O que é este blog?

Este blog trata basicamente de ideias, se possível inteligentes, para pessoas inteligentes. Ele também se ocupa de ideias aplicadas à política, em especial à política econômica. Ele constitui uma tentativa de manter um pensamento crítico e independente sobre livros, sobre questões culturais em geral, focando numa discussão bem informada sobre temas de relações internacionais e de política externa do Brasil. Para meus livros e ensaios ver o website: www.pralmeida.org. Para a maior parte de meus textos, ver minha página na plataforma Academia.edu, link: https://itamaraty.academia.edu/PauloRobertodeAlmeida;

Meu Twitter: https://twitter.com/PauloAlmeida53

Facebook: https://www.facebook.com/paulobooks

quinta-feira, 11 de julho de 2019

Acordo Mercosul-União Europeia: sintese e documento integral

Acuerdo de Asociación MERCOSUR-UNIÓN EUROPEA: Síntesis del Acuerdo - Textos del Acuerdo

Informes - MERCOSUR – Unión Europea
2 de Julio, 2019
Finalizadas las negociaciones entre el MERCOSUR y la Unión Europea, el Ministerio de Relaciones Exteriores adjunta:
-Síntesis del Acuerdo de Asociación MERCOSUR–Unión Europea, y
-Textos del Acuerdo “en principio” MERCOSUR-Unión Europea.

Síntesis del Acuerdo
Continuando con la política de transparencia y difusión de los resultados de las recientemente finalizadas negociaciones entre el MERCOSUR y la Unión Europea, el Ministerio de Relaciones Exteriores adjunta la Síntesis del Acuerdo de Asociación MERCOSUR – Unión Europea.
El documento sintetiza los resultados del capítulo comercial del Acuerdo de Asociación entre el MERCOSUR y la Unión Europea, al momento de la conclusión de las negociaciones el pasado 28 de junio de 2019. El presente resumen no constituye un documento legal.


Logos de Mercosur y Uniòn Europea
.Textos del Acuerdo MERCOSUR – UNIÓN EUROPEA
Disclaimer
En atención al creciente interés público en las negociaciones recientemente concluidas entre el MERCOSUR y la Unión Europea, el Ministerio de Relaciones Exteriores, a fin de garantizar el efectivo ejercicio del derecho de acceso a la información pública y la transparencia de la gestión pública, da a conocer  los textos del Acuerdo “en principio” MERCOSUR- UE  anunciado en Bruselas el pasado 28 de junio de 2019.
No obstante se deja constancia que estos textos se publican sólo con fines informativos y pueden sufrir modificaciones adicionales como resultado del proceso de revisión legal de los mismos, sin perjuicio de no alterar los compromisos en las concesiones alcanzados en el acuerdo anunciado entre el MERCOSUR y la UE.
Los textos solo serán definitivos una vez firmado el Acuerdo. El acuerdo será obligatorio para las Partes en virtud del derecho internacional solo después de que cada una de ellas complete los procedimientos legales internos necesarios para la entrada en vigor del Acuerdo (o su aplicación provisional).
Textos del acuerdo: el orden final de los Capítulos y textos podrá ser alterada como producto de la revisión legal e institucional del Acuerdo citado. 
             01 - Comercio de Bienes 
  • Cronograma de eliminación de aranceles
                 -  Cronograma de eliminación de aranceles de la Unión Europea
                 -  Cronograma de eliminación de aranceles del MERCOSUR 
  • Derechos de Exportación del MERCOSUR
  • Empresas Comercializadoras del Estado
02 - Reglas de Origen
03 - Defensa Comercial 
04 - Medidas Sanitarias y Fitosanitarias 
05 - Obstáculos Técnicos al Comercio 
06 - Facilitación del Comercio 
07 - Servicios y Establecimiento 
08 - Compras Gubernamentales 
09 - Propiedad Intelectual 
  • Propiedad Intelectual
  • Lista de Indicaciones Geográficas del MERCOSUR
  • Lista de Indicaciones Geográficas de la Unión Europea 
11 - Subsidios
  • Side letter 
17 - Solución de Diferencias 
Ambas Partes han acordado la publicidad simultánea de los textos acordados. Los textos faltantes serán publicados en la medida en que sean confirmados por las Partes. 

O novo nacionalismo, diferente de um século antes - Branko​ Milanović (Nueva Sociedad)

