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sexta-feira, 14 de março de 2014

Venezuela e o pensamento troglodita - Jorge Castaneda (El Pais)

Castañeda afirma que Maduro (que já está apodrecendo...; desculpem a troça) não é Allende, e certamente que não é, ainda que os dois partilhem (o segundo já era) das mesmas crenças nas virtudes supostamente redentoras (mas inevitavelmente liberticidas) do socialismo, que em toda a sua história só produziu desastres.
Acredito, por meu lado, que ele não é como o ex-presidente ucraniano, que medroso, refugiou-se em território russo, quando viu que já não podia mais continuar matando, pois o exército e as forças policiais já não queriam mais se prestar ao serviço terrível de carniceiros do seu próprio povo.
Maduro está mais para Assad, o carniceiro dos sírios, um homem que prefere destruir o país, em lugar de permitir eleições livres (ainda que a oposição síria também seja um amontoado de tendências, algumas totalmente sectárias e fundamentalistas, talvez até piores do que Assad, que é um ditador laico).
Como Maduro tem um exército chavista, que também se locupleta nos negócios, e como tem os mercenários fanáticos do chavismo fascista, ele vai continuar matando, com know cubano, enquanto puder.
Não haverá, pelo menos não se vislumbra até o momento, divisão do Exército (pois já saiu quem tinha de sair) ou recuo dos mercenários assassinos. Eles continuarão matando.
Por isso parece importante a pressão dos países vizinhos, diplomaticamente ou por outros canais, mas tampouco isso parece assegurado. Os regimes companheiros que cercam a Venezuela, com a possível exceção da Colômbia (mas esta parece não querer assumir responsabilidades sozinha), são todos coniventes com um regime truculento e troglodita como o de Maduro e seus mestres cubanos.
Até parece que os demais países também são dominados pelos cubanos. Vai ver é isso...
Paulo Roberto de Almeida  


