Colombia y la política exterior
venezolana
InfoLATAM, 31 MAYO, 2013
La visita de Henrique Capriles, el
líder de la oposición venezolana, a Bogotá provocó una intensa tormenta política
y diplomática tanto en su país como en las relaciones bilaterales
colombo-venezolanas. El principal factor desencadenante del conflicto fue el
encuentro, una visita privada, que mantuvo Capriles con Juan Manuel Santos, el
presidente de Colombia en la Casa de Nariño, la sede oficial de la presidencia.
También molestó su visita al Congreso colombiano, donde frente a un grupo de
diputados y senadores pidió que “no dejen sola a Venezuela”.
En cualquier país normal una
situación de este tipo hubiera causado mucho menos ruido o hubiera pasado
prácticamente desapercibida, con una mínima cobertura en las páginas interiores
de los periódicos. Son incontables los casos en que líderes de la oposición son
recibidos por jefes de estado o de gobierno, o visitan parlamentos extranjeros,
en los más diversos países del mundo. Baste recordar el recibimiento con
honores de jefe de estado que otorgó en su día Fidel Castro a Hugo Chávez
cuando éste visitó La Habana en diciembre de 1994, tras pasar dos años en la
cárcel por su actividad golpista.
En esta ocasión nos enfrentamos a
una reacción desmesurada del gobierno bolivariano, debido a las manifestaciones
de altos funcionarios gubernamentales y parlamento. Tanto el ministro de
Exteriores, Elías Jaua, como el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado
Cabello, hicieron durísimas declaraciones, mientras el presidente Nicolás
Maduro llamaba de regreso a Caracas a Roy Chaderton, el comisionado del
gobierno venezolano para el proceso de paz colombiano que se está negociando en
La Habana.
El conjunto de la respuesta
venezolana responde al contexto extraordinario que vive el país. Al mismo
tiempo, el gobierno del presidente Maduro sitúa las relaciones internacionales,
incluso con los países vecinos y los “hermanos latinoamericanos”, bajo la misma
dinámica que rige la política interna. De este modo, en la política exterior
bolivariana ha desembarcado la crispación y la polarización, dominada por la
lógica amigo/enemigo tan presente en la lucha política nacional.
La extrema dureza de las palabras
oficiales del gobierno venezolano se expresa por si misma. El ministro Jaua
señaló que el gobierno venezolano “lamenta profundamente que el presidente
Santos haya dado un paso que de manera dolorosa nos va a llevar a un
descarrilamiento de las buenas relaciones que teníamos”. Al mismo tiempo
insistía en que “se confirma que desde Bogotá hay una conspiración abierta
contra la paz en Venezuela” que alcanza “los más altos poderes del Estado
colombiano”. Y agregó: “es lamentable para ambos pueblos” que mientras su
gobierno “está haciendo esfuerzos denodados” para lograr la paz en Colombia, a
cambio “reciba como respuesta de las instituciones del estado colombiano en
Bogotá el aliento y el estimulo a quienes pretenden desestabilizar la paz en
Venezuela”.
Por su parte, Diosdado Cabello
calificó como una “agresión” a Venezuela la decisión de Santos de recibir a
Capriles y fue todavía más lejos al afirmar: “El presidente Santos le está
poniendo una bomba al tren de las buenas relaciones que tanto le pidió el
presidente Chávez… Le mete una patada a la mesa recibiendo a alguien que está
en contra de la paz de Venezuela”. “Desde el Poder
Legislativo rechazamos contundentemente esto, porque se trata de una
conspiración contra Venezuela que encuentra en territorio colombiano y en el
Gobierno colombiano apoyo… entendemos que es un plan de la derecha
internacional donde el presidente Santos es parte activa”. Por eso concluyó
diciendo que planteará al parlamento que pida al gobierno colombiano que
“clarifique si está con el golpismo que representa Capriles o con el pueblo de
Venezuela”.
Es evidente que todo esto muestra el
nerviosismo en que está instalado el gobierno de Nicolás Maduro y su creciente
pérdida de credibilidad frente a la comunidad internacional. El riesgo de
persistir en esta tendencia es un cada vez mayor aislamiento internacional. En
el caso de Colombia la situación se agrava, ya que el gobierno venezolano había
pensado que a raíz de los diálogos de paz de La Habana entre el gobierno de
Bogotá y las FARC, el presidente Santos debía funcionar como una especie de
rehén en sus manos si no quería que los diálogos descarrilaran.
En aquel entonces, algunos analistas
hablaron de la imparcialidad o de la ligereza del discurso español, que no
contemplaba adecuadamente la compleja realidad venezolana. A la vista de lo
ocurrido como consecuencia de la visita de Capriles a Bogotá se desprende que
por más cuidado que se ponga, por más que se escojan adecuadamente las palabras
(eligiendo las menos controversiales), la reacción violenta de la contraparte
es posible en la medida que los dichos y las acciones propias no se adecuen a
las expectativas bolivarianas. Y éstas pasan, únicamente, por la subordinación
a sus puntos de vista.
La reacción venezolana también
evidencia la amenaza que supone para el proyecto hegemónico cubano – venezolano
de expansión continental el lanzamiento y potencial desarrollo de la Alianza
del Pacífico. La reciente cumbre presidencial de la
Alianza, celebrada en Cali, es buena prueba de sus posibilidades de
ampliación, a la vista de las reacciones de países tan diversos como Uruguay,
Paraguay o incluso Ecuador, que de momento, según su ministro de Exteriores, se
limita a recopilar información sobre el proceso. Mientras Juan Manuel Santos
asumió en Cali la presidencia pro tempore de la Alianza, en breve Nicolás
Maduro asumirá la presidencia pro tempore de Mercosur. Con este tipo de
actitudes del gobierno venezolano lo único que se logra es atentar contra el
proyecto de unidad continental, retóricamente denominado de “patria grande” o
incluso contra la misma supervivencia de Unasur.
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