia cubana en los asuntos de Estado venezolanos era soslayada prudentemente por los voceros de la oposición.
Denunciar el modo desembozado con que Hugo Chávez llegó a hablar de los destinos de la llamada “Revolución Bolivariana” como indisolublemente enlazados a la suerte de la Cuba de los Castro era, según muchos estrategas electorales de oposición, y para usar la expresión criolla, “gastar pólvora en zamuros”; esto es, dispararle a los buitres de la sabana. Algo no sólo ocioso, sino  potencialmente contraproducente.
La devoción popular por el caudillo –discurría la mayoría de la dirigencia opositora– ,su avasallante carisma, su amor reverencial por Fidel Castro y la revolución cubana no debían ser desafiados frontalmente en una contienda electoral.
Por aquel entonces ­hablo ya de 2007, bastante después del fracasado golpe de 2002 y de la huelga de la estatal petrolera que mantuvo en jaque al Gobierno por casi tres meses, entre diciembre de 2002 y marzo del año siguiente–, la buena voluntad que en los sectores más desposeídos de Venezuela concitaban los cooperantes cubanos en el área de la salud, era ostensiblemente uno de los grandes logros políticos de Chávez.
Aún hoy es amplio el consenso entre observadores y políticos de oposición en torno al provechoso acierto de Chávez al aceptar la ayuda cubana en el despliegue de planes de asistencia primaria en las desheredadas barriadas de los cerros caraqueños y de muchas localidades del interior. Aquella iniciativa, bautizada por Chávez como “Misión Barrio Adentro”, fue el inicio de la estrecha, y cada día mayor, vinculación entre Caracas y La Habana en el manejo de los asuntos públicos venezolanos.
Sin duda, la percepción general de que el Gobierno se ocupaba al fin de los excluidos de siempre, allegándoles el auxilio de la mitológica “medicina social” cubana hizo mucho por afianzar la popularidad de Chávez y el sostenido apoyo electoral al Ejecutivo. Seguirían otros convenios, mucho menos conspicuos, de mayor complejidad operativa y muchísimo más onerosos para el erario venezolano.
Para La Habana, ofrecer cooperación en el área de salud a otros países, pagadera en divisa dura, no era, por cierto, una novedad: tal ha sido uno de los tortuosos medios con que Cuba ha mitigado su improductividad, sometiendo a sus cooperantes a condiciones de esclavitud moderna. Pero sí lo fue la magnitud de los ingresos percibidos a cambio de enviar médicos, enfermeras, fisioterapeutas, optometristas, técnicos en cuidados ambulatorios e instructores.
La ayuda médica se convirtió, para la retórica chavista y consumo de sus bases sociales, en el invariable justificativo del colosal subsidio que Venezuela ha concedido a la calamitosa economía cubana durante la última década. El costo para el petroestado más antiguo del  hemisferio occidental, dueño de las reservas probadas de crudo más grandes del planeta, ha sido pasmosamente catastrófico.
Pese a la opacidad de las cuentas públicas venezolanas, diversas fuentes muy autorizadas, dentro y fuera del país, concurren en que el subsidio directo a Cuba puede andar hoy cerca de los 8.700 millones de euros anuales. Esto, sin contar los 100.000 barriles de crudo que llegan cada día a la isla desde hace más de una década. Cuba depende actualmente, de manera crucial, del subsidio venezolano.
La sola perspectiva de un cambio, no ya  de régimen, sino meramente de gobierno en Venezuela, es visto en La Habana como algo que debería impedirse a toda costa.
Quien dice cooperantes, dice hombres y mujeres; ¿de cuántos funcionarios cubanos acantonados en Venezuela estamos hablando?
La discrepancia entre las cifras ofrecidas por diversas fuentes  de oposición es tan grande que solo cabe ponderar los extremos. Números oficiales sitúan el número de cooperantes en 44.800,discriminados en una gama profesional que arropa médicos, enfermeros y entrenadores deportivos pero que deja sin especificar unos 11.000. Voces opositoras afirman que la cifras podrían duplicarse.