Esta vez es diferente 

Se vuelve a hablar de fascismo, de nacionalismo, de lucha de clases. Pero las comparaciones simplistas de la política actual con los inicios del siglo XX son erróneas.
Nueva Sociedad, Julio 2019
Esta vez es diferente
Hace varios días, mientras revisaba mi «biblioteca», reparé en Reflexiones sobre la violencia de Georges Sorel, que había comprado y leído un cuarto de siglo atrás. Revisé mis anotaciones sobre el libro y partes del texto sin ninguna intención en particular, sino más bien como una forma de recordarme el extraño pero clarividente cóctel intelectual de nacionalismo o marxismo arrogante (según sea el caso), desprecio por los valores «pequeñoburgueses» y elogio de la violencia que hace Sorel.
Reflexiones sobre la violencia se publicó en 1907 y representa, como han observado muchos, una anticipación un tanto inquietante del siglo europeo siguiente, dominado alternativamente por guerras entre naciones y entre clases. Pero releer a Sorel en 2019 me sugirió otra visión: qué diferente es el mundo actual, a pesar de lo que muchos argumentan, del que él describió, que iba a durar casi un siglo.
Hay tres motores principales en Sorel: la lucha de clases, liderada por un proletariado organizado y sus sindicatos; la lucha nacional, impulsada por los objetivos mutuamente incompatibles de las elites nacionalistas; y el uso de la violencia como una herramienta política legítima a menudo necesaria para precipitar los procesos deseados –pero en cualquier caso, históricamente predeterminados–. Dentro de esa matriz, se puede situar cómodamente el fascismo (como lo reconoció de hecho Mussolini) o el comunismo soviético, como lo ilustra el elogio a Lenin escrito por Sorel en 1918.
Aunque a muchos de los críticos «antipopulistas» de la actualidad les gusta comparar los movimientos populistas que se registran desde Hungría hasta Suecia con el fascismo, una lectura detenida del libro de Sorel muestra claramente lo diferentes que son los mundos de ayer y de hoy.
Políticamente relevante
Analicemos cada uno de los tres temas claves de Sorel. La lucha de clases casi ha desaparecido de las sociedades desarrolladas contemporáneas. Sin duda las personas continúan diferenciándose por sus posiciones en el sistema de producción, como afirman los marxistas, pero esto ya no es un clivaje tan políticamente relevante como lo fue alguna vez.
Los sindicatos y la huelga general (las ideas por las que se conoce mejor a Sorel) viven un declive de largo plazo. Los sindicatos tienen dificultades para organizar a los trabajadores dispersos y son muy fuertes en sectores estatales, como la salud y la educación, pero no en los sectores privados de la economía, donde originalmente se constituyeron para defender los derechos de los trabajadores. Y la «huelga general» prácticamente ha desaparecido del vocabulario político.
Este año pasé un tiempo en Barcelona y presencié varias jornadas de lo que se llamó huelgas, e incluso una huelga general (vaga general). Pero pronto me di cuenta de que su función era puramente ritual: muy pocas personas se pliegan a ellas, las alteraciones son mínimas y los efectos son probablemente nulos. El papel de las huelgas, como el de las festividades religiosas, es fomentar la participación en un ritual sin esperar ninguna respuesta en la vida real. (Esto, obviamente, se ajusta más a una religión que a un movimiento cívico o de trabajadores).
Sin duda, el nacionalismo está vivo. Pero a diferencia de los nacionalismos fascistas (y del de Sorel), el nacionalismo actual en la Unión Europea no enfrenta a la clase dominante de una gran potencia contra otra, sino a los «descontentos» nacionales contra sus propias elites urbanas y contra los inmigrantes. Es una ideología perniciosa, pero su nivel de amenaza y peligrosidad es mucho menor que a principios del siglo XX.
La función del nacionalismo actual es justificar no que los franceses vayan a la guerra contra los alemanes, sino que la policía proteja las fronteras de Francia contra los migrantes africanos. No convoca a la guerra sino a salvaguardar «valores». Es defensivo, no ofensivo. Es un nacionalismo de «perdedores» y no –como lo expresó Vilfredo Pareto en la misma época que Sorel– de «leones».
(Este es al menos el caso de varios nacionalismos de Europa occidental, muy diferentes de sus predecesores fascistas. Sin embargo, no significa excluir el conflicto entre las tres superpotencias nucleares –Estados Unidos, China y Rusia–, que registran actualmente una ola de nacionalismo más o menos marcial).
El tercer elemento es la violencia. No hay similitud entre la violencia europea antes de la Primera Guerra Mundial –y sobre todo la violencia entreguerras— y la Europa de hoy. Más allá de una docena de víctimas del movimiento de los «chalecos amarillos» franceses debido al uso desproporcionado de violencia por parte de la policía y a accidentes de tránsito, y de transeúntes inocentes que murieron víctimas de actos descentralizados de ira (terrorismo), ni una sola persona fue asesinada por razones políticas durante la campaña por la independencia de Cataluña, la crisis económica en Grecia y las perturbaciones políticas en Italia, Alemania, Polonia, Hungría, los países nórdicos, etc.
El sistema político ha mostrado una extraordinaria flexibilidad y solidez. La violencia como instrumento político legítimo perdió su valor en los países europeos avanzados. (De nuevo, esto podría no ser válido para otros países y regiones).
Profundos cambios sociales 
Por lo tanto, vemos que las comparaciones fáciles de la política europea actual con la de la primera parte del siglo XX son erróneas. Nuestra inquietud con los procesos que se dan hoy proviene de aquello «desconocido» que enfrentamos cuando el espacio político experimenta una reconfiguración que es, a su vez, reflejo de profundos cambios sociales: el declive de la clase obrera y los sindicatos, la práctica desaparición de la religión de la vida pública, el auge de la globalización, la mercantilización de nuestra vida privada y el surgimiento de una conciencia ambiental. 
Creo que el clivaje estándar entre izquierda y derecha, que se remonta a la Revolución Francesa, ya no es tan útil como solía ser. Los nuevos clivajes podrían oponer a aquellos que se benefician de la apertura contra quienes quedan fuera: la burguesía urbana neoliberal contra las personas ligadas a los modos de vida nacionales. Pero esto no es equivalente al conflicto entre fascistas, comunistas y liberales.
Es, de hecho, una nueva política, y el uso de términos viejos e inapropiados –sobre todo, para atacar a adversarios políticos tildándolos de fascistas– no tiene sentido. Sencillamente, no describe de manera adecuada nuestra vida política. Quienes hablan a la ligera de fascismo deberían estudiar la ideología y la práctica del fascismo realmente existente y tratar de encontrar mejores etiquetas para nuestro complejo mundo político. 

