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Este blog trata basicamente de ideias, se possível inteligentes, para pessoas inteligentes. Ele também se ocupa de ideias aplicadas à política, em especial à política econômica. Ele constitui uma tentativa de manter um pensamento crítico e independente sobre livros, sobre questões culturais em geral, focando numa discussão bem informada sobre temas de relações internacionais e de política externa do Brasil. Para meus livros e ensaios ver o website: www.pralmeida.org. Para a maior parte de meus textos, ver minha página na plataforma Academia.edu, link: https://itamaraty.academia.edu/PauloRobertodeAlmeida.

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terça-feira, 18 de março de 2014

Brasil nao e' a Venezuela - Juan Arias (El Pais)

Sim, o Brasil não é a Venezuela, mas os companheiros são inegavelmente chavistas, ainda que não pretendam repetir (apenas por instinto de sobrevivência) as enormes bobagens cometidas por seus companheiros venezuelanos.
A matéria de Juan Arias é extremamente complacente com o regime companheiro, o que é esperado de um jornalista simpático à maior parte das medidas que vêm sendo tomadas desde 2003, e que terão consequências mais extensas mais adiante (aliás, já estão tendo).
Paulo Roberto de Almeida

Por qué Brasil nunca será la Venezuela chavista
 JUAN ARIAS
El País, 17/03/2014

Lula no es Chávez y menos aún Dilma es Maduro, aunque por motivos institucionales ambos apoyen un Gobierno que formalmente fue sancionado por las urnas

He escuchado a veces temores de que Brasil, en el caso de una mayor hegemonía del Partido de los Trabajadores (PT), pueda acabar convirtiéndose en la Venezuela chavista.

Es cierto que existen aún voces, aunque minoritarias, que flirtean con la dictadura venezolana o por lo menos desearían también aquí un Gobierno más popular, menos dependiente de partidos de derecha o de centro, como del PMDB, para poder llevar a cabo una política con mayor "fuerza social".

Se trata, si embargo, de un temor sin consistencia. Primero, porque Lula no es Chávez y menos aún Dilma es Maduro, aunque por motivos institucionales, ambos apoyen un Gobierno que formalmente fue sancionado por las urnas -algo que, sin embargo, ya está está siendo criticado, ya que se esperaría del Gobierno brasileño una mayor condena de la represión del Ejecutivo de Maduro contra los opositores asesinados por sus milicias-.

Brasil quedó bien curado de las heridas de la dictadura militar y hoy los cuarteles ya no asustan a nadie. Al frente del país se encuentra una exguerrillera que sufrió cárcel y tortura por parte de los militares. Está en curso una Comisión de la Verdad para apurar los pasillos aún oscuros de aquel periodo de terror, y los militares la han acatado respetuosamente.

Desde que el expresidente Fernando Henrique Cardoso colocó el Ministerio del Ejército en manos de un civil, las Fuerzas Armadas pasaron a ser en este país una institución democrática como las demás. No existen en Brasil ruidos de sables.

Al mismo tiempo, Brasil cuenta con una clase media intelectual preparada en buenas universidades nacionales y extranjeras con un fuerte sentido democrático de las instituciones, que se pone en pie cada vez que surge alguna tentativa encaminada a cercenar algún tipo de libertad civil.

Fue así como se abortó durante uno de los mandatos de Lula el intento de un grupo de la izquierda del Partido de los Trabajadores de controlar la libertad de expresión, que pretendía imponer hasta un reglamento a la conducta y al trabajo de los periodistas.

Tanto Lula como ahora la presidenta Dilma arrinconaron aquel proyecto en algún cajón del Planalto y nunca más se volvió a hablar de él. Brasil goza de libertad de prensa y de información como cualquier país europeo. No existen censuras a la libre expresión de ideas. Y si algún Gobierno intentara imponerla tendría la oposición frontal de la clase pensante y de la gran mayoría de los partidos.

Brasil es hoy, a pesar de algunos pruritos conservadores de una cierta izquierda poco moderna, una de las democracias más sólidas de América Latina, donde funcionan en plena libertad los tres poderes del Estado. Tanto es así, que cuando alguno de dichos poderes intenta directa o indirectamente imponerse o prevaricar sobre los otros, ellos mismos se levantan en pie de guerra.

Lo vimos con el poder judicial, cuando ministros del Supremo Tribunal Federal designados por Lula y Dilma, no se detuvieron a la hora de condenar a la cárcel a personajes de primera plana del partido cuyo Gobierno les había escogido.

