Nada es por casualidad. Tenemos que explicar cómo llegamos hasta aquí, a un 2013 tan funesto, con tres devaluaciones a cuestas y sin encontrar un momento de sosiego en esta vorágine de escasez, inseguridad, empleos tambaleantes y en general, este desgobierno que insiste en la misma receta a pesar de los pésimos resultados. No vivimos un error económico. Es algo mucho peor. Son un conjunto de desaciertos y malas aproximaciones a la realidad.
El primero de ellos tiene que ver con catorce años de caudillismo autoritario. Chávez llegó a ser el gobernante más poderoso y arbitrario de toda nuestra historia republicana. Él y sus caprichos. Él y sus circunstancias. Él y su forma de ver al mundo, con ese sesgo militar y esa mezcla de ceguera carismática e ignorancia que le hacían comprar en los tenderetes ideológicos cualquier argumento que le permitiera concentrar poder y administrar el país como la hacienda que nunca tuvo. Ese caudillismo acabó con unas instituciones frágiles y progresivamente deterioradas por consignas falaces y malos momentos económicos. La clase media y buena parte de la clase ilustrada del país se hicieron el harakiri y entregaron sus banderas a ese imaginario perverso del militar, del hombre fuerte que lo resuelve todo. De repente la voluntad del líder y el arrollador respaldo carismático llegó a ser más importante que la ley. Chávez y sus ganas eran supraconstitucionales. Chávez era ese vínculo trascendental con la venganza irredenta y el reacomodo nacional que prometía sacarnos del “chiquero cuarto-republicano” para enfilarnos hacia la máxima felicidad posible. La ignorancia es osada.
En su momento dijimos que el poder absoluto se corrompe absolutamente. No hay excepciones a la sentencia de Lord Acton. Ese inmenso poder le confirió a Chávez toda la responsabilidad por este desastre. Él fue quien organizó este equipo de incapaces y corruptos que no dan pie con bola y que creen que con excusas y supuestos culpables se puede gobernar al país. Esto que vivimos hoy es el resultado de la sumisión de los poderes públicos y la inexistencia de organismos de control. La democracia representativa se trocó en un sultanato despótico en donde ellos se reservaron el uso, goce, disfrute y disposición de la renta nacional, y al resto nos aplicaron la lista de Tazcón, la persecución y los rigores de la ley.
El régimen se infló como un sapo. Chávez creyó que podía ser un émulo del imperio que tanto criticaba, y estaba dispuesto a pagar el precio. El Alba y toda esta diplomacia activa se ha llevado una buena tajada de nuestros ingresos, esos que ahora nos hacen falta para conseguir el papel toalé o cualquiera de los bienes o servicios que echamos de menos. Todos los expertos coinciden en que por alguna extraña razón nos quedamos sin suficientes reservas. Todos se preguntan por qué PDVSA no encaja en el BCV o en cualquier otro lado el total del valor de nuestras exportaciones petroleras. Nadie quiere, empero, decirlo muy alto. El afán imperial nos arruinó mientras que Nicaragua, República Dominicana, Bolivia, Cuba y el resto de los supuestos aliados del régimen respiran aliviados al conseguir petróleo regalado y no tener que sufrir las presiones de un vendedor que los presiona por el pago. Barato les resulta el venir a insultarnos, a meterse en nuestra política, siempre y cuando el flujo petrolero venezolano sigue garantizando su orden social, el de ellos, no el nuestro. Lula, ese enano moral que funge como sabihondo latinoamericano se ha garantizado una buena tajada de negocios para Brasil, mientras se hace la vista gorda con los excesos, desvaríos y ridiculeces del socialismo del siglo XXI. Ya vendrá con el cuento de cómo se equivocaron.
Lo cierto es que hay algunas cifras que son alarmantes. La deuda total de los países adheridos al Convenio de PetroCaribe con PDVSA es del orden de los 22 mil millones de dólares. Resulta incomprensible cómo se ha dejado acumular una factura que en el caso de República Dominicana es de 3.029,7 millones de dólares –absolutamente impagable- o de Nicaragua, que llega a 2.188 millones de dólares. Bolivia recientemente reconoció una deuda de 159,40 millones de dólares, y lamentablemente las cuentas opacas del gobierno venezolano no nos permiten cuantificar el monto de lo que se regala a cuenta de mantener vigente la revolución.
Y Cuba, bueno, Cuba ha conseguido ser el gigoló político más exitoso del mundo. Como dicen en criollo, por allí pasó un pendejo y ellos se lo agarraron. Lo cierto es que entre todos ellos suman una cifra impagable pero que a nosotros nos hace falta para evitar el colapso final de la hiperinflación y la debacle de los servicios públicos. Baste decir que solamente en el 2012 ellos reconocen haber recibido unos 1.600 millones de dólares, y para el 2013 se prevé un flujo de cooperación cercano a los 2.000 millones de dólares. Expertos han calculado que PDVSA ha dejado de ingresar unos 15.850 millones de dólares dadas las favorables condiciones del convenio petrolero firmado entre Cuba y Venezuela en 2000. Este es el costo de la estupidez.
El tránsito hacia el socialismo del siglo XXI (el viejo comunismo de siempre) nos ha hecho perder la mitad del parque manufacturero, ha envilecido la acción empresarial, provocado una clase “boliburguesa” infecta y dependiente de la adulancia más abyecta, y nos ha convertido en un país inviable desde el punto de vista productivo. No hay forma de mantener un flujo creciente de importaciones con el negocio petrolero devastado, fagocitado, mal administrado y peor mantenido. Esa forma “anal retentiva” de sentarse encima de una supuesta riqueza que no explotamos productivamente ni transformamos en verdadero bienestar social nos va a hacer perder el primer tercio de este siglo, porque recomponer todo este desguace moral, institucional y financiero requerirá rectificaciones, ajustes y mucho sacrificio.
Vivimos tiempos de dictadura. Simple y llana, sin adjetivos condescendientes. Este régimen de militares nos ha dado lo único que pueden dar esa mezcla de uniformados y comunistas que nos ha tocado en suerte: una economía inviable, corrompida, manejada con excesos de autoritarismo y controles, resentida y acomplejada. Que haya alguien que pueda creer que Cuba es algún tipo de solución solo indica en manos de quienes estamos, cuál es su talante y el grado de su conocimiento del mundo. Nos equivocamos al vivir de la nostalgia del hombre fuerte. Nos equivocamos al creer que podemos vivir de la renta y además compartirla generosamente con el resto del mundo. Nos equivocamos al narrarnos como el país donde todo es posible sin que medie el trabajo productivo, la creatividad y el ingenio del capitalista emprendedor. Y estos son los resultados: la confiscación de la realidad por una ideología que nos ha devuelto a estadios primitivos donde vamos a terminar por recibir una bolsa vacía a través de una libreta de racionamiento. No somos una experiencia.
Somos nuestra propia pesadilla.
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