2023 es el año que pondrá a prueba los límites individuales y colectivos: inflación, seguridad alimentaria, crisis energética, más presiones en la cadena de suministro y en la competición geopolítica global, la descomposición de los sistemas de seguridad y gobernanza internacional, y la capacidad colectiva para responder a todo ello. Es por eso que, en 2023, la permacrisis –elegida palabra del 2022– abarca desde la desorientación estratégica de las potencias occidentales hasta la vulnerabilidad que siente buena parte de la población del planeta por el encarecimiento de los productos básicos y la incapacidad de proteger bienes comunes como los alimentos, la energía o el clima. La fragilidad impregna desde la seguridad colectiva a la supervivencia individual.

Como en una mesa de billar americano, la invasión rusa de Ucrania es la bola blanca que ha impactado sobre las distintas transformaciones y crisis en curso que, proyectadas por la fuerza centrífuga que supone el nuevo escenario bélico, se mueven sobre el tablero, colisionando las unas con las otras, aumentado así la sensación de desorden y aceleración global, de incertidumbre geopolítica y de agitación social. ¿En qué momento se detendrá cada una de estas bolas que ahora están bajo el impacto de la confrontación armada en Ucrania? ¿Qué grado de desorden imperará en ese preciso momento? ¿Cuál podría ser, entre tanta crisis, la bola negra que, si cae por la tronera antes de tiempo, derive en una nueva amenaza existencial? Y, sobre todo, en este escenario continuado de vulnerabilidad e incertidumbre que se configura como la nueva normalidad, ¿qué respuestas colectivas están en construcción?

No estamos solo ante una crisis de dimensiones ingentes, sino ante un nuevo proceso de cambio estructural que en 2023 impactará, al menos, en estas 10 tendencias.

16 de noviembre de 2022, Egipto, Scharm El Scheich: Luiz Inacio Lula da Silva, Presidente electo de Brasil, habla en la Cumbre del Clima de la ONU COP27. – recrop Photo: Christophe Gateau/dpa (Foto de Christophe Gateau/picture alliance vía Getty Images)

Aceleración de la competición estratégica. A pesar de que la guerra en Ucrania ha acelerado la confrontación entre Estados Unidos y China, 2023 será también el año de los otros; aquel en el que veremos con más claridad una aceleración en la competición estratégica de otras potencias que aspiran a ganar protagonismo manteniendo espacios de cooperación abiertos, tanto con Washington como con Pekín o Moscú. Será un año para seguir de cerca las estrategias de India o Turquía, la evolución de Arabia Saudí, o los cambios que puedan venir desde el Brasil de Lula da Silva y del último ciclo electoral en América Latina, un continente donde China ha ganado con creces la puja internacional por afianzar su peso e influencia.

Inoperatividad de los marcos globales de seguridad colectiva. Desde el 24 de febrero de 2022, los paradigmas de la arquitectura de seguridad, tanto global como europea, han cambiado drásticamente. Por un lado, hemos asistido a una revitalización del papel de la OTAN; mientras que, por el otro, las imágenes de la invasión militar rusa aceleraban la percepción de descomposición del sistema de seguridad internacional, aumentando la sensación de vulnerabilidad y desorientación estratégica que acompaña los cambios estructurales actuales. Más allá del marco transatlántico, hay un impacto regional directo de esta inoperatividad de los instrumentos de seguridad colectiva, con resultados distintos según los conflictos: desde nuevos vacíos de poder o la profundización de la inestabilidad y la violencia, hasta el fortalecimiento de un minilateralismo que busca tejer espacios alternativos de seguridad compartida ante desafíos geoestratégicos.

Empleados trabajan en la línea de producción de paneles solares en una fábrica el 11 de octubre de 2022 en Jinhua, provincia china de Zhejiang. (Fotografía de VCG/VCG vía Getty Images)

Transiciones en colisión. Las transiciones verde y digital, que parecían ir de la mano hacia la construcción de un mundo más sostenible, han entrado en colisión. La guerra en Ucrania y el impacto de las sanciones a Rusia han alterado mercados, dependencias, compromisos climáticos e incluso los tiempos previstos para afianzar la apuesta por energías alternativas. ¿Ha sido esta crisis un acelerador o un sabotaje para la transición energética?

