Minha opinião sobre o atual conflito econômico provocado pelo estúpido presidente americano contra a China, uma “trade war” que se converte em feroz guerra tecnológica, estimulada pelos paranoicos do Pentágono.
O aprendiz de feiticeiro, “defensor da Civilização Ocidental” segundo um patético seguidor brasileiro, acelera assim a decadência da “civilização ocidental” liderada pelo Império americano, tudo em função da “lei das consequências involuntárias” e da ainda mais poderosa Lei de Murphy (aliás, ironicamente, inventada por um americano, assim como o Peter Principle, aquele que eleva um incompetente como Trump ao nível mais alto de sua própria incompetência).
Eu imaginava que a Guerra Fria Econômica se desenvolveria em etapas prolongadas numa série de frentes secundárias, com intermediários diversos, ou seja, uma espécie de protracted war combinada a proxy wars, como ocorreu ao longo de toda a Guerra Fria Geopolítica entre EUA e URSS.
Agora a Guerra Fria Econômica se converte repentinamente numa guerra aberta, suscitada não apenas pela estupidez econômica de Trump — o mais estúpido de todos os presidentes americanos —, mas também pela paranoia estratégica (outra estupidez) dos militares do Pentágono.
Isso vai representar um enorme atraso para o mundo, crescimento lento, perda de oportunidades para todos, mas também, contraditoriamente, um avanço inevitável em certas frentes, ainda que de forma fragmentada.
O mundo será menos global, menos “globalista” (contra o temor, portanto, dos antiglobalistas estúpidos, aliados idiotas de Trump), com menor dinâmica na integração global das economias.
Uma perda temporária, que será aproveitada pela China para deslocar ainda mais o Império americano.
Estaremos pior, em face da “autocracia chinesa”?
Não creio: a China não pretende exportar o seu modelo político autocrático, apenas os seus produtos e serviços, e lucrar muito com isso.
Algum dia, a China será uma democracia.
Idiotas como Trump apenas retardam essa evolução inevitável.
Paulo Roberto de Almeida
Curitiba, 29 de maio de 2019
El País, Madri – 28.5.2019
El problema no está en tu móvil Huawei, el problema se llama 5G
La quinta generación de telefonía móvil se ha convertido en el nuevo arma de destrucción masiva en la guerra declarada por Trump a China
Ramón Muñoz
El veto del Gobierno estadounidense, primero a las redes, y ahora a los móviles del fabricante asiático es una declaración de guerra que va mucho más allá de las hostilidades arancelarias. El anuncio de Google de que dejará de dar soporte a los smartphones de Huawei ha sido un golpe de efecto mundial. Millones de usuarios se levantaban el pasado lunes azorados al enterarse de que su móvil podía convertirse en un cascarón vacío porque Android, el sistema operativo con el que funcionan, ya no dispondría de actualizaciones del sistema de Google.
Siendo gravísimo el hecho de que una decisión gubernamental condene a la obsolescencia a millones de dispositivos, en realidad, es solo el primer aviso del volcán. La mayor erupción, la definitiva, está por venir bajo las siglas 5G. Esta tecnología no es solo un avance más. Gracias a la quinta generación del móvil funcionarán los coches autónomos, los robots industriales podrán procesar en tiempo real cualquier orden, lo que les convertirá en máquinas eficientes y casi humanas capaces no solo de sustituir a operarios de una fábrica sino a un cirujano en un quirófano para realizar una operación a distancia.
El inicio de la era de la invención
“El 5G marcará el comienzo de lo que llamamos la era de la invención. Es mucho más profundo que lo que vimos antes con el paso al 4G o cualquier avance anterior. Y no es una exageración. El 5G y la inteligencia artificial significarán miles de millones de elementos conectados, enormes cantidades de datos y todos ellos en la nube. Cambiará la forma de compartir archivos, las compras online o la reproducción de contenidos”, según dijo Cristiano Amon, presidente de Qualcomm en el Congreso Mundial del Móvil (MWC19) de Barcelona.
El 5G dará paso a la cuarta revolución industrial gracias a saltos de innovación, que supone una disrupción tecnológica total. Las conexiones 5G son 10 veces más rápidas (aunque en laboratorios se han alcanzado velocidades 250 veces más rápidas) que las 4G actuales. Gracias a esa inmediatez, se podrán ver contenidos en realidad virtual o en calidades inimaginables como la televisión en 8K.
En segundo lugar, multiplica por 100 el número de dispositivos conectados con el mismo número de antenas. Se resuelve así el problema de la cobertura en grandes aglomeraciones como estadios de fútbol y conciertos. Además, reduce también a una décima parte el consumo de batería de los dispositivos (alarmas, células o chips) lo que les da más autonomía para funcionar durante años.
Permitirá la conducción autónoma
No obstante, el mayor avance del 5G será la reducción de la latencia, el tiempo de respuesta que tarda un dispositivo en ejecutar una orden desde que se le manda la señal. Cuanto más baja, más rápida será la reacción del aparato que accionemos a distancia. El 5G reduce ese retardo a un milisegundo. Esa repuesta instantánea es la que permite que la conducción autónoma sea segura pero también que se dirija a distancia los sistemas de comunicación, seguridad o defensa. De ahí que Trump haya centrado toda su artillería en Huawei, porque domina la construcción de redes 5G.
Lo que subyace en el pulso tecnológico entre EE UU y China tiene que ver con la más honda preocupación estadounidense por una primacía china en la carrera militar y el 5G figura en el centro de esa inquietud. El Pentágono advierte de ello en un informe al Congreso, en el que destaca el desarrollo de firmas como Huawei y ZTE y señala que el esfuerzo de Pekín por “construir grandes grupos empresariales que logren un rápido dominio del mercado con un amplio abanico de tecnologías complementa directamente los esfuerzos de modernización del Ejército y trae consigo implicaciones militares serias”.
