terça-feira, 15 de abril de 2025

Alguns impérios fizeram mais bem do que mal? Resenha de livro sobre dois impérios: França e Grã-Bretanha, Rachel Chin

 

Greetings Paulo Roberto Almeida,
New items have been posted matching your subscriptions.

Table of Contents

Message from a proud sponsor of H-Net:

Viagens presidenciais - Paulo Roberto de Almeida

Viagens presidenciais

Paulo Roberto de Almeida

Planejar e executar uma viagem internacional pode ser uma rotina em blocos racionais e organizados como a UE, aparentemente o único “adulto na sala” atualmente. Outros líderes nacionais, como o novo imperador chinês, por exemplo, podem dispor de uma burocracia organizada em estilo weberiano e, portanto, recolhem beneficios para seus países.

E o que dizer de líderes personalistas ao extremo? Fazem o que desejam, com resultados variados em suas eventuais viagens, planejadas pela burocracia diplomática ou apenas impulsionadas pelo próprio ego.

Refiro-me, concretamente, a Putin e a Trump, dois líderes disfuncionais e DESTRUIDORES de seus próprios países (e do mundo, eventualmente): o primeiro constrangido pelo TPI, com razão, só viajando para países não membros e dispostos a recebê-lo, que são poucos. O segundo tem mais liberdade de movimento, mas deve ser o segundo líder mundial mais desprezado do mundo, pela enorme bagunça que faz na globalização.

E Lula, que se prepara para viajar à Rússia e à China, aqui para uma agenda multilateral (Celac) e bilateral, ambas positivas para o Brasil?

O que pretende fazer na Rússia?

Não sabemos, exatamente, mas aceitou convite do líder mais desprezado do mundo — pois é um criminoso de guerra, destruidor de vidas na Ucrânia — por um capricho UNICAMENTE PESSOAL, pois não imagino o Itamaraty recomendando uma viagem para apertar a mão de quem violou abertamente a Carta da ONU e as regras mais elementares do Direito Internacional e do Direito Humanitário, duas colunas fundamentais de nosso trabalho, espírito e razão na diplomacia. 

Por isso pergunto: QUAL O BENEFÍCIO PARA O BRASIL DA VIAGEM DE LULA AO ENCONTRO DE PUTIN?

Desculpem as maiúsculas, mas elas me parecem inteiramente necessárias. Por isso volto a dizer: LULA NÃO DEVERIA IR A MOSCOU!

Pela dignidade nacional, pelo menos a dignidade diplomática.

Paulo Roberto Almeida

Brasilia, 15/04/2025


Um artigo sobre a alta cultura, de Vargas Llosa, de 1982, salvo por Carlos Pozzobon

 Escrever bem é uma compulsão de quem lê muito, os bons livros. Transmitir essa paixão a quem lê muito é uma graça e um privilégio, que tento reproduzir neste meu pequeno espaço de cultura e de resistência intelectual, como é este blog. Grato a Carlos Pozzobon pela oportunidade. PRA

Transcrevo em primeiro lugar a sua nota, depois o artigo de Vargas Llosa:

“ Se foi o último dos grandes escritores do século XX. Transcrevi um de seus textos de 1982 em meu blog ENSAIOS. Vargas Llosa comenta a deterioração da alta cultura pela asfixia das vulgaridades culturais que abundavam promovidas por subvenções estatais. Não havia internet nem lei Rouanet e, no entanto, os piores autores eram os mais lidos, as trivialidades culturais eram as mais procuradas e prestigiadas. Foi uma premonição do fim da cultura erudita que o século XXI vem soterrando gradativamente.”