Un general retirado, Atonio Rivero, antiguo colaborador muy cercano a Chávez, declaró desde la clandestinidad para el periódico londinense Daily Telegraph que en Venezuela hay más de 100.000 cubanos y que, de ellos, 3.700 pertenecen a los servicios de inteligencia del celebérrimo G2.
Rivero se halla actualmente prófugo de la justicia militar y se ha unido al partido de Leopoldo López, el destacado líder encarcelado por el régimen de Maduro bajo la acusación de ser, junto con la diputada María Corina Machado, el principal instigador de la violencia callejera que azota Venezuela desde hace dos meses. A  Rivero se le persigue, justamente, por haber denunciado ante la Fiscalía de la Nación la injerencia cubana en los altos mandos de las Fuerzas Armadas.
Muerto Chávez, esta injerencia  ha cobrado preeminencia en el discurso opositor, entre otras razones, por el hecho  inocultable de ser Nicolás Maduro un “hombre de La Habana”, un cuadro formado políticamente en la isla durante los 80, mucho antes de la aparición de Hugo Chávez en el radar de los hermanos Castro; alguien, en fin, inconmoviblemente leal a los designios e intereses de la dictadura isleña.
La sabiduría  convencional reduce los términos de intercambio entre Cuba y Venezuela a una inecuación en la que Caracas subsidia la inviabilidad terminal del sistema económico cubano mientras Cuba pone la seguridad e inteligencia policiales del régimen.
Hace poco, la diputada María Corina Machado convocó en la capital venezolana una multitudinaria marcha de repudio a la presencia cubana en el país. El predicamento que goza hoy la causa anticubana habría sido impensable en tiempos de Chávez. 
En efecto, las protestas, motivadas por la acogotante inseguridad, el desabastecimiento y la corrupción, coinciden con una perceptible caída del apoyo a Maduro en las encuestas más serias, la del IVAD ( Instituto Venezolano de Análisis de Datos) y la conducida por el respetado experto en demoscopia Alfredo Keller.
Entre el 62% y el 72% piensa que Venezuela está a las puertas de un colapso económico. El 51% está convencido de que la responsabilidad es del Gobierno. El 57% piensa que de Maduro directamente. El 63% tiene una visión desfavorable de Cuba, país al que acusan de haber convertido a Venezuela en una colonia de la isla caribeña con el objeto de saquearla. Apenas el 16% culpa a los empresarios y el 8% a los Estados Unidos. Sólo el 31% simpatiza con el régimen comunista creado por los hermanos Castro.
Mal momento para poner en práctica la metodología cubana de aplastamiento de toda forma de oposición.
Esta ha sido, sin embargo, la ocasión en que la mano de Cuba ha salido de la penumbra mediática en que, astutamente, se había mantenido hasta ahora, para hacerse sentir en la calle. Maduro se ha enfrentado a las protestas imbuido de una brutal doctrina represiva fidelista que, a todas luces, no funciona al aplicarse a la sociedad venezolana, de historia política y talante mucho más insumiso que la cubana. Pese a la creciente cifra de muertes (40, al redactarse esta nota) atribuidas a las paramilitares bandas motociclistas, las guarimbas, como aquí se llama a la barricada callejera que cada noche enfrenta los gases lacrimógenos y las perdigonadas de la Guardia del Pueblo y las balas de los paramilitares, lejos de languidecer, cobran mayor fuerza.
Por cuánto tiempo más se prolongará esta singular crisis de ingobernabilidad es algo que tal vez ni siquiera las omniscientes “salas situacionales” que el G2 mantiene en el palacio de Miraflores podrían decir a ciencia cierta, pero lo cierto es que para muchos opositores venezolanos, y para usar una expresión cubana, “lo mejor de todo es lo malo que se está poniendo”.

