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sábado, 30 de março de 2024

Sobre la dolarización y los economistas - Emilio Ocampo (El Cato)

Um importante artigo para colocar em boas bases o debate sobre dolarização ou não dolarização, em bases nacionais, ou desdolarização no plano dos intercâmbios, como pretendem alguns partidários de uma "nova ordem global". Aplicado especialmente ao caso da Argentina, onde o autor a defende com argumentos consistentes. 

Sobre la dolarización y los economistas

Emilio Ocampo dice que la dolarización no ha sido descalificada por una mayoría de los economistas, de hecho hay una larga tradición del pensamiento económico que se ha opuesto al nacionalismo monetario.

El CATO, 25 de Marzo de 2024 

https://www.elcato.org/sobre-la-dolarizacion-y-los-economistas?mc_cid=f1760a8ffa&mc_eid=19e757ffce 

"Sin embargo, la mayoría de las naciones civilizadas siguen siendo tan bárbaras en sus transacciones que casi todos los países independientes optan por afirmar su nacionalidad teniendo, para su inconveniencia y la de sus vecinos, una moneda propia".
– John Stuart Mill

Leyendo lo que escriben algunos economistas argentinos y repiten ciertos medios, un lector desprevenido podría llevarse la impresión de que la dolarización ha sido descalificada por una mayoría de la profesión.

Nada más lejos de la verdad. Se puede estar a favor o en contra de la dolarización. Como en muchos otras cuestiones, hay economistas respetables y distinguidos en ambos lados del debate.

Una larga tradición en el pensamiento económico que se remonta a John Stuart MillJuan Bautista Alberdi y William Stanley Jevons en el siglo XIX y a Friedrich A. Hayek en el siglo XX ha cuestionado el nacionalismo monetario. A principios de los años setenta, dos premios Nobel, Milton Friedman Robert Mundell, enarbolaron la bandera de la dolarización. En 1973 Friedman la recomendó específicamente para la Argentina en un testimonio al Congreso norteamericano, y, Mundell, a quien se considera el padre intelectual del euro, asesoró al gobierno de Panamá luego de que Nixon declarara la inconvertibilidad del dólar a oro. Desde entonces la lista de académicos reconocidos que la han propuesto para países con inflación alta y endémica incluye a Alberto AlesinaRobert BarroGuillermo CalvoJohn CochraneTyler CowenRudiger DornbuschSteve HankeSteven KaminDavid MalpassCarmen ReinhartKurt SchulerGeorge SelginLarry SummersScott SumnerFrançois VeldeMarcelo Veracierto, y Larry White, entre otros

Habría que agregar que los economistas Alfredo ArízagaCarlos Julio Emanuel Manuel Hinds, que como ministros de economía llevaron adelante la dolarización en sus países (los dos primeros en Ecuador y el último en El Salvador), también la recomiendan para la Argentina. Los economistas ecuatorianos Alberto AcostaAlberto DahikMarco Naranjo ChiribogaPablo Lucio Paredes y Francisco Zalles en el último año han opinado públicamente de la misma manera (muchos otros lo han hecho en privado).

En la Argentina, la lista de economistas que en algún momento en las últimas cuatro décadas han propuesto la dolarización como solución al problema de la inflación incluye a Ricardo ArriazuJorge ÁvilaEnrique Blasco GarmaAlberto Benegas Lynch (h)Roberto CachanoskyNicolás Cachanosky, Iván CarrinoGerardo Della PaoleraAlejandro M. EstradaAgustín Etchebarne BullrichPablo GuidottiJavier MileiAgustín MonteverdePedro PouAdrián RavierAlfredo Romano y Gabriel Rubinstein, entre otros (aclaro que hoy no todos están a favor de una dolarización).

En algunos casos, la oposición de algunos economistas argentinos a la dolarización excede un análisis racional y pasa a un plano casi emocional. Con notables y loables excepciones, la chicana y la tergiversación priman sobre el análisis objetivo y racional.