A corto plazo, el miedo a una falta de suministros durante el invierno ha impulsado la demanda de carbón, pero también ha acelerado una profundización en el mercado único de la energía en la UE. La otra gran apuesta en la carrera por la diversificación energética ha sido el incremento del uso de energías renovables, con la energía solar como alternativa principal. Desde el inicio de 2022, la Unión Europea ha incrementado un 121% la importación de placas solares producidas en China. Sin embargo, en esta transición, la competición por las tierras raras ganará centralidad y, en 2023, veremos a la UE presentar su Ley Europea de Materias Primas Fundamentales, con el objetivo de evitar una nueva dependencia hacia el gigante asiático, que representa el 60% de la producción global de estos minerales y componentes necesarios para producir placas solares, pero también baterías eléctricas o componentes tecnológicos necesarios para las transiciones gemelas: climática y tecnológica.

¿Recesión económica global? El Banco Central Europeo alerta de que la eurozona podría entrar pronto en una leve recesión técnica o estancamiento. Un escenario sombrío para un mundo que aún trata de revertir los estragos sociales y económicos de la pandemia y, de nuevo, se ve abocado a la volatilidad. En este contexto, las medidas monetarias del BCE para frenar la inflación se mantendrán en los próximos meses y se espera que la Reserva Federal estadounidense continuará aumentando las tasas de interés durante 2023.

En algunas regiones del planeta, el riesgo económico, monetario y social dibujará un 2023 altamente inflamable. La inflación ha llegado a máximos históricos, con Líbano, Turquía e Irán registrando unos incrementos de precios del 162%, el 85% (el dato más alto desde junio de 1998) y el 41%, respectivamente, que dificultan aún más el acceso a los alimentos para una parte significativa de la población. Siria y Yemen también han visto un aumento del precio de la cesta básica alrededor del 97% y el 81%, respectivamente.

El riesgo de que una crisis de deuda se amplíe en las economías emergentes durante 2023 está aumentando. Sri Lanka ha sido la primera alarma, pero, según The Economist, 53 países emergentes están al borde de no poder hacer frente a los pagos de sus deudas debido al incremento de precios y a la desaceleración de la economía mundial. Entre los que presentan una situación más delicada, están Pakistán, Egipto o Líbano.

Una mujer sentada junto a un calefactor eléctrico en su casa durante la temporada de invierno en el barrio de Guinardo, en Barcelona. (Foto de Davide Bonaldo/SOPA Images/LightRocket vía Getty Images).

Crisis de acceso y garantías a los bienes básicos. La guerra en Ucrania ha agravado las dificultades de acceso a la energía, a los alimentos y al agua potable. La provisión de bienes públicos globales, que es un requisito previo para el desarrollo y es vital para la reducción de la pobreza y la desigualdad entre países, sufre hoy los estragos de la rivalidad geopolítica, de una nueva confrontación por los recursos naturales, así como de los efectos de un debilitamiento de la gobernanza global y de la cooperación internacional.

El mundo se enfrenta a una crisis alimentaria sin precedentes. Según Naciones Unidas, en 2022, hay unos 345 millones de personas de 82 países en situación de inseguridad alimentaria aguda o de alto riesgo, unos 200 millones más que antes de la pandemia.También los altos precios de la energía influirán en el retroceso de los índices globales de desarrollo. Es probable que unos 75 millones de personas que recientemente obtuvieron acceso a la electricidad pierdan la capacidad de pagarla, lo que significa que, por primera vez desde que la IEA aporta datos, el número total de personas en el mundo sin acceso a la electricidad vuelva a crecer, y casi 100 millones de personas vuelvan a depender de la leña para cocinar, en lugar de optar por soluciones más limpias y saludables.