Lo estamos viendo hoy con el poder legislativo, en pugna con el poder ejecutivo cuando el Congreso se queja de ciertas prevaricaciones por parte del Gobierno. Hasta el senador José Sarney, en una entrevista a Folha de São Paulo, llegó a confesar que el legislativo sufre demasiadas presiones del ejecutivo que con motivo de las excesivas medidas provisorias presentadas por el Gobierno, no le queda tiempo ni posibilidad para legislar.

El hecho de que cada vez que la independencia de alguno de los tres poderes se siente amenazada, empiece a chirriar el sistema, es la mejor demostración de que no existe en este país la posibilidad de que alguno de dichos poderes pueda ser aplastado o dominado por los demás, lo que suele siempre conducir a los regímenes autoritarios o dictatoriales.

Brasil está vacunado contra las aventuras bolivarianas de algunos de sus países vecinos. Su democracia está consolidada, y nadie sería elegido para presidir este país si presentara la más mínima sospecha de que alberga ambiciones autoritarias.

En las próximas elecciones presidenciales, todos los posibles candidatos con posibilidades de éxito, como Dilma, Aecio Neves, Eduardo Campos o Marina Silva, son personas de absolutas convicciones democráticas.

Brasil, a los 50 años de su triste y dolorosa aventura dictatorial, está vacunada contra el virus de esos populismos que aún siguen vivos en parte del continente, aunque cada vez menos soportados sobretodo por las nuevas generaciones de jóvenes menos ideologizados, más pragmáticos y que creen en los valores de una democracia de la que ellos puedan ser actores y no sólo comparsas.


Venezuela docet.

sexta-feira, 14 de março de 2014

Brasil: ate quando vamos ter de suportar isso? - Juan Arias (El Pais)

Não, não é da Venezuela que quero falar, ainda que pudesse ser, pois o título do post remete às mesmas circunstâncias e se aplicam perfeitamente ao caso da violência governamental assassina no país vizinho e à indiferença, complacência, ou conivência, do governo brasileiro.
É do próprio Brasil que se ocupa este artigo do correspondente espanhol do El País, o principal jornal da Espanha.
Para vergonha nossa (como aliás também no caso da Venezuela), todos os espanhóis vão ler sobre como anda o estado (se se pode dizer) da violência em nosso país, e certamente essa matéria vai atrair a atenção de outros correspondentes, que vão fazer, eles também, matérias sobre a delinquência enorme, disseminada, impune, que caracteriza atualmente o Brasil, isso às vésperas da Copa do Mundo. Muitos turistas hesitarão, certamente, outros virão, e poderão ser assaltados (e se saírem vivos, como comenta Juan Arias, deveriam se sentir muito felizes), o que nos faz sentir ainda mais vergonha.
O Brasil é um país que caminha rapidamente para o brejo, sob o governo incompetente dos companheiros.
Paulo Roberto de Almeida 

ANÁLISIS

¿Hasta cuándo?

No es posible sentirse viviendo en democracia atenazados por la violencia cotidiana