En el plano teórico el debate sobre la dolarización se puede resumir como un trade-off entre los costos y beneficios de la credibilidad versus la flexibilidad de la política económica. Por el lado de los costos, la dolarización implica la pérdida de: 1) ingresos por señoreaje; 2) un banco central que pueda actuar de prestamista de último instancia, y, 3) la política cambiaria como amortiguadora de shocks externos. Los beneficios incluyen: 1) una tasa de inflación baja de manera permanente, 2) menores costos de transacción; 3) eliminación del riesgo de devaluación, que reduce las tasas de interés internas y el costo de capital de las empresas; 4) una prima de riesgo país potencialmente más baja, 5) un entorno más favorable para la inversión y el crecimiento gracias a la estabilidad de precios, 6) eliminación del descalce cambiario en el sector público y el sistema financiero, y 6) menor riesgo de refinanciación (roll-over) de la deuda pública

De manera simplificada, si los gobernantes de un país demuestran de manera consistente a lo largo del tiempo que con un régimen de política flexible y discrecional no logran generar credibilidad, y, por ende, tampoco estabilidad, entonces, para alcanzar este último objetivo no queda otro camino que la dolarización. La flexibilidad es un lujo que sólo se pueden dar los países creíbles. Es decir, aquellos que consistentemente han adoptado políticas sensatas. Teniendo en cuenta que: a) con estabilidad de precios el señoreaje a lo sumo puede representar 1-1,5% del PBI y hay manera de recuperarlo parcialmente, b) hace años que no tenemos ni un banco central independiente ni un verdadero prestamista de última instancia, c) la política cambiaria en vez de estabilizar la economía tiende a desestabilizarla, y d) el costo del endeudamiento del sector público a largo plazo es prohibitivo, una dolarización no parece una opción costosa. 

Hay quienes se oponen a la dolarización porque la asocian con la Convertibilidad, cuyo final traumático quedó grabado en la memoria colectiva de los argentinos. Se trata de regímenes parecidos pero esencialmente distintos. A Duhalde y Alfonsín les costó muy poco revertir la Convertibilidad, mientras que Rafael Correa, habiendo sufrido la crisis de 2008, un default soberano y un terremoto, nunca pudo revertir la dolarización porque el dólar era más popular que él. La inconsistencia de la política fiscal con un régimen de tipo de cambio fijo no explica por si sola el fin de la Convertibilidad. Fue una combinación de factores, en los que la política doméstica jugó un papel decisivo. Además, hay que recalcar que la Convertibilidad empezó en un momento en el que el dólar tocaba su punto más bajo en quince años mientras que hoy está en el punto más alto de los últimos cincuenta (y casi 40% por encima del valor que tenía en marzo de 1991).

Un análisis crítico de la historia argentina sugiere que apoyar un régimen flexible y discrecional requiere grandes dosis de optimismo (¿voluntarismo?). Básicamente, implica creer que esta vez será diferente.

¿Qué puede justificar semejante creencia?

