O ex-presidente do Uruguai diz que líderes não são apenas os que exibem muitas armas, mas que são generosos com os vizinhos. No caso do Uruguai, se entende...
Brasil y el triunfalismo
Julio María Sanguinetti
LA NACION, Viernes 2 de octubre de 2009
Brasil está de moda, y existen buenas razones para ello. Ha aumentado su ritmo de crecimiento económico (de 2,7 en 1984/2003 a 4,6 en 2004/2008); su estabilidad política es incuestionable; Lula goza de una enorme popularidad dentro del país y fuera de él; ha encontrado enormes reservas petroleras y pagó totalmente su deuda externa. Hasta su seleccionado de fútbol vuelve a pasearse orondo por los campos de juego sudamericanos. Barack Obama ha indicado claramente que su interlocutor regional es Brasil, y el acuerdo estratégico-militar con Francia pretende ser la consagración de un liderazgo asentado también en la fuerza, como históricamente ha sido.
En julio, aun con incertidumbres mayores por la crisis mundial, el presidente Lula, al recibir a los representantes de la General Motors, expresó: "Es inconmensurable el orgullo de ser brasileño en un momento en que percibimos que las empresas en Brasil están mejor que sus matrices en los países desarrollados". En el colmo del entusiasmo, profetizó que en diez años Brasil será la quinta potencia económica del mundo, y no la octava, como es hoy. No falta entusiasmo, como se ve, ni sueño de potencia, tal cual dice su tradición.
El petróleo ha encendido siempre el nacionalismo brasileño, hasta tal punto que el escritor Monteiro Lobato se fundió y terminó preso por haber defendido su explotación estatal.
Sin olvidar a Getulio Vargas, que hizo del tema la máxima exaltación patriótica. Su eslogan O petróleo é nosso está en el imaginario colectivo, hasta el extremo de que nadie habló jamás de privatizar Petrobras, aun en tiempos en los que se vendía la mayor empresa brasileña, la minera Vale do Rio Doce, que una vez que salió del Estado multiplicó su producción y sus ganancias por veinte.
Detrás de ese brillo, no todo lo que reluce es oro. Las exportaciones crecen, pero se hace todo lo posible por frenar las importaciones; se producen aviones, pero el país vive en un caos aeronáutico; existen partidos políticos estables, pero el clientelismo y la corrupción campean. En el plano de la integración, el Mercosur está absolutamente estancado y no va para ningún lado; ni se han logrado acuerdos externos ni se ha mejorado en la coordinación macroeconómica. Los fallos de los tribunales se cumplen caprichosamente, y el conflicto diplomático entre la Argentina y Uruguay testimonia inequívocamente que el socio mayoritario no ejerce el poder moderador que le impone su condición. Es entristecedor que dos países tan vecinos que nadie de afuera puede distinguir a los ciudadanos de un lado y del otro del Plata esperen la resolución de sus diferencias en un tribunal, en La Haya.
La Unasur, creación de la diplomacia brasileña, tampoco se ve mejor. Las recientes reuniones de presidentes y ministros parecieron un reñidero de gallos. En ellas, no surgieron las instancias de diálogo y resolución pacífica de las situaciones. La tirantez de Colombia con Venezuela y Ecuador no cede, especialmente por el retintín constante de un presidente venezolano que no para de agredir y amenazar, sin que nadie le ponga el cascabel al gato.
Esta es la región de Brasil, donde se supone que ejerce su influencia, donde su papel de líder debería expresarse del modo más claro. Los hechos no muestran que en ese ámbito haya una correspondencia con lo que parece reconocerse afuera, por lo menos en la literatura diplomática.
El episodio de Honduras lo exhibe a Brasil como protagonista en un escenario que no es su ámbito natural. Justamente, es una zona que el Unasur despreció y sobre la cual hoy, al parecer, todos quieren influir, impulsados por la pobreza de Honduras. Si allí mediaran intereses económicos o estratégicos mayores, no estarían todos tan empeñados en golpearse el pecho, invocando una democracia principista que no reconoce realidades. Desgraciadamente, como escribió Moisés Naim al principio del conflicto, se está entre hipócritas e ineptos, porque el depuesto Zelaya, violando la Constitución, intentaba una reforma en su favor, del mismo modo que el Parlamento y la Justicia, unidos en su cuestionamiento del intento presidencial, no encontraron mejor método para detenerlo que llamar al ejército y deportarlo en pijama. Fervorosamente, todos deseamos que se pacifique Honduras y que la gente elija a quien quiera elegir, pero que elija libremente. ¿La presencia de Brasil es una ayuda a esa paz deseada?
El hecho es que este Brasil eufórico se ha lanzado también a una formidable inversión militar, de 12.000 millones de dólares, que incluye cuatro submarinos, uno de ellos nuclear, 50 helicópteros y 36 cazabombarderos, todo como parte de una alianza estratégica con Francia. En ese marco, los emprendimientos comunes permitirían una superación tecnológica de la ya importante industria brasileña de armamentos.
No discutimos la necesidad de Brasil, con esa enorme costa, de poseer una fuerza con capacidad para ejercer un control efectivo de su territorio marítimo. Es lógico. El antimilitarismo simplista que suele cultivar el progresismo latinoamericano (salvo cuando es gobierno, momento en que cambia de bando) no tiene sustento. Los Estados deben tener la capacidad de defenderse. Eso es lógico. Lo que no lo es, en cambio, es el doble estándar de que algunas alianzas militares (como la de Colombia y EE.UU., que lleva años) produzcan estertores de críticas, mientras que otras (como la de Brasil con Francia) pasen inadvertidas. Se dirá, con razón, que son situaciones distintas. Y lo son. Pero mientras que Colombia vive en guerra, Brasil está en paz con todos sus vecinos y no tendría necesidad de escuadrillas de ataque.
En cualquier caso, lo que debe señalarse es que para construir un liderazgo no alcanzan los cazabombarderos ni los submarinos nucleares. Para empezar, hay que ser un socio generoso con los vecinos. El remanente proteccionista que subsiste en Brasil, aun para la región, es incompatible con una integración que nos proyecte a todos hacia el mundo global. La estrategia internacional no puede llevarse adelante sin los socios, y las inversiones extranjeras deberían, razonablemente, distribuirse.
Cuando un país es grande, no puede ni debe alardear. Ojalá Brasil llegue a ser la quinta potencia mundial. Es nuestro vecino y amigo, y su prosperidad también es la nuestra. Pero, como otras veces en su historia, la exaltación patriotera y chauvinista no lo ayudará en ese propósito. Porque alentará a los socios a seguir buscando alianzas más allá del barrio, como ya lo hace Colombia.
El autor fue dos veces presidente de la República Oriental del Uruguay.
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