0 de novembro de 2012


Vargas Llosa: El Elefante y la Cultura

Cuenta el historiador chileno Claudio Véliz que, a la llegada de los españoles, los indios mapuches tenían un sistema de creencias que ignoraba los conceptos de envejecimiento y de muerte natural. Para ellos, el hombre era joven y eterno. La decadencia física y la muerte sólo podían resultar de la magia, las malas artes o las armas de los adversarios. Esta convicción, sencilla y cómoda, ayudó a los mapuches a ser los feroces guerreros que fueron. No los ayudó, en cambio, a forjar una civilización original. 

La actitud de los viejos mapuches está lejos de ser un caso extravagante. En realidad, se trata de un extendido fenómeno. Atribuir la causa de nuestros infortunios o defectos a los demás ― al 'otro' ― es un recurso que ha permitido a innumerables sociedades e individuos, si no a librarse de sus males, por lo menos a soportarlos y a vivir con la conciencia tranquila. Enmascarada detrás de sutiles razonamientos, oculta bajo frondosas retóricas, esta actitud es la raíz, el fundamento secreto, de una remota aberración a la que el siglo XIX volvió respetable: el nacionalismo. Dos guerras mundiales y la perspectiva de una tercera y última, que acabaría con la humanidad, no nos han librado de él, sino, más bien, parecen haberlo robustecido. 

¿En qué consiste el nacionalismo en el ámbito de la cultura? Básicamente, en considerar lo propio un valor absoluto e incuestionable y lo extranjero un desvalor, algo que amenaza, socava, empobrece o degenera la personalidad espiritual de un país. Aunque semejante tesis difícilmente resiste el más somero análisis y es fácil mostrar lo prejuiciado e ingenuo de sus argumentos, y la irrealidad de su pretensión ― la autarquía cultural ―, la historia nos muestra que arraiga con facilidad y que ni siquiera los países de antigua y sólida civilización están vacunados contra ella. Sin ir muy lejos, la Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini, la Unión Soviética de Stalin, la España de Franco, la China de Mao practicaron el "nacionalismo cultural", intentando crear una cultura incomunicada, y defendida de los odiados agentes corruptores ― el extranjerismo, el cosmopolitismo ― mediante dogmas y censuras. Pero en nuestros días es sobre todo en el Tercer Mundo, en los países subdesarrollados, donde el nacionalismo cultural se predica con más estridencia y tiene más adeptos. Sus defensores parten de un supuesto falaz; que la cultura de un país es, como las riquezas naturales y las materias primas que alberga su suelo, algo que debe ser protegido contra la codicia voraz del imperialismo, y mantenido estable, intacto e impoluto pues su contaminación con lo foráneo lo adulteraría y envilecería. Luchar por la 'independencia cultural', emanciparse de la 'dependencia cultural extranjera' a fin de 'desarrollar nuestra propia cultura' son fórmulas habituales en la boca de los llamados progresistas del Tercer Mundo. Que tales muletillas sean tan huecas como cacofónicas, verdaderos galimatías conceptuales, no es obstáculo para que resulten seductoras a mucha gente, por el airecillo patriótico que parece envolverlas. (Y en el dominio del patriotismo, ha escrito Borges, los pueblos sólo toleran afirmaciones). Se dejan persuadir por ellas, incluso, medios que se sienten invulnerables a las ideologías autoritarias que las promueven. Personas que dicen creer en el pluralismo político y en la libertad económica, ser hostiles a las verdades únicas y a los estados omnipotentes o omniscientes, suscriben, sin embargo, sin examinar lo que ellas significan, las tesis del nacionalismo cultural. La razón es muy simple: el nacionalismo es la cultura de los incultos y éstos son legión.


