Madrid, 8 marzo 2015
Por CARLOS MALAMUD
Ya desde su llegada optó por exponer sus puntos de vista de forma categórica, con escasos matices: “Estamos aquí por invitación del presidente… Hemos recibido informaciones que registramos con preocupación y frente a esta evidencia queremos declarar de manera enfática que todos los estados de Unasur, sin excepción, rechazarán cualquier intento de desestabilización democrática de orden interno o externo que se presente en Venezuela”. Tal postura inicial condenó al fracaso cualquier intento posterior de potenciar el diálogo por encima de otras respuestas más altisonantes o rupturistas.
Es posible que la hoja de ruta trazada por Samper partiera de la premisa de que sin una mínima complicidad con el gobierno bolivariano no habría avances concretos en ninguna dirección. Puede ser, pero eso no debería excluir un mayor respeto y atención a la otra parte. A partir de aquí, el balance que hizo el secretario general de su labor en los días pasados no puede ser más triunfalista.
Por un lado, anunció que las elecciones parlamentarias se celebrarían en septiembre, algo que la oposición cuestionó al no haber ninguna confirmación del Consejo Nacional Electoral. Resulta cuanto menos curiosa, por contradictoria con estas afirmaciones, lo dicho por la ministra colombiana de Exteriores María Ángela Holguín.
Holguín señaló que la delegación de Unasur trasladó a los opositores con los que se había reunido que el propósito de su misión no era el reinicio del diálogo, algo que “en ningún momento se planteó como tal”. Por el contrario, el principal objetivo era desarrollar “el tema electoral, sobre todo para oírlos en cómo están viendo ese proceso”.
Por el otro lado, Samper manifestó de forma rotunda que su paso por Venezuela “abrió caminos para el diálogo político que se mantenía cerrado por más de un año”. A la vista de las declaraciones de todos los sectores de la oposición, tanto de quienes fueron convocados a encontrarse con la delegación de Unasur, como de quienes fueron marginados, tal conclusión resulta bastante cuestionable. Entre otros argumentos manejados por la oposición destaca la negativa de Unasur de entrevistarse con Leopoldo López o con Antonio Ledezma, ambos presos en la cárcel de Ramo Verde.
Henrique Capriles descalificó a Unasur por su escaso conocimiento de la realidad venezolana, mientras otros representantes de la oposición se expresaron de forma más rotunda. Los más duros fueron aquellos excluidos, como Jesús Torrealba, secretario general de la MUD (Mesa de Unidad Democrática), quien apuntó: “Samper llegó a Venezuela con un discurso parcializado y una convocatoria excluyente. Así no se promueve el diálogo, se confronta. Vino a apoyar le leyenda madurista de golpes de estado imaginarios y guerras económicas ficticias. Está haciendo las relaciones públicas del Gobierno”.
Algunas de las manifestaciones de Samper soliviantaron a aquellos opositores más reacios al diálogo y convencieron a los más neutrales de que su misión tenía poco recorrido. En este sentido destacan algunas de sus declaraciones, como que en Venezuela había separación de poderes o que Unasur jamás apoyaría ninguna salida golpista, algo en lo que, paradójicamente coincide con la mayor parte de la oposición. Un tema al que el secretario general de Unasur dio mucha trascendencia fue el del abastecimiento, al punto que anunció que su organización convocaría una comisión especial “para crear unas cadenas regionales de apoyo a la distribución de ciertos y precisos bienes de consumo básico”.
Esta afirmación tan sui generis revelarían la existencia de un rol nuevo y promisorio para Unasur, abocada a resolver las deficiencias de abastecimiento de los venezolanos. El problema de fondo, al que es incapaz de responder el gobierno de Maduro, es que mientras no se restablezca el normal funcionamiento de los mecanismos del mercado cualquier esfuerzo por paliar la situación será en vano.
Con sus polémicas declaraciones Samper no sólo ha puesto en cuestión la capacidad de Unasur de mediar en el conflicto venezolano, sino también la credibilidad futura de la organización como interlocutor válido en los distintos foros multilaterales. Poco le sirve a Unasur que su actividad sea equiparada con la del ALBA.
Las reiteradas denuncias de la comunidad internacional frente al silencio de los gobiernos latinoamericanos respecto al conflicto venezolano obligó a dar alguna respuesta. La iniciativa de Unasur podía haber sido el camino para comenzar, lentamente y con mucho trabajo por delante, a desactivar lo que puede ser una crisis de repercusiones regionales. La falta de equidistancia y, sobre todo, la menor muestra de empatía con el otro han servido para condenar definitivamente al fracaso cualquier posibilidad de diálogo pacífico en Venezuela.
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