Este artículo es una publicación conjunta de Social Europe y el IPS-Journal
Traducción: Carlos Díaz Rocca 

Chineses no Brasil - livro de Ana Paulina Lee (book review)

González on Lee, 'Mandarin Brazil: Race, Representation, and Memory' [review]

by H-Net Reviews
Ana Paulina Lee. Mandarin Brazil: Race, Representation, and Memory. Asian America Series. Stanford: Stanford University Press, 2018. xxii + 229 pp. $85.00 (cloth), ISBN 978-1-5036-0504-6; $25.95 (paper), ISBN 978-1-5036-0601-2.
Reviewed by Fredy González (University of Illinois, Chicago) Published on H-LatAm (July, 2019) Commissioned by Casey M. Lurtz (Johns Hopkins University)

Ana Paulina Lee’s Mandarin Brazil demonstrates how the circulation of ideas and cultural goods spread racist ideas about Asian migrants in the Americas, which became deeply ingrained in popular culture. These attitudes then affected the reception of the Chinese and Japanese migrants who arrived in Brazil during the nineteenth and twentieth centuries. The book complements the recent wave of social and transnational histories of Asian migration to the Americas and contributes to our understanding of nation-building in Brazil as well as of orientalist discourses in the Americas.
Though Lee’s work extends as far back as the sixteenth century and all the way to the present, its focus is the late nineteenth century, during the gradual abolition of African slavery in the last slaveholding country in the Americas. At that time, the Chinese were central to Brazilian debates on race and labor, particularly on whether the Chinese helped or derailed Brazil’s nation-building and whitening projects. Lee provides the historical context behind the country’s transition from plantation society to liberal republic, which influenced the debates taking place in cultural and literary production. A major insight of her work is that these exchanges of ideas around the Chinese were crucial to the stories that other scholars have told about Asians in the Americas: they are critical context around the arrival and settlement of the migrants themselves, and they lurk behind the popular discontent that led to attempts to ban and remove them.
Mandarin Brazil’s transnational methodology allows it to demonstrate the circulation of ideas on the Chinese throughout the Americas and throughout the Lusophone world, thus demonstrating the “overlapping racialization” of the Chinese in Brazil (p. 87). Indeed, the book is impressive in its scope and versatility. The archive that the author built extends far beyond Brazil, from the United States and Southeast Asia to the Iberian Peninsula and the Caribbean. Sources for the work include poetry, popular theater, visual culture, and popular music. The work identifies the multiple sources of Sinophobic ideas; moreover, it demonstrates that Brazilians adapted transnational racist discourses to adapt to local conditions.
The book is divided into six chapters. Chapter 1 situates Brazil in the wider Portuguese Empire, as Portugal connected its far-flung overseas possessions and “visual and material objects circulated images and motifs of Asia and Europe to Asian and European consumers alike” (p. 20). Thus, hundreds of years before the arrival of Chinese migrants themselves, ideas of the Chinese circulated in Portugal’s American possessions. Fascinating is the author’s examination of chinoiserie among the Estrada Real, demonstrating both the reach of the trading routes that connected Brazil’s colonial settlements and the staying power of the images that circulated among colonial roads. As Lee demonstrates, these maritime routes were based in part on the trade in forced labor, particularly the African slave trade. The Portuguese also trafficked Chinese laborers to the Americas; even when the Portuguese Crown outlawed such trade, it appears to have continued. Both Brazil’s slaveholding past and the treatment of Chinese coolie labor influenced arguments around the immigration of Chinese laborers to Brazil.
Chapter 2 shows how the debate over Chinese immigration followed three major axes. First, there were major questions about how the immigration of Chinese and other Asians would affect branqueamento, the idea that continued immigration would gradually whiten the Brazilian population over time. Elites feared that the mass arrival of Chinese would disrupt the progression toward whiteness or would turn the country yellow instead. A related second anxiety was whether the Chinese could assimilate to Brazilian ways or, alternatively, whether mass Chinese immigration would make Brazil culturally Chinese. Third was the fear that the importation of Chinese laborers would continue the forced labor regimes that had existed under slavery and pose a threat to free labor. These ideas were not debated solely among Brazilians; the Chinese, such as Fu Yunlong and Kang Youwei, debated whether Brazil could offer social mobility or the chance to remake Chinese society abroad.
Chapter 3 illustrates how the teatro de revista was a forum on these questions, becoming “a critical site to deliberate citizenry and Brazil’s future” (p. 65). Revues like O Mandarim featured performances of yellowface to demonstrate anxieties around Chinese immigration, sexuality, and assimilation. The recurring nature of imagery and symbolism around the Chinese, despite the fact that there were few Chinese migrants in this period, “makes it possible to see how stories about Chineseness related a larger narrative about the attitudes that were shaping labor, race, gender, sexuality, and citizenship” (p. 86). 
Chapter 4 follows the “Chinese question” through the writings of major Lusophone writers Joaquim Machado de Assis and José Maria de Eça de Queiroz, both of whom opposed Chinese immigration and used racist and dehumanizing language to refer to the Chinese. In this chapter, Lee analyzes their writings across multiple genres, including poetry, fiction, and crónicas, to illustrate how circulating ideas on the Chinese in the United States and in the Caribbean were deployed in Brazil to racialize Asian immigrants.
Chapter 5 centers on the writings on China and Japan by author-diplomats Eça de Queiroz, Aluísio Azevedo, and Luis Guimarães Filho, which “circulated political ideas and swayed public opinion about Asia and Asians” (p. 115). Collectively, their writings depicted China in a negative light and by extension cast doubt on the desirability of Chinese immigration. Guimarães Filho, for example, wrote about the Boxer Rebellion in ways that cast the Chinese as anti-Western and potentially menacing. Others asserted the relative superiority of Japanese society and suggested that the Japanese would better serve to improve Brazil.
Chapter 6 carries the analysis forward to twentieth-century Brazilian Popular Music (MPB), particularly of how such music made reference to Asians in shaping ideas of Brazilian mestiço nationalism. Lee finds that MPB song lyrics “repeat[ed] the same negative opinions that were circulating in the nineteenth century during the worldwide debate about the Chinese question” (p. 139). Many of these songs made explicit reference to the sexuality of Chinese men and women in ways that made them seem unnatural or subhuman.
I would like to suggest two ways scholars could build on Lee’s important contributions. First, future work could explore how the Chinese in Brazil were able to respond to their own racialization and contest the Yellow Peril stereotypes and racial anxieties presented in the book. This would follow the lead of scholars like Ignacio López-Calvo who has worked on literary production among tusanes (Peruvian-born Chinese) and nikkei (descendants of Japanese immigrants) in Peru. On a related note, Lee’s work acts as a crucial foundation for future scholarship on the much more recent migration of tens of thousands of Chinese migrants to Brazil, particularly to São Paulo. In these and other ways, Lee’s work is pathbreaking. Mandarin Brazil is required reading for interdisciplinary scholars of Asian migrations in the Americas as well as scholars of Brazilian and Latin American history, and its evocative source base will make the book an attractive option for undergraduate courses in Latin American history, Spanish and Portuguese, and ethnic studies.