  • La ilusión de qué, aunque la Argentina no es un “país normal”, puede fácil y rápidamente convertirse en un país normal. ¿Por qué no podemos tener el mismo régimen bi-monetario con el que Perú y Uruguay lograron doblegar la inflación? Descartar la respuesta obvia a esta pregunta denota una peligrosa ingenuidad. Estos países no están donde están, ni tienen la inflación que tienen por casualidad, sino porque, a lo largo de varias décadas, sus gobernantes tomaron decisiones que nuestro sistema político no estuvo, ni hoy demuestra estar, dispuesto a tomar. Si mi perro tuviera un manubrio y dos ruedas no sería mi perro, sino mi bicicleta.
  • La soberbia de algunos economistas que creen que si ellos estuvieran a cargo de la política económica podrían lograr lo que no han logrado otros economistas tanto o más calificados y/o experimentados que ellos en el pasado. La Argentina ha demostrado que se come crudos a los golden boys con PhDs de la Ivy League. Sin embargo, algunos académicos encerrados en la torre de marfil juegan con modelos matemáticos en los que las medidas que proponen siempre obtienen los resultados esperados. Como advirtió Ricardo Caballero hace algunos años, es peligroso para un economista dejarse hipnotizar por la lógica de los modelos y confundir la precisión con la que obtienen resultados en un mundo ideal con la que se puede esperar en el mundo real. Esta confusión es lo que Hayek denominó “la pretensión del conocimiento”, que termina resultando carísima a la sociedad.
  • La ilusión de qué bajo un régimen flexible y discrecional, futuros gobiernos emplearán las herramientas de política cambiaria, monetaria y fiscal de acuerdo a lo que prescriben los libros de texto a pesar de que nunca lo han hecho.
  • La ilusión de que lo único que se necesita para eliminar la inflación es un banco central independiente. Esta es probablemente una de las ideas más perniciosas que circulan en nuestro medio (en este artículo explico por qué). En lo que va del siglo, la independencia de jure del BCRA supera a la del Bank of England y, hasta 2011, también superó a la de la Reserva Federal, sin embargo, resulta obvio que, de facto, la poca independencia que tuvo bajo la Convertibilidad desapareció por completo. Por ley tenemos un banco central relativamente independiente, pero en la práctica es una dependencia del Ministerio de Economía con funcionarios mejor pagos. Esta divergencia es una clara señal de anomia institucional. 
  • La ilusión de que lo único que se necesita para eliminar la inflación es eliminar el déficit fiscal. Ya tuvimos la fallida experiencia del “Plan Picapiedras” bajo el gobierno de Mauricio Macri que se asentaba sobre dos pilares: emisión cero y déficit cero. Entre el primer semestre de 2018 y el primer semestre de 2019 el equilibrio primario pasó de un déficit a un superávit con una reducción del gasto de casi 13% en términos reales, mientras que la base monetaria pasó de crecer al 24% anual a crecer al 35% anual. Sin embargo, la tasa de inflación anual promedio saltó de 26% a 54% entre ambos semestres. En vez de asegurar la reelección de Macri este plan contribuyó a su derrota. Como explica Persio Arida, uno de los autores del Plan Real brasileño, “los planes de estabilización no suelen ir acompañados de un déficit cero. Por el contrario, el plan de estabilización es el que genera el apoyo político para estabilizar el déficit”. No sólo la experiencia de Brasil con el Plan Real sino también la de la Argentina bajo la Convertibilidad prueban la verdad de esta afirmación. Es increíble la facilidad con la que volvemos (¿vuelven?) a cometer los mismos errores.
  • La ilusión de que los gobiernos malos en la Argentina son cosa del pasado. El remedio que proponen algunos economistas para eliminar la inflación sólo funcionaría con “gobiernos buenos”. Pero nuestra historia sugiere que la probabilidad de que en el futuro volvamos a tener “gobiernos malos” es muy alta. Si dejamos en manos de estos gobiernos un banco central que pueda emitir pesos para financiar su corrupción, su nepotismo y su clientelismo, volveremos a tener una inflación descontrolada.
  • Una pereza intelectual y cierto esnobismo lleva a algunos colegas a ignorar la experiencia de otras economías dolarizadas como Ecuador, El Salvador y Panamá porque, supuestamente, no son comparables a la economía argentina, ya sea por su tamaño, grado de desarrollo y/o patrón de comercio internacional. Otros creen que ya saben todo sobre la dolarización cuando, en realidad, nunca dedicaron suficiente tiempo a estudiar el tema con profundidad.

A todo esto habría que agregar algo obvio que enturbia el debate: el propio interés profesional. La máxima aspiración profesional de algunos colegas es dirigir (u ocupar un cargo en) el BCRA, que bajo una dolarización debería dejar de existir. Otros, especialmente aquellos dedicados al análisis de coyuntura, son socios del statu quo. Naturalmente se oponen cualquier cambio que pueda hacer peligrar su posición. Los bancos argentinos, que básicamente lucran a costa del BCRA, también se perjudicarían en el muy corto plazo si se avanzara con una dolarización, por lo cual es esperable que sus asesores también se opongan.

Sin embargo, sólo una mirada miope puede llevar a un banquero competente y serio a creer que una dolarización sería perjudicial para sus intereses. Ecuador tiene un PBI equivalente a 20% del de la Argentina, sin embargo, su banco privado más grande, el Banco Pichincha, tiene un balance y una rentabilidad superior a las del Banco de Galicia o el Banco Macro. Resulta obvio que, si el objetivo de un banquero es intermediar de manera eficiente el ahorro y la inversión de la sociedad, la dolarización sería beneficiosa para su rentabilidad a mediano y largo plazo. También sería beneficiosa para la mayoría de los argentinos, ya que por primera vez en su vida podrían acceder al crédito hipotecario a largo plazo a tasas de interés razonables. Hoy en Ecuador se consiguen préstamos para comprar una vivienda con hasta 20 años de plazo al 9% anual en bancos privados y a 25 años de plazo en los bancos públicos.