Hay que combatir resueltamente estas tesis a las que, la ignorancia de un lado y la demagogia de otro, han dado carta de ciudadanía, pues ellas son un tropiezo mayor para el desarrollo cultural de países como el nuestro. Si ellas prosperan jamás tendremos una vida espiritual rica, creativa y moderna, que nos exprese en toda nuestra diversidad y nos revele lo que somos nosotros mismos y ante los otros pueblos de la tierra. Si los propagadores del nacionalismo cultural ganan la partida y sus teorías se convierten en política oficial del 'ogro filantrópico' ― como ha llamado Octavio Paz al Estado de nuestros días ― el resultado es previsible: nuestro estancamiento intelectual y científico y nuestra asfixia artística, eternizarnos en una minoría de edad cultural y representar, dentro del concierto de las culturas de nuestro tiempo, el anacronismo pintoresco, la excepción folklórica, a la que los civilizados se acercan con despectiva benevolencia Sólo por sed de exotismo o nostalgias de la edad bárbara. 

En realidad no existen culturas 'dependientes' y 'emancipadas' ni nada que se les parezca. Existen culturas pobres y ricas, arcaicas y modernas, débiles y poderosas. Dependientes lo son todas inevitablemente. Lo fueron siempre, pero lo son más ahora, en que el extraordinario adelanto de las comunicaciones ha volatizado las barreras entre las naciones y hecho a todos los pueblos copartícipes inmediatos y simultáneos de la actualidad. Ninguna cultura se ha gestado, desenvuelto y llegado a la plenitud sin nutrirse de otras y sin, a su vez, alimentar a las demás, en un continuo proceso de préstamos y donativos, influencias recíprocas y mestizajes, en el que sería dificilísimo averiguar qué corresponde a cada cual. Las nociones de 'lo propio' y 'lo ajeno' son dudosas, por no decir absurdas, en el dominio cultural. En el único campo en el que tienen asidero ― el de la lengua ― ellas se resquebrajan si tratamos de identificarlas con las fronteras geográficas y políticas de un país y convertirlas en sustento del nacionalismo cultural. Por ejemplo ¿es 'propio' o es 'ajeno' para los peruanos el español que hablamos junto con otros trescientos millones de personas en el mundo? Y, entre los quechua hablantes de Perú, Bolivia y Ecuador ¿quiénes son los legítimos propietarios de la lengua y la tradición quechua y quienes los 'colonizados' y 'dependientes' que 'deberían emanciparse de ellas? A idéntica perplejidad llegaríamos si quisiéramos averiguar a qué nación corresponde patentar como aborigen el monólogo interior, ese recurso clave de la narrativa moderna. ¿A Francia, por Edouard Dujardiez, el mediocre novelista que fue el primero en usarlo? ¿A Irlanda, por el célebre monólogo de Molly Bloom en el Ulises de Joyce que lo entronizó en el ámbito literario? ¿O a Estados Unidos donde, gracias a la hechicería de un Faulkner, adquirió flexibilidad y suntuosidad insospechadas? Por este camino ― el del nacionalismo ― se llega en el campo de la cultura, tarde o temprano, a la confusión y al disparate. 

Lo cierto es que en este dominio, aunque parezca extraño, lo propio y lo ajeno se confunden y la originalidad no está reñida con las influencias y aun con la imitación y hasta el plagio y que el único modo en que una cultura puede florecer es en estrecha interdependencia con las otras. Quien trata de impedirlo no salva la 'cultura nacional': la mata. 

Unos ejemplos de lo que digo, tomados del quehacer que me es más afín: el literario. No es difícil mostrar que los escritores latinoamericanos que han dado a nuestras letras un sello más personal fueron, en todos los casos, aquellos que mostraron menos complejos de inferioridad frente a los valores culturales forasteros y se sirvieron de ellos a sus anchas y sin el menor escrúpulo a la hora de crear. Si la poesía hispanoamericana moderna tiene una partida de nacimiento y un padre, ellos son el modernismo y su fundador: Rubén Darío ¿Es posible concebir un poeta más 'dependiente' y más 'colonizado' por modelos extranjeros que este nicaragüense universal? Su amor desmedido y casi patético por los simbolistas y parnasianos franceses, su cosmopolitismo vital, esa beatería enternecedora con que leyó, admiró y se empeñó en aclimatar a las modas literarias del momento su propia poesía, no hicieron de ésta un simple epígono, una 'poesía subdesarrollada y dependiente'. Todo lo contrario. Utilizando con soberbia libertad, dentro del arsenal de la cultura de su tiempo, todo lo que sedujo su imaginación, sus sentimientos y su instinto, combinando con formidable irreverencia esas fuentes disímiles en las que se mezclaban la Grecia de los filósofos y los trágicos con la Francia licenciosa y cortesana del siglo XVIII y con la España del Siglo de Oro y con su experiencia americana, Rubén Darío llevó a cabo la más profunda revolución experimentada por la poesía española desde los tiempos de Góngora y Quevedo, rescatándola del academicismo en que languidecía e instalándola de nuevo, como cuando los poetas españoles del XVI y el XVII, a la vanguardia de la modernidad. 