Citation: Fredy González. Review of Lee, Ana Paulina, Mandarin Brazil: Race, Representation, and Memory. H-LatAm, H-Net Reviews. July, 2019. URL:http://www.h-net.org/reviews/showrev.php?id=53159

Independência e Morte: livro de Helio Franchini, lancamento em Brasilia


A Independência brasileira se deu, realmente, de modo tranquilo e natural, um simples “divórcio amigável” de Portugal?  Havia um “Brasil” previamente definido?  Na verdade, o processo de emancipação foi muito mais caótico, incerto e violento do que a imagem tradicionalmente difundida. E é fundamentado em ampla pesquisa documental que Independência e Morte nos revela uma outra história, marcada pela incerteza, a instabilidade e a ausência de uma identidade nacional pré-existente.
O livro apresenta um panorama da situação sociopolítica brasileira, a partir da qual se expõem as perspectivas e projetos de diversos atores no contexto da elevação do Brasil a Reino (1816), nos impactos da Revolução do Porto (1820) e no processo que resultou no estabelecimento do Império do Brasil, com D. Pedro I como imperador. Na continuação dessa análise, avalia-se aqui a dimensão militar do processo de emancipação, com informações sobre números, batalhas, táticas e estratégias.
Ao aproximar-se a celebração dos 200 anos da Independência, Helio Franchini Neto nos mostra uma nova visão sobre a construção do Brasil. Descobre-se, aqui, uma história muito mais complexa e agitada, um período (1821- 1823) marcado por diferenças regionais, diversidade de projetos, negociações e, principalmente, conflitos políticos que derivaram em operações militares na Guerra de Independência.
Com base em intensa utilização de documentos de época e de bibliografia, esta obra desvenda uma trama muito mais complexa e agitada, um período (1821-1823) marcado por diferenças regionais, diversidade de projetos, negociações e, principalmente, conflitos políticos que derivaram em operações militares, com a mobilização de mais de 50 mil soldados, na Guerra de Independência do Brasil.
A história detalhada dessa separação entre a Colônia e o Reino é aqui esmiuçada, desde o surgimento de ideias e propostas de emancipação até a consolidação final do Império do Brasil, com o reconhecimento por parte de Portugal e a manutenção da unidade nacional. Surgem, então, elementos pouco conhecidos do processo de Independência, passando por combates no Norte (Ceará-Piauí-Maranhão-Pará), na Bahia e na Cisplatina.
O confronto político e as operações militares são dados fundamentais para se entender o processo que ocorreu em nosso país, e para auxiliar na compreensão do fato de o Brasil ter permanecido unificado em torno de seu primeiro imperador, D. Pedro I. Como aponta o professor Francisco Doratioto em seu prefácio, “ambas, guerra e política, foram pilares fundamentais para que todas as províncias brasileiras rompessem com Lisboa e para que terminassem incorporadas ao Império do Brasil”.