Junto con las deficiencias de la salud pública lo que más rechazan los brasileños en los sondeos es la inseguridad ciudadana. Hay un miedo visible. Se advierte en las conversaciones, en las redes sociales y en las cartas de los lectores a los periódicos. Hasta del exterior llegan recomendaciones a los extranjeros que visitan Brasil sobre cómo comportarse para no ser víctima de la violencia, sobre todo en vistas a la Copa del Mundo
¿Hasta cuándo los brasileños aceptarán vivir en la ansiedad de poder ser asaltados? Los que viajan fuera notan la diferencia de poder pasear con tranquilidad por calles y plazas cuando van, por ejemplo, a Europa. Allí no piensan en cada momento en que van a ser víctimas de la violencia. No que no haya también allí algunos episodios puntuales, sobr todo robos, en algunas ciudades más turísticas, pero aún en esos casos, no suelen tener la truculencia de la violencia brasileña.
Recuerdo una tarde en Venecia. Estaban cerrando algunas tiendas de objetos de lujo. Todo quedaba en los escaparates expuesto durante la noche. Pregunté al dueño de una de esas tiendas si no temían ser objeto de robo. Me miró extrañado: “No, aquí nadie toca nada”, me dijo, y añadió que la vigilancia policial nocturna impedía cualquier sorpresa.
¿Por qué matar a un ciudadano para poder robarle el móvil, la cartera o incluso el coche? De hecho, la súplica dolorida del brasileño asaltado en la calle o en casa es siempre la misma: “Por favor no dispare, no me mate. Le entregaré todo”. Ellos no escuchan y muchas veces matan lo mismo o apuñalan. Y cuando la víctima despojada de todo lo que tenía sale ilesa es una fiesta. Algunos hasta encienden en agradecimiento una vela a su santo preferido. El brasileño se consuela ya con salir vivo de un asalto.
Si ayer esa violencia callejera y doméstica era una plaga sobre todo de las grandes urbes, hoy vemos que se está extendiendo como una mancha de aceite incluso a pequeñas ciudades del interior donde dicho crimen apenas existía.
Llevo doce años viviendo en la pequeña y preciosa localidad de la Región de los Lagos, en el Estado de Río, donde se podía pasear de noche sin preocupaciones; donde los asaltos eran algo impensable, por ejemplo, a los pequeños bancos locales o a un restaurante, una tienda, un puesto de gasolina o al minúsculo edificio de correos.
Hoy, al revés, a pesar de contar la localidad con una policía fuerte y severa, todos esos lugares han sido ya objeto de alguna acción violenta. “Se ha acabado la tranquilidad de antaño”, me dicen mis amigos entre resignados y molestos. Y la gente empieza también a blindarse.
Y ese verbo “blindarse” es algo que debería hacer pensar a los responsables de un país que se vanaglorian y con razón de dirigir los destinos de un país “democrático”. Lo que ocurre es que la palabra democracia se ha prostituido como tantas otras y es bien sabido que al igual que no existe democracia en un país con una enseñanza precaria o una salud pública deficiente, tampoco es posible sentirse viviendo en democracia atenazados por la violencia cotidiana.
Me impresiona el uso que se hace en los periódicos o en las redes sociales del “blindaje” de los ciudadanos. Días atrás, en la crónica del diario O Globo sobre la ola de robos y asaltos en el precioso barrio de Santa Teresa de Río, que los portugueses levantaron para recordar la famosa Alfama de Lisboa, escribe Celia Costa: “Los habitantes de Santa Teresa están aterrorizados frente a la ola de robos a residencias en las últimas semanas”. Otro diario paulistano recordaba que en una calle de São Paulo ya habían sido asaltadas “todas las casas de una misma calle”, y algunas varias veces. ”. Y aceptando implìcitamente que los ciudadanos no confían ya en las fuerzas policiales para protegerlas dado que a veces hasta ellas actúan en comandita con los asaltadores, cuenta la cronista del diario carioca: “Ante el miedo, la gente está organizando la seguridad con sus propias fuerzas, instalando cercas eléctricas, sistemas de alarma, puertas dobles y colocando trozos de vidrio en los muros”. O sea, blindándose.
Jacques Schwarzestein, director de la Asociación de moradores de la comunidad de Santa Teresa (Amast) ha confesado que prefirió perder el carnaval para quedarse en casa “organizando su blindaje contra los asaltantes”.
Es sintomático que ninguno de los que viven en el temor de ser víctimas de asaltos, robos o secuestros hagan una llamada a las fuerzas políticas o policiales. No confían ya en ellas y las más de las veces ni denuncias la violencia Cada uno se arregla y blinda como puede. ¿Hasta cuándo?
El primer fruto envenenado de esa impotencia que sienten los ciudadanos ante la autoridad pública incapaz de defenderles es el tomarse la justicia por su mano cuando alguno de esos asaltadores son cogidos con las manos en la masa. Son las tristes y dramáticas ejecuciones que hemos podido observar estos últimos meses en un país cada vez más nervioso.
Ayer por primera vez en este pueblo tranquilo donde vivo pude ser testigo de una escena que hubiese preferido no vivir no tanto por su truculencia sino por lo sintomático que es del nerviosismo que empieza a aflorar hasta en los sencillos y hasta ayer pacíficos ciudadanos anónimos.
Estábamos en una agencia de un banco unas 40 personas esperando en fila rigurosa ser atendidos. Alguién que estaba en primera fila debió querer saltarse su turno. Era un hombre anciano y delgado con aspecto de un trabajador de la construcción, que quizás tenía prisa. A su lado, otro señor ya mayor pero más joven, más robusto y mejor vestido debió sentirse burlado en la fila y en vez de quejarse al cajero del banco le largo un puñetazo al anciano que cayó al suelo. Aún así siguió golpeándolo.
La gente gritaba pidiendo al policía armado del banco que interviniera, pero nadie se movía y la pelea continuaba. Y el policía tampoco parecía tener prisa en actuar.
Lo que más me chocó es que acabada la lucha nadie hizo un comentario. A muchos debió parecerles normal que el burlado de la fila tomara la justicia por su mano y la lanzara al anciano un puñetazo en la cara hasta tirarlo al suelo. Algunos hasta reían.
Casos así y más graves se multiplican cada día. “Es que la gente está molesta y nerviosa”, comentó una profesora que estaba a mi lado. “¿Nerviosos de qué si ustedes son famosos por aguantarlo todo sin nunca protestar?” le respondí, y ella: “De nada y de todo, o de muchas cosas juntas, pero el hecho es que las personas se están volviendo más violentas hasta en las pequeñas cosas”, me dijo.
¿Ese nerviosismo e insatisfacción difusa están presentes en las preocupaciones preferenciales de los políticos? ¿O siguen pensando que una democracia lo soporta todo incluso que los ciudadanos vivan en el sobresalto diario de no saber si van o no ser víctima de una falta de seguridad pública cada vez más grave, más generalizada y más dramática ?
¿Y eso, hasta cuándo?
Las elecciones están a la puerta y la gente, cuando se siente burlada, se vuelve imprevisible.