El caso de Darío es el de casi todos los grandes artistas y escritores; es el de Machado de Assis, en el Brasil, que jamás hubiera escrito su hermosa comedia humana sin haber leído antes la de Balzac; el de Vallejo en el Perú, cuya poesía .aprovechó todos los' ismos' que agitaron la vida literaria en América Latina y en Europa entre las dos guerras mundiales, y es, en nuestros días, el caso de un Octavio Paz en México y el de un Borges en Argentina. Detengámonos un segundo en este último. Sus cuentos, ensayos y poemas son, seguramente, los que mayor impacto han causado en otras lenguas de autor contemporáneo de nuestro idioma y su influencia se advierte en escritores de los países más diversos. Nadie como él ha contribuido tanto a que nuestra literatura sea respetada como creadora de ideas y formas originales. Pues bien: ¿hubiera sido posible la obra de Borges sin 'dependencias' extranjeras? ¿Nos llevaría el estudio de sus influencias por una variopinta y fantástica geografía cultural a través de los continentes, las lenguas y las épocas históricas? Borges es un diáfano ejemplo de cómo la mejor manera de enriquecer con una obra original la cultura de la nación en que uno ha nacido y el idioma en el que escribe es siendo, culturalmente, un ciudadano del mundo. 


II

La manera como un país fortalece y desarrolla su cultura es abriendo sus puertas y ventanas, de par en par, a todas las corrientes intelectuales, científicas y artísticas, estimulando la libre circulación de las ideas, vengan de donde vengan, de manera que la tradición y la experiencia propias se vean constantemente puestas a prueba, y sean corregidas, completadas y enriquecidas por las de quienes, en otros territorios y con otras lenguas, y diferentes circunstancias, comparten con nosotros las miserias y las grandezas de la aventura humana. Sólo así, sometida a ese reto continuo, será nuestra cultura auténtica, contemporánea y creativa, la mejor herramienta de nuestro progreso económico y social. 

Condenar el 'nacionalismo cultural' como una atrofia para la vida espiritual de un país no significa, por supuesto, desdeñar en lo más mínimo las tradiciones y modos de comportamiento nacionales o regionales ni objetar que ellos sirvan, incluso de manera primordial, a pensadores, artistas, técnicos e investigadores del país para su propio trabajo. Significa, únicamente, reclamar, en el ámbito de la cultura, la misma libertad y el mismo pluralismo que deben reinar en lo político y en lo económico en una sociedad democrática. La vida cultural es más rica mientras es más diversa y mientras más libre e intenso es el intercambio y la rivalidad de ideas en su seno. 