*******
SINOPSE

Independência e Morte: Política e Guerra na                            673 pgs. / R$ 79,90
   Emancipação do Brasil  / 1821-1823                              ISBN: 978-85-7475-286-0
        Helio Franchini Neto          
— Diplomata de carreira, doutor em História pela UnB e mestre em Ciência Política pela USP, com diploma de especialização pelo Instituto de Altos Estudos de Defesa Nacional (IHEDN), da França, o autor é professor assistente de História da Política Externa Brasileira no Instituto Rio Branco, tendo publicado artigos nas áreas de história brasileira e relações internacionais. Este importante ensaio – que se torna ainda mais relevante pela proximidade do bicentenário da Independência do Brasil,em 2022 – faz um panorama da situação sociopolítica nacional, e detalha toda a história da difícil separação entre a Colônia e o Reino. Na verdade, esse processo foi  muito mais caótico e violento do que nos ensinaram na escola, envolvendo operações militares que mobilizaram mais de 50 mil soldados. Segundo o historiador Francisco Doratioto, que assina o prefácio, essa obra é uma oportunidade de se “compreender como (...) se construiu um Estado que, em contraste com o que ocorreu com a América Hispânica, conseguiu manter a unidade do espaço territorial herdado do período colonial”. Para ele, o livro de Helio Franchini Neto traz “novas informações e lança luzes esclarecedoras sobre outras já conhecidas, (...) desvendando as articulações entre as dimensões política e militar”.


SERVIÇO

Independência e Morte:  Política e Guerra na Emancipação do Brasil  / 1821-1823
Autor: Helio Franchini Neto
Formato: 15,5cm x 23,0cm
673 páginas / R$ 79,90
ISBN: 978-85-7475-286-0
Capa: Miriam Lerner / Equatorium Design

Topbooks Editora e Distribuidora de Livros Ltda.
Rua Visconde de Inhaúma, 58 / sala 203
Centro – RJ / CEP: 20091-007
Tels.: (21) 2233.8718 / 2283.1039
Estamos também no FACEBOOK e no INSTAGRAM.

Petróleo e mudança climática: lições da Shell - Economist

Shell’s boss delivers some hard truths on oil and climate change

Ben van Beurden’s balancing act

WHEN BEN VAN BEURDEN was a boy in the Netherlands, one of his chores was to fill the coal scuttle. It was a hateful task—especially in the cold weather when he had to traipse out to a shed in the back garden. “I can still feel the wet, freezing cold creeping up my legs,” he told a Dutch audience last year. He hated the coal furnace because he had to wash himself next to it. He hated the washcloth because it did not stay hot for long enough. But it gave him a cold, hard lesson in the importance of energy.
Mr van Beurden, boss of Royal Dutch Shell, the world’s second-biggest publicly traded oil company, is not the first well-paid executive to dwell on the hardships of his youth. But his story is poignant because of what came next. In the 1960s the vast Groningen field in the Netherlands brought natural gas to the country for the first time. The coal scuttle and cold washcloth gave way to a hot shower—and progress for his whole family.

In these days of worry about global warming, another energy transition is under way: from fossil fuels to clean energy. Of all the oil majors, Shell’s attempts to navigate it under Mr van Beurden are the most intriguing. In 2016 it splurged $52bn on BG Group, becoming the biggest listed gas producer. The importance of oil in its business has diminished; measured in years of production, its reserves are lower than those of its Western peers—ExxonMobil, BP, Total, and Chevron. Shell is bolder than its rivals in forecasting huge global demand for clean power over the next 30 years. And it is the only firm to link its executive’s pay to progress in reducing emissions across its operations, including sales of products such as petrol—the source of most of the industry’s emissions.
In other words, for all the cynicism that oil firms are “greenwashing” their way through the energy transition, Shell’s efforts should be taken seriously. But how seriously? Despite the urgency to tackle climate change, Mr van Beurden has no intention of going all in on a post-carbon future, and warns against Shell sticking its neck out too far. To explain why, he sets out a few hard truths.
The first is about business itself. Shell may justifiably fear being on the wrong side of history when it comes to climate change. But it needs shareholders’ support to move in the right direction. Though some investors put global warming as their highest priority, most still relish the juicy 10%-plus returns that Shell generates on capital employed in big, risky projects such as oil wells and refineries. They are wary of cleaner-energy ventures such as electricity, where Shell has taken its first steps; returns are steadier, but puny (say 4%). New-energy businesses such as hydrogen and biofuels are seen as financial black holes. So Shell has to coax investors along with a mix of hard cash and prudent investments.
The cash comes from Shell’s legacy businesses, upstream oil and gas, and downstream chemicals and oil products. Last month it laid out a plan to return $125bn—a whopping half of its current market value—to investors, through dividends and share buy-backs from 2021 to 2025. Some analysts worry that it might be planning to drain its hydrocarbon reserves to keep the cash machine running. Shell insists that is not the case; it has sought to reassure critics by earmarking most of its $30bn annual capital-expenditure budget over the five-year period for fossil-fuel related projects. As for the prudence, it will only ramp up spending on its nascent power business if it can show that returns come close to those of oil and gas. Investors wanting more ambitious climate strategies can put their cash into clean-tech companies instead.
The next tough subject is the market for energy. Demand for coal and oil may have peaked in the West. But, like the young Mr van Beurden, many poor countries still lack readily available fuel supplies, and hanker for the modernisation energy brings. Shell sees plenty of scope to substitute biomass and coal with gas and cleaner energy sources in the developing world. Thanks to rising populations and incomes there, global energy demand is likely to stay high for decades to come. Less reassuringly, this also explains why Shell sets itself unit, rather than aggregate, targets for reducing its carbon footprint: it aims to halve the emissions per unit of energy it produces by 2050, rather than slashing emissions outright. So if energy demand continues to soar, the commitment will constrain Shell’s business much less than it appears—with less benefit to the planet.
Mr van Beurden justifies this with a third hard lesson: the world has a shared responsibility to tackle climate change. Even if all the Western oil majors decided to stop pumping oil and gas to reduce carbon emissions, global production would shrink by only 10%; state-owned oil companies from China, Russia, the Gulf and elsewhere could pick up the slack. There are overlapping sources of carbon emissions, too. Shell, for instance, sells far more oil products through its 44,000 petrol stations than it refines. Who bears responsibility for reducing the carbon footprint of those products? Shell, the companies that pumped the oil, the carmakers whose engines burn the fuel, or the people who drive the vehicles? The answer is probably a combination of all of them.