De ninguna manera pongo a toda la profesión en la misma bolsa pero sí a los 200 colegas que firmaron una solicitada en contra de la dolarización y que nunca en su vida se les ocurrió firmar una solicitada en contra de la inflación descontrolada, el impuesto más regresivo que existe.

No hay que cancelar el debate sino promoverlo. Es la mejor manera de acercarnos a la verdad. Nosotros nunca hemos reuído el debate y lo hemos aceptado en varias ocasiones con economistas serios y profesionales (ver por ejemplo aquíaquí y aquí). Nadie nace dolarizador. Algunos nos convencemos estudiando la historia argentina y estudiando lo que ha ocurrido en otros países. Quizás algunos consideren que nuestra postura es demasiado pesimista. Yo la considero realista, pero obviamente es una cuestión subjetiva.

En cierto sentido, se puede decir con respecto a la dolarización lo mismo que decía Cavallo con respecto a la Convertibilidad: “el escepticismo de los economistas profesionales argentinos, con algunas excepciones como Ricardo Arriazu, Alejandro Estrada y Adolfo Sturzenegger, en el momento de lanzarse el plan, reflejaba a su vez el pensamiento más frecuente de los especialistas en macroeconomía de las principales universidades del mundo”. 

Hay una diferencia importante. En 1991 el régimen de convertibilidad era desconocido en el mundo. Sólo había sido aplicado en Hong Kong y pocos economistas comprendían como funcionaba. Desde entonces, la dolarización no sólo ha sido estudiada con gran detenimiento sino también implementada en varios países. Y como señalé algunos párrafos más arriba una lista de economistas notables la consideran la herramienta más adecuada para países con alta inflación endémica. No hay excusas.

Me sorprende que Cavallo se siga oponiendo a la dolarización, y, a pesar de la experiencia de los últimos 25 años, siga abrigando esperanzas de que el peso pueda ser una moneda fuerte y estable. Esto solo ocurrió cuando fue plenamente convertible y estuvo respaldado por el oro o el dólar con la Convertibilidad (que terminó muy mal). Durante el resto de la larga historia del papel moneda en nuestro país, que se remonta a 1822, el peso fue una moneda basura, impuesta compulsivamente por el curso forzoso y abusada recurrentemente por el poder político, democrático o autocrático, para financiar su estrafalaria afición al gasto.

En una democracia anómica como la argentina, el único mecanismo de compromiso efectivo para reducir la inconsistencia temporal de la política económica es el voto de una mayoría, no lo que establezca la Constitución o una ley del Congreso siempre reversible. La dolarización es un mecanismo de compromiso efectivo porque una vez que los votantes cobran sus salarios en dólares se resisten a que se los vuelvan a pagar en una moneda depreciada. Basta ver lo que ocurrió en Ecuador bajo la presidencia de Rafael Correa.

Este artículo fue publicado originalmente en el Substack Dolarización en Argentina (Argentina) el 12 de marzo de 2024.

Emilio Ocampo

Emilio Ocampo es profesor de Finanzas e Historia Económica en UCEMA (Buenos Aires), donde también dirige el Centro de Estudios de Historia Económica.

quarta-feira, 11 de outubro de 2023

Uma nova ópera dos três vinténs na Argentina - Paulo Roberto de Almeida

 Um libreto porteño, sem qualidades

Paulo Roberto de Almeida

“Argentinos aceleram compra de dólares; para Milei, peso não vale nem um “excremento”.”

A Argentina se prepara atabalhoadamente para um salto no escruro. Quem tem dólares é a classe média, que ainda sobrevive. A imensa maioria da população não os tem, e vai ficar muito mais pobre com um governo Milei, que seria o caos completo. 

