Francia debe acometer “recortes presupuestarios específicos” con rapidez, “dado su elevado nivel de gasto público”, según el informe presentado en Bruselas. La batalla política está servida: el Ejecutivo deFrançois Hollande ya ha anunciado un viraje en su política económica en línea con la ortodoxia europea, pero nunca como ahora había sentido el aliento de Bruselas en el cogote. La Comisión está ya casi de salida, pero quiere estampar su divisa en uno de los gigantes del euro: si los ministros de Economía de la UE dan luz verde a la propuesta, Francia podría enfrentarse a una (improbable) sanción del 0,2% de su PIB, unos 4.000 millones de euros, en caso de no hacer lo necesario.
Puede que a estas alturas —a 80 días de las elecciones europeas— se trate solo de gestos, pero hay que remontarse a 2003 para encontrar un pulso parecido. Y por aquel entonces Francia no estaba sola. Alemania tenía los mismos problemas y ambos países dinamitaron el pacto de estabilidad cuando y como quisieron. Ahora, Berlín lleva tres años mandando, disponiendo y gobernando: ha reforzado las medidas disciplinarias por el lado fiscal con la complicidad del presidente de la Comisión, el conservador portugués José Manuel Barroso, y del vicepresidente, el liberal finlandés Olli Rehn. Con la connivencia del resto del Ejecutivo comunitario. Y con el visto bueno de todo el Consejo.
Frente a las admoniciones a Italia y Francia, Bruselas levanta por fin el pie del acelerador en España después de tres reformas financieras, dos laborales, una y media de pensiones y una colección de recortes de gasto público que solo resisten la comparación en los países rescatados. Los sucesivos paquetes aprobados por España han permitido evitar la catástrofe, según el discurso en boga tanto en Bruselas como en Madrid, pero no han conseguido disipar totalmente las dudas sobre los bancos, ni rebajar el paro por debajo del listón del 25%, ni tapiar un agujero fiscal preocupante. Y la presión no ha terminado: la Comisión reclama a Madrid que dé la enésima vuelta de tuerca a la reforma laboral, y pide proseguir con la reducción de los costes laborales (en plata: más bajadas de sueldos) y con los recortes fiscales. Aun así, España, y la periferia en general, ceden gustosamente el testigo a Francia e Italia, los dos nuevos enfermos del continente a juzgar por el análisis de los desequilibrios de la UE, un procedimiento que funciona como una alerta temprana que detectará y curará enfermedades económicas antes de que se manifiesten. Al menos en teoría.
La eurozona está saliendo lentamente de la crisis. Registra ya un ligero crecimiento, pese a que Eurostat —la oficina estadística europea— acaba de anunciar que el PIB del euro cayó el 0,5% en el conjunto de 2013. La salida del túnel es tan farragosa y está tan amenazada que casi todo el informe de la Comisión está trufado de riesgos, diversos y variados como los colores de una verdulería. La banca, las tensiones desinflacionistas, la altísima deuda, los niveles alarmantes de paro, la dificultad para soltar lastre: hay multitud de factores que pueden descarrilar el tren de la recuperación. Con esos mimbres, la Comisión divide a los países del euro en varios grupos problemáticos, de los que solo se salvan Dinamarca, Luxemburgo y Malta. Todos los demás presentan desajustes.
En el pelotón de cola, el de los desequilibrios excesivos, se sitúan Italia (y su década larga de estancamiento), Eslovenia (con un agujero bancario morrocotudo) y Croacia, que acaba de entrar en la UE y ya está en el furgón de atrás, peor que los países de su entorno. España sale de ahí pero integra otro trío problemático con Francia e Irlanda, que necesitan “acciones políticas urgentes”: Bruselas amonesta a París y mirará con lupa a Dublín y Madrid a través de exámenes posrescate. Hay ocho socios europeos más que presentan desajustes: entre ellos figura Alemania, con un superávit comercial superior al 6% del PIB durante años, que dificulta el reequilibrio de la eurozona.
Pero con Berlín no hay más que reveses suaves con pinta de caricias: Rehn subrayó este miércoles que las dificultades asociadas a los déficits no son comparables a las de los superávits. Y recomendó a Berlín la misma receta que ha ido administrando Bruselas en los últimos tiempos en multitud de informes: la Comisión pretende que Alemania estimule su demanda interna y que eleve sus niveles de inversión pública y privada, que están a la cola de Europa. No parece en condiciones de conseguirlo ni siquiera con la entrada de los socialdemócratas en el Gobierno de Merkel: la canciller ha hecho caso omiso de esas recomendaciones una y otra vez. “Tanto Alemania como el resto de Europa se beneficiarían del refuerzo del capítulo inversor y de la demanda interna”, dijo el vicepresidente con exquisita diplomacia. Rehn fue claro como el agua en su comparecencia. Italia “necesita reformas con rapidez para mejorar la competitividad exterior y controlar la deuda pública”. Francia “debe hacer frente a su alto endeudamiento con recortes de gasto inmediatos”. El tono con Berlín fue diferente: “Nadie desea criticar a Alemania”. Esa inflexión lo dice todo sobre quién manda en la UE.
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