Cold shower, anyone?

To heap the blame for global warming on the oil industry alone would be to oversimplify the emissions problem. True, companies like Shell could have been more open about evidence of the risks from climate change, and they sometimes lobby against steps to reduce emissions. But everyone bears responsibility. That includes other fuel-guzzling industries; governments for failing to explain the need for carbon taxes, and find ways to capture and store carbon; and society at large for its utter dependence on fossil fuels. Mr van Beurden’s plain speaking will earn him little credit from those determined to paint the firm as a pantomime villain. But everyone should take a long, hard look in the mirror to appreciate how much they too need to change their habits to reduce demand for fossil fuels. A cold, wet washcloth may come in handy.

This article appeared in the Business section of the print edition under the headline "Ben van Beurden’s balancing act"

Novo Dicionario do Itamaraty - Jamil Chade (UOL)

Novo dicionário do Itamaraty

Brasil tira de textos gênero e termos de consenso por 25 anos ao usar visão conservadora com base em religião

Jamil Chade Colaboração para o UOL, em Genebra, 10/07/2019

Não são raras as ocasiões em que diplomatas entram madrugada adentro negociando um texto de um acordo internacional. No centro da mesa, está o choque de interesses nacionais. Mas, no papel, aquela visão de mundo precisa ser traduzida em palavras. E nem sempre encontrar um consenso sobre o uso de palavras e termos na diplomacia é um trabalho fácil.
A realidade é que, em política externa, as palavras têm um enorme peso. Em 2002, num discurso diante dos novos formandos do Instituto Rio Branco, o então chanceler Celso Lafer já confirmava a relação entre a palavra e a atuação diplomática. "O poder da diplomacia é, em larga medida, o poder da palavra", disse. A turma que estava se formando ganhou o nome do filólogo Antonio Houaiss.
Consciente do peso das palavras para redesenhar uma visão de mundo, a nova administração do Itamaraty sob governo de Jair Bolsonaro (PSL) já imprimiu seu próprio vocabulário nos últimos seis meses e distribuiu orientações aos postos do Brasil pelo mundo sobre o que dizer. E, acima de tudo, o que não dizer.
Pelas embaixadas do Brasil espalhadas em diferentes continentes, o novo "dicionário" da diplomacia brasileira abandona palavras usadas por décadas, introduz novos termos, resgata formulações do passado e, assim, traduz em um novo léxico uma visão de mundo muito particular do chanceler Ernesto Araújo, dos discípulos do escritor Olavo de Carvalho e de grupos evangélicos mais conservadores.
Uma visão que tenta reverter um suposto "marxismo cultural", que, na visão do chanceler, teria passado a também influenciar as entidades internacionais e a diplomacia.
Parte do movimento em busca das novas palavras é informal, com diplomatas tentando se adaptar à nova ideologia de seus chefes. Mas outra parte da criação desse novo léxico é consciente e estrategicamente pensada.
Não demorou para que embaixadores começassem a receber, em telegramas, instruções precisas sobre as palavras que deveriam sumir.
Fábio MachadoFábio Machado

Palavra "gênero" incomoda o Brasil

No início de julho, o Brasil surpreendeu a muitas delegações na ONU ao exigir que o termo "gênero" fosse abolido dos textos de resoluções de diferentes assuntos. Pelo novo dicionário do Itamaraty, o termo deve ser substituído pela frase "igualdade entre homens e mulheres". A meta é simples: reivindicar que o que vale para o Brasil é o sexo biológico, e não sua construção social.
Um exemplo prático: a ministra de Direitos Humanos, Damares Alves, participou de um debate sobre igualdade de gênero em Nova York. Em seu discurso, preferiu a formulação "igualdade entre homens e mulheres".
Num texto que serve como base para a candidatura do Brasil a mais um mandato no Conselho de Direitos Humanos da ONU, por exemplo, o Itamaraty não faz qualquer referência à palavra "gênero" ao explicar o que será sua luta ao promover o direito das mulheres.
Segundo o texto, o Brasil tomará "como premissa o texto constitucional brasileiro que estabelece que homens e mulheres são iguais em direitos e obrigações".
O Brasil tenta explicar a mudança. "O governo tem buscado esclarecer seu entendimento sobre expressões e termos que considera ambíguos", apontou a chancelaria ao UOL em nota. "O entendimento de que 'gênero' é sinônimo de sexo masculino ou feminino baseia-se na igualdade entre mulheres e homens, conforme estabelecido pela Constituição Federal, a qual não cita o termo 'gênero'."

O Itamaraty também afirma que o governo continua comprometido com o fortalecimento dos direitos humanos das mulheres e a eliminação da violência, além defender os direitos homossexuais. "Nos foros internacionais em que atua, o Brasil tem igualmente defendido os direitos de pessoas LGBTI+. O país integra as principais iniciativas internacionais em defesa dos direitos de pessoas LGBTI+ na AGNU [Assembleia Geral das Nações Unidas], CDH [Comissão de Direitos Humanos] e OEA [Organização dos Estados Americanos], entre outros foros", disse.
Inconformados, diversos países ocidentais lembraram que, hoje, existem mais de 200 documentos oficiais, tratados e leis que citam explicitamente o termo "gênero". Um abandono da palavra significaria um retrocesso de 25 anos nos debates.

