China, capitalismo y geopolítica: ¿revisionismo o pacifismo chino? Ferran Pérez Mena es Doctorando en Relaciones Internacionales por la Universidad de Sussex (UK)
Durante los últimos años, la disciplina de las Relaciones Internacionales y los grandes medios de comunicación han debatido el papel que jugará China en la nueva transición geopolítica que estamos viviendo. Se podría decir que el debate está dividido entre aquellos que razonan que China es una potencia revisionista que liquidará el orden internacional liberal liderado por Estados Unidos para construir un nuevo orden mundial sinocéntrico y aquellos que piensan que China se comportará como una potencia benigna que buscará el establecimiento de un mundo multipolar más justo y pacífico. Los primeros basan sus argumentos en una visión realista de las relaciones internacionales que considera que las transiciones hegemónicas siempre desembocan en un conflicto militar entre una potencia hegemónica y una potencia en ascenso -a esta situación se le ha llamado “la Trampa de Tucídides”-. La historia está repleta de ejemplos que dan la razón a esta visión realista. Los segundos consideran que China se comportará como una potencia benigna debido a su supuesto ethos pacífico. Lo cierto es que la China imperial apenas experimentó conflictos “internacionales” con sus vecinos. La estructura del sistema tributario en Asia Oriental, construida en mayor medida por la China imperial, actuaba de difusor contra la posibilidad de conflictos militares entre los distintos reinos de la región. Esta estructura regional de acumulación de riqueza e intercambios culturales fue liquidada por el imperialismo occidental y la emergencia del militarismo japonés a finales del siglo XIX. Históricamente, hasta la mitad del siglo XIX, las elites imperiales chinas tuvieron que lidiar principalmente con conflictos internos como revueltas populares, guerras civiles y escaramuzas con los pueblos nómadas que habitaban en lindes del imperio.
Sin embargo, más allá de las visiones antagónicas que ofrecen estos análisis, estas dos perspectivas comparten un enfoque idealista y ahistórico de la historia china y de sus relaciones internacionales. Los primeros piensan que las cuestiones del poder se ventilan en los despachos de los dirigentes políticos y de sus estrategas militares que entienden las relaciones internacionales como un simple juego de billar transhistórico. Los segundos consideran que el comportamiento internacional benigno de la China imperial ha sido heredado por el Partido Comunista de China (PCCh). En definitiva, ambas perspectivas ignoran el papel crucial de la economía política en determinar y configurar las relaciones internacionales. Los realistas suelen ignoran los procesos económicos que van más allá del Estado-nación y los últimos concluyen que el comportamiento “pacífico” de la China imperial pre-moderna insertada en una economía política no capitalista se puede reproducir en el contexto actual donde la China de Xi Jinping está incrustada en un capitalismo global con dinámicas distintas.
No obstante, el capitalismo global es una estructura compleja con unas dinámicas internas que empujan a los Estados a maximizar la obtención de recursos y en última instancia a combatir por estos cuando son escasos. En el contexto histórico actual, esto tiene aún más relevancia debido a que los actores internacionales no sólo están sometidos a los límites estructurales del capitalismo global sino también a los impuestos por la naturaleza, o a lo que algunos han descrito como el “Antropoceno”. Esto quiere decir que la acumulación de riqueza de los Estados está constreñida por los límites estructurales marcados por el sistema económico y la naturaleza. Por lo tanto, los actores internacionales no pueden escapar fácilmente de la estructura del capitalismo global y de sus dinámicas internas que generan conflictos internacionales.
Así pues, la pregunta que debemos hacernos no puede ser si la China moderna posee una naturaleza revisionista o pacifista. Esta pregunta estéril solo nos conduce a un callejón sin salida que solo aviva el fuego de la propaganda militar y análisis poco informados sobre la realidad china y su particular relación con el capitalismo global. Además, esta pregunta implícitamente nos lleva a concluir que la China moderna está por encima de las estructuras históricas. Por suerte, parece ser que los actuales líderes del PCCh se han curado del histórico voluntarismo que generó tragedias colectivas durante el siglo XX. En cambio, lo que tenemos que cuestionar es si China puede activar mecanismos – estatales e internacionales- para no sucumbir a las dinámicas del capitalismo global que inevitablemente conducen a las grandes potencias a conflictos por recursos para poder apuntalar sus regímenes de acumulación. En definitiva, ¿China tiene la capacidad para comportarse como una potencia pacifista teniendo en cuenta las dinámicas internas de las estructuras globales en las que está integrada? Para responder esta pregunta tenemos que analizar la realidad material concreta que afecta a la China moderna e historizar su desarrollo socioeconómico en la presente coyuntura histórica y geopolítica.