TRIBUNA

Venezuela y el pensamiento troglodita

Ni Maduro es Allende ni Leopoldo López es un golpista como Augusto Pinochet

Hace unos días tomó por segunda vez posesión de la presidencia de Chile Michelle Bachelet, exiliada, hija de militar ultimado por los militares y receptora de la banda presidencial de parte de Isabel Allende, senadora socialista e hija del presidente chileno que se quitó la vida el 11 de septiembre de 1973. Asistieron a la ceremonia un buen número de jefes de Estado de América Latina, perseverando en una costumbre anacrónica medio absurda de celebrar cada traspaso del mando presidencial como si fuera un acontecimiento excepcional, cuando de hecho se trata de la normalidad que siempre hemos anhelado en América Latina. Aunque Nicolás Maduro no asistió, su sombra y la de su predecesor estuvieron presentes, y es ahora objeto de una de las analogías más descabelladas de la historia reciente de una región a la que no le faltan cuentos fantasmagóricos.
En efecto, entre las muchas estupideces que un sector de la izquierda latinoamericana ha manifestado a propósito de la situación actual y pasada en la región figura una triple analogía falsa y aberrante. En este pensamiento troglodita, Venezuela hoy es Chile en 1973, en año de golpe contra la Unidad Popular; Nicolás Maduro es Salvador Allende; Barack Obama y John Kerry son Richard Nixon y Henry Kissinger. Hay que ser muy ignorantes para afirmar o creer semejantes barbaridades.
En primer lugar, si bien tanto Allende como Maduro fueron elegidos, el primero lo fue sin el menor cuestionamiento por parte de los candidatos derrotados, al grado que por no haber obtenido el 50% del voto, Allende resultó electo por el Congreso chileno, gracias a los sufragios de la Democracia Cristiana. No es que el margen de victoria de Maduro haya sido menor o mayor que el de Allende; lo importante es que la otra mitad de la sociedad venezolana, y su candidato a la presidencia, cuestionaron a tal grado la elección que desconocieron a Maduro como supuesto ganador. Han producido, asimismo, una enorme cantidad de pruebas de fraude electoral que, si bien no son contundentes, son altamente sugerentes.
Hugo Chávez recurrió también a prácticas autoritarias desde el poder
Pero, sobre todo, Maduro no es Allende porque el Chicho, aunque pudo haber gobernado mal, gobernó de manera democrática. No cerró medios masivos de comunicación; no reprimió a estudiantes; no encarceló a los líderes de la oposición Demócrata Cristiana o del Partido Nacional, ni siquiera a los de la ultraderecha; no cambió la Constitución chilena, ni la Suprema Corte, ni buscó rehacer a su imagen y semejanza a todas las instituciones chilenas. Mientras que en el caso de Maduro, aun si se acepta que su elección haya sido democrática, difícilmente se puede considerar así su gestión, como tampoco lo fue la de Chávez, hoy recordado al año de su muerte como una especie de prócer, no solo de la patria sino de la América Latina entera, pero que recurrió a las mismas prácticas autoritarias desde el poder. Entre ambos —Chávez y Maduro— han expropiado, comprado, clausurado y censurado medios de comunicación, detenido a dirigentes de la oposición, manipulado a las instituciones para restarle fuerza a los alcaldes de oposición, intervenido en sindicatos para cambiar liderazgos, gastado dinero en prácticas clientelares descaradas y, en general, han incurrido en conductas gubernamentales todo menos democráticas. Solo la ceguera ideológica y la ignorancia histórica pueden comparar a un demócrata martirizado con un demagogo desenfrenado.
Otra diferencia radical reside en las características de la oposición en ambos casos. En Chile, los camioneros, el grupo Patria y Libertad, buena parte de la Democracia Cristiana, el Partido Nacional y, por supuesto, las Fuerzas Armadas eran efectivamente fascistas y tan golpistas... Que dieron un golpe de Estado. Algunos podrán decir que eso mismo sucedió en Venezuela hace 12 años. Pero justamente: hace 12 años. Difícilmente alguien puede equiparar a Leopoldo López o a Henrique Capriles o a María Corina Machado con Augusto Pinochet o los dirigentes de Patria y Libertad, o muchos otros políticos efectivamente fascistas de aquella época en Chile. Uno puede discrepar o avalar la táctica y la estrategia de unos dirigentes opositores u otros en Venezuela. Pero sus credenciales democráticas al día de hoy permanecen intactas. El que está en la cárcel es Leopoldo López; no Nicolás Maduro.
El país necesita una defensa colectiva de la democracia representativa
La última vertiente de la analogía aberrante absurda es la de Estados Unidos. Nixon y Kissinger empezaron a conspirar contra el Gobierno de Allende antes de que fuera Gobierno: desde el asesinato del general René Schneider en la primavera austral de 1970. Quizás Bush y Powell lo hicieron también en 2002 en Venezuela; pero hace seis años que Bush ya no es presidente de Estados Unidos y no hay absolutamente ningún indicio de que Barack Obama haya tenido o tenga la menor intención de conspirar para derrocar al pobre Maduro. A menos de que en la estulticia extrema de un sector de la izquierda latinoamericana, opinar sobre lo que sucede en Venezuela equivale a intervenir en lo que sucede en Venezuela. En eso la izquierda de la región dentro y fuera del Gobierno se identifica con el viejo nacionalismo revolucionario mexicano, con el peronismo o con la rancia rétorica juridicista de la región, pensando que decir algo es intervenir y, como no se quiere intervenir, mejor no se dice nada. Solo en ese tipo de cabezas cabe la idea de que la comunidad iberoamericana o internacional no debe pronunciarse sobre lo que sucede en Venezuela o en Ucrania, o en Cuba, o en Siria, aunque supongo que sí en Chile cuando Pinochet, en Sudáfrica bajo elapartheid, en Argentina bajo Videla, en México bajo… el PRI (de antes, por supuesto).
Claro, esta aberración se explicaba —que no se justificaba— antes por otra diferencia fundamental entre Allende y Maduro: el entorno mundial de la guerra fría. Esta última ya no existe, porque desapareció el bloque socialista, y por tanto en ninguna cabeza cabe que el chavismo en cualquiera de sus encarnaciones represente una amenaza para nadie —salvo para el pueblo venezolano—. Estados Unidos se limita —no es poco, ni aceptable— a recurrir a la fuerza abierta o encubierta solo para defender intereses geopolíticos directos, no preferencias ideológicas. Allende, al final, fue una victima más de la guerra fría; Maduro es una tragicómica reminiscencia.
Nadie sabe cómo va a terminar lo de Venezuela, salvo que que va a terminar mal. Habría cómo evitarlo: gracias a una actuación colectiva, regional, defensora de la democracia representativa, en un país que suscribió la Carta Democrática Interamericana de 2001 y el Pacto de San José de los años sesenta. Como por su propias razones, ningún país de América Latina se propone hacerlo, o bien esa desdichada nación seguirá a la deriva o bien otros empezarán a actuar, por sus propias razones. No conspirando, ni subvirtiendo, ni asesinando, sino simplemente cancelando visas y congelando cuentas. Que para las élites venezolanas —viejas oligarquías o nuevas boliburguesías— es abominable y el peor de los mundos posibles: no poder ir a Miami de compras por el día.
Jorge G. Castañeda es analista político y miembro de la Academia de las Ciencias y las Artes de Estados Unidos.

domingo, 4 de março de 2012

Brasil e Mexico: irmaos inimigos? - Jorge Castaneda

Um artigo um pouco ranzinza do ex-ministro Jorge Castañeda contra o Brasil.
Compreende-se que ele não goste de propaganda mentirosa, muito comum entre os companheiros, mas esse tipo de artigo comparativo, para realçar o que eles, mexicanos, fizeram ou estão fazendo de bom, e o que nós, brasileiros, estamos deixando de fazer -- o que também é verdade -- não serve muito para enterrar essas comparações tão inúteis quanto indesejáveis.
Cada país deve fazer o melhor possível em suas missões históricas: crescer, reduzir desigualdades, se abrir ao mundo e educar o povo. Quem está fazendo melhor? Fulano, sicrano? OK, vamos ver o que se pode fazer de correto, e descartar o que não funciona.
Mas para isso é preciso que as elites sejam cultas, espertas, tenham bom-senso e sentido de realidade.
Nesse tipo de competição, creio que ambos os países perdem feio, para si mesmos, e para outros...
Paulo Roberto de Almeida 