Veto a "direitos sexuais"

Na mesma linha, o Brasil passou a vetar o uso do termo "direitos sexuais e reprodutivos", já que a interpretação seria de que a frase abriria uma brecha para o reconhecimento do aborto. Há uma semana, no Conselho Econômico e Social da ONU, o Brasil se absteve em votações de resoluções que apresentavam tais palavras.
Ao se explicar, o governo indicou ao UOL que a "posição brasileira tem como base o princípio da inviolabilidade da vida, sempre de acordo com a legislação brasileira". "Portanto, o governo não favorece referências em documentos internacionais que possam imprimir conotação positiva ao aborto", disse a chancelaria, reforçando que o aborto é ilegal no país, não sendo passível de punição em três casos (risco de vida da mãe, estupro e anencefalia).
Fábio MachadoFábio Machado

Feminismo? Só se acompanhado por grupos religiosos

Entre delegações estrangeiras, surpreendeu ainda uma manobra feita pela diplomacia brasileira na ONU para tentar tirar de textos oficiais referências a "grupos feministas". Para que tal termo fosse mantido em um dos projetos de resolução, o Itamaraty exigiu que outro grupo também fosse reconhecido como tendo contribuído para a situação das mulheres: os grupos religiosos.
Numa das reuniões para debater um projeto de resolução da ONU, o Brasil ainda fez questão de que se retirasse do texto uma afirmação de que barreiras estabelecidas pelas religiões poderiam ser barreiras à defesa das mulheres. O ponto é que a religião jamais será um obstáculo.
A defesa da fé, porém, se choca com uma realidade já descrita em informes da ONU em que meninas pelo mundo acabam tendo seus direitos minados por conta da interpretação de preceitos religiosos ou de tradições locais. Ou mesmo de suas manipulações.
A manobra do Brasil foi duramente criticada nos bastidores da ONU, com delegações acusando o governo de estar "chantageando" os demais países.
Entre diferentes delegações europeias, fazer referências a grupos religiosos é considerado como um risco, já que esses termos em resoluções poderiam ser usados por países islâmicos como uma forma de limitar os direitos de mulheres.
Segundo os europeus, o Brasil sabe da resistência que existe pela inclusão do termo "grupo religioso" e interpretaram o gesto como uma forma de bloquear as referências a "grupos feministas" em resoluções da ONU.

Mais "soberania", menos "global"

Não foram só as questões relacionadas a mulher ou sexo que passaram a ser alvos do novo "dicionário" diplomático brasileiro.
Muitos dentro do Itamaraty apontam que o início da transformação no vocabulário da chancelaria se deu quando, de forma surpreendente, o Itamaraty renomeou seus departamentos. Um deles ganhou o nome de Secretaria de Assuntos de Soberania Nacional, o que agrupa as divisões que estavam antes sob a Subsecretaria de Política Multilateral.
Sob o termo "soberania" agora estão temas como direitos humanos e outros aspectos sociais. Entre parte dos diplomatas, a mudança foi interpretada como um sinal de que, nos fóruns multilaterais, o foco do Brasil será o da defesa do interesse nacional e da soberania. E não dos desafios globais.
A mudança não ficou apenas na placa da porta do gabinete dentro do palácio do Itamaraty. Aos poucos, essa mudança foi se transformando em um novo comportamento do governo em reuniões.
Uma das consequências foi a decisão de se evitar a palavra "global" em textos oficiais, em resoluções e em discursos em nome do Brasil.
Sua eliminação dependeria do contexto. Numa das resoluções sob debate na ONU, o termo "desafios globais" seria trocado por "desafios em comum".
A ideia é que não existem realidades globais, mas apenas desafios que seriam comuns a todos. Na prática, o Brasil mantém seu espaço soberano e evita aderir a princípios e padrões universais.

Questionando o "globalismo"

Tampouco o Itamaraty gosta da ideia de que os discursos de seus diplomatas tragam o termo "sistema internacional". Sempre que possível, os representantes nacionais terão de dar um enfoque no papel dos Estados soberanos. Portanto, "sistema internacional" se transformaria em "sistema de nações" ou simplesmente "Estados-membros".
A ofensiva tem um motivo claro e que, neste caso, não tem relação com a religião. No Itamaraty, uma das dimensões da política externa tem sido o questionamento ao que chamam de "globalismo". O conceito se refere supostamente a um projeto político de um governo global.
Na visão do governo brasileiro, tal proposta é uma afronta à soberania e às culturas nacionais.
Há poucas semanas, a chancelaria chegou a promover um seminário para debater essa vertente de pensamento. Ernesto Araújo, chanceler e discípulo de Olavo de Carvalho, também mantém um blog "contra o globalismo".
A vertente da diplomacia também mudou. O termo tão badalado pelo ex-presidente Luiz Inácio Lula da Silva --"a cooperação Sul-Sul"-- também é visto com certa suspeita na atual gestão.
Por anos, tal conceito demonstrava uma certa postura de resistência de parte dos países emergentes em relação ao poder e influência dos países ricos. Hoje, a preferência é por termos como "cooperação entre nações".