En la actualidad, el PCCh busca la construcción de un mundo multipolar más justo que pueda acomodar distintos polos de poder, intereses nacionales y tradiciones culturales. Sin embargo, este proyecto multipolar no es una garantía para la paz mundial. Ese mundo multipolar podría desembocar en un “momento Kautskyiano” en el que diferentes elites nacionales y transnacionales cooperen para gestionar los recursos naturales, tecnológicos e industriales dentro del marco capitalista. En una economía capitalista global como la nuestra, a pesar de estar en proceso de transformación, este tipo de acuerdos solo pueden ser temporales y solo contribuyen a retrasar los conflictos militares anunciados por los intelectuales de la tradición realista. Por otro lado, si la política exterior china basada en la “no interferencia” ha sido vital para el crecimiento del país y ha contribuido a no causar más desastres internacionales, en un futuro escenario de crisis global capitalista podría causar que China acábase como la Unión Soviética.
El sistema chino de “socialismo con características chinas” en un solo país tiene sus límites y contradicciones que se acentuarán cada vez más en el futuro. No es lo mismo ser un Estado en “desarrollo tardío” con el tiempo a favor, que una gran potencia con responsabilidades globales donde el tiempo político es extremadamente precario y limitado. Durante los últimos cuarenta años, el “atraso histórico” al que se refería Leon Trotsky en su obra sobre la Revolución Rusa ha sido la garantía de que China pudiese adoptar un perfil bajo para no verse involucrada en conflictos internacionales. Además, estos últimos cuarenta años han coincidido con un tipo de económica política global de carácter neoliberal y una configuración de poder entre las elites chinas y estadounidenses que ha amortiguado posibles tendencias conflictivas entre estas dos grandes potencias. A esta estructura de poder y económica se le llamó de una cierta manera caricaturesca “Chimérica”.
Por un lado, las elites estadounidenses consideraban que esta fórmula de cooperación transnacional podría “socializar” a las elites del PCCh y contribuir así a la profunda liberalización del Estado chino. Por el otro lado, el PCCh entendió que era crucial aprovecharse de la apertura generada por la economía global neoliberal para favorecer el crecimiento económico del Estado. Así pues, este periodo de “paz” no solo ha sido posible gracias a la “mentalidad” de los líderes chinos y de su presunto ethos pacifista sino también a la existencia de una base material y configuración de poder que lo facilitó.
Sin embargo, la administración Obama con su “pivote asiático” y la administración Trump con la guerra comercial dejaron claro que los tiempos de “Chimerica” se han agotado. La “fortuna” de China, como diría Maquiavelo, ha quedado otra vez en el aire. A pesar de este cambio de fortuna, los líderes chinos se han mostrado a favor de la globalización capitalista. El presidente Xi Jinping confirmó esta postura en el Foro Económico Mundial de Davos en 2017. Esta política del PCCh no sólo muestra cómo el Estado chino aún necesita la apertura global para seguir creciendo sino también que China dista de ser una potencia hegemónica. En definitiva, el apoyo del PCCh a la globalización implícitamente revela una posición de debilidad estructural y no tanto una voluntad de dominación global. No obstante, si China no contribuye a la transformación de las estructuras económicas que sostienen lo que queda de la globalización, China se arriesga a alargar la vida de una bomba de relojería que ya ha sido activada.
Sobre este trasfondo, el futuro pacifista de la China moderna no dependerá de los atributos psicológicos y valores de los miembros del Politburó del PCCh, ni tampoco de la habilidad de los líderes chinos para encontrar un “equilibrio de poder” con otros Estados como Rusia, Estados Unidos o India. Desafortunadamente, los ethos y voluntades pacifistas pueden disolverse rápidamente por las fuerzas el capitalismo global, mientras que los “equilibrios de poder” son configuraciones transitorias de poder expuestas a las crisis de la economía global. El futuro pacifista de China será posible si el gran gigante asiático contribuye a la construcción de un sistema internacional que pueda abordar las tendencias de una economía política global que es proclive a generar conflictos internacionales. La actual fe del PCCh en el desarrollo tecnológico no es suficiente para abordar estos retos.
Paradójicamente, el PCCh tiene que repensar la política nacional e internacional que ha contribuido al éxito económico de China durante los últimos cuarenta años. Esto significa que el PCCh tiene que salir de su zona de confort. Además, el PCCh tiene que reflexionar sobre los horizontes normativos que lleva promoviendo desde los años ochenta. Los marxistas chinos de principios del siglo XX como Li Dazhao o Chen Duxiu tenían claro que la armonía internacional y la paz mundial dependían de factores materiales y de una estructura global que unía a todos los actores internacionales. En definitiva, la pregunta no es si China será revisionista o pacifista. Estos debates estériles simplemente sirven para llenar portadas en el New York Times y el Global Times. La cuestión principal es si China podrá contribuir a la transformación estructural de la actual economía global para que este siglo XXI no sea una nueva traumática era de Estados combatientes 2.0.
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