sábado, 27 de agosto de 2011

A frase do ano: um pais que nao liga para a corrupcao

A frase é de julho, num artigo que provocou reações no Brasil, mas muitos dos argumentos do autor eram equivocados, pois faziam a comparação entre os indignados da Espanha (e muitos rebeldes na Grécia e em outros países), e a atitude passiva dos brasileiros em face da corrupção.
Uma coisa não tem nada a ver com a outra, mas reconheço que é uma vergonha constatar que os brasileiros não se mobilizam contra a corrupção dos políticos:

Que país é este que junta milhões numa marcha gay, outros milhões numa marcha evangélica, muitas centenas numa marcha a favor da maconha, mas que não se mobiliza contra a corrupção?

Juan Arias, correspondente no Brasil do jornal espanhol El País, 07/07/2011

Comentário de um colega de lista:
Triste ler isto escrito por um estrangeiro, que com toda propriedade e elegância pôs o dedo em uma ferida que nós brasileiros nos negamos a ver. Uma pena, pois um dia nosso país terá seu belo nome escrito em minúsculas devido a estes pulhas.

Eu acrescentaria:
O Brasil vai ficar pior, muito pior do que vocês podem imaginar, e vai continuar decaindo durante certo tempo mais. A recuperação virá, mas vai demorar muito. Isso porque a educação, em geral, e a educação política em particular são medíocres, e continuam seu processo de deterioração. Vai demorar, vai demorar para melhorar...
Paulo Roberto de Almeida

quarta-feira, 13 de julho de 2011

Por que os brasileiros sao carneiros? (com perdao da expressao)

Não tenho nada a dizer, por enquanto, apenas trago elementos de reflexão...
Paulo Roberto de Almeida

Onde estão os indignados do Brasil? Por que os brasileiros não reagem?
Reinaldo Azevedo, 12/07/2011

No dia 7 de julho, Juan Arias, correspondente no Brasil do jornal espanhol El País, um dos melhores profissionais estrangeiros que atuam por aqui nessa área, dos mais agudos, escreveu um artigo em que pergunta: “Por qué Brasil no tiene indignados?”

Arias não dá respostas e faz, de forma direta e indireta, essa e outras boas perguntas, que me disporei a responder mais tarde, naquele texto da madrugada:
- será que os brasileiros não sabem reagir à hipocrisia e à falta de ética dos políticos?
- será que não se importam com os ladrões e sabotadores que estão nas três esferas de governo?
- será mesmo esse povo naturalmente pacífico, contentando-se com o pouco que tem?;
- por que estudantes e trabalhadores não vão às ruas contra a corrupção?
- que país é este que junta milhões numa marcha gay, outros milhões numa marcha evangélica, muitas centenas numa marcha a favor da maconha, mas que não se mobiliza contra a corrupção?
- será que não cabe aos jovens exigirem um país menos corrupto?

