por Aníbal Romero
Aníbal Romero es profesor de ciencia política en la Universidad de Simón Bolívar.
El Nacional, 7/05/2014
Desde que hizo su aparición en la historia del país, la “revolución bolivariana” ha estado estrechamente asociada a la muerte. Todo comenzó con los golpes de Estado de 1992 y su cosecha de asesinatos, hasta este año que ahora transcurre como testigo de otras cruentas pesadillas, en un inagotable proceso de destrucción de vidas. La alianza de la revolución chavista con la muerte no ha dejado de lado a los propios cabecillas del régimen, comenzando por su máximo líder y su temprano fallecimiento. A los casos políticos es imperativo añadir las decenas de crímenes violentos que acosan a diario a Venezuela, con cifras comparables a las que experimentan naciones sumidas en implacables guerras civiles, como Siria, por ejemplo. No dudo que la violencia existente en nuestra sociedad está vinculada a un proceso político basado en el odio de clases, al resentimiento y la corrupción de las sectas cívico-militares que detentan el poder.
A medida que transcurre el tiempo y avanzan la destrucción y la muerte, la “revolución bolivariana” pierde los pocos vínculos que alguna vez intentó establecer con una ideología y un sentido epopéyico de su propia historia, y deviene en lo que ya es obviamente una marcha sangrienta hacia la nada. Importa que la dirigencia democrática, y en general todos los venezolanos que nos oponemos al régimen, asumamos con serena lucidez que el proceso “revolucionario” se ha transformado en una aventura nihilista, es decir, en un rumbo hacia la nada, hacia un abismo sin sentido alguno.
Ante este sombrío panorama, resulta ineludible preguntarse si el grupo de veteranos políticos congregados en la Mesa de la Unidad Democrática(MUD), se ha percatado de la razón profunda que seguramente explica el patente desencanto y cuestionamiento de que son objeto, por parte de numerosos venezolanos de buena voluntad. Parece obvio que la razón de fondo del descontento hacia la MUD tiene que ver con una ausencia de compromiso con la verdad, acerca de la real naturaleza del régimen y lo que ello significa. No es el “diálogo” como tal lo más relevante, sino el hecho de que la dirigencia democrática que conforma la MUD sigue comportándose las más de las veces como si viviésemos en una situación política normal, en la aparente expectativa de que los códigos de conducta que prevalecieron durante los tiempos de la República civil terminen por domesticar a los nihilistas al mando en el país. Me temo que se llevarán una inmensa decepción.
El problema central no es el salario mínimo, la tasa de inflación, el aumento de la gasolina o la escasez de alimentos. El problema central es el dominio del país por parte de un poder extranjero, la ilegitimidad de origen y ejercicio de los actuales gobernantes, y el esfuerzo sistemático para repetir en Venezuela la experiencia totalitaria que nuestros nuevos amos cubanos usaron para hundir a su nación y perpetuarse en el poder.
La dirigencia democrática tiene el deber ético de apegarse a la verdad y realizar una labor pedagógica hacia el pueblo llano, hacia esos sectores populares que todavía no alcanzan suficiente claridad acerca de lo que está en juego en Venezuela. Se impone dejar de lado la ficción de una política “normal” ejercida en circunstancias que no lo son. Se impone apartarse de negociaciones puramente puntuales y secretas con un régimen criminal y nihilista, y empeñarse a plenitud en difundir sin ambigüedades un mensaje de lucha por la independencia nacional frente al dominio cubano, así como de liberación frente a los designios mortales impulsados por el legado político de Hugo Chávez.
Este artículo fue publicado originalmente en El Nacional (Venezuela) el 7 de mayo de 2014.
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