Para o Brasil seria o fim do Mercosul e da possibilidade de qualquer liderança na América do Sul, menos ainda no diáfano Sul Global. Um fracasso partilhado com muitos outros vizinhos.

Para os argentinos, seria o labirinto do Minotauro sem qualquer fio de Ariadne. 

Já se pode chorar antecipadamente pela Argentina, mas isso não vale nem um ópera de três vinténs. 

Brasília, 11/10/2023

quarta-feira, 30 de outubro de 2019

Argentina: a um passo da dolarização? - Mac Margolis (Bloomberg)

Economics

Could Dollarization Be Argentina’s Salvation?

After eight defaults, it needs a currency that it can’t print, game or otherwise defile.
In dollars they trust.
In dollars they trust. Photographer: Marcos Brindicci/Getty Images South America
Peronist leader Alberto Fernandez and his deputy, former president Cristina Fernandez de Kirchner, won a commanding victory over center-right incumbent Mauricio Macri in Sunday’s poll. But for a nation that has defaulted eight times on its debt and spent a third of the last seven decades in recession, the path forward is unclear.
Voters clearly said no to another mandate for Macri, who promised foundational reforms through managerial nous, and delivered sacrifice and half-measures instead. Nor will Argentinians or the financial markets, upon whose good graces this nation of 45 million depends, abide a return to the interventionism that marred Fernandez de Kirchner’s 2007-2015 government – one reason perhaps that she took second chair to her more conciliatory namesake. (They are unrelated.)
If there is any consensus, it’s that more of the same will not do. But here is where the conversation could get interesting. To a growing number of respected economists, the only path to a fresh start for Argentina involves embracing the U.S. dollar.
The details of dollarization are vexing: Who will be the lender of last resort? How to manage the vagaries of trade and the business cycle when you can’t set interest rates or calibrate the exchange rate? Yet the argument for the greenback is straightforward.  When a nation has lost its grip, its currency tumbles, credit risk spikes and bonds fall. If conventional monetary and fiscal policy fails to stabilize the economy, the crisis returns again and again. Better to ditch the iffy peso for the greenback, that reliable Latin American mattress-stuffer, which native authorities cannot print, game or otherwise defile.
Yes, dollarization is the monetary nuclear option. That may be why by 2002 only some 35 countries worldwide, most of them small, had officially given up their own currencies for the dollar. Ecuador is the largest of the three Latin American dollarizers (alongside El Salvador and Panama) and its gross domestic product is just one-fifth that of Argentina.
The reasons for reticence are understandable. Latin Americans still regard the national currency as a badge of sovereignty and independence. Giving up one’s coin is seen as bending the knee to a foreign power. So much the worse if that overlord is the United States. Increasingly, however, Argentinians seem willing to shed that inhibition. Even with its own currency, Argentina has been in and out of economic emergency for decades. Johns Hopkins University professor of applied economics Steve Hanke recently tallied 12 separate crises leading to the collapse of the Argentine peso since 1876. Tellingly, most of them dated since 1935, the year the Central Bank of the Republic of Argentina was founded.
Serial bouts of hyperinflation, overspending and foreign indebtedness have taken their toll. Each crisis has caused the peso (one of this year’s worst-performingcurrencies) to collapse, destroyed trust in policymakers (who’ve now returned the favor by tightening capital controls), and made the country a perennial pariah in the credit markets (Argentine bonds slumped again on Monday). Tellingly, lenders took heart in the narrower-than-expected Peronist victory, a sign perhaps that Argentinians want stability, not adventure.
