Argentina y el cambio de ciclo
Los molinos de viento de la deuda Argentina
Madrid, 22 junio 2014
Por CARLOS MALAMUD
La idea de normalidad se basaba en un índice llamado de economías de frontera, unas economías en desarrollo con grandes oportunidades de ganancia, del cual están excluidos países emergentes como Brasil o México con mayor estabilidad e institucionalidad. Esa sensación era producto de una serie de medidas recientes del gobierno kirchnerista, desde la elaboración de un nuevo índice para medir la inflación (demandado por el FMI) hasta acuerdos millonarios para cerrar contenciosos pendientes ante el CIADI (Centro Internacional de Arreglo de Diferencias relativas a Inversiones), el Club de Paris o Repsol.
Si bien estas medidas no solucionaron los problemas económicos de fondo ni relanzaron el crecimiento argentino, bastaron para instalar la idea de que el país se había distanciado del precipicio. Sin embargo, la fuerte inflación, la caída de reservas internacionales, la falta de divisas, el déficit energético, el excesivo peso de los subsidios y el elevado gasto público seguían ahí, aunque Cristina Fernández había logrado su objetivo de comprar tiempo.
Los resultados electorales de 2013 cerraron el camino a la reforma constitucional que hubiera habilitado una nueva reelección. Simultáneamente, el hiperliderazgo presidencial evitó que surgiera ninguna candidatura viable dentro del riñón del régimen, una cuestión agravada por la situación judicial y política del vicepresidente Boudou,que afronta serias acusaciones de corrupción. En el oficialismo, el candidato mejor posicionado es Daniel Scioli,gobernador de la provincia de Buenos Aires, pese a ser rechazado por el kirchnerismo más radicalizado.
El futuro, plagado de dificultades y peligros como la apertura de causas judiciales contra los principales miembros del gobierno, podría ser más llevadero si se concretara el deseo de retornar a la presidencia en 2019. Para que esto ocurra deben cumplirse algunas condiciones nada fáciles. Lo más importante es llegar al cambio de gobierno al final de 2015 sin que una nueva crisis económica estalle en las manos de Fernández y acabe dramáticamente con sus expectativas. Esto explica algunas políticas recientes, como las mencionadas más arriba, pese a su incompatibilidad con el relato político-ideológico del gobierno.
El fallo de la Corte Suprema se llevó por delante el oasis de tranquilidad en que se había instalado la sociedad argentina. La respuesta gubernamental mantuvo la estrategia tradicional: negativa absoluta a negociar con los “fondos buitre” y descalificación de la justicia norteamericana, en un momento en el que ni la política económica ni la diplomacia estuvieron a la altura de lo demandado. Nuevamente el discurso para el consumo interno buscó inflamar las pasiones nacionalistas (“¡patria o buitres!”), a tal punto que muchos comenzaron a comparar la Guerra de las Malvinas con esta nueva crisis.
La malvinización del conflicto se tradujo no sólo en soflamas altivas sino también en la negativa a pagar, a enviar misiones negociadoras a Estados Unidos o a cambiar el tono del discurso contra el juez Griesa, principal responsable de la causa de los holdouts en Nueva York. La sensación de debacle llevó a recapacitar y se comenzaron a llamar a las cosas por su nombre. De este modo los molinos de viento dejaron de ser gigantes para ser simplemente molinos ya que el estallido de una crisis acabaría con Cristina Fernánez, sin un recambio político viable, pero también con el kirchnerismo y, muy probablemente, supondría un golpe durísimo al peronismo.
De una manera u otra Argentina está frente a un cambio de ciclo. Independientemente de la evolución judicial y económica del problema de la deuda vale la pena no perder de vista su componente político, con unas elecciones presidenciales a la vista (octubre de 2015). El fin de la etapa kirchnerista se observa en los detalles más nimios pero de momento nadie tiene las claves del futuro. Faltan 16 meses para las elecciones, un siglo en la política argentina, y 14 para las primarias, simultáneas y obligatorias (PASO), a celebrarse en agosto de 2015, cuando comenzarán a aclararse las cosas. Hasta hace poco la mayor parte de los observadores señalaba que el recambio sólo podría provenir del peronismo.
Pero la coyuntura ha cambiado radicalmente. La dispersión del voto es absoluta y todas las opciones están abiertas. Ninguno de los principales candidatos (el paraoficialista Daniel Scioli, el neoperonista Sergio Massa, el centroderechista Mauricio Macri o alguno de los cuatro precandidatos de UNEN, coalición de radicales, socialistas y otras opciones de centro izquierda) tiene el 30% de la preferencia ciudadana. Actualmente la única certeza es que habrá segunda vuelta, aunque el resultado final dependerá únicamente de quiénes sean sus dos competidores.
Una vez más Argentina se ha perdido en su laberinto. Nuevamente retornan las preguntas de por qué un país tan rico es incapaz de transitar decididamente hacia el desarrollo. Pese a las voces catastrofistas, Argentina no se despeñará esta vez ni volverá a declararse en cesación de pagos. Sin embargo, cualquiera sea el nuevo gobierno, deberá recomponer una economía devastada. Para lograr su cometido el próximo presidente tendrá que deshacer muchas de las medidas que, bien por prejuicios ideológicos, bien por politiquería o bien por incompetencia, se adoptaron en los últimos 12 años. Como los milagros son imposibles, la complicada articulación de equilibrios políticos y económicos sólo se alcanzará con amplios consensos, cuya búsqueda debería ser la tónica dominante a partir de 2015.
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