El control de los sistemas de comunicaciones y defensa
En un lenguaje mucho más crudo se expresaba el general retirado James L. Jones: “La tecnología 5G de Huawei es la versión siglo XXI del mitológico Caballo de Troya”, advertía en un documento de recomendaciones publicado el pasado febrero por el Atlantic Council, uno de los grandes laboratorios de ideas de Washington.
“Si China controla la infraestructura digital del siglo XXI —razonaba— explotará su posición para sus propósitos de seguridad nacional y tendrá una influencia coercitiva en EE UU y sus aliados, ya que estas redes procesarán todo tipo de datos, y China desde luego las usará para llevar a cabo espionaje”. Y agregó: “la expansión del 5G chino amenazará la interoperabilidad de la OTAN, ya que EE UU no podrá integrar su red 5G segura con ningún elemento de los sistemas chinos”.
El presidente estadounidense cree que Huawei puede instalar en las redes una capa oculta (lo que se conoce como puerta trasera) con la que el Gobierno chino controlará las comunicaciones de todo el mundo, incluyendo los EE UU. Huawei insistió una y otra vez esta semana en que esa acusación es falsa, y ofrece a cualquier autoridad el acceso a sus redes para que puedan comprobarlo por sí mismas.
Liderazgo en tecnología
En Europa, Huawei tiene una cuota de mercado del 35% que en España se dispara hasta el 60% en las redes de nueva generación. Más de 2.500 patentes relativas al 5G llevan su nombre, y tiene contratos con unos 40 operadores. Si estos, incluyendo los españoles (Telefónica, Vodafone y Orange), secundan el bloqueo a Huawei les sería imposible desplegar a tiempo una red 5G. De hecho, Europa ya va con retraso respecto a países como EE UU, Japón, China o Corea. Solo Nokia y Ericsson le hacen sombra, pero la tecnología y despliegue de la firma china es más avanzada y menos costosa.
“Nuestras tecnologías 5G van al menos dos años por delante y serán líderes mundiales durante mucho tiempo. Nuestras estaciones base de 5G se pueden instalar a mano. No hace falta torres ni grúas ni cortar carreteras para construirlas ya que tienen el tamaño de un maletín. Por eso, es precisamente el departamento de 5G el que ha sido objeto de los ataques de los EE UU”, dijo esta semana Zhengfei en declaraciones recogidas por medios chinos.
El fundador de Huawei, cuya biografía arranca como militar del Ejército Rojo, calmó a una audiencia enfervorecida, y les pidió que no recurrieran al nacionalismo ni al populismo en respuesta al bloqueo estadounidense.
Respuesta de China al desafío de Trump
China tiene muchas armas tecnológicas y comerciales en su arsenal para responder al desafío. La primera es que es el primer inversor mundial en innovación y su retirada de los países occidentales causaría daños considerables. También puede cortar el grifo de las exportaciones de los metales raros, imprescindibles para los teléfonos móviles. Pero sin duda, la más temible es que aplique los planes de contingencia que dice tener para esquivar el aislamiento estadounidense (el plan b del que habla Huawei) y desarrolle un sistema operativo que reemplace a Android, y acabe con el cuasimonopolio de Google, con una cuota de mercado del 85%.
El plan pasa por avanzar también en el desarrollo de sus propios chips de procesamiento y de memoria, rompiendo el cerco que le han impuesto los fabricantes como Intel, Qualcomm, Xilinx, Broadcom, Micron Technology y Western Digital, o la británica ARM. Los conglomerados industriales chinos como Huawei pasarían una larga travesía del desierto pero al final estarían en disposición de destronar a los gigantes norteamericanos como Google, Cisco, Microsoft o Qualcomm, cuyo dominio nadie discute ahora.
Está en juego algo más que la desilusión de millones de usuarios de Huawei. El 5G representará el 15% de las conexiones móviles globales en 2025, y cerca del 30% en mercados como China y Europa, y del 50% en EE UU, según la GSMA. En ese año, la cantidad de conexiones globales del Internet de las Cosas se triplicará hasta los 25.000 millones. Ahora toca decidir si quién controla esas redes inteligentes y maneja a distancia los dispositivos tendrá su despacho en Pekín o en Washington.
TRUMP, ENTRE LA GUERRA FRÍA Y EL ACUERDO COMERCIAL
El temor a que China controle las comunicaciones y los datos en el futuro es lo que convierte lo que parecía una guerra comercial en una liza trascendental en la industrial tecnológica y, en el fondo, en la génesis de una posible carrera armamentística. Es decir, que el problema no es el móvil, ni el 5G a secas, sino todo lo que Pekín pueda llegar a desarrollar con esa red más allá de los usos civiles. Por eso, Washington también se plantea vetar a la compañía china de video vigilancia Hikvision.
La tensión no nace con la Administración de Trump. Sin embargo ha sido esta, nutrida de halcones en materia comercial la que ha apretado las tuercas a Pekín de un modo que Barack Obama, pese a compartir el diagnóstico, no se atrevió.
Eso sí, se trata de una presión contradictoria, marca de la casa en el estilo negociador de Trump, que pese a la escalada de las últimos días pugna por sellar un gran acuerdo comercial con China.
Las proporciones de una guerra económica entre Estados Unidos y China son mayúsculas. El flujo comercial entre ambas potencias mueve unos 2.000 millones de dólares y el actual grado de interconexión entre producción, suministro y finanzas provoca que el pulso, en realidad, afecte a medio planeta. Para Washington, la complicidad de la Unión Europea y el resto aliados en la presión contra Pekín resulta básica, pero la respuesta es mucho más fría de lo que la Casa Blanca querría.
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