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domingo, 23 de fevereiro de 2014

Consenso de Havana: dirigentes latino-americanos defendem as ditaduras cubana e chavista - Ibsen Martinez

Algo que eu já havia dito aqui: os venezuelanos estão vergonhosamente sós, desesperadamente entregues a si mesmos. O que acontece hoje no continente é uma indignidade, um pecado moral, uma falência do pensamento.
Paulo Roberto de Almeida

Ibsen Martínez
El País, 23/02/2014

O consenso de Havana pede que as nações da região possam coexistir com um governo sistematicamente violador de direitos humanos como, com muitas provas, é o atual regime venezuelano.

Durante os anos 90, cristalizou-se no mundo dos organismos multilaterais o chamado “consenso de Washington”: um decálogo de recomendações aos países em dificuldades econômicas que condicionava o auxílio financeiro do FMI, as contribuições do Banco Mundial e as provisões da Secretaria do Tesouro dos Estados Unidos.
Essas recomendações, que os críticos do sistema financeiro multilateral chamaram de “receitas do Fundo” [monetário], eram um conjunto de políticas econômicas configuradas em um “pacote” padrão de reformas específicas para os países em apuros.
A fala é atribuída ao economista inglês John Williamson, que cunhou o termo em 1989, provavelmente sem imaginar que, em breve, suas palavras tecnocratas receberiam em todo o planeta um segundo sentido, mais político; um sentido mais abertamente pejorativo, contestador e denunciador de toda orientação governamental que promove a economia de mercado.
Denunciar o consenso de Washington se converteu em palavra de ordem dos que se opõem (e ainda são contra) uma besta negra batizada como neoliberalismo. E quem defendesse tais reformas (disciplina fiscal, flexibilização do mercado de trabalho, eliminação de barreiras protecionistas, suspensão do financiamento monetário dos déficits, autonomia dos bancos centrais etc) era tido como fundamentalistas de mercado.
2.-
Se tenho tudo isso do consenso de Washington presente é porque, no trecho da história política venezuelana entre 1989 e, digamos, 1992, em mais de uma ocasião escrevi, com toda a ironia cruel com a qual era capaz, contra aqueles que, em nosso país, avançaram, aos trancos e barrancos, com essas reformas.
Foram, sem dúvida, tempos paradoxais, como têm sido todo o tempo na nossa América. Um paradoxo, e não menos importante, consistiu precisamente que fossem líderes históricos de populismos coletivistas de centro-esquerda, os partidos nacionalistas e estatistas de maior ascendência no continente quem deram início, com resultados diferentes, às reformas implícitas no consenso de Washington.
Víctor Paz Estenssoro, por exemplo, fundador do boliviano Movimento Nacionalista Revolucionário, que foi quatro vezes presidente do país e autor da nacionalização de toda a mineração nos anos 50, adotou em 1985 o programa neoliberal contra o qual tinha feito feroz campanha e seguiu com ele, mesmo que às custas da demissão de mais de 35.000 mineiros da empresa estatal de estanho. Porém, com a adoção das receitas propostas pelo economista Milton Friedman, conseguiu abater a hiperinflação mais descomunal registrada desde os tempos da Alemanha nos anos 20 e deixou a economia boliviana em algo muito mais saudável.
Foi talvez seguindo o exemplo de Paz Estenssoro que o outrora populista Carlos Andrés Pérez testou, em seu segundo governo, seguir o seu exemplo com os resultados que conhecemos. Eles não foram os únicos políticos latino-americanos com raízes populistas que abraçaram, cada qual ao seu modo, o consenso de Washington: o mutável e camaleônico peronismo argentino nos deu nada menos que o mais ruborizado dos neoliberais sul-americanos: Carlos Saul Menem.
O outro paradoxo, que dá pretexto para esta filigrana dominical, tem a ver com o advento da democracia em escala continental que, se aceite ou não, era um requisito imprescindível, implícito no consenso de Washington. É fato que, na década de 90, (logo mais fará 25 anos!), a democracia conseguiu se sustentar até o ponto em que, com exceção de Chile e Cuba, todo o continente vivesse em democracias, com segurança imperfeita, mas discutivelmente funcionais.
No entanto, com enigmática regularidade, a cada tomada de posse pacífica de um presidente eleito em eleições livres, invariavelmente tinha um convidado de honra, uma vedete que mobilizava a simpatia dos meios e da opinião pública: o ditador cubano Fidel Castro.
A “coroação” de Carlos Andrés Pérez, em 1989, teve como atração especial um homem que, cinco meses mais tarde, fuzilaria após um julgamento arranjado o general Arnaldo Ochoa.
Tenho para mim que a presença de Fidel Castro nas cerimônias de posse democráticas dos anos 90 tem um oculto sentido ritual para a ressentida tribo latino-americana, ante o indiscutível êxito dos Estados Unidos como sociedade e como nação.
O respeito e a reverência que Cuba dos Castro suscita no ânimo de tantos governantes latino-americanos é um sintoma de que a ciência política, por si só, não sabe ou não pode explicar.
É um dos tópicos do antiamericanismo do nosso continente, desde os tempos de José Enrique Rodó e Rubén Darío, até os de Rubén Blades, são as inúmeras intervenções militares e o inegável apoio de Washington aos golpes de direita ao longo do século 20 em nosso continente. Mas, em se tratando da interferência em assuntos alheios, somente Cuba dos Castro compete com os EUA nesse descarado intervencionismo. Desde as guerrilhas guevaristas dos anos 60, passando pelas guerras da América Central, até o “protetorado” que hoje padece da Venezuela.
A cúpula da CELAC (Comunidade de Estados Latino-Americanos e Caribenhos), realizada em Havana no fim de janeiro, reuniu 29 dos 33 mandatários da região. Somente o presidente do Panamá recusou o convite, indignado com a prisão de um navio norte-coreano que tentou passar pelo canal panamenho com armamento cubano contrabandeado. Ele citou um trecho de uma reportagem publicada pelo jornal espanhol EL PAÍS: “O Governo de Raúl Castro não recebeu críticas diretas de nenhum dos participantes da cúpula pela questão dos direitos humanos na ilha, como aconteceu, por exemplo, em 1999, quando as críticas feitas pelo presidente mexicano Ernesto Zedillo pela situação das liberdades na ilha provocaram o congelamento da relação especial de seu país com Cuba”. O líder panamenho acrescentou que, na declaração final da cúpula, os mandatários vizinhos ignoraram com cruel desembaraço o tema das liberdades cuja defesa a Carta Democrática da OEA os obriga.
O consenso de Havana pede que as nações da região possam coexistir com um governo sistematicamente violador de direitos humanos como, com muitas provas, é o atual regime venezuelano. Nesse momento, sobra todo chamado do tipo “não nos deixem sós!”. Os venezuelanos não devem esperar por nada que venha dos presidentes da região; tudo deve depender de nós mesmos.

Ibsen Martínez é escritor venezuelano.