Los peruanos estamos en una situación de privilegio para saberlo, pues nuestro país es un mosaico cultural en el que coexisten o se mezclan 'todas las sangres', como escribió Arguedas: las culturas prehispánicas y España y todo el occidente que vino a nosotros con la lengua y la historia española; la presencia africana, tan viva en nuestra música; las inmigraciones asiáticas y ese haz de comunidades amazónicas con sus idiomas, leyendas y tradiciones. Esas voces múltiples expresan por igual al Perú, 'país plural, y ninguna tiene más derecho que otra a atribuirse mayor representatividad. En nuestra literatura advertimos parecida abundancia. Tan peruano es Martín Adán, cuya poesía no parece tener otro asiento ni ambición que el lenguaje, como José María Eguren, que creía en las hadas y resucitaba en su casita de Barranco a personajes de los mitos nórdicos, o como José María Arguedas que transfiguró el mundo de los Andes en sus novelas, o como César Moro que escribió sus más bellos poemas en francés. Extranjerizante a veces y a veces folklórica, tradicional con algunos y vanguardista con otros, costeña, serrana o selvática, realista y norteamericanizada, en su contradictoria factura ella expresa esa compleja y múltiple verdad que somos. Y la expresa porque nuestra literatura ha tenido la fortuna de desenvolverse con una libertad de la que no hemos disfrutado siempre los peruanos de carne y hueso. Nuestros dictadores eran incultos que privaban de la libertad a los hombres, rara vez a los libros. Pero eso pertenece al pasado. Las dictaduras de ahora son ideológicas y quieren dominar también los espíritus. Para eso se valen de pretextos, como el de que la cultura nacional debe ser protegida contra la infiltración foránea. No lo admitamos. No admitamos que, con el argumento de defender la' cultura contra el peligro de 'desnacionalización', los gobiernos establezcan sistemas de control del pensamiento y la palabra que, en verdad, no persiguen otro objetivo que impedir las críticas. No admitamos que, con el cuento de preservar la pureza o la salud ideológica de la cultura, el Estado se atribuya una función rectora y carcelera del trabajo intelectual y artístico de un país. Cuando esto ocurre, la vida cultural queda atrapada en la camisa de fuerza de una burocracia y se anquilosa [paralisa] sumiendo a la sociedad en el letargo espiritual.

Para asegurar la libertad y el pluralismo cultural es preciso fijar claramente la función del Estado en este campo. Esta función sólo puede ser la de crear las condiciones más propicias para la vida cultural y la de inmiscuirse lo menos posible en ella. El Estado debe garantizar la libertad de expresión y libre tránsito de las ideas, fomentar la investigación y las artes, garantizar el acceso a la educación y a la información de todos, pero no imponer ni privilegiar doctrinas, teorías o ideologías, sino permitir que éstas florezcan y compitan libremente. Ya sé que es difícil y casi utópico conseguir esa neutralidad frente a la vida cultural del Estado de nuestros días, ese elefante tan grande y tan torpe que con sólo moverse causa estragos. Pero si no conseguimos controlar sus movimientos y reducirlos al mínimo indispensable acabará pisoteándonos y devorándonos. 

No repitamos, en nuestros días, el error de los indios mapuches, combatiendo supuestos enemigos extranjeros sin advertir que los principales obstáculos que tenemos que vencer están entre o dentro de nosotros mismos. Los desafíos que debemos enfrentar, en el campo de la cultura, son demasiado reales y grandes para, además, inventarnos dificultades imaginarias como las de potencias forasteras empeñadas en agredimos culturalmente y en envilecer nuestra cultura. No sucumbamos ante esos delirios de persecución ni ante la demagogia de los politicastros incultos, convencidos de que todo vale en su lucha por el poder y que, si llegaran a ocuparlo, no vacilarían, en lo que concierne a la cultura, en rodearla de censuras y asfixiarla con dogmas para, como el Calígula de Albert Camus, acabar con los contradictores y las contradicciones. Quienes proponen esas tesis se llaman a sí mismos, por una de esas vertiginosas sustituciones mágicas de la semántica de nuestro tiempo, 'progresistas'. En realidad, son los retrógrados y oscurantistas contemporáneos, los continuadores de esa sombría dinastía de carceleros del espíritu, como los llamó Nietzsche, cuyo origen se pierde en la noche de la intolerancia humana, y en la que destacan, idénticos y funestos a través de los tiempos, los inquisidores medievales, los celadores de la ortodoxia religiosa, los censores políticos y los comisarios culturales fascistas y estalinistas. 