El País, 2/03/2012

La economía mexicana creció más, pero los brasileños han realizado una magnífica labor de autoelogio y promoción mundial

Brasil está de moda en el mundo; México no. Brasil es, a los ojos de los mercados, los analistas, los académicos y los medios, una historia de éxito; México, de un fracaso. El país sudamericano aguarda la Copa del Mundo de fútbol en 2014, las Olimpíadas de 2016, y el petróleo del llamado presal, todo ello en el contexto del doble milagro de crecer y reducir la pobreza. Hasta la secular y aguda desigualdad brasileña disminuye.
México es visto como todo lo contrario. Un país estancado económicamente, preso de la violencia, de la inseguridad y de las violaciones a los derechos humanos, paralizado en materia política y cada vez más cercano a Estados Unidos, a pesar de sus ocasionales pataletas “anti-yanquis”. Huelga decir que a los mexicanos les irrita sobremanera este contraste, y que a los brasileños les encanta: en los años noventa la narrativa era exactamente la contraria, y provocaba la ira de Brasil y la arrogancia mexicana.
A los empresarios mexicanos y a algunos miembros de la comentocraciala comparación genera fastidio y un dejo de envidia; a un sector de la izquierda política e intelectual del país, los logros brasileños sirven para golpear al gobierno con cierta eficacia: lo que sí ha podido hacer un gobierno de izquierda en un país con retos tan grandes como los de México; ya urge tener un gobierno así. En Brasil, el cotejo tan favorable con México le resulta funcional a sus ambiciones regionales e internacionales: qué mejor justificación y sustentabilidad del liderazgo brasileño que el ocaso de su único rival latinoamericano, tanto por historial fallido como por su alejamiento de América Latina.

Claro que si en México y en Brasil la comparación tiende a ser favorable al gigante sudamericano, en el extranjero se amplifica. Por lo menos en Estados Unidos y en Europa, Brasil es un cuento de hadas, y México, de terror. Ahora bien, en realidad, los números no cuadran: simplemente no avalan este conjunto de apreciaciones. Muchos se sorprenderán al saber que el año pasado la economía mexicana creció casi 33% más que la brasileña: México se expandió aproximadamente 4%, Brasil ligeramente menos de 3%. Para el 2012, la expectativa de un crecimiento de alrededor de 3.5% es parecida para ambas economías, pero si Estados Unidos mantiene su recuperación y China y Europa siguen enfriándose, puede suceder lo mismo. No es imposible que en 2012, por segundo año consecutivo, México crezca más que Brasil.
No es que a México le vaya bien. El país no puede superar sus enormes desafíos sin crecer sostenidamente a menos del 5% anual; no se encuentra ni remotamente cerca de dichas metas. Pero estos datos sirven para mostrar que el famoso milagro brasileño empieza a perder brillo. En parte por un entorno internacional cada día más halagüeño para México que para Brasil; en parte por la necesidad que sintió el gobierno de Dilma Rousseff de reducir el gasto excesivo del expresidente Lula en año electoral; y en parte por una inflación de casi el doble de la mexicana (3.82% vs. 6.56%). Brasil hoy presenta expectativas más modestas de lo que el mundo piensa.
Es cierto que la clase media brasileña ha crecido y que hoy representa una proporción mayor que en México. Y es cierto también que la reducción de la pobreza en Brasil desde 2000 ha sido ligeramente mayor que en México. Habrá que ver si con los mejores números económicos mexicanos de estos años se revierte esta tendencia. Pero conviene recordar y subrayar que tanto en PIB per cápita, como en desarrollo humano, pobreza y desigualdad, México supera a Brasil por un margen estrecho, aunque no insignificante. En el Informe de Desarrollo Humano-2011 del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, México ocupa el lugar 57 y Brasil el 84; México contaba en el 2011 con un PIB per cápita de 13.000 dólares y Brasil 10.000 dólares (en dólares PPP); el coeficiente Gini de México es menos malo, por no decir mejor, que el de Brasil.