Brasil fora de exercícios diplomáticos

Em alguns outros casos, há um temor por parte da sociedade civil de que haja uma resistência por parte de alguns postos da diplomacia brasileira em fazer referências à "Agenda 2030", uma série de metas que os governos assumiram para os próximos dez anos no âmbito social e ambiental.
O governo afirma que "o Brasil não deixou de empregar os termos Agenda 2030 e desenvolvimento sustentável, tampouco se dissociou do documento".
"No nível do governo federal, a institucionalidade de acompanhamento e implementação da Agenda 2030 tem passado por revisão, de forma a aprimorar as políticas de desenvolvimento sustentável no Brasil", explicou o Itamaraty, indicando que país participará do Foro Político de Alto Nível deste ano, na sede das Nações Unidas, em Nova York.
Mas, num gesto pouco comum na diplomacia, o governo brasileiro se retirou da revisão de suas políticas públicas no setor social e ambiental que ocorreria justamente durante o Foro Político em Nova York, nesta semana.
Um dos argumentos usados pelo Planalto para explicar o gesto a interlocutores é que a Presidência de Jair Bolsonaro não iria participar de um exercício diplomático com base em resultados de governos anteriores.
Na ONU, porém, esses resultados não são considerados como dados ou políticas de um governo, e sim de Estado. Além disso, a sabatina não avalia apenas o que foi feito. Mas também os programas que estão sendo estabelecidos para reduzir pobreza, doenças e situações de violações de direitos pelos próximos dez anos.
A Revisão Voluntária Nacional na Assembleia Geral da ONU tem como objetivo avaliar e monitorar o cumprimento dos Objetivos de Desenvolvimento Sustentável 2030 por parte de um Estado. Entre os assuntos que seriam examinados estão educação, meio ambiente, saúde, acesso a terras, fome e outros aspectos sociais.
Numa nota, o Grupo de Trabalho da Sociedade Civil para a Agenda 2030 e a Rede ODS Brasil, grupo de ONGs com foco no acompanhamento os Objetivos de Desenvolvimento Sustentável da ONU, repudiaram a atitude do governo e cobram responsabilidade.
"Externamos nossa preocupação com o afastamento, cada vez maior, do compromisso que o Estado brasileiro assumiu em 2015, junto com outros 192 países-membros da ONU, de implementar um modelo de desenvolvimento voltado à prosperidade, com respeito às pessoas e ao planeta, orientado pela paz e viabilizado através de parcerias multissetoriais inclusivas, que resultem em serviços acessíveis e de qualidade para todos", disseram os grupos.
Nos últimos meses, vários incidentes marcaram a relação entre o Brasil e a ONU, inclusive o cancelamento de eventos de meio ambiente. "Tal desistência é mais uma prova do rechaço às instituições multilaterais como a ONU", alertaram.
O Itamaraty explicou sua decisão, dizendo que a apresentação dos relatórios é voluntária. "É, portanto, de livre escolha dos países a decisão de apresentar um RNV [relatório], bem como o ano de apresentação, seu conteúdo e formato. Encoraja-se que, até 2030, os países apresentem ao menos dois RNVs", explicou.

Liberdade para alguns

Mas nem todo o léxico do Itamaraty hoje busca desafazer anos de progressos na ampliação de direitos. No caso específico da Venezuela, os discursos do Brasil na ONU passaram a falar da necessidade de uma ação para "libertar" o povo venezuelano de uma ditadura.
Tal termo não vale para a Arábia Saudita e seu príncipe Mohamed Bin Salman, com quem Eduardo Bolsonaro esteve fazendo selfies, além de ser acusado de envolvimento na morte do jornalista Jamal Khashoggi e de conduzir uma repressão violenta em seu país.
Os mesmos sauditas que são um dos poucos que apoiam a agenda ultraconservadora e o novo dicionário da nova diplomacia brasileira.

Opinião: última mudança tão dramática aconteceu pós-1964

Ex-ministro e embaixador Rubens Ricúpero escreve artigo

Em diplomacia, a precisão e o sentido das palavras são fundamentais. Basta lembrar a importância que teve na época de Jânio Quadros e de San Tiago Dantas a expressão "política externa independente", na qual o adjetivo "independente" contrastava com a política externa anterior do "alinhamento automático".
Outras palavras que até hoje resumem um pensamento complexo foram as da célebre expressão "congelamento do poder mundial", inventada pelo diplomata e ministro de João Goulart [1961-64] Araújo Castro para definir a estrutura de poder imposta pelas superpotências.
Ou, em sentido positivo ou negativo, a utilização de lemas breves com a intenção de resumir o espírito de uma política, tal como o "pragmatismo responsável" de Geisel-Silveira ou a "política externa ativa e altiva" de Lula-Celso Amorim.
Nos dias atuais, quem não tiver sensibilidade para utilizar expressões como "desenvolvimento sustentável" ou "igualdade de gêneros" escolhe voluntariamente a automarginalização, a situação de pária em relação à esmagadora maioria da humanidade.
Creio que a última vez em que ocorreu uma mudança tão dramática de linguagem na diplomacia brasileira foi justamente logo depois do golpe militar de 1964.
De uma política externa independente, que recusava a lógica do automatismo do alinhamento da Guerra Fria e valorizava a soberania e o interesse nacional, passou-se subitamente ao uso de palavras e expressões como "soberania limitada", "fronteiras ideológicas", "força interamericana de paz" (para as intervenções) e a famigerada expressão de Juracy Magalhães "o que é bom para os Estados Unidos é bom para o Brasil".
Até hoje, os adeptos desse tipo de política tentam explicar o sentido dessa infeliz expressão.