Además del dogmatismo y la falta de libertad, de las intrusiones burocráticas y los prejuicios ideológicos, otro peligro ronda el desarrollo de la cultura en cualquier sociedad contemporánea: la sustitución del producto cultural genuino por el producto seudo-cultural que es impuesto masivamente en el mercado a través de los grandes medios de comunicación. Esta es una amenaza cierta y gravísima y sería insensato restarle importancia. La verdad es que estos productos seudo-culturales son ávidamente consumidos y ofrecen a una enorme masa de hombres y mujeres un simulacro de vida intelectual, embotándoles la sensibilidad, extraviándoles el sentido de los valores artísticos y anulándoles para la verdadera cultura. Es imposible que un lector cuyo gusto literario se ha establecido leyendo a Corín Tellado aprecie a Cervantes o a Cortázar, o que otro que ha aprendido todo lo que cabe en el Reader's Digest, haga el esfuerzo necesario para profundizar en un área cualquiera del conocimiento, y que mentes condicionadas por la publicidad se atrevan a pensar por cuenta propia. La chabacanería [grosseria] y el conformismo, la chatura intelectual y la indigencia artística, la miseria formal y moral de estos productos seudo-culturales afectan profundamente la vida espiritual de un país. Pero es falso que este sea un problema infligido a los países subdesarrollados por los desarrollados. Es un problema que unos y otros compartimos, que resulta del adelanto tecnológico de las comunicaciones y del desarrollo de la industria cultural, y al que ningún país del mundo, rico o pobre, adelantado o atrasado, ha dado aún solución. En la culta Inglaterra el escritor más leído no es Antony Burgess ni Graham Green sino Bárbara Cartland y las telenovelas que hacen las delicias del público francés son tan ruines como las mexicanas o norteamericanas. La solución de este problema no consiste, por supuesto en establecer censuras que prohíban los productos seudo-culturales y den luz verde a los culturales. La censura no es nunca una solución, o, mejor dicho, es la peor solución, la que siempre acarrea males peores que los que quiere resolver. Las culturas "protegidas ", se tiñen [tingem] de oficialismo y terminan adoptando formas más caricaturales y degradadas que las que surgen, junto con los auténticos productos culturales, en las sociedades libres. 

Ocurre que la libertad, que en este campo es también, siempre, la mejor opción, tiene un precio que hay que resignarse a pagar. El extraordinario desarrollo de los medios de comunicación ha hecho posible, en nuestra época, que la cultura, que en el pasado fue, por lo menos en sus formas más ricas y elevadas, patrimonio de una minoría, se democratice y esté en condiciones de llegar, por primera vez en la historia, a la inmensa mayoría. Esta es una posibilidad que debe entusiasmamos. Por primera vez existen las condiciones técnicas para que la cultura sea de verdad popular. Es, paradójicamente, esta maravillosa posibilidad la que ha favorecido la aparición y el éxito de la industria masiva de productos semi-culturales. Pero no confundamos el efecto con la causa. Los medios de comunicación masivos no son culpables del uso mediocre o equivocado que se haga de ellos. Nuestra obligación es conquistarlos para la verdadera cultura, elevando mediante la educación y la información el nivel del público, volviendo a éste cada vez más riguroso, más inquieto y más crítico, y exigiendo sin tregua a quienes controlan estos medios ― el Estado y las empresas particulares ― una mayor responsabilidad y un criterio más ético en el empleo que les dan. Pero es, sobre todo, a los intelectuales, técnicos, artistas y científicos, a los productores culturales de todo orden, a quienes les incumbe una tarea audaz y formidable: asumir nuestro tiempo, comprender que la vida cultural no puede ser hoy, como ayer, una actividad de catacumbas, de clérigos encerrados en conventos o academias, sino algo a lo que puede y debe tener acceso el mayor número. Esto exige una reconversión de todo el sistema cultural, que abarque desde un cambio de psicología en el productor individual, y de sus métodos de trabajo, hasta la reforma radical de los canales de difusión y medios de promoción de los productos culturales, una revolución, en suma de consecuencias difíciles de prever. La batalla será larga y difícil, sin duda, pero la perspectiva de lo que significaría el triunfo debería damos fuerza moral y coraje para librarla; es decir, la posibilidad de un mundo en el que, como quería Lautreamont para la poesía, la cultura sea por fin de todos, hecha por todos y para todos. 