Estos datos pueden ser sorprendentes, pero son explicables. Los dos últimos gobiernos brasileños y el actual han realizado una magnífica labor de autoelogio y promoción mundial. Los dos gobiernos mexicanos anteriores (Fox y Zedillo) desarrollaron faenas medianamente exitosas para vender sus logros en el mundo y dentro de México, pero el actual (Calderón) ha desarrollado un esfuerzo perseverante para pintar el panorama más negro posible ante el mundo y en México. Su insistencia en centrar todo en la guerra contra el crimen organizado, y los resultados de la misma (más de 50.000 muertos en cinco años, según el propio gobierno), han generado una percepción de debacle en el país azteca que no corresponde a la realidad económica y social del mismo.
Incluso la evolución de los distintos estamentos de la economía mundial tiende ahora a favorecer a México. Este último exporta principalmente manufacturas (casi tres cuartas partes de sus ventas totales en el extranjero), ante todo (80%) a Estados Unidos. La clara mejora económica norteamericana, si se consolida, le garantiza a México un mercado en expansión para sus exportaciones, que a su vez, por tratarse de productos elaborados, generan empleos (ciertamente en cantidades insuficientes). Brasil, en cambio, exporta commodities de manera creciente (más de la mitad de sus ventas foráneas), y China se ha convertido en su principal comprador, junto con la India, Europa y Japón. Todos estos países pasan por momentos difíciles en su coyuntura económica (en términos relativos, obviamente: el enfriamiento chino es objeto de envidia por toda la Unión Europea), y por tanto los precios de varias exportaciones brasileñas comienzan a caer. La soja, el hierro, el café, la carne de cerdo y el azúcar, junto con otras materias primas o alimentos, han visto descender sus precios, y en consecuencia los ingresos de Brasil. Si ambas tendencias se mantienen —recuperación estadounidense, letargo de los demás— la diversificación y “re-primarización” brasileña habrá resultado menos prometedora que la integración mexicana a América del Norte.
Cuando termine la guerra del narco en México (con el nuevo presidente en diciembre del 2012) y llegue el Mundial de Brasil en el 2014, haciendo que afloren todas las insuficiencias de infraestructura, comunicaciones, turismo e incluso de seguridad que padece Brasil, se podrá percibir la realidad con mayor nitidez. A lo largo de los últimos 80 años, los dos países han hecho las cosas más o menos igual de bien o de mal, tanto en lo político como en lo económico y social (a pesar de la nostalgia por la era priista en México, y de la actual prepotencia brasileña). Sus dos historias son de relativo éxito, y de decepciones recurrentes. Pero ninguno ha rebasado al otro de manera permanente. Salvo en dos cosas, en las que los brasileños son infinitamente mejores que nosotros los mexicanos: el fútbol y contar historias de éxito.

Jorge G. Castañeda es analista político y miembro de la Academia de las Ciencias y las Artes de Estados Unidos. Su más reciente libro es Mañana o pasado. El misterio de los mexicanos.

Addendum, enviado por uma leitora como comentário, aqui elevado à condição de parte integrante do post: 

Juliana deixou um novo comentário sobre a sua postagem "Brasil e Mexico: irmaos inimigos? - Jorge Castaned...": 

Tenho aulas com ele e no primeiro dia de aula e já deixou clara sua antipatia e desconfiança em relação ao Brasil, sempre exaltando o México. Ele é um bom profissional, porém, como muitos outros, acredita que só seu ponto de vista está certo e tende a fechar os olhos pras circunstâncias que levaram Brasil e México estar onde estão hoje em termos de desenvolvimento. Ambas economias têm seus êxitos e suas deficiências, e muito disso em conta do contexto geopolítico em que estão inseridas.
Mas quando discursa eloquentemente acerca das maravilhas do MÉxico em sala, ele parece se esquecer disso.

sexta-feira, 30 de setembro de 2011

Palestina - Los BRICS y América Latina se equivocan: Jorge Castaneda

Los BRICS y América Latina se equivocan
Jorge Castaneda
InfoLatam, 29/09/2011


En la votación celebrada en las Naciones Unidas hace 64 años sobre lo que se conoció como la partición, a raíz de la cual se creó el Estado de Israel, y posteriormente se le otorgó la condición de miembro de pleno derecho, varios países latinoamericanos –Brasil, El Salvador, Argentina, Colombia, Chile y Honduras- se abstuvieron o, en el caso de Cuba, votaron en contra de las resoluciones pertinentes. En el tema de la partición México se abstuvo, pero votó a favor de admitir a Israel en las Naciones Unidas unos meses después, y más tarde reconoció al Estado judío, pues comprendió que no tomar ninguna postura en el embrollo de Medio Oriente servía más a su interés nacional.
En las siguientes semanas la mayoría de los países latinoamericanos votarán a favor de alguna forma de membresía en las Naciones Unidas o reconocimiento como Estado que la Autoridad Palestina está solicitando. Sin embargo, algunos países no lo harán. No es un asunto sencillo para Brasil y Colombia, los dos países latinoamericanos que son miembros no permanentes del Consejo de Seguridad, ni para Cuba, Nicaragua, Venezuela, Costa Rica, Argentina, Bolivia, Chile, Ecuador, Perú, Uruguay y Honduras, que ya reconocieron a Palestina, pero aún no han votado para darle la condición de “observador” en las Naciones Unidas.
Para ser miembro de pleno derecho de las Naciones Unidas, el Consejo de Seguridad debe hacer una recomendación a la Asamblea General; pero igualar la categoría de la Autoridad Nacional Palestina a la del Vaticano –que en teoría le permitiría participar en muchos organismos de las Naciones Unidas, incluida la Corte Penal Internacional – requiere solamente dos tercios de los votos de la Asamblea General. En cualquier caso, las consecuencias políticas relegan a segundo plano los asuntos legales o burocráticos. Obligar a los Estados Unidos a usar su veto en el Consejo de Seguridad u obtener el apoyo de más de 150 de los 193 Estados miembros de las Naciones Unidas en la Asamblea General sería una gran derrota para Israel y los Estados Unidos, por lo que el voto latinoamericano es importante.