Dollarization has its discontents. Not everyone agrees that the best way to restore economic integrity and trustworthiness is to take away policy command and control. Argentinians experimented with dollarization in the 1990s through a policy called convertibility: Each peso was legally backed by a dollar in reserves at a fixed one-to-one exchange. It worked for a while, but there was leakage. Provinces found loopholes to federally mandated austerity, fiscal profligacy continued and even with the dollar anchor, the central bank kept tinkering, therefore undermining convertibility and setting up the country for its seventh debt default since 1827.
Populist temptations can also wreak economic havoc, even under the dollar straitjacket.  Look no further than Ecuador. Squeezed by rising U.S. interest rates, spendthrift former President Rafael Correa found a workaround to the dollar by raiding hard currency reserves and leaning on the Central Bank to jack up government lending for wages and social programs. The result was a fiscal sinkhole that entrapped Correa’s successor Lenin Moreno in penury ever since and nearly unseated him last month when his austerity measures provoked a backlash.
And yet at some point, governments exhaust their quota of mistakes. Alberto Ramos of Goldman Sachs is no fan of dollarization, but he allows that dire circumstances call for extreme measures. “If you continue to go from crisis to crisis, you have to let go and dollarize,” he told me. By now, Argentina may well have erased the ifs.
Discarding dollarization because it ties a nation’s hands and deprives a government of instruments to manage exchange rates and business cycles sounds sensible, but ultimately rests on a conceit that ignores events on the ground in Argentina. Economist Nicolas Cachanosky, of the Metropolitan State University of Denver, calls this the nirvana fallacy.  “Argentine economists tend to confuse the possible with the probable. They imagine a well-functioning central bank that carefully considers and implements policy. But experience suggests something far less desirable will result,” Cachanosky recently wrote.
What’s not in dispute is that Argentina long ago breached the threshold of economic normalcy. “Argentina lacks credit in the broadest sense; it is a zero-trust country,” writes Johns Hopkins University economist Jorge C. Avila, who along with Cachanosky is one of the few Argentine enthusiasts of dollarization.
In a study earlier this year Avila argued that dollarizing could work as long as Argentina opens its air-gapped economy (exports and imports amount to only about 30% of gross domestic product). “Dollarizing with financial integration and free-trade agreements with superpowers will bring a degree of monetary and financial stability not seen by this country in a century,” he wrote.
That may sound overly optimistic. Indeed, going all the way and scuttling a national currency is a dire recourse, and likely unthinkable for the new Peronist management, whose standard bearers spent much of the campaign blaming Macri for turning Argentina into a vassal of the International Monetary Fund. “Dollarization is a one-way street, you don’t go back,” said Monica de Bolle, a senior fellow at the Peterson Institute for International Economics.
As it happens, de Bolle added, Argentinians are way ahead of their political establishment. Each crisis has led them to dump pesos for the greenback, the only medium of exchange that counts for real estateand other big-ticket transactions. Argentinians have squirreled away up to $150 billion in cash and hold an estimated $500 billion in assets abroad. “Argentinians think in dollars, plan in dollars, dream in dollars and have nightmares in dollars,” said Ramos.
What the Peronists need to say is, if Argentina doesn’t dollarize, then what? The options are all but spent.
    This column does not necessarily reflect the opinion of the editorial board or Bloomberg LP and its owners.
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    Mac Margolis at mmargolis14@bloomberg.net
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    James Gibney at jgibney5@bloomberg.net
    Mac Margolis is a Bloomberg Opinion columnist covering Latin and South America. He was a reporter for Newsweek and is the author of “The Last New World: The Conquest of the Amazon Frontier.”

