Paulo Roberto de Almeida
Análisis
¿Es Xi Jinping un maoísta?
Desde sus inicios a finales de 2012, el mandato de Xi Jinping se ha caracterizado por un rearme ideológico que no duda en echar mano de conceptos asociados con el maoísmo. Una de sus primeras campañas fue la “línea de masas”, consigna de clara ascendencia maoísta que Xi recuperó para tomar la iniciativa en la depuración del propio Partido, resaltando y estrechando sus vínculos con la sociedad; otro tanto habría que decir de las referencias a la “lucha ideológica”, expresión que rememora en muchos no pocos aspectos nefastos de los decenios de maoísmo que precedieron a la reforma y apertura. En todo el ámbito de la propaganda, la efectividad maoísta está cada vez más presente.
Xi no es Mao, aunque a veces da la impresión de querer emularlo multiplicando sus discursos y reflexiones acompañados de una promoción inusual y que nos remite igualmente a épocas pasadas en las que la mera adulación era sustituida por el dictamen reflexivo y riguroso. Este desarrollo de los acontecimientos provoca no poca preocupación en China, dentro y fuera del PCCh. Como dice un viejo proverbio: mil aduladores no valen lo que un asesor honesto; no obstante, Xi parece preferir la exaltación incontestada a la búsqueda de la verdad en los hechos, como gustaba de referir el propio Mao. Las nuevas instrucciones dictadas para evitar toda crítica, el aumento del control general de los medios y la exacerbación de la infalibilidad del liderazgo ponen de manifiesto una sintomatología preocupante bien visible en la delegación tibetana que participó en las recientes sesiones parlamentarias chinas, cuyos integrantes arribaron ataviados con escarapelas con la efigie de Xi Jinping.
El proceso de revitalización que vive el Partido Comunista de China incluye referencias a documentos del Mao de la época revolucionaria, antecedentes, por otra parte, que se complementan con el recurso a los ejercicios de autocrítica, a veces pública, propios igualmente de aquel tiempo. El tono moralizante y virtuoso, propio del pensamiento tradicional, encuentra en el maoísmo un terreno fecundo. Las sesiones de estudio están al orden del día pero la confusión es inevitable planteando a los funcionarios otra disyuntiva no menos tradicional, la de obedecer abiertamente la ley y quebrantarla discretamente, como en China se hizo siempre. Tal proceder topa ahora con un presidente que hace gala de una inquina paralizante que agranda tendencias calificadas de despóticas.
El maoísmo de Xi es totalmente instrumental, como lo es para el PCCh el recurso a determinados aspectos del confucianismo. Lo que permite traer de nuevo a colación algunas manifestaciones del maoísmo es una severa vuelta de tuerca al adoctrinamiento interno que facilita el aislamiento de hipotéticas facciones rivales y su utilización como instrumento de dominio social. Paradójicamente, quien más se asocia internamente en la cúspide del PCCh con simpatías hacia el maoísmo (Liu Yunshan) se halla enfrentado al principal aliado de Xi en la máxima dirección (Wang Qishan). Esto lleva a algunos a pensar si no será parte de una estrategia que alienta la exaltación del secretario general para facilitar después deshacerse de él.
Cuando la reforma china atraviesa un periodo delicado que puede traducirse en una mayor inestabilidad social, las advertencias a los líderes territoriales con sanciones si no gestionan preventiva y adecuadamente la conflictividad emergente se complementan con invocaciones a la disciplina y a la recuperación de la épica revolucionaria de la que Mao es parte inexcusable.
Esto no debiera sorprendernos. Parafraseando a Edgar Snow (1941), los comunistas chinos son reformistas porque están en una fase del proceso que les exige esa condición pero quienes piensan que eso les convierte en liberales se llevarán una desilusión. También, si el guión lo exige, quienes sepultaron el maoísmo encumbrarán a Mao.
Otras similitudes en el proceder de Xi con el maoísmo apuntan a atribuidas maniobras para alterar el mecanismo de la toma de decisiones al máximo nivel reforzados con una apuesta por la concentración del poder. La consideración como “núcleo” de su generación en un tiempo récord, que podría materializarse en el congreso que el PCCh debe celebrar a finales del año próximo, podría dejarle las manos libres para desatender los mandatos asociados a una institucionalidad exigible pero caduca (que reservaría a su antecesor Hu Jintao un papel significado en la elección del sucesor de Xi, por ejemplo) lo cual si señalaría una tendencia de fondo ciertamente inquietante. Toda una prueba de madurez para la sociedad china.
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