Brasil ha señalado que tiene la intención de votar en el Consejo de Seguridad a favor de recomendar la admisión de Palestina a la Asamblea General; Colombia ha dicho que planea abstenerse. La mayoría de los otros países latinoamericanos votarán probablemente a favor de alguna forma de estatus ampliado de la Autoridad Nacional Palestina.
La comunidad judía de los Estados Unidos, y en menor medida la administración del Presidente Barack Obama, han intentado convencer a Chile y a México, que aún no han dado a conocer su postura, que de nada serviría aislar a Israel (o, para ese caso, a los Estados Unidos) en este asunto. En efecto, el que la Autoridad Nacional Palestina fuera un Estado de pleno derecho no cambiaría nada en la práctica si Israel y los Estados Unidos no lo aceptan –y México y Chile podrían perder mucho al distanciarse de un aliado en un asunto de gran importancia para él.
En resumen, como hace más de medio siglo, la región no se ha expresado con una sola voz en estos asuntos cruciales. Ahora como entonces, la mayoría de los países de América Latina no han tomado una posición de principio –a favor o en contra de Israel o de los palestinos. En cambio, han seguido un camino de conveniencia en función de la influencia y fuerza relativa de sus comunidades judías o árabes, y de la insistencia de Washington o del llamado bloque ALBA, compuesto por Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia y Paraguay.
La falta de convicción de los latinoamericanos en asuntos tan serios como ese –a excepción de los países del ALBA, que tienen ideales equivocados, pero al menos creen en ellos casi religiosamente- ha marginalizado a la región en otros asuntos internacionales importantes, como la reciente crisis en Libia, y la que se desarrolla en Siria. En cuanto a la resolución de las Naciones Unidas que establece una zona de exclusión aérea y la protección de civiles en Libia, Brasil, junto con los otros tres “BRICS” (y aspirantes a potencias mundiales) –Rusia, India y China- se abstuvieron. El cuarto, Sudáfrica, aceptó pero a regañadientes.
Y ahora, en lo que se refiere al intento estadounidense y europeo de imponer sanciones aprobadas por las Naciones Unidas al Presidente de Siria, Bashar al-Assad, los BRICS han ido de mal en peor. Primero, enviaron una misión de tres países (Brasil, India y Sudáfrica) a Damasco para “persuadir” a Assad de que no mate a su pueblo. Huelga decir que no les contestó que, en efecto, había asesinado unos cuantos miles, pero que ahora que lo mencionaban trataría de tener más cuidado.
Hicieron declaración tras declaración argumentando que Siria no era Libia y que no permitirían otra intervención occidental para cambiar el régimen en otro país árabe sólo porque su pueblo parecía molesto con el dictador local. Un alto funcionario de una ONG de derechos humanos dijo que: “Están castigando al pueblo sirio porque no les agradó que la OTAN transformara el mandato de protección a los civiles en Libia en uno para cambiar al régimen.”
Dada su creciente participación en la economía global, es comprensible que los países latinoamericanos más grandes, junto con los demás BRICS, estén buscando un papel mundial de mayor influencia. Esta no es la forma de lograrlo.

sábado, 28 de agosto de 2010

Paises emergentes: estao emergindo para o que, exatamente?

Parece que o autor tem certo despeito contra o Brasil, ou pelo menos contra sua atual política externa, que ele julga nociva do ponto de vista de certos valores humanistas. Em todo caso, cabe considerar seus argumentos.
Paulo Roberto de Almeida

TRIBUNA: JORGE CASTAÑEDA
Los países emergentes y el derecho internacional
JORGE CASTAÑEDA
El País, 26/08/2010

Ingresar en los centros de decisión del mundo conlleva aceptar su andamiaje jurídico.
¿Se puede ser líder mundial sin tener ascendencia en la propia región?

La prensa internacional ha seguido de cerca el tema de la posible ejecución en los próximos días de una mujer iraní. Como muchos lo habrán leído, Sakineh Mohammadi Ashtiani fue originalmente acusada de adulterio y condenada a muerte por lapidación, siguiendo la ley islámica de la sharia en Irán; ahora solo es acusada de homicidio y enfrenta la posibilidad de ser ahorcada.

El mundo ha protestado y es poco probable que la sentencia se lleve a cabo. Sin embargo, las reacciones de unos y de otros en torno a esta aberración han resultado reveladoras, y sintomáticas. Así, por ejemplo, de acuerdo a la información publicada por EL PAÍS hace unos días, el tema se ha convertido en el meollo coyuntural de la campaña presidencial en Brasil, donde la puntera Djilma Roussef ha tendido a defender a las autoridades iraníes, y el aspirante Jose Serra ha atacado las posturas del presidente Lula de acercamiento con Teherán. Cuando ciertos sectores de la sociedad civil brasileña y los medios solicitaron a Lula que interviniera ante su amigo el presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, Lula contestó: "Las personas tienen leyes. Si comenzáramos a desobedecer las leyes de esas personas para atender los llamamientos de los presidentes en poco tiempo habría un caos. Un presidente de la República no puede estar pegado a Internet atendiendo a todas las peticiones en relación a otro país".