Inestabilidad y descontento social. En 2022, más de 90 países han registrado movilizaciones por la falta del acceso a los bienes públicos. En América Latina, los altos precios de los combustibles han generado protestas en Perú, Ecuador y Panamá, así como en Argentina, donde los manifestantes han extendido las demandas para reclamar más empleos y ayudas frente a las altas tasas de inflación. Este malestar social impactará de lleno en el camino a las urnas para Ecuador y Argentina, que tienen elecciones previstas, respectivamente, para febrero y octubre de 2023.

El invierno del descontento en Europa –que ya ha visto movilizaciones de miles de personas en Grecia, Reino Unido, Austria, Alemania, o la República Checa– podría intensificarse en 2023. La encuesta de eupinions revela que un 49% de la población de la UE señala el aumento del coste de vida como su principal preocupación. Por su parte, Oriente Medio y el norte de África podrían ser, de nuevo, el epicentro de una nueva ola de protestas masivas. Con la inflación cada vez más cercana a los niveles de 2011, cuando el descontento social y la frustración desencadenaron el inicio de las “primaveras árabes”, Líbano, Túnez, Egipto y Argelia podrían ser de nuevo escenario de protestas en contra de los regímenes actuales.

Mujeres del colectivo NousToutes organizaron en Toulouse una protesta contra la violencia sexual y el patriarcado. Hasta la fecha, 101 mujeres han sido asesinadas por su pareja en Francia. Toulouse. Francia. 21 de noviembre de 2021. (Foto de Alain Pitton/NurPhoto vía Getty Images)

Fracturas y atomización de los movimientos y sus reivindicaciones. La protesta gana terreno –tanto en democracias como en dictaduras– pero, cada vez más, lo hace en sociedades fracturadas, polarizadas. La “erosión de la cohesión social” es el riesgo que más ha empeorado a nivel mundial desde el inicio de la crisis de la COVID-19, según el Global Risk Report 2022. La fragmentación ha llegado incluso a los movimientos de protesta y a sus reivindicaciones. En los últimos años, el movimiento feminista, por ejemplo, se ha visto sumido en una fractura en torno a grandes debates sobre temas como el trabajo sexual, la definición del sujeto del feminismo, la misma conceptualización del género o la inclusión de las personas trans. También en la movilización ecologista y contra la crisis climática, vemos como las protestas evolucionan hacia estrategias distintas. A finales de 2022, han irrumpido nuevas formas de denuncia: acciones sensacionalistas –como pegarse a un cuadro o rociarlo de sopa de tomate– han acaparado la atención mediática para devolver la acción climática al debate público. En general, todos estos cambios reflejan el desencanto de muchos de estos movimientos –especialmente entre los jóvenes– frente a la inacción y continuismo de los gobiernos ante las crisis que nos acechan. En 2023, este activismo disruptivo estará aún más presente, con llamamientos específicos a la desobediencia civil.

Autoritarismo bajo presión. El 70% de la población mundial –más de 5.000 millones de personas– vive bajo dictaduras. La involución democrática gana terreno. Sin embargo, no solo la democracia está bajo presión, sino que las autocracias electorales también tienen un año con muchos interrogantes por delante. En 2023 veremos como algunos de estos liderazgos autoritarios están cada vez más cuestionados, ya sea por divisiones internas dentro del propio sistema o por la fuerza de movimientos opositores. Las protestas en Irán o China reflejan un malestar social que seguirá latente. También el presidente ruso, Vladímir Putin, tiene un altísimo grado de presión, prácticamente en todos los frentes. El apoyo popular a la invasión rusa de Ucrania ha caído drásticamente en los últimos meses y cuanto más se alargue la guerra más evidente se hará.

Los hombres fuertes parecen haber entrado en crisis. Jair Bolsonaro ha perdido las elecciones en Brasil, y las midterm en Estados Unidos acotaron la ola trumpista. Un aviso claro para el Presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, y sus aspiraciones de reelección ante una oposición que se presenta más unida y más fuerte que nunca.