    segunda-feira, 23 de setembro de 2013

    A dolarizacao desesperada da populacao venezuelana - El Pais

    La caza del dólar en Venezuela
    Mientras el desabastecimiento y el malestar entre los venezolanos por la recurrente falta de alimentos básicos se acrecienta, el Gobierno de Nicolás Maduro intenta aliviar las causas que originaron esta situación, derivadas del sistema de controles a la economía impuesto por su antecesor Hugo Chávez hace una década. Pero el Gobierno se enfrenta a un problema. No tiene dólares oficiales para satisfacer la demanda de productores y comerciantes.
    Esta semana el alza del dólar en el mercado negro, con la que se reponen muchos de los bienes no esenciales que se consumen en el país, multiplica por siete el valor referencial de la tasa oficial, de 6,30 bolívares por dólar. Cada día que pasa el salario se deteriora, se acentúa la escasez —que entre enero y agosto exhibe un promedio de 19.9% según las cifras del Banco Central de Venezuela— y aumenta la inflación, la más alta de América Latina, que entre enero y agosto de 2013 trepó al 45% interanual, triplicando el registro del mismo período de 2012.
    Se espera que en los próximos días se anuncie un nuevo mecanismo para aliviar la presión sobre la cotización de la moneda estadounidense en el mercado negro, que en el último mes subió un 20%. El Gobierno, sin embargo, esta vez tiene un menor margen para maniobrar. Venezuela, que prácticamente sólo exporta petróleo (representa el 96,23% de sus ingresos al término del segundo semestre del año), depende mucho del oxígeno de una mermada Petróleos de Venezuela (PdVsa) para abastecer ese mercado cambiario.
    Cálculos de la firma Ecoanalítica indican que PdVsa solo dispone de 1,7 millones de barriles diarios de petróleo para generar caja. Si eso se compara con la cantidad disponible para vender en 2012 (2,15 millones) se constata una reducción de 400.000 barriles diarios de crudo que no podrá colocar. El Gobierno de Nicolás Maduro dejará de cobrar unos 14.600 millones de dólares. Además de lo que consume el mercado interno, PdVsa entrega 250.000 barriles diarios a China para honrar el pago de préstamos y otros 200.000 a los países que forman parte de PetroCaribe a cambio de alimentos, ropa, cemento y profesores de inglés. Otra empresa local, Econométrica, es aún más pesimista en sus proyecciones. Su director, Ángel García Banchs, estima que la estatal petrolera sólo tiene para vender 1,4 millones de barriles, de los cuales habría que deducir unos 200.000 que corresponden al intercambio de crudo venezolano por médicos y entrenadores deportivos cubanos firmados en 2000 por Hugo Chávez y Fidel Castro.
    En uno u otro caso está claro que la razón del desabastecimiento son los compromisos asumidos por la política internacional del chavismo y la incapacidad de incrementar la producción petrolera al mismo ritmo que la demanda. Venezuela produce unos 2,9 millones de barriles diarios, pero cada día hay menos petrodólares que vender. Para compensar la falta de flujo de caja el Gobierno ha diseñado un plan. Maduro iniciará el sábado una gira de doce días a China en aras “de reforzar la multipolaridad o la política internacional de respeto y cooperación con los países que se oponen al intervencionismo de Estados Unidos”, según el presidente de la Comisión de Política Exterior de la Asamblea Nacional, Yul Yabour, que el martes aprobó el permiso para que se ausentara. El propósito no es tan nebuloso como parece: Caracas espera que en ese viaje se amplíe la ayuda financiera que ya recibe de Pekín. En su cuenta de Twitter el ministro de Energía y Petróleo, Rafael Ramírez, ya anunció un nuevo préstamo de 5.000 millones de dólares a través del Fondo Chino-Venezolano.
    Aunque ese dinero no podrá ser ofertado directamente al mercado cambiario en ciernes, sí alivia la presión del Gobierno. En años pasados el Sitme, el mecanismo alternativo diseñado para otorgar los dólares que no entregaba la Comisión de Administración de Divisas (Cadivi), liquidaba unos 40 millones de dólares diarios, pero el Gobierno decidió eliminarlo en febrero debido a que descubrió importaciones ficticias. El ministro de Planificación, Jorge Giordani, reveló entonces que se habían defraudado al Estado unos 5.000 millones de dólares. “El sector privado sólo exporta 3.000 millones de dólares, pero demanda 30.000. ¿Qué clase de burguesía es esa? Son parásitos”.
    En realidad todo el mundo en Venezuela entiende que la única manera de proteger el patrimonio y generar rápida riqueza es hacerse de dólares subsidiados para luego revenderlos en el mercado negro. Un oscuro objeto de deseo no siempre disponible. Ese es un dolor de cabeza que el Gobierno no ha logrado aliviar con ninguna estrategia. Ningún negocio puede dar una rentabilidad mayor y el Estado tampoco logra el objetivo de lograr que se mantengan en el país las reservas internacionales. Valga un dato para ilustrarlo. El economista García Banchs dice que Venezuela sólo tiene 800 millones de dólares en sus reservas líquidas que equivalen según sus cálculos a cuatro días de importaciones. Cuando Carlos Andrés Pérez asumió la presidencia de Venezuela el 2 de febrero de 1989 tenía 300 millones de dólares en las arcas. Tres semanas después de aplicar un duro ajuste macroenonómico se produjo el estallido social conocido como el Caracazo.
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