Después rectificó y reconoció que "ninguna mujer debería ser apedreada por engañar a su marido", ofreció asilo a Ashtiani si el Gobierno de Irán así lo deseaba y si consideraba que la mujer "adúltera" era "incómoda". Ahmadineyad rechazó la "generosa" oferta del brasileño. Lula evidentemente cree que no todas las leyes son iguales, y que la pena de muerte en cualquier país es reprobable aunque sea legal -sea en Estados Unidos, China, Irán o Cuba-, que hay penas de muerte más bárbaras que otras, como la lapidación.

Esta actitud es en el fondo idéntica a su postura ante la muerte del disidente cubano Orlando Zapata y frente a la huelga de hambre de su compatriota Guillermo Fariñas, aunque ciertamente en esta ocasión más estridente y extrema. Pero es indicativa de un dilema que enfrenta el mundo hoy, y que trato de describir y analizar en un ensayo que aparece en estos días en la revista norteamericana Foreign Affairs sobre la hipotética inclusión de nuevos actores o potencias mundiales en los centros de decisión internacionales.

En resumen, el artículo plantea que el ingreso de países como China, India, Sudáfrica y Brasil a clubes exclusivos como el Consejo de Seguridad de la ONU (China ya es miembro), el G-8 u otros análogos, podría arrojar una mayor representatividad de estos foros, pero no necesariamente para bien. China, la India, Sudáfrica y Brasil no son parti-darios del régimen jurídico internacional en plena construcción desde hace varias décadas en materia de defensa de la democracia, de los derechos humanos, de la no proliferación, de la protección del medio ambiente, de una mayor liberalización del comercio e incluso, en el caso de India y de China, de la Corte Penal Internacional.

Es innegable que los países ricos y los menos ricos que han ido construyendo este andamiaje normativo no siempre lo respetan y en ocasiones su hipocresía es insólita: Estados Unidos, en las cárceles de Guantánamo y Abu Ghraib; pero también Francia e Inglaterra en sus antiguas colonias africanas; e incluso Alemania en los Balcanes. Pero la gran diferencia entre esas potencias antiguas y las nuevas reside en la fuerza de sus respectivas sociedades civiles, cuyo vigor y activismo ha fijado límites a los excesos de las potencias tradicionales, cosa que no sucede con las nuevas.

Los ejemplos del rechazo a la nueva configuración jurídica internacional abundan: la postura de China en Tíbet, su apoyo a la junta de Myanmar y el suministro de varios apoyos al programa atómico de Pakistán, y sobre todo su posición ante el genocidio en Darfur; el respaldo de India a la represión en Myanmar y a los virtuales campos de concentración de ex combatientes o simpatizantes tamiles en Sri Lanka, y ante al programa de enriquecimiento de uranio iraní; la indiferencia de Sudáfrica ante la represión y el fraude electoral en Zimbabue; y las omisiones de Brasil respecto a la defensa de los derechos humanos, la democracia y las libertades en Cuba, Venezuela y ahora, de manera flagrante, en Irán.

Otros ejemplos incluyen la manera en que han formado un frente común varios de ellos en las negociaciones sobre cambio climático, junto con los países del llamado Tercer Mundo y en la Ronda de Doha. Por un lado China es la segunda economía del mundo; por el otro se solidariza con los países pobres: ¿son compatibles ambas identidades? Brasil se ve como líder mundial, buscando en vano soluciones al conflicto entre el Grupo de los Seis e Irán, pero sin siquiera proponerse ayudar a destrabar litigios más cercanos: entre Uruguay y Argentina, entre Colombia y Venezuela, entre Bolivia y Chile. ¿Se puede ser líder mundial sin tener ascendencia en su propia región?

Son justamente este tipo de razones por las que estos países no están listos para ingresar al club de los poderes internacionales fácticos. Su ingreso debilitaría los avances alcanzados en la construcción de ese andamiaje jurídico internacional que muchos anhelan, por limitados y endebles que sean. Dos razones lo explican: la adulación comprensible pero anacrónica de estos países por el principio de la no intervención y la soberanía como bien absoluto, y la debilidad de su sociedad civil, más en China y Sudáfrica que en la India y Brasil. Ojalá pueda suscitarse en estas naciones el debate necesario sobre su lugar en el mundo y las posibles cesiones multilaterales de soberanía a favor de bienes superiores, y para despertar y organizar a sus sociedades civiles.

En el pasado dichas sociedades dieron luchas importantes (contra el apartheid en Sudáfrica, la dictadura militar en Brasil, o por la independencia en India), pero hoy no parecen estar dispuestas a comprometerse con los pilares fundamentales del emergente régimen jurídico internacional. China, la India, Brasil, Sudáfrica y otros miembros del G-20 con aspiraciones análogas tienen todo el derecho de conservar sus posturas tercermundistas, soberanistas y nostálgicas del Movimiento de los No Alineados, pero entonces que sigan siendo eso: líderes del Tercer Mundo y no del mundo a secas.