Publicado em Vuelta nr. 70 de setembro de 1982.

Who Will Drive the Post-American Global Economy? - Jim O’Neill (Project Syndicate)

 Who Will Drive the Post-American Global Economy?

Project Syndicate, Apr 11, 2025

For any country that depends on international trade and markets, it is now obvious that even if the United States can be persuaded to rein in its trade-war policies, new trading arrangements will be necessary. There has never been a better time to pursue new, coordinated strategies to boost domestic demand.

LONDON – Since the US presidential election last year, I have been commenting regularly on various aspects of Donald Trump’s agenda and what it might mean for America, financial markets, and the rest of the world. There has been no shortage of chaos, but that was largely expected, given the president’s ham-handed, erratic “method” of policymaking. 

As I noted in February, and again in March, other economies may respond to Trump’s aggression by boosting their own domestic demand and reducing their dependency on US consumers and financial markets. If there is a positive spin to the current mess, it is that Europeans and the Chinese have already started to pursue such changes. Germany is loosening its “debt brake” and allowing for sorely needed investment, and China is said to be studying its options for stimulating domestic consumption. 

For any country that depends on international trade and markets, it is abundantly obvious that, even if the United States can be persuaded to rein in its trade-war policies, new trading arrangements will be necessary. Many are already seeking ways to increase trade among themselves and to forge new agreements to lower non-tariff barriers in the rapidly growing services trade. 

As a bloc, the rest of the G7 (Canada, France, Germany, Italy, Japan, and the United Kingdom) is nearly as large as the US. Add the other participants in UK Prime Minister Keir Starmer’s “coalition of the willing,” and America’s erstwhile allies could offset much of the damage that Trump has inflicted. By the same token, if China could refashion its Belt and Road Initiative in close coordination with India and other larger emerging economies, that might prove transformational. 

Such moves would mitigate the effects of US tariff policies and threats. But they will not be easy to pull off; if they were, they already would have happened. Today’s trading and financial arrangements reflect a variety of political, cultural, and historical factors, and the Trump administration will try to derail any changes to the status quo that could benefit China. 

What matters, then, is precisely how other large economies go about stimulating domestic demand, mobilizing investment, and forging new trade ties. At a recent conference on “globalization and geo-economic fragmentation,” hosted by the think tank Bruegel and the Dutch central bank, I was reminded just how skewed global GDP growth has been since the turn of the century. A simple analysis of annual nominal GDP figures from 2000 to 2024 shows that the US, China, the eurozone, and India collectively contributed nearly 70% of all growth, with the US and China accounting for almost 50% between them. 

Access every new PS commentary, our entire On Point suite of subscriber-exclusive content – including Longer Reads, Insider Interviews, Big Picture/Big Question, and Say More – and the full PS archive.

This finding further underscores the fact that US tariff threats must be met with higher domestic demand elsewhere. But here is a reality check: The only other country that could singlehandedly boost its demand and imports by enough to compensate for America’s declining share of the global economy is China. 

But what if China isn’t operating singlehandedly? As we have seen, Europeans are already taking steps to increase investment and defense spending in ways that will benefit both the EU economy and others, like the UK. And, of course, India’s economy has been growing faster than many others in recent years, suggesting that it could have some scope to pursue more domestic stimulus. What if all these other economies were coordinating their own policies? 