Un carguero carga mercancías para su exportación a Sudáfrica en Qingdao, Zona Piloto de Libre Comercio de Shandong, el 22 de junio de 2022. (Photo credit should read CFOTO/Future Publishing via Getty Images)

Fragmentación regulatoria, desglobalización sectorial. Estamos ante una reglobalización o regionalización de geometría variable; ante un desacoplamiento selectivo, de doble circulación. La integración seguirá, especialmente en aquellos sectores donde la conectividad o la necesidad mutua es vital para el desarrollo de los actores, y el desacoplamiento sucederá en sectores estratégicos de la confrontación geopolítica, como la tecnología, la seguridad y la defensa. Este reset acelerado de la globalización, provocado tanto por la pandemia como por la guerra de Ucrania, no afecta solo a los centros de producción y a las cadenas de distribución. Estamos ante un replanteamiento –incluso ante un cuestionamiento, por parte de algunos actores– de las estructuras de gobernanza internacional.

En este contexto, China ha acelerado su propio entramado de organizaciones y mecanismos de influencia geopolítica. La Organización de Cooperación de Shanghái o la constitución del Banco Asiático de Inversión de Infraestructuras son instrumentos clave que, ya en los últimos meses y durante 2023, se configurarán como espacios importantes de esta transformación geopolítica. Además, un posible fortalecimiento de los BRICS en 2023 también puede reforzar el papel del Nuevo Banco de Desarrollo. Ante esta proliferación de instrumentos distintos, que giran en torno a dos núcleos de poder confrontados, el FMI advierte del riesgo de “fragmentación geoeconómica”.

Testando límites. Si 2023 es el año que pondrá a prueba los límites individuales y colectivos, la bola negra de nuestra mesa de billar es todo aquello –acontecimiento o efecto inesperado– que, como los últimos años han demostrado, es capaz de hacer saltar por los aires las previsiones, los tiempos y las estrategias de la política internacional. En la lista de amenazas que pudieran propiciar una escalada en los riesgos existentes, el peligro de un ataque o accidente nuclear ha subido enteros después de la subida de tono de la retórica rusa de los últimos meses y los bombardeos en las inmediaciones de centrales como la de Zaporiyia en el sureste de Ucrania. Asimismo, no hay que olvidar la creciente agresividad de los fenómenos meteorológicos que, en 2023, también podrían poner a prueba las insuficientes respuestas globales frente a la urgencia de la crisis climática, o la nueva virulencia de la COVID-19 en China.

Sin embargo, esta sensación de volatilidad no debe interrumpir la necesidad de actuar, ni de repensar los nuevos marcos efectivos de cooperación para hacer frente a las crisis globales y a esta incertidumbre permanente.

Este artículo es una versión reducida de la Nota Internacional publicada por CIDOB el 20 de diciembre de 2021. Esta Nota Internacional es el resultado de la reflexión colectiva del equipo de investigación de CIDOB en colaboración con EsadeGeo.   Coordinada y editada por Carme Colomina, en el proceso de redacción ha contado con aportaciones de Inés Arco, Anna Ayuso, Jordi Bacaria, Ana Ballesteros, Paula Barceló, Pol Bargués, Moussa Bourekba, Víctor Burguete, Anna Busquets, Carmen Claudín, Anna Estrada, Francesc Fàbregues, Oriol Farrés, Agustí Fernández de Losada, Marta Galceran, Matteo Garavoglia, Blanca Garcés, Patricia García-Durán, Seán Golden, Berta Güell, Josep Mª Lloveras, Ricardo Martínez, Esther Masclans, Óscar Mateos, Sergio Maydeu, Pol Morillas, Viviane Ogou, Francesco Pasetti, Cristina Sala, Héctor Sánchez, Ángel Saz, Reinhard Schweitzer, Antoni Segura, Cristina Serrano, Eduard Soler i Lecha, Marie Vandendriessche, Pere Vilanova, así como de socios individuales de CIDOB en los trabajos preparatorios.