Jorge G. Castañeda, ex canciller mexicano, es profesor de la Universidad de Nueva York y de la Universidad Nacional Autónoma de México.

quarta-feira, 28 de julho de 2010

Jorge Castaneda sobre a politica externa do Brasil

ESCRITOR JORGE CASTAÑEDA ANALISA A "POLÍTICA" EXTERNA DE LULA!
Folha de S.Paulo, 26/07/2010

Folha - Como o senhor vê a política externa de Lula, em especial no que diz respeito à América Latina?
Jorge Castañeda - 1. A inércia geográfica, econômica e demográfica da América do Sul levou o Brasil a ter um papel de maior liderança do que antes. Isso aconteceria com ou sem o governo Lula. O fato de Lula estar fazendo um governo bom internamente faz com que o peso natural do Brasil se exerça de maneira mais clara na região. Porém, tudo o que Lula tentou fazer fora do âmbito interno só resultou em fracassos. Tratou de obter um lugar permanente no Conselho de Segurança da ONU, não o obteve. Tratou de priorizar a Rodada Doha e não conseguiu nada. Tratou de ser um ator central para que se lograsse um acordo em Copenhague e não só não o alcançou como o Brasil em parte foi responsável para que isso não acontecesse. Tratou de se apresentar como protagonista num acordo nuclear com o Irã, mas sua mediação foi rechaçada pelo mundo inteiro, exceto pela Turquia e pelo próprio Irã.

2. Mas creio que mais importante é o fato de que Lula se absteve de mediar ou resolver conflitos que estão mais perto do Brasil. E há tantos. Os de Uruguai e Argentina, de Colômbia e Venezuela, de Peru e Chile, de Colômbia e Nicarágua, de Chile e Bolívia e o de Equador e Peru. Conflitos próximos abundam, e o Brasil não exerceu nenhuma liderança em nenhum desses casos. Tampouco se apresentou para ajudar em problemas internos de outros países da América Latina. Salvo parcialmente no caso da Bolívia, e isso o fez para defender os interesses da Petrobras. Suas aspirações de potência mundial fracassaram, e ele não mostrou interesse de atuar como legítima potência regional. Lula coleciona fracassos e erros no âmbito externo.

terça-feira, 25 de maio de 2010

Jorge Castaneda sobre Lula

TRIBUNA
Lula: jugar en primera división sin mojarse
JORGE CASTAÑEDA
El País, 24/05/2010

A Washington le irrita que un aliado sin "vela en el entierro" entorpezca sus planes, sean o no justos
Lula puede salir airoso de su mediación en Irán o acabar mal con todos

Hace tiempo que el Brasil de Lula busca un papel global, y que el mundo reconoce sus méritos y celebra sus esfuerzos. La prensa internacional ha hecho del gigante sudamericano la niña de sus ojos, colocando en un mismo plano el carisma de Lula, el Mundial de Fútbol del 2014, las Olimpiadas del 2016, el desempeño de Itamaratí (la Cancillería) en la Ronda Doha y el creciente papel brasileño en América Latina, desplazando tanto a México como a Estados Unidos, incluso en el patio trasero de ambos: Honduras.

En realidad, detrás de unas magníficas relaciones públicas y 16 años de buen gobierno (Cardoso y Lula), aunados a un crecimiento económico mediano pero sostenido, se perfilan varias aventuras diplomáticas fallidas, disimuladas por la superficialidad y la inercia mediáticas. Pero quizás se acerque la hora de la verdad, ya sea para confirmar el surgimiento de un nuevo protagonista global, ya sea para corroborar una obviedad: no bastan las ganas para ser una potencia mundial.

En efecto, el intento de Lula por lograr, de la mano de Turquía y de su mágica mancuerna diplomática (el primer ministro Erdogan y el canciller Davutoglu), un acuerdo con el régimen iraní que impidiera la imposición de nuevas sanciones a Teherán puede convertirse en un éxito notable o en una debacle. Los dos miembros no permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU (CSONU) presentaron la semana pasada un acuerdo con el presidente Ahmadineyad cuyo propósito ostensible consiste en evitar que el programa de enriquecimiento de uranio iraní se traduzca en la fabricación de una arma atómica. Para ello, propusieron canjear, en el plazo de un año, uranio enriquecido de bajo grado iraní por varillas occidentales de uranio enriquecido de alto grado, destinadas exclusivamente al reactor de investigación de Teherán.

El propósito real residió, sin embargo, en impedir que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas considerara -y en su caso aprobara- un paquete de nuevas sanciones contra el país gobernado por los ayatolás. Dicha eventualidad hubiera obligado a Ankara y a Brasilia a afrontar una disyuntiva del diablo: seguir el consenso anti-Teherán y traicionar su propia retórica, u oponerse a una resolución patrocinada por los miembros permanentes del Consejo de Seguridad y quedarse solos en el intento, mostrando el aislamiento y la confrontación que entraña su "nueva diplomacia".