Publico o artigo de Arias na íntegra, em espanhol, perfeitamente compreensível. Oferecerei mais tarde ao autor e a muitos outros que se fazem as mesmas perguntas uma tentativa de resposta.
*
El hecho de que en solo seis meses de gobierno la presidenta Dilma Rousseff haya visto dimitir a dos de sus principales ministros, heredados del gobierno de su antecesor, Lula da Silva (el de la Casa Civil o Presidencia, Antonio Palocci, una especie de primer ministro, y el de Transportes, Alfredo Nascimento) caídos bajo los escombros de la corrupción política, ha hecho preguntarse a los sociólogos por qué en este país, donde la impunidad a los políticos corruptos ha llegado a hacer extensiva la idea de que “todos son unos ladrones” y que “nadie va a la cárcel”, no exista el fenómeno, hoy en voga en todo el mundo, del movimiento de los indignados.

¿Es que los brasileños no saben reaccionar frente a la hipocresía y falta de ética de muchos de los que les gobiernan? ¿Es que no les importa que los políticos que les representan, en el Gobierno, en el Congreso, en los estados o en los municipios, sean descarados saboteadores del dinero público? Se preguntan no pocos analistas y blogueros políticos.

Ni siquiera los jóvenes, trabajadores o estudiantes han presentado hasta ahora la más mínima reacción ante la corrupción de los que les gobiernan. Curiosamente, la más irritada ante el atraco a las arcas públicas por parte de los políticos, parece ser la primera presidenta mujer, la exguerrillera Dilma Rousseff, que ha demostrado públicamente su disgusto por el “descontrol” en curso en áreas de su gobierno. La mandataria ya ha echado de su gobierno -y se dice que no ha acabado aún la purga- a dos ministros claves, con el agravante de que eran heredados de su sucesor, el popular Lula da Silva, que le había pedido que los mantuviera en su gobierno.

Hoy la prensa alude a que Dilma ha empezado a deshacerse de una cierta “herencia maldita” de hábitos de corrupción del pasado. ¿Y la gente de la calle por qué no le hace eco, resucitando aquí tambiénel movimiento de los indignados? ¿Por qué no se movilizan las redes sociales? Brasil, después de la dictadura militar, se echó a la calle con motivo de la marcha “Directas ya”, para pedir la vuelta a las urnas, símbolo de la democracia. También lo hizo para obligar al expresidente Collor a dejar su cargo ante las acusaciones de corrupción que pesaban sobre él. Pero hoy el paísestá mudo ante la corrupción en curso. Las únicas causas capaces de sacar a la calle hasta dos millones de personas ahora son los homosexuales, los seguidores de las iglesias evangélicas en la fiesta de Jesús y los que piden la liberalización de la marihuana.

¿Será que los jóvenes no tienen motivos para exigir un Brasil no solo cada día más rico (o por lo menos menos pobre), más desarrollado, con mayor fuerza internacional, sino también menos corrupto en sus esferas políticas, más justo, menos desigual, donde un concejal no gane hasta diez veces más que un maestro y un diputado cien veces más, o donde un ciudadano común, después de 30 años de trabajo, se jubile con 650 reales (400 euros), mientras un funcionario público con hasta 30.000 reales (13.000 euros).

Brasil será pronto la sexta mayor potencia económica del mundo, pero de momento sigue a la cola en materia de desigualdad social y defensa de los derechos humanos. Todavía se trata de un país donde no se permite a la mujer de abortar, el paro de las personas de color alcanza un 20% -contra el 6% de los blancos- y la policía es una de las más violentas del mundo.

Hay quién achaca la apatía de los jóvenes al hecho de que una propaganda exitosa les ha convencido de que Brasil es hoy envidiado por medio mundo (y lo es en otros aspectos). O que la salida de la pobreza de 30 millones de personas les ha hecho creer que todo va bien, sin entender que un ciudadano de clase media europea equivale aún hoy a un rico de aquí.

Otros achacan el hecho a que los brasileños son gente pacífica, poco dada a las protestas, a quienes les gusta vivir felices con lo que tienen y que trabajan para vivir, en vez de vivir para trabajar. Todo esto es también cierto, pero no explica aún por qué, en un mundo globalizado, donde se conoce al instante todo lo que ocurre en el planeta, empezando por los movimientos de protesta de millones de jóvenes que piden democracia o le acusan de estar degenerada, los brasileños no luchen para que el país, además de ser más rico, también sea más justo, menos corrupto, más igualitario y menos violento a todos los niveles. Así es el Brasil que los honestos sueñan dejar para sus hijos, un país donde la gente todavía no ha perdido el gusto de disfrutar de lo poco o mucho que tiene y que sería aún mejor si surgiera un movimiento de indignados, capaz de limpiarlo de las escorias de corrupción que golpean a todas las esferas del poder.