Such coordination probably might not have the same global impact as the 2009 London G20 agreement, which introduced wide-ranging global reforms and new institutions to address the causes of the global financial crisis and its fallout. But if these countries signaled to the rest of the world that they were engaged in some kind of consultation to harmonize their economic policies and advance shared objectives, that could have quite a positive impact. 

Finally, something else from the Bruegel conference has been nagging away at me. It was a chart (see below), presented by Bruegel Senior Fellow André Sapir, highlighting the similarities between Japan’s rise, when its GDP grew to around 70% that of the US in the 1990s, and China’s today. Then as now, the great fear in America was that it would be “surpassed.” But what does America really want? Does it want to be able to say that it is the largest economy in nominal terms, or does it want to provide wealth and prosperity for its citizens? 

These are not necessarily the same thing. What the current US administration fails to understand is that other countries’ growth and development can make Americans themselves even wealthier. Perhaps, someday, Americans will elect leaders who can comprehend this basic economic insight. For now, though, they seem destined for many years of turmoil and persistent uncertainty. 


segunda-feira, 14 de abril de 2025

Distribuindo notas de sucesso ou insucesso na vida política dos países - Paulo Roberto de Almeida

Distribuindo notas de sucesso ou insucesso na vida política dos países 

Paulo Roberto de Almeida

Na vida política dos países é normal encontrar líderes genuinamente engajados na melhoria da nação e outros menos bem sucedidos, por falta de capacidade ou por enfrentarem crises que não souberam administrar muito bem. No caso do Brasil, eu colocaria JK e FHC, por exemplo, como lideres bem sucedidos; na segunda categoria, são muitos e me dispenso de nomeá-los.

Mas também existem os maus, geralmente ditadores ou candidatos a tal, que podem até transformar os países mais radicalmente, mas à custa de golpes e porretes contra as liberdades democráticas. Podem até não ser muito frequentes, mas quando irrompem na vida de um país deixam um rastro de violência e de repressão.

No caso do mundo, são muitos os ditadores, até os tiranos. Na atualidade, não tenho nenhuma dúvida em colocar Putin e Trump como essencialmente maus, que prejudicam seus países e até o mundo, dada sua relevância no plano econômico, militar ou outro. No Brasil, Bolsonaro foi indiscutivelmente mau, defendendo a ditadura, elogiando torturadores e desprezando a vida, a cultura, a diversidade do mundo, além de ser um prefeito ignorante, até mesmo imbecil, em sua boçalidade asquerosa e ridícula.

Em alguns casos, até mesmo homens bons podem não ser bem sucedidos em seus países, mas positivos para o mundo, como Jimmy Carter por exemplo, defensor das liberdades.

Espero que a Rússia e os EUA sejam breves e sem retorno, para o bem de seus próprios países e,sobretudo, para o mundo.

No caso do Brasil, no momento, não consigo ver a possibilidade de termos, no curto prazo, um líder capacitado para ser bem sucedido na superação dos imensos problemas estruturais da nação, o que requer uma classe política engajada em projetos de reforma centrados na educação de qualidade para os menos favorecidos. Só desejo isso para o Brasil, o que, reconheço, ser muito pouco, mas seria essencial, sobretudo para nos livrar dos homens maus e dos menos preparados para enfrentar os desafios de um país injusto e desigual, ao ponto de ser iníquo e corrupto, em suas classes mais altas.

Seria pedir muito?

Paulo Roberto da Almeida 

Brasília, 14/04/2025 

Postagem em destaque

Livro Marxismo e Socialismo finalmente disponível - Paulo Roberto de Almeida

Meu mais recente livro – que não tem nada a ver com o governo atual ou com sua diplomacia esquizofrênica, já vou logo avisando – ficou final...