La lógica turca es evidente. La república aún kemalista posee intereses reales en la zona. Lleva a cabo un comercio intenso con su vecino; tiene en común una población kurda significativa; recibe parte de su gas y petróleo de Irán; una proporción importante de la población iraní habla turco. Su nueva política exterior consiste en alejarse de las viejas posturaspro Estados Unidos y pro Israel (Turquía es miembro fundador de la OTAN) y en acercarse a sus vecinos -Siria, Grecia e Irán, por supuesto- y al mundo islámico en su conjunto.

La lógica brasileña es menos obvia. No hay intereses significativos de Brasil en Irán, el antisemitismo de Ahmadineyad es mal visto por la comunidad judía de São Paulo, e Itamaratí sabe muy bien que pocas cosas exasperan más a los norteamericanos que un país aliado sin "vela en el entierro" entorpezca sus propósitos, con independencia de la justeza de estos últimos. En el fondo, el gambito de Lula es otro: utilizar la inminente crisis iraní para consolidar su lugar en el firmamento diplomático internacional.

El problema es que el acuerdo de Teherán no bastó para impedir la presentación de un proyecto de resolución por Washington y los demás miembros permanentes del Consejo, que contempla una cuarta etapa de sanciones con más dientes y más amplias. Todo indica, incluso, que los norteamericanos pudieron contar desde antes del esfuerzo turco-brasileño con los nueve votos necesarios para aprobar su resolución, dada por lo menos la abstención rusa y china para evitar un veto. Austria, Japón, Gabón, Uganda y México se encontraban en principio a bordo y Bosnia-Herzegovina y Nigeria en el limbo. Ya existía en principio una coalición suficiente para imponer nuevas sanciones, incluyendo un embargo de materiales susceptibles de ser utilizados para la construcción de misiles y no sólo de la ojiva nuclear que portarían.

Así, de prosperar la iniciativa de Estados Unidos, Francia y el Reino Unido (apoyada por Alemania y tolerada, en todo caso, por Rusia y por China), Brasil se hallaría en el peor de los mundos posibles. Tendrá que tomar partido, después de buscar evitarlo a través de un compromiso que adoleció de un defecto congénito. Una de las partes, es decir, Washington, nunca estuvo de acuerdo, aunque Davutoglu insista en que todo fue consultado con la secretaria de Estado Clinton. Si Brasil aprueba las sanciones en el CSONU, se habrá desdicho de su rechazo a las mismas; si vota en contra, lo hará en compañía, en el mejor de los casos, solo de Turquía y Líbano. Y si se abstiene, confirmará lo que muchos hemos reiterado: Lula quiere jugar en primera división, pero sin mojarse.

He aquí el quid del asunto. En realidad, Brasil ha logrado poco en el ámbito internacional, más allá de titulares. El objetivo diplomático número uno de Lula -lograr un escaño permanente en el Consejo de Seguridad- se ve, al término de ocho años de esfuerzos, menos viable que nunca. La aventura en Honduras resultó en una tragicomedia tropical: Brasil no pudo restituir a su asilado huésped Manuel Zelaya, este permaneció varios meses en la Embajada brasileña, y hoy Itamaratí solo puede chantajear a españoles y mexicanos con su ausencia en caso de cualquier invitación o reconocimiento al nuevo presidente hondureño. La reanudación de la Ronda de Doha sigue indefinidamente pospuesta, Copenhague no resultó y Cancún no promete, e incluso las diversas iniciativas regionales presentadas por Brasil de la mano con Hugo Chávez se hallan estancadas.

Ello se debe a una debilidad intrínseca del esquema. El tamaño de una economía (Japón) o de una demografía (India) no otorga ipso facto el estatuto de actor mundial. Más bien es la toma de partido, los valores impulsados y la eficacia a escala regional lo que, en su conjunto, pueden (o no) convertirse en una catapulta al estrellato internacional. Brasil linda con nueve países, y todos ellos padecen serios conflictos internos (Colombia, Bolivia, Venezuela) o con sus vecinos (Argentina con Uruguay, Colombia con Venezuela y Ecuador, Perú con Ecuador y con Chile, Bolivia con Chile). Pero Lula en ese pantano no ha querido incursionar: mantiene una prudente pasividad antiintervencionista, o un franco respaldo a las posiciones bolivarianas de Chávez, Correa, Morales, Daniel Ortega en Nicaragua y los hermanos Castro en La Habana. Se resiste a impulsar valores, a tomar partido, o a buscar resultados concretos en su propio terreno.

Tal vez resulte más fácil mediar entre Teherán y Washington (aunque nadie lo ha logrado desde 1979) que entre Caracas y Bogotá, o entre Buenos Aires y Montevideo. A pesar de su patente irritación, quizás Barack Obama y Hillary Clinton prefieran darle el beneficio de la duda al proyecto turco-brasileño antes que ceder a la impaciencia de Israel y de Francia. Lula puede salir airoso de su lance en las planicies persas o acabar mal con todos. Posiblemente debiera haberse mostrado satisfecho con las portadas de las revistas, sin buscar en exceso llenarlas de contenido. Suele ser más difícil.

Jorge Castañeda, ex secretario de Relaciones Exteriores de